Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 30 de junio de 2015

Pablo Neruda.




1


Tus pies toco en la sombra, tus manos en la luz,
y en el vuelo me guían tus ojos aguilares
Matilde, con los besos que aprendí de tu boca
aprendieron mis labios a conocer el fuego.
Oh piernas heredadas de la absoluta avena
cereal, extendida la batalla
corazón de pradera,
cuando puse en tus senos mis orejas,
mi sangre propagó tu sílaba araucana.







7


Aun en estos
años
en plena
cordillera de mi vida
después de haber
subido
la nieve vertical
y haber entrado
en la diáfana meseta
de la luz decisiva
te veo
junto al mar caracolero
recogiendo vestigios
de la arena
perdiendo el tiempo con
los pájaros
que cruzan
la soledad marina
te miro
y no lo creo
soy yo mismo
tan tonto, tan remoto,
tan desierto
Joven
recién
llegado
de provincia,
poeta
de cejas afiladas
y zapatos
raídos
eres
yo
yo que de nuevo
vivo,
llegado de la lluvia,
tu silencio y tus brazos
son los míos
tus versos tienen
el grano
repetido
de la avena,
la fecunda frescura
del agua en que navegan
hojas y aves del bosque,
bien muchacho, y ahora
escucha
conserva
alarga tu silencio
hasta que en ti
maduren
las palabras,
mira y toca
las cosas,
las manos
saben, tienen
sabiduría ciega,
muchacho,
hay que ser en la vida
buen fogonero,
honrado fogonero,
no te metas
a presumir de pluma,
de argonauta,
de cisne,
de trapecista entre las frases altas
y el redondo vacío,
tu obligación
es de carbón y fuego,
tienes
que ensuciarte las manos
con aceite quemado,
con humo
de caldera,
lavarte,
ponerte traje nuevo
y entonces
capaz de cielo puedes
preocuparte del lirio,
usar el azahar y la paloma,
llegar a ser radiante,
sin olvidar tu condición
de olvidado,
de negro,
sin olvidar los tuyos
ni la tierra,
endurécete
camina
por las piedras agudas
y regresa.










17


Digo buenos días al cielo.
No hay tierra. Se desprendió
ayer y anoche del navío.
Se quedó atrás Chile, solo
unas cuantas aves salvajes
siguen volando y levantando
el nombre oscuro frío de mi patria.
Acostumbrado a los adioses
no gasté los ojos: en dónde
están encerradas las lágrimas?
La sangre sube de los pies
y recorre las galerías
del cuerpo pintando su fuego.
Pero dónde se esconde el llanto?
Cuando llega el dolor acude.
Pero yo hablaba de otra cosa.
Me levanté y sobre el navío
no había más que cielo y cielo,
azul interrumpido por
una red de nubes tranquilas
inocentes como el olvido.
La nave es la nube del mar
y olvidé cuál es mi destino,
olvidé la proa y la luna,
no sé hacia dónde van las olas,
ni dónde me lleva la nave.
No tiene mar ni tierra el día.







Pablo Neruda. “Tus pies toco en la sombra y otros poemas inéditos”. Seix Barral Biblioteca Breve, 2015.






sábado, 27 de junio de 2015

David González.




¡La fiebre!
¡La fiebre me viene pisando los talones!







           AQUÍ ES la montaña,
          la sucesión de estepas abisinias.
          Importamos sedas y algodones.
          Exportamos café, perfumes y marfil.
          Vivimos sin esperanza
          de convertirnos pronto en millonarios.
          Esta es una existencia miserable.
          Sin familia. Sin ocupación intelectual.
          Perdido entre negros
          cuya suerte quisiera uno mejorar.
          Obligado a hablar sus jeringonzas.
          A comer sus comistrajos.
          A padecer mil engorros
          ocasionados por su pereza, por su traición.

          Aquí es la montaña,
          la sucesión de estepas abisinias.
          Estamos ahora en la estación de las lluvias.
          Es bastante triste.
          Pero lo más triste no es sólo esto.

          Es el aburrimiento.
          Me aburro.
          Me aburro mucho. Siempre.
          No he conocido a nadie
          que se aburra tanto como yo.

          Aquí es la montaña,
          la sucesión de estepas abisinias.





