Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 29 de enero de 2017

Luis Miguel Rabanal



DESPUÉS QUÉ importa.
Te vestirán de nuevo con el traje
de la risa que se lo llevaba el humo,
habrá rostros contritos
y algún cigarro sin terminar
bajo tus pies helados.
Lo mismo que la vida.
Te derramarán palabras sin sentido
y allí todo habrá acabado.
Nunca más los colores
que uno no se acostumbra a perder
en los ojos de las otras,
lo mismo que la vida.
Si acaso, un niño ya mayor
un poco llorará sobre tu frente
y ya nadie diga nada.
Un avión de juguete, un barco...
Y una bolsa con cenizas.
.


LMR




Luis Miguel Rabanal. 2017, de su muro de Facebook: https://www.facebook.com/luismiguelrabanal



sábado, 28 de enero de 2017

Goethe (I)



Fragmentos:



LA NOCHE

Salón gótico, pequeño y abovedado. Fausto, algo inquieto y sentado en un sillón junto a su pupitre


      FAUSTO. ¡Ay de mí! Con laborioso ardor he estudiado la filosofía, la jurisprudencia, la medicina y también la teología, e, ¡insensato de mí!, al presente soy tan ignorante como si nada hubiese aprendido. Bien es verdad que me titulo maestro, doctor, y que hace unos diez años enseño a mis discípulos muy distintas materias. ¡Convencido estoy de que nada podemos saber...! ¡Esto consume mi corazón! En realidad, sé un poco más que los necios, los doctores, los maestros, los clérigos y los monjes; ni un escrúpulo ni duda de clase alguna me mortifica; ni el diablo ni el infierno me amedrentan: pero gracias a esto, tampoco disfruto de placer alguno; conozco que nada sé de bueno; comprendo que mis doctrinas no son bastante sólidas para hacer mejores y para convertir a los hombres; carezco de bienes, de dinero, de dicha y crédito en el mundo; un perro, de fijo, que a este precio no quisiera la vida. ¿Para venir a parar a este desenlace triste, me habré entregado por completo a la magia? ¡Ojalá pudiese lograr con la fuerza del talento y de la palabra que me fuesen revelados ciertos misterios! ¡Ojalá no me viese obligado a sudar sangre y agua para confesar, en último resultado, mi ignorancia! ¡Ojalá me fuese posible saber lo que contiene el mundo en sus entrañas, asistir y presenciar el desarrollo de toda clase de fuerzas activas, poseer el secreto de la fecundación y abandonar para siempre este tráfico de palabras misteriosas que nos obliga a usar nuestra ignorancia!

***



      EL ESPÍRITU. Tú te asimilas con el espíritu que te forjas en la mente; conmigo de ninguna manera. (Desaparece.)
      FAUSTO. (Aterrado.) ¿Contigo no, y por qué razón? ¿Por qué siendo yo imagen de la Divinidad como tú lo eres, no puedo compararme contigo? ¡Oh muerte! Ahora lo adivino... (Llaman.) Es mi criado... ¡he aquí desvanecida mi ilusión!... ¡Maldito sea ese torpe que viene a interrumpir tan soberbias apariciones! (Entra Wagner con bata, gorro de dormir y una lámpara en la mano; Fausto se vuelve hacia él con mal humor.)
      WAGNER. Dispensad, os he oído declamar. ¿Leeríais tal vez una tragedia griega? No me sabría mal iniciarme algún poco en ese arte; hoy día puede servir de mucho. Suele decirse que un cómico podría dar lecciones hasta a un predicador.
      FAUSTO. Sí, siempre y cuando el predicador fuese un cómico, lo cual no deja de entrar en los límites de lo posible.
     WAGNER. ¡Oh!, viviendo de continuo en un gabinete y viendo el mundo tan sólo durante los días festivos, de lejos, y aun a través de un vidrio, ¿cómo queréis que se aprenda el modo de guiarle persuadiéndole?
      FAUSTO. Jamás lograréis adquirir este privilegio si no estáis dispuesto ya naturalmente para ello y si no entresacáis con entusiasmo, del fondo de vuestro corazón, los elementos necesarios para conmover profundamente a todos los que os escuchen. ¡Vivid continuamente aislado, endilgad frase tras frase, compones un potaje con los restos de los festines de otros y haced brotar, a fuerza de grandes soplos, una miserable llama de vuestro montón de cenizas! Con esto lograréis haceros admirar de los monos y de los niños, si tal deseáis; pero si vuestra elocuencia no es hija del corazón, jamás influiréis en el ánimo de los demás hombres.
      WAGNER. Es la facilidad de hablar lo que labra la fortuna del orador; me he convencido de ello: lejos estoy de tenerla.

