Fragmento
Ahora
es de noche y miro el espejo poblado de estrellas que me miran.
Vuelvo a ser ingenuo, y como cuando niño, espero hallar en la
geografía del firmamento algún fenómeno esporádico con el que
nutrir mi memoria. Una estrella fugaz como un calambre a la que
pedirle un deseo o la estela que dejara tras de sí una nave
espacial. Dicen que la procedencia de los objetos volantes puede ser
el espacio exterior (la más obvia), el interior mismo de la Tierra
(la más reprimible), otros tiempos (la más poética). Si vinieran
de otros tiempos, si fuesen pilotadas por estudiantes de Harvard del
siglo XXX que se han arrimado hasta nuestro final de milenio para
realizar una tesis doctoral, me complacería especialmente. Pero el
día que se quiebre esa superstición según la cual estamos solos en
el Universo, el día que entablemos relación con otras
civilizaciones, que tengamos certeza de la existencia de otras vidas,
toda la filosofía, desde Platón a Adorno, quedará convertida en
una serie de “Cartas al Director” publicadas en un pequeño
periódico de provincias, todas las guerras sostenidas entre los
hombres se transformarán en pequeñas disputas domésticas entre
vecinos enojados, y desde luego las próximas elecciones a la
presidencia del Gobierno no tendrán más relevancia que la elección
de Jefe de Curso en primer Nivel (niños de siete años) en una
escuela de una pequeña aldea de una remota región al Norte o al Sur
de Alguna Parte.
Hace
ya unos meses que nada reivindico. Creerán que se trata de una
tregua o de un pacto con el Gobierno. Mañana a la hora del desayuno
programaré la elección de alguna nueva sangría. Pero esta noche
sólo quiero quedarme así, mirando las estrellas y fumando, contra
el tiempo, deseando volver a entonces, a aquella mañana en que crucé
una frontera. Hay dos manera de volver al punto que dejaste a tus
espaldas. Una consiste en darse la vuelta. La otra en darle la vuelta
al mundo. Yo opte por la segunda, y espero llegar pronto a aquel
punto que dejé a mis espaldas, y que me aguarda delante ahora.
Juan
Bonilla. “El que apaga la luz”. 1995, Pre-Textos Narrativa.
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