           CÓMPRAME una media
          para varices
          para una pierna larga
y        enjuta (calzo un 41).
          La media tiene que subir
          por encima de la rodilla porque tengo una variz
          por encima de la corva.
          Cómprame una media.
          Hace hoy quince noches
          que no he cerrado el ojo ni un minuto
          debido a esos dolores en la maldita pierna.
          Cómprame una media.
          Esta invalidez me la han provocado
          las grandes palizas a caballo
y        también las agotadoras caminatas.
          Cómprame una media.
          Por si fuera poco,
          tengo un dolor reumático
          en esta maldita rodilla derecha
          que me tritura
y        que sólo me da por las noches.
          Cómprame una media.
          La mala alimentación,
          el alojamiento malsano,
          las ropas demasiado ligeras,
          las preocupaciones de todo tipo,
          el aburrimiento,
          la rabia continua,
          todo eso actúa muy profundamente en la moral
y        en la salud.
          Cómprame una media.
          Un año aquí equivale a cinco en otra parte.
          Se envejece muy deprisa.
          Cómprame una media.

          Como cada día se me hinchaba más la rodilla
y        me dolía más la articulación,
          al no encontrar ni remedio ni consejo,
          me decidí a bajar.
          Cómprame una media.
          Llevaba veinte días acostado,
          sin poder hacer un solo movimiento,
          padeciendo dolores atroces
y        sin dormir
          nunca.
          Cómprame una media.
          Alquilé dieciséis porteadores negros,
          mandé construir una camilla cubierta por una tela,
          ahí es donde acabo de hacer,
          en doce días,
          trescientos
          kilómetros
          de desierto.
          No he podido dar un paso fuera de la camilla,
          la rodilla se hinchaba a ojos vistas
          el dolor aumentaba considerablemente.
          Cómprame una media.

          Entré en el hospital europeo.
          El doctor inglés, en cuanto le enseñé la rodilla,
          exclamó que una sinovitis
          que había llegado a un extremo muy peligroso
          debido a la falta de cuidados
          al cansancio.
          Cómprame una media.

          Empezó a hablar enseguida de amputar la pierna.
          Estoy tendido, con la pierna vendada atada encadenada
          para que no pueda moverme.

          Me he convertido en un esqueleto.

          Doy miedo.

          Cómprame una media.

          Tengo la espalda en carne viva por culpa de la cama.
          No duermo ni un minuto.
          La comida del hospital es muy cara.

          En cuanto a las medias,
          las venderé en cualquier parte. Son

           inútiles.







           DESPUÉS DE padecimientos terribles,
          como no me podían curar en Adén,
          tomé el barco para regresar a Francia.
          He llegado ayer,
          tras trece días de dolores.
          Como me encontraba muy débil al llegar,
y        muerto de frío,
          tuve que ingresar en el hospital de la Concepción,
          donde pago diez francos al día,
          doctor incluido.
          Me encuentro muy mal.
          Me encuentro muy mal, muy mal.
          Estoy reducido al estado de esqueleto por esta enfermedad.
          Es una sinovitis.
          Una hidrartosis.
          Una enfermedad de la articulación y los huesos.
          Esto durará mucho tiempo,
          a no ser que se complique y me corten la pier
          na.
          En cualquier casi, me quedaré inválido.
         ¡Qué hacer!
         ¡Qué vida tan triste!
         ¡Qué desgraciado soy!
         ¡Qué desgraciado me he vuelto!
         La vida se me ha hecho imposible.

        ¿No podríais ayudarme?









          SÓLO VEO junto a mí estas malditas muletas.
         Es un auténtico suplicio.
         Sin estos palos no podría dar ni un paso.
         A menos de realizar unos ejercicios gimnásticos
         atroces, ni siquiera me puedo vestir.
         Tampoco puedo subir ni bajar escaleras.
         Y como el terreno sea algo accidentado,
         el desnivel entre un hombro y otro me agota.
         Siento un dolor neurálgico muy intenso
         en el brazo y en el hombro derecho
y       para colmo, la muleta me destroza el sobaco.
         Además, una neuralgia en la pierna izquierda.
         Si alguien en parecida situación me consultase, le diría:
        ¡No se deje nunca amputar!
        ¡Que hagan con usted una carnicería!
        ¡Que le destrocen!
        ¡Le hagan pedazos!

                                                     ¡PERO!
       ¡NO SE DEJE NUNCA AMPUTAR!

        Es un auténtico suplicio.
        Me gustaría hacer esto
y      lo otro. Ir aquí
y      allá.
        Ver.
        Vivir.
        Viajar.