***






GABINETE DE ESTUDIO

      FAUSTO. Llaman. ¡Entrad! ¿Quien es el que viene a importunarme de nuevo?
      MEFISTÓFELES. ―Yo.
      FAUSTO. ―Entra.
      MEFISTÓFELES. ―Debéis aún decirlo por tercera vez.
      FAUSTO. ―Pues entra.
      MEFISTÓFELES. ―Creo que nos entenderemos. Para desvanecer nuestro mal humor me presento disfrazado de joven hidalgo, con traje de color escarlata bordado de oro, con capa corta de seda en las espaldas, con pluma de gallo en el sombrero, y con larga y afilada espada pendiente del cinto. Ahora os suplico que adoptéis el mismo traje a fin de que, libre y sin traba alguna, podáis venir a conocer de cerca qué cosa es la vida.
      FAUSTO. ― ¡Vista el traje que quiera, siempre seré víctima de las miserias terrestres! Soy demasiado viejo para anhelar diversiones, y sobrado joven para no sentir deseo. ¿Qué puede darme el mundo? <<Preciso es que renuncies a él; ¡renuncia!>> He aquí el precepto que continuamente resuena en nuestro oído y que cada hora repite con ronca y acompasada voz. Por la mañana me despierto sobresaltado, y con razón podría llorar amargamente al ver que el nuevo día sigue con rapidez su camino sin dejar satisfecho ninguno de mis deseos, al ver que con su curso ahoga toda esperanza de felicidad, y que, con la ayuda de los ridículos y cómicos actos de la vida, hace desaparecer cuantas agradables creaciones buscan albergue en mi mente. Después, al llegar la noche, me acuesto con desasosiego, y ni aun allí puedo descansar y aun allí me llenan de espanto pesados y horrorosos sueños. El espíritu que reina en mi interior puede conmover profundamente mi ser; no obstante, a pesar de que tiene imperio sobre todas mis fuerzas, no puede hacerlas obrar en el exterior: por esto me he convencido de que vivir es una pesada carga, por esto deseo la muerte y aborrezco la vida.
      MEFISTÓFELES. ― Mas preciso es confesar que la muerte no siempre encuentra una acogida favorable.
      FAUSTO. ―¡Feliz aquel a quien corona con sangrientos laureles en el campo de la victoria! ¡Feliz el que por ella es sorprendido al salir de un rápido y exaltado baile, en brazos de una hermosa joven! ¡Ojalá me encontrase la muerte postrado con virtuoso asombro ante el Espíritu Sublime!
      MEFISTÓFELES. ― Y, con todo, durante la noche última no falta quien ha preparado un negro brebaje que no ha sido bebido.
      FAUSTO. ― A lo que veo, ¿no te disgusta hacer de espía?
      MEFISTÓFELES. ―No poseo la omnisciencia, pero no obstante, sé mucho.

