Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 12 de marzo de 2015

William Kotzwinkle.



Fragmentos.





     —Acabo de recordar que me espera un importante mensaje en una cabina telefónica. ¿Querría ponerme ese arroz en un recipiente? Muchísimas gracias, tengo que salir de aquí enseguida y no se olvide de comprar un ventilador pues si el chop suy sale muy caliente podrá enfriarlo. ¡adiós, tío!
    Guardo el recipiente con arroz en el morral, tío, y voy calle abajo hasta la pastelería, en cuyo escaparate están los bollos calientes rellenos de deliciosa vaca muerta cocida picada, que se pudrirá en mis tripas me joderá la mente con la angustia letal de la puterefacción. No puedo, tío. Pasaré del bollo relleno de carne, LO QUE ME RECUERDA que es la hora del ensayo del Love Chorus y las pollitas estarán allí y tal vez rellene con mi carne sus bollitos. ¡ALLA VAMOS!
    De nuevo en el metro, tío, bajo la escalera, viene el tren, tendré que darme prisa, tío, me daré prisa para pasar el torniquete.
      Crrtacá
      Tío, me parece que acaba de romperse un huevo centenario en el bolsillo de mi abrigo.
      Deprisa, tío, deprisa, las puertas del vagón siguen abiertas.
      —¡SUJETE ESAS PUERTAS, TÍO!
      El revisor me ve correr, con morral y paraguas, sujetará las puertas, tío, las sujetará mientras paso, las paso, tío, está cerrando la puerta directamente sobre mis espaldas.
     Triquitraque.
     Me cogió, tío, exactamente en el bolsillo lleno de huevos centenarios. El olor que despiden esos huevos a los que se permitió envejecer durante todo un siglo. Un bolsillo lleno de huevos rotos es algo horrible. Sólo conozco algo peor, sucedido cuando vi a una pollita sentada frente a mí en el metro, una pollita lanzada al espacio, tío, que se retorcía de manera extraña, como si tratara de poner un huevo centenario. Y cuando se abrieron las puertas en la siguiente parada, bajó como alma que lleva el diablo, dejando sobre el asiento un CAGARRO, tío. Y al instante entró en el vagón petimetre con impermeable blanco flamante, tío, facha de modelo de la revista Esquire, tío, y se sentó precipitadamente sin mirar, justo encima del cagarro. Y de sopetón la gente comenzó a apartarse de él, tío, tal como se apartan de mí ahora, gracias a una docena de huevos increíblemente podridos que llevo en el bolsillo. Existe una sola solución, tío. Como la pollita, debo dejar detrás de mí un sedimento putrefacto, desprendiéndome de este abrigo. Ésta es mi parada, tío. Adiós, abrigo mío, cuídate.
     Tío, qué bien me siento liberado de ese puñetero abrigo y, además, ahora no tendré que comerme ningún huevo centenario, qué maravilla. Es la hora del ensayo, tío, la hora del Love Chorus, de modo que no debes entretenerte en ningún sitio, sube la escalera del metro y ve directamente a St. Nancy´s Church en el Bowery. 

***








     Allí viene Jimmy Dancer calle abajo, tío, justo el tipo que quería ver. Toca el banjo de cuatro cuerdas, y siempre está interesado en algunas zanahorias de cultivo biológico, sin pulverizaciones tóxicas.
      —Eh, Jimmy, tío, ¿cómo estás?
      —Horse, precisamente iba a verte a tu cubil, tío.
      —Fantástico, tío, estoy montando un negocio...
      —Me voy a Canadá, Horse. Necesito que me devuelvas el abrigo, tío. En el norte hace frío.
      —¿Tu abrigo, tío?
      —Sí, tío, ¿no te acuerdas?, te lo presté el otoño pasado cuando fuiste a enseñar música en el campamento de niñas en la montaña. ¿No recuerdas, tío, un jodido y pesado abrigo negro?
     —No me preguntes por ese abrigo, tío. Pregúntame por cualquier cosa de este mundo menos por ese abrigo.
     —¿Qué pasa, tío? ¿Qué le sucedió al abrigo?
     —No puedo decírtelo, tío. Tienes que creer en mi palabra. Tu abrigo ha muerto dignamente, tío, pero no puedo entrar en detalles, son demasiado espantosos.
     —¿El abrigo ha desaparecido, tío?
     —Sé lo que sientes por tu abrigo, tío. Yo siento lo mismo y por eso te ahorro los pormenores de lo que le ocurrió, tío.
     —Oye, tío, esto es demasiado.
     —Sí, tío, es demasiado para que lo soporte la mente y por tanto te oculto un dato que más adelante tendrías que reprimir arrinconándolo en un suburbio de tu memoria. Entretanto, tío, aquí tienes una bolsita de hojas de nabo rojo panameño que aliviarán tu dolor.
     —Gracias, tío, pero te aseguro que lamento la pérdida de ese abrigo. Un tipo me lo puso hace muchos años, tío, cuando viajábamos por la Ruta 22.
     —Tienes razón, tío, ahora se ha ido al cielo de los abrigos. Oye, tío, si practicas la respiración profunda no te hará falta ningún abrigo, estarás en condiciones de derretir la nieve con tus posaderas. Fíjate en mí, tío, no llevo abrigo aunque estemos en pleno verano. Oye, tío, antes de irte a Canadá ven a cantar con el Love Chorus. Dentro de unos días estrenaremos y necesito unas voces de barítono, tío, St. Nancy´s Church en el Bowery, mañana a las ocho en punto de la noche.
    —No sé, tío...


***





William Kotzwinkle. “El hombre ventilador”. 2011, Capitán Swing Libros.





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