         Es un auténtico suplicio.

         Sólo veo junto a mí estas malditas muletas.






          ME levanto,
         doy un centenar de brincos con mis muletas
y       me vuelvo a sentar.
         No puedo llevar nada en las manos
y       al caminar,
         no puedo dejar de mirar mi único pie.
         Tengo la cabeza y los hombros echados hacia delante.
         Parezco un jorobado.
         Tiemblo al ver la gente
y       los objetos me rodean,
         por miedo a que me tiren
y       me rompan la otra pata sana.
         Cuando vuelvo a sentarme,
         tengo las manos temblorosas
y       la axila en carne viva.
         Me vuelvo a despertar y me quedo ahí:
         sentado como un inválido total,
         lloriqueando,
         esperando a que llegue la noche
         con su insomnio perpetuo,
y       la mañana,
         más triste que la víspera.
         Me levanto
y       doy un centenar de brincos con mis muletas.
         La gente se ríe de mí al verme brincar.

         La gente se ríe de mí.

         La gente se ríe.








David González. “El hombre de las suelas de viento. Poemas africanos de Arthur R.” Nueva edición ilustrada, por: Ariadna Pedemonte. Editorial Arma Poética, 2015.



jueves, 25 de junio de 2015

Iván Rojo.




LO INSÓLITO




Aquel Renault me estaba dando problemas
toda la mañana, no quería arrancar, y además
acababa de cortarme desatornillando de nuevo el cárter
así que salí a la puerta a respirar un poco
El jefe me gritó Eh tú, ¿otra vez?, no me toques los cojones
pero hice como si no hubiera oído una sola palabra
Necesitaba un poco, solo un poco de aire fresco
y ya en la calle respiré hondo y examiné mi mano herida
muy de cerca pero sintiéndola al mismo tiempo muy lejana
como si nunca antes la hubiera visto, como si no fuera mía
Luego me quedé mirando los charcos negros de la acera
todo aquel aceite de motor embalsado en el asfalto
y cómo el sol se irisaba sobre aquella porquería
creando arcoiris móviles como auroras líquidas
Era un espectáculo extraño, era casi hermoso
y me sorprendió ser todavía capaz de apreciarlo
Entonces experimenté una especie de epifanía
Tuve la certeza de que algo extraordinario ocurriría
si dejaba que mi mano sangrara un par de chorros sobre la grasa
Y, joder, por una vez mi intuición no me engañaba
porque en cuanto mi sangre se mezcló con el aceite
un pez emergió de un salto del sucio charco
un pez limpio, resplandeciente, de un rojo solar
que se elevó aleteando hasta la altura de mis ojos
y tras permanecer un precioso segundo suspendido ante mi asombro
todo él un cegador destello de luz y energía y vida
se zambulló de nuevo en el pequeño mar oleoso
casi sin hacer ruido y sin levantar la menor salpicadura
Fue un instante de pura magia que nunca antes había contado
y es cierto que yo estaba mareado de tanto petróleo en mi nariz
y también, no voy a negarlo, del vodka de mi petaca
pero sé lo que vi aquella mañana de primavera
en que tanto necesitaba que lo insólito me hiciera un guiño
Lo sé muy bien





Ivan Rojo. De su muro de Facebook. 2015. Más de él, aquí: https://ivanrojo.wordpress.com/



lunes, 22 de junio de 2015

Paul Auster (II)



El libro de la memoria




Fragmentos:




A. tuvo una visión que lo ha acompañado desde entonces: cada eyaculación contiene miles de millones de espermatozoides o más o menos la cantidad equivalente al número de habitantes del planeta y eso significa que cada hombre guarda en sí mismo el potencial de un mundo entero. Y en lo que ocurriría, si esto pudiera ocurrir, se encuentra toda la gama de posibilidades: las semillas de idiotas y genios, de bellos y deformados, de santos, catatónicos, ladrones, corredores de bolsa y equilibristas. Cada hombre, por lo tanto, es un mundo entero y alberga en sus propios genes un decálogo de toda la humanidad. O, como dice Leibniz: << cada sustancia viva es un perpetuo espejo viviente del universo>>. Pues el hecho es que estamos formados por la misma materia que surgió de la primera explosión, de la primera chispa en el vacío infinito del espacio.