***


Goethe. “FAUSTO”. 1979, Espasa-Calpe.






miércoles, 25 de enero de 2017

Ana Belén Sánchez Sánchez

      


      <<Ése viene a por ti>>, susurró Vladimir al oído de Eva, una hermosa niña rubia, cuatro años menor que él. Desde que sus padres le abandonaron en el orfanato, había desarrollado un olfato especial para detectar el interés de quienes visitaban el centro. Siempre en la misma posición, pegado a la pared, como si un pelotón de fusilamiento fuera a descargar sus balas en su endeble cuerpo, había experimentado la indiferencia de decenas de parejas que había desfilado ante él. Nadie parecía verle, pero ya se había resignado. Eva le apretó el brazo: <<Hasta siempre, Vladimir>>.






Ana Belén Sánchez Sánchez. "Relatos en cadena". 2008, Alfaguara.




lunes, 23 de enero de 2017

Andrés Neuman




(EL JARDINERO)


Aprendí con mi abuelo a plantar árboles.
Los sauces necesitan
beber más agua, Andrés, que tú o yo,
y sus raíces
no deben, al principio, ser demasiado hondas;
en ocasiones crecen muy deprisa
y otras veces quisieran estancarse
en la tierra, temerosos del aire.

Hoy no existe ni abuelo ni país
ni tampoco ese niño, pero queda
aquel sauce encorvado al que me digo
Andrés, hay que cuidar,
estas raíces frágiles,
este miedo a la altura de la vida.





(LOCUS INCOMPLETUS)


De existir, la quietud ha de ser esto:
un ir y venir calmo, el agua fabricándose.
Bajo una luna impresa
claramente en la página del cielo
peces de plata, eléctricos,
cruzan la piel del mar.

Son ya tantos los nombres y los siglos
de idénticos escenas,
que esta noche real, sin salvamento,
no me siento con fuerzas de escribir además
que estás aquí conmigo
para darle sentido a esta belleza
que no cabe en dos ojos solitarios.









(EL CARTÓGRAFO)


Con un golpe de ojales, se ha abierto la camisa:
en su pecho adivino la escritura
del mapa gris y blanco de los años,
los viajes que han rendido al corazón.
Mi padre me sonríe. Entre sus manos
sostiene aún la copa
que se permite a veces, travesura.

Nos imagino juntos, en un barco extranjero,
brindando y apacibles; nos movemos
hacia el atardecer; mi padre va de espaldas,
la rueca del invierno gira y gira...

Mi padre se marchaba, leve, otro.
Mi padre se me borra, yo lo he visto
y he corrido a abrazarlo.
                                        Él no comprende
y su sonrisa, de agua, ya casi no es del mundo.






Andrés Neuman. La lógica de Orfeo (Antología) Luis Antonio de Villena”. 2003, Visor.





