Fragmentos.
—Acabo
de recordar que me espera un importante mensaje en una cabina
telefónica. ¿Querría ponerme ese arroz en un recipiente?
Muchísimas gracias, tengo que salir de aquí enseguida y no se
olvide de comprar un ventilador pues si el chop suy sale muy caliente
podrá enfriarlo. ¡adiós, tío!
Guardo
el recipiente con arroz en el morral, tío, y voy calle abajo hasta
la pastelería, en cuyo escaparate están los bollos calientes
rellenos de deliciosa vaca muerta cocida picada, que se pudrirá en
mis tripas me joderá la mente con la angustia letal de la
puterefacción. No puedo, tío. Pasaré del bollo relleno de carne,
LO QUE ME RECUERDA que es la hora del ensayo del Love Chorus y las
pollitas estarán allí y tal vez rellene con mi carne sus bollitos.
¡ALLA VAMOS!
De
nuevo en el metro, tío, bajo la escalera, viene el tren, tendré que
darme prisa, tío, me daré prisa para pasar el torniquete.
Crrtacá
Tío,
me parece que acaba de romperse un huevo centenario en el bolsillo de
mi abrigo.
Deprisa,
tío, deprisa, las puertas del vagón siguen abiertas.
—¡SUJETE
ESAS PUERTAS, TÍO!
El
revisor me ve correr, con morral y paraguas, sujetará las puertas,
tío, las sujetará mientras paso, las paso, tío, está cerrando la
puerta directamente sobre mis espaldas.
Triquitraque.
Me
cogió, tío, exactamente en el bolsillo lleno de huevos centenarios.
El olor que despiden esos huevos a los que se permitió envejecer
durante todo un siglo. Un bolsillo lleno de huevos rotos es algo
horrible. Sólo conozco algo peor, sucedido cuando vi a una pollita
sentada frente a mí en el metro, una pollita lanzada al espacio,
tío, que se retorcía de manera extraña, como si tratara de
poner un huevo centenario. Y cuando se abrieron las puertas en la
siguiente parada, bajó como alma que lleva el diablo, dejando sobre
el asiento un CAGARRO, tío. Y al instante entró en el vagón
petimetre con impermeable blanco flamante, tío, facha de modelo de
la revista Esquire,
tío, y se sentó
precipitadamente sin mirar, justo encima del cagarro. Y de sopetón
la gente comenzó a apartarse de él, tío, tal como se apartan de mí
ahora, gracias a una docena de huevos increíblemente podridos que
llevo en el bolsillo. Existe una sola solución, tío. Como la
pollita, debo dejar detrás de mí un sedimento putrefacto,
desprendiéndome de este abrigo. Ésta es mi parada, tío. Adiós,
abrigo mío, cuídate.
Tío,
qué bien me siento liberado de ese puñetero abrigo y, además,
ahora no tendré que comerme ningún huevo centenario, qué
maravilla. Es la hora del ensayo, tío, la hora del Love Chorus, de
modo que no debes entretenerte en ningún sitio, sube la escalera del
metro y ve directamente a St. Nancy´s Church en el Bowery.
***
Allí
viene Jimmy Dancer calle abajo, tío, justo el tipo que quería ver.
Toca el banjo de cuatro cuerdas, y siempre está interesado en
algunas zanahorias de cultivo biológico, sin pulverizaciones
tóxicas.
—Eh,
Jimmy, tío, ¿cómo estás?
—Horse,
precisamente iba a verte a tu cubil, tío.
—Fantástico,
tío, estoy montando un negocio...
—Me
voy a Canadá, Horse. Necesito que me devuelvas el abrigo, tío. En
el norte hace frío.
—¿Tu
abrigo, tío?
—Sí,
tío, ¿no te acuerdas?, te lo presté el otoño pasado cuando fuiste
a enseñar música en el campamento de niñas en la montaña. ¿No
recuerdas, tío, un jodido y pesado abrigo negro?
—No
me preguntes por ese abrigo, tío. Pregúntame por cualquier cosa de
este mundo menos por ese abrigo.
—¿Qué
pasa, tío? ¿Qué le sucedió al abrigo?
—No
puedo decírtelo, tío. Tienes que creer en mi palabra. Tu abrigo ha
muerto dignamente, tío, pero no puedo entrar en detalles, son
demasiado espantosos.
—¿El
abrigo ha desaparecido, tío?
—Sé
lo que sientes por tu abrigo, tío. Yo siento lo mismo y por eso te
ahorro los pormenores de lo que le ocurrió, tío.
—Oye,
tío, esto es demasiado.
—Sí,
tío, es demasiado para que lo soporte la mente y por tanto te oculto
un dato que más adelante tendrías que reprimir arrinconándolo en
un suburbio de tu memoria. Entretanto, tío, aquí tienes una bolsita
de hojas de nabo rojo panameño que aliviarán tu dolor.
—Gracias,
tío, pero te aseguro que lamento la pérdida de ese abrigo. Un tipo
me lo puso hace muchos años, tío, cuando viajábamos por la Ruta
22.
—Tienes
razón, tío, ahora se ha ido al cielo de los abrigos. Oye, tío, si
practicas la respiración profunda no te hará falta ningún abrigo,
estarás en condiciones de derretir la nieve con tus posaderas.
Fíjate en mí, tío, no llevo abrigo aunque estemos en pleno verano.
Oye, tío, antes de irte a Canadá ven a cantar con el Love Chorus.
Dentro de unos días estrenaremos y necesito unas voces de barítono,
tío, St. Nancy´s Church en el Bowery, mañana a las ocho en punto
de la noche.
—No
sé, tío...
***
William
Kotzwinkle. “El hombre ventilador”. 2011, Capitán Swing Libros.
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