***




      A principios del verano de 1980, poco después de que su hijo cumpliera tres años, A. y el pequeño pasaron una semana juntos en el campo, en casa de unos amigos que se habían marchado de vacaciones. A. descubrió que en un cine local proyectaban Superman y decidió llevar al pequeño, confiado en la posibilidad de que éste no se aburriera y pudiera verla hasta el final. En la primera mitad de la película, el pequeño estuvo tranquilo, comiendo palomitas y murmurando sus preguntas a A., tal como éste le había indicado, y sin asombrarse demasiado ante los planetas que explotaban, las naves espaciales y espacio exterior. Pero de repente ocurrió algo, Superman comenzó a volar y automáticamente el niño perdió la compostura. Se quedó boquiabierto, se puso de pie sobre el asiento, y se le cayeron las palomitas.
      ―¡Mira! ¡Mira! ¡Está volando! gritó señalando la pantalla.
      Durante el resto de la película, el pequeño estuvo fuera de sí, la cara tensa de miedo y fascinación, haciendo una pregunta tras detrás de otra, intentando asimilar lo que veía, maravillándose, intentando asimilarlo otra vez, maravillándose de nuevo. Casi al final, la película se volvió demasiado para él.
      ―Demasiado ruido dijo.
      Su padre le preguntó si quería que se marcharan y contestó que sí. A. lo cogió en brazos y salieron fuera del cine, para encontrarse con una gran tormenta de granizo.
      ―Hoy estamos viviendo una gran aventura, ¿verdad? dijo el pequeño mientras corría hacia el coche, moviéndose arriba y abajo en los brazos de A.
      Durante el resto del verano, Superman fue su ídolo, el principio unificador de su vida. Se negaba a usar cualquier camiseta que no fuera azul con la S adelante. Se negaba a salir sin una capa que le había confeccionado su madre; corría por la calle con los brazos extendidos al frente, como si volara, y sólo se detenía para anunciar: <<¡Soy Superman!>> al primer transeúnte de menos de diez años que pasara. A A, todo esto le divertía, pues recordaba ese tipo de conducta en su propia infancia. No era esta obsesión lo que le inquietaba, ni tampoco la coincidencia de conocer a los hombres que habían producido la película; era otra cosa: cada vez que veía a su hijo imitando a Superman no podía evitar pensar en S. , como si incluso la S de la camiseta del niño no hiciera refencia a Superman sino a su amigo. Le intrigaba aquella pequeña jugarreta de su mente, ese constante deambular de una idea a otra, como si cada cosa real tuviera un doble, tan vivo en su mente como la cosa que tenía ante los ojos, de modo que al final no podía distinguir el objeto de su sombra. Y por eso sentía, cada vez con más frecuencia, que su vida no sucedía en el presente.

***








      A. vio a Ponge por segunda vez en 1969 (o tal vez 1968 o 1970) en una fiesta en honor del poeta, organizada por G., un catedrático de la Universidad de Barnard, que había estado traduciendo su trabajo. Cuando A. estrechó la mano de Ponge, se presentó diciendo que aunque tal vez no lo recordara, se habían conocido varios años antes en Nueva York. Ponge le respondió que recordaba muy bien aquella noche y luego pasó a hablarle del piso donde había tenido lugar la cena, describiéndole hasta el más mínimo detalle, desde la vista que se contemplaba por las ventanas, al color del sofá y la disposición de los muebles en las distintas habitaciones. El hecho de que aquel hombre recordara con tal precisión objetos que sólo había visto una vez y que no habían significado nada en su vida más que por un breve instante, a A. le impresionó como algo sobre natural. Advirtió que Ponge no hacía diferencias entre el acto de escribir y el acto de ver. Es imposible escribir algo que no se haya visto previamente, pues antes de que una palabra pueda llegar a la página, tiene que haber formado parte del cuerpo, tiene que haber sido una presencia física con la que uno haya convivido, igual que convive con el corazón, el estómago y el cerebro. La memoria, entonces, no tanto como el pasado contenido dentro de nosotros, sino como prueba de nuestra vida en el momento actual. Para un hombre que esté verdaderamente presente entre lo que le rodea, no debe pensar en sí mismo sino en lo que ve. Para poder estar allí, debe olvidarse de sí mismo. Y de ese olvido surge el poder de la memoria. Es una forma de vivir la vida en que nunca se pierde nada.







Paul Auster. “La invención de la soledad”. Editorial Anagrama, 1994.



domingo, 21 de junio de 2015

Paul Auster.