sábado, 21 de enero de 2017

Iván Rojo






Coches. Escribo mucho sobre coches. Lo sé. Me gustaría hablar de caballos o de canoas o de trineos o de carruajes. Me gustaría hablar de naves espaciales. Pero este es mi tiempo y este es mi sitio. Y solo sé de coches. No mucho. Más bien poco. En realidad no sé nada de coches. Por eso más que sobre coches escribo sobre mi coche. Mi querido Ibiza. Mi último Ibiza. Porque he tenido tres. Ya ves, casualidades. Tres ibizas blancos como las casas de esa isla que nunca he pisado. Tres ibizas idénticos, todos con la misma cara, el mismo culo y la misma palidez, como tres generaciones de reyes, como tres generaciones de pobres. Este último es el peor con diferencia. Me costó 75 euros, lo juro. Conque imagínate... Pero es mi favorito. Es mi favorito porque está vivo. Y es una sorpresa que arranque cada mañana. Toda una fiesta. Cuando escucho el motor me dan ganas de bajarme, arrodillarme ante él y darle un abrazo y un beso. Es más: lo he hecho un par de veces. Un par de veces o tres me he arrojado con los brazos abiertos sobre su morro, lo he estrechado contra mi pecho lleno de amor y gratitud. De verdad, no exagero; si lo vieras lo entenderías. Es un viejo, el pobre. Un trasto. Una reliquia. Una criatura de otra época. Y ahí sigue, al pie del cañón, cargando conmigo de aquí para allá. Me ha llevado a Teruel y a Albarracín. Me ha llevado a Cuenca y a Albacete. A Tarragona y a Alicante. Incluso me ha llevado a Murcia, que no sabes lo lejos que está hasta que por algún absurdo motivo decides visitarla. Me ha llevado a un montón de sitios y siempre me ha devuelto sano y salvo a casa. Pequeños grandes periplos. Modestas odiseas, brillantes de mérito. Porque, insisto: es un vejestorio, un venerable vejestorio. Siempre sucio, siempre en reserva. Siempre hecho un cristo y sediento. Pero lo hace todo sin chistar, sin la menor queja. Es pura clase, puro orgullo. Por eso un día de estos le daré una sorpresa, una alegría. Montaremos en el ferry y nos iremos a Ibiza. Desembarcaremos al amanecer. Y pasaremos el día rodando al sol como si aún fuéramos jóvenes, como si el universo ardiera para nosotros. Adelantaremos furgonetas de jipis, pijos, jípsters, lo que haga falta. Por una vez Seat dejará atrás a Volkswagen. Visitaremos calas fabulosas. Nos comeremos un arroz de marisco en un mirador sobre el mar viendo a todas las rubias del mundo pasear por la playa. Brindaremos con vino, vino tinto, oscuro como la sangre y el petróleo. Después de comer, un par de gintónics reposados, puede que tres. Y luego probablemente nos amodorremos un rato. El sueño vendrá a buscarnos y lo recibiremos felices; nos lo habremos ganado. Dos horas más tarde despertaremos bajo un cielo fucsia o magenta, el sol en retirada hacia la península, cayendo sobre la quemada España como un cóctel molotov recalcitrante. Y pediremos la cuenta. Dejaremos una buena propina y volveremos a la carretera. Kristofferson nos acompañará en el radio-cd. O Dylan. Conduciremos hasta Cala La Albarca; según Google Maps parece un sitio adecuado. Hay un camino de tierra que remonta el acantilado. Lo escalaremos entre pinos y matorrales hasta coronarlo. Nos quedaremos un rato allí arriba, en silencio, mirando las olas, los veleros, algún que otro buque grande como un estadio flotando inverosímil en la distancia. Entonces acariciaré el volante de mi coche. Le daré un par de palmadas en el salpicadero como si se tratara de la espalda de un amigo. Y me apearé. Y con los últimos rayos de luz y sin apagar la música lo empujaré al abismo. Y mi Ibiza caerá en picado a las aguas como una gaviota descomunal y magnífica y legendaria. Mi Ibiza particular se hundirá en el Mediterráneo sin dramatismo, un cataclismo discreto, una pequeña isla rodante engullida por el azul. Y desaparecerá para siempre. Y no lo olvidaré nunca. Y luego ya veré cómo me las apaño para llegar al puerto y pillar el ferry de vuelta a casa. Y esto no tiene saltos de línea pero también es un poema.





Iván Rojo. 2016, de su muro de Facebook.