Retrato de un hombre invisible




Fragmentos:



      Descubrí que no hay nada tan terrible como tener que enfrentarse a las pertenencias de un hombre muerto. Los objetos son inertes y sólo tienen significado en función de la vida que emplean. Cuando esa vida se termina, las cosas cambian, aunque permanezcan iguales. Están y no están allí, como fantasmas tangibles, condenados a sobrevivir en un mundo al que ya no pertenecen. ¿Qué puede decirnos, por ejemplo, un armario lleno de ropa que espera en silencio ser usada otra vez por un hombre que no volverá a abrir la puerta? ¿Y los paquetes de preservativos en cajones llenos de ropa interior y calcetines? ¿Y la afeitadora eléctrica que está en el baño, todavía llena de la pelusa del último afeitado? ¿O una docena de frascos vacíos de tinte para el pelo escondidos en un maletín de piel? De repente se revelan cosas que uno no quiere ver, no quiere saber. Producen un efecto conmovedor, pero al mismo tiempo horrible. Por sí mismas, las cosas no significan nada, como los utensilios de cocina de una civilización antigua; pero sin embargo nos dicen algo, siguen allí no como simples objetos, sino como vestigios de pensamientos, de conciencia; emblemas de la soledad en que un hombre toma las decisiones sobre su propia vida: teñirse el pelo, usar una camisa u otra, vivir o morir. Y una vez que ha llegado la muerte, todo es absolutamente inútil.

***




      La muerte despoja al hombre de su alma. En vida, un hombre y su cuerpo son sinónimos; en la muerte, una cosa es el hombre y otra su cuerpo. Decimos: <<Ése es el cuerpo de X>>, como si el cuerpo, que una vez fue el hombre mismo y no algo que lo representaba o que le pertenecía, sino el mismísimo hombre llamado X, de repente careciera de importancia. Cuando un hombre entra en una habitación y uno le estrecha la mano, no siente que es su mano lo que estrecha, o que le estrecha la mano a su cuerpo, sino que le estrecha la mano a él. La muerte lo cambia todo. Decimos <<éste es el cuerpo de X>> y no <<éste es X>>. La sintaxis es completamente diferente. Ahora hablamos de dos cosas en lugar de una, dando por hecho que el hombre sigue existiendo, pero sólo como idea, como un grupo de imágenes y recuerdos en las mentes de otras personas; mientras que el cuerpo no es más que carne y huesos, sólo un montoncillo de materia.

***







      La mayoría de esas fotografías no me decían nada, pero me ayudaron a llenar lagunas, a confirmar impresiones, me ofrecían pruebas a las que nunca había tenido acceso. Una serie de instantáneas de su época de soltero, por ejemplo, probablemente tomadas en diferentes años, reflejaban una síntesis exacta de ciertos aspectos de su personalidad que habían pasado inadvertidos durante sus años de matrimonio, una faceta de él que no descubrí hasta después de su divorcio: mi padre como bromista, como hombre de mundo, como juerguista. En esas fotografías está retratado con mujeres, por lo general do o tres, todas ellas en poses cómicas, enlazadas por los brazos, o dos de ellas sentadas sobre su falda, o dándose un beso teatral para complacer al que sacaba la foto. Como fondo, una montaña, una cancha de tenis, tal vez una piscina o una cabaña de troncos. Eran recuerdos de excursiones de fin de semana a varios puntos de Catskill en compañía de sus amigos solteros, donde jugaban al tenis y pasaban un buen rato con las chicas. Siguió con ese tren de vida hasta los treinta y cuatro años.

***

      



      Hoy, dando vueltas sin rumbo por la casa, deprimido y con la sensación de haber perdido el hilo de lo que quiero decir, me encontré con estas palabras en una carta de Van Gogh: << Como cualquier otra persona, siento la necesidad de una familia, de amigos, de afecto y de encuentros amistosos. No estoy hecho de hierro ni de piedra, como una boca de riego o un poste de la luz>>.
      Tal vez eso sea lo que realmente cuenta: llegar a lo más profundo del sentimiento humano, a pesar de las evidencias.








Paul Auster. “La invención de la soledad”. Editorial Anagrama, 1994.



viernes, 19 de junio de 2015

Pedro Javier Martínez Martínez.




Estar
y ser, al fin y al cabo,
un hombre más en esta larga historia
sin horizonte al fondo en que apoyarse.
Despojado de anhelos,
en cueros vivos
frente al obsceno antojo de la carne
que araña el corazón
con el duro buril de sus malicias.
Estar y repetirse
que nunca serán nuestros los azules
porque volamos bajo, como el buitre,
y abunda la carroña
con que saciar las hambres del espíritu.
Y ser, a contrapelo,
esa interrogación del hermetismo
que se nos niega al coito, manteniéndonos
en tensión permanente y al acecho.
Estar y ser…,
un inmundo equipaje que arrastramos
por estos roquedales de la vida.




Pedro Javier Martínez Martínez. De su muro de Facebook, 2015.



domingo, 14 de junio de 2015

Charles Bukowski.




LLUVIA


una orquesta sinfónica.
cae una tormenta,
están tocando una obertura de Wagner
y la gente deja sus asientos bajo los árboles
y corren a refugiarse en el quiosco,
las mujeres ríen, los hombres aparentan calma,
tiran los cigarrillos húmedos,
Wagner sigue sonando, y entonces todos están bajo el
quiosco. incluso los pájaros salen de los árboles y
se meten en el quiosco y después suena la Rapsodia
Húngara Nº2 de Lizst, y sigue lloviendo, pero mira,
un hombre está sentado a solas bajo la lluvia
escuchando. la orquesta sigue con lo
suyo. el hombre está sentado en la noche bajo la lluvia,
escuchando. le pasa algo,
¿no?
había venido a oír la
música.





MI AMIGO WILLIAM


mi amigo William es un tipo afortunado:
carece de imaginación para sufrir

se quedó con su primer trabajo
su primera mujer

puede conducir un coche 75.000 kilómetros
sin una reparación de frenos

baila como un cisne
y tiene los ojos más bonitos y vacíos
a este lado de El Paso

su jardín es un paraíso,
su posición siempre es acomodada
y su apretón de manos firme

la gente le adora

cuando mi amigo William muera
no será de locura ni de cáncer

pasará al diablo de largo
y entrará en el cielo.

lo verás esta noche en la fiesta
sonriendo
por encima del martini

encantador y feliz
mientras algún tipo
se folla a su mujer
en el cuarto de baño.








EL RUISEÑOR


el ruiseñor había estado siguiendo al gato
todo el verano
venga a burlarse burlarse burlarse
guasón y engreído;
el gato se agazapaba bajo las mecedoras de los porches
su cola un destello
y lanzaba increpaciones al ruiseñor
que yo no entendía.

ayer el gato llegó tranquilamente por el sendero
con el ruiseñor vivo en la boca,
las alas desplegadas, las alas hermosas desplegadas y
     lánguidas,
las plumas abiertas como las piernas de una mujer,
y el pájaro ya no se burlaba,
pedía, suplicaba
pero el gato
a través de los siglos a paso firme
no le escuchó.

lo vi meterse bajo un coche amarillo
con el pájaro
para cerrar el trato y llevárselo a otro lugar.

el verano había terminado.






SI TOMAMOS


si tomamos lo que alcanzamos a ver:
los motores que nos enloquecen,
amantes que al final odian;
el pescado en el mercado
que nos mira el interior de la mente;
flores que se marchitan, moscas en telarañas;
disturbios, rugidos de leones enjaulados,
payasos enamorados de billetes de dólar,
naciones que mueven a la gente cual peones;
ladrones a la luz del día con hermosas
mujeres y vinos por la noche;
las cárceles atestadas,
los parados normales y corrientes,
la hierba que muere, los fuegos de tres al cuarto;
hombres lo bastante viejos para estar enamorados de la
     tumba.

Todas esas cosas, y otras, en su contexto
demuestran que la vida gira sobre un eje podrido.

Pero nos han dejado un poco de música
y un espectáculo picante en la esquina,
una medida de whisky, una corbata azul,
un librito de poemas de Rimbaud,
un caballo que corre como si el demonio le
retorciera la cola
sobre la hierba y gritara, y luego,
el amor nuevo
como un tranvía que vuelve la esquina
a tiempo,
la ciudad a la espera,
el vino y las flores,
el agua cruzando el lago
y el verano y el invierno y el verano y el verano
y el invierno otra vez.








Charles Bukowski. “Ruiseñor, deséame suerte”. 2013, Visor.



miércoles, 10 de junio de 2015

John Fante.