jueves, 19 de enero de 2017

Eduardo Mendoza




      Me senté con esfuerzo y vi a mi lado un niño de corta edad, rubicundo, mofletudo, con ojos claros, pelo rubio ensortijado y orejas de soplillo. Supuse que sería el nieto de la arpía y traté ahuyentarlo con ademanes coléricos, pero él, haciendo caso omiso de las amenazas, dijo:
      ―He venido a pedir tu ayuda. Me llamo Jesús, hijo de José. Mi padre es el hombre injustamente condenado a morir en la cruz esta misma tarde.
      ―¿Y a mí, qué se me da? repuse. Tu padre ha cometido un asesinato, el Sanedrín lo ha condenado y un tribuno romano ha refrendado la sentencia. ¿Acaso no es bastante?
      ―Pero mi padre porfió el niño es inocente del crimen que se le imputa.
      ―¿Y tú cómo lo sabes?
      ―Él mismo me lo ha dicho, y mi padre nunca miente. Además, él jamás haría una cosa mala.
     ―Mira, Jesús, todos los niños de tu edad creen que sus padres son distintos al resto de las personas. Pero no es así. Cuando crezcas descubrirás que tu padre no tiene nada especial. En cuanto a mí, no veo motivo alguno para intervenir en algo que no me concierne.
Jesús rebuscó entre los pliegues de su túnica y sacó una bolsita.
      ―Aquí hay veinte denarios. No es muchos, pero sí suficiente para pagar el hospedaje y la comida sin necesidad de ordeñar las cabras.
      ―La oferta tentadora. Dime qué debo hacer. Pero te advierto, en aras de la probidad, que ni Apio Pulcro ni el sumo sacerdote Anano escucharán una petición de clemencia por venir de mí.
      ―No has de pedir nada dijo Jesús. Sólo demostrar que mi padre no mató a ese hombre.
      ―Vaya, ¿y cómo lo haré?
      ―Descubriendo al verdadero culpable.
      ―Imposible. Lo desconozco todo sobre la ciudad y sus habitantes. No sabría por dónde empezar.
      ―No hay elección. Ningún nazareno moverá un dedo por mi padre si eso supone enfrentarse al Sanedrín. Tu caso es distinto: eres romano y asimismo un hombre sabio. Algo se te ocurrirá.
     ―No te engañes. En verdad me he esforzado siempre por alcanzar la sabiduría, pero ni mis atributos naturales, ni mi empeño, ni la suerte me han conducido a nada. Sólo tienes que verme.
     ―Yo confío en ti ―dijo Jesús―. Además, puedo ayudarte en tus investigaciones.
     ―Buena ayuda vas a ser tú, por Hércules ―exclamé alargando la mano hacia la bolsa del dinero.
     Antes de que pudiera hacerme con ella, Jesús la volvió a guardar entre los pliegues de su túnica y dijo:
     ―Cuando hayas hecho tu trabajo recibirás la paga. Asentí a regañadientes, me puse en pie, arrojé el escabel contra una cabra, cogí de la mano al niño y juntos salimos a la calle.
     ―Llévame a tu casa ―le dije―. Lo primero que haremos será hablar con tu padre.









Eduardo Mendoza. “El asombroso viaje de Pomponio Flato”. 2008, Editorial Seix Barral.




lunes, 16 de enero de 2017

Mauricio Ciruelo Gutiérrez




      ―Entonces, ¿cómo podemos saber que esto no es un sueño? ―decía Ana.
      ―Estamos soñando ―sentenció Miriam, su hermana mayor.
      ―Creo que deberíamos volver al colegio ―insistió Ana.
      ―En los sueños no hay colegio.
      Ana sonrió y se acercó al borde de la azotea.
      ―Entonces, ¿crees que puedo volar?
      ―Por supuesto, hermanita, es lo que trato de explicarte.
      ―Pero parece tan real.
      Miriam arrancó una hoja de su cuaderno y se la mostró a Ana.
      ―En los sueños no se puede leer ni el propio nombre. ¿Puedes leer aquí el tuyo?
      Ana negó con la cabeza, extendió los brazos y saltó. Miriam arrugó en sus manos el garabato ilegible que había dibujado.