Fragmentos:



      Cerré la puerta lloriqueante y me quedé en la escalinata, la niebla semejante a un animal blanco e inmenso que lo cubriera todo, la Plaza semejante al ayuntamiento de mi pueblo, prisionera de un silencio níveo. Pero los ruidos se propagaban con rapidez y claridad a través del letargo y el que oía era el taconeo de una zapatos de mujer. Apareció una joven. Llevaba un abrigo viejo y verde y las facciones se le perfilaban bajo la bufanda roja anudada bajo la barbilla. En la escalinata se encontraba Bandini. (…)

***



      Daban asco aquellas naranjas. Ya sentado en la cama, hundí las uñas en la fina corteza. La carne me temblaba, se me hacía agua la boca y la vista se me nublaba sólo de pensar en ellas. Cuando mordí la pulpa amarillenta, me sentó igual que una ducha fría. Oh Bandini, dirigiéndome al reflejo del espejo de la cómoda, ¡cuántos sacrificios por el arte! Habrías podido ser un rey de la industria, un príncipe del comercio, un gran jugador de béisbol de primera división, el bateador de la Liga Americana, con una media de 415, ¡¡pero no!! Hete aquí viviendo como un gusano día tras día, genio del hambre, fiel a una vocación sagrada. ¡Tu valentía es envidiable! (…)

***


      Se sentó a mis pies, con las manos en mis rodillas, mirándome con ojos voraces, con unos ojos tremendos y tan grandes que habría podido perderme en ellos. Iba vestida igual que cuando la vi por primera vez, con la misma ropa, y la habitación tenía un aspecto tan desolado que me di cuenta de que no tenía otra, aunque me había presentado sin darle tiempo para empolvarse ni pintarse los labios y estaba en situación de advertir el mapa que la vejez le había dibujado bajo los ojos y en los pómulos. Me extrañaba no haber advertido estos detalles la noche aquélla y entonces recordé que no se me habían escapado en absoluto, que los había visto por entre el carmín y el colorete, pero habían acabado por desaparecer después de dos días de sueños nocturnos y diurnos, y ahora estaba allí y sabía que no tenía que haber ido. (…)

***





      Al final de la fila de tenderetes comenzaba la arena hasta la playa. Había dunas al otro lado. Anduve por la arena hasta donde las dunas ocultaban el paseo de tablas. Necesitaba reflexionar sobre lo ocurrido. No me arrodillé; me senté y contemplé las olas que devoraban la orilla. Mal están las cosas, Arturo. Has leído a Nietzsche, has leído a Voltaire, tendrías que saber más que nadie a estas alturas. Pero pensar no serviría de nada. Podría salir del apuro con ayuda de la razón, pero la razón no era la sangre. Y era la sangre que me mantenía con vida, era la sangre que me circulaba por las venas quien me decía que la razón no tenía razón. De modo que me sumergí en mi propia sangre, dejé que me arrastrase y me remontara al piélago profundo de mis orígenes. (…)

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      Pasaron los días, llegaron las lluvias de invierno. Octubre tocaba a su fin cuando recibí las pruebas de imprenta de mi libro. Me compré un coche, un Ford de 1929. No tenía capota, pero corría como el viento, y cuando llegaron los días de cielo despejado emprendí viajes largos, siguiendo la línea azul de la costa, a Ventura y Santa Bárbara por el norte, a San Clemente y San Diego por el sur, siguiendo la raya blanca del asfalto, bajo las estrellas acechantes, con el pie apoyado en la consola de mandos, con la cabeza llena de proyectos para escribir otro libro, una noche, y otra, y otra, noches todas que en conjunto me proporcionaron una serie de días delirantes y visionarios como nunca había conocido, días serenos cuyo sentido temía cuestionarme. Patrullaba por la ciudad con el Ford: encontraba callejones misteriosos, árboles solitarios, casas antiguas y medio derruidas que procedían de un pasado desaparecido. Vivía en el Ford día y noche y no me detenía más que el tiempo necesario para pedir una hamburguesa y un café en desconocidos restaurantes de carretera. Aquello era vivir, dejarse llevar y detenerse para proseguir inmediatamente después, siguiendo siempre la raya blanca que corría paralela a la accidentada costa, descansar un momento al volante, encender otro cigarrillo y observar como un tonto el cielo abrumador del desierto para preguntarse por el significado de las cosas. (…)






John Fante. “Pregúntale al polvo”. 2001, Anagrama.