Mauricio Ciruelo Gutiérrez. "Relatos en cadena". 2008, Alfaguara.



domingo, 15 de enero de 2017

Charles Bukowski (II)



CASAS Y CALLES OSCURAS



una de mis mayores debilidades es perderme.
siempre me estoy perdiendo, sueño con que
me pierdo, y de ahí el temor que tengo a ir
a otros países: la posibilidad
de perderme y no saber el idioma.
una vez estuve perdido en las montañas de Utah
durante nueve horas pero también me pierdo en calles y autopistas.
se me suele ver entrando a una gasolinera para peguntar:
ponga diez litros de gasolina y
¿puede decirme dóne estoy?

encuentro la autopista correcta pero la cojo en
sentido contrario, conduzco temeroso
un montón de kilómetros junto con cientos de personas que
saben exactamente adónde van. Luego
pruebo a ir en la otra dirección, me doy por vencido,
salgo de la autopista y
vuelvo a perderme en una carretera oscura sin farolas bordeada
de casas silenciosas y sombrías:
cantidad de casas oscuras y una calle oscura
y nadie a la vista que pueda ayudarme.
pongo la radio del coche, permanezco sentado y
escucho las voces amigables y la música
suave, pero eso no hace más que agravar la locura y el miedo.

no hay mujer con la que haya vivido
que no recibiera esta llamada:
escucha, cariño, me he perdido, ¡estoy en una
cabina y no sé dónde estoy!
sal me dicen y busca el
letrero de la calle.
unos minutos después regreso con la información y
me dicen tranquilamente qué hacer.
no entiendo las indicaciones.
siempre hay gritos por uno y otro lado.
¡es sencillo! gritan.
¡NO PUEDO HACERLO! contesto a gritos.

una vez, después de dar vueltas durante horas me
detuve y me alojé en un motel.
por suerte, había una bodega justo
en frente.
compré dos quintos de vodka y me tumbe a ver
la tele
fingiendo que la vida era estupenda, que yo era
del todo normal y tenía la situación controlada.
al cabo, conseguí dormirme poco después de
abrir la segunda botella de vodka.

por la mañana, al devolver la llave, le
pregunté a la señora: por cierto, ¿podría decirme
hacia dónde queda Los Ángeles?

ya está en Los Ángeles contestó.

una tarde, al salir del hipódromo de
Santa Anita
me metí por una carretera secundaria para evitar
el tráfico y la carretera secundaria empezó a trazar una curva,
cosa que me preocupó, así que me metí por otra carretera secundaria
y no sé cuándo ocurrió, pero la calle asfaltada
desapareció y de pronto iba por un
caminillo polvoriento y luego el camino empezó a
subir a medida que la tarde dejaba paso a la noche oscura, y
seguí adelante, con la sensación de ser idiota por completo y
estar derrotado.
intenté salir del camino empinado pero cada giro
me llevaba a un camino más estrecho que subía cada vez más, y
pensé, si vuelvo a ver a mi mujer alguna vez le
voy a decir que sou un auténtico subnormal,
que hay que restringirme los movimientos, obligarme a que me
      quede en la cama o
encerrarme en un psquiátrico.

el camino seguía subiendo hacia las colimas y
entonces me vi en la cima de dondequiera que estuviese y era un
      pueblecillo
encantador intensamente iluminado con luces de neón y todos
los carteles estaban en chino, y entonces entendí que
me había perdido y estaba loco,
no tenía ni idea de qué significaba todo aquello, así que seguí adelante
y entonces, al bajar la mirada, vi la autopista de Pasadena
unos trescientos metros más abajo: lo único que tenía que hacer era
        encontrar
la manera de bajar hasta allí.
y fue otra pesadilla intentar
abrirme paso hasta esas empinadas calles bordeadas de
casas sombrías y caras.
los pobres nunca sabrán cuántos chinos ricos se ocultan
sigilosos en esas colinas.
al cabo, llegué a la autopista unos 45
minutos después y, como es natural, la cogí en la
otra dirección.

no me gustan los psiquiatras pero más de una vez he pensado
en preguntar a alguno al respecto.
aunque igual ya tengo la respuesta.

todas las mujeres con las que he vivido me han dicho lo mismo:
no eres más que un idiota me dicen.






LOS POEMAS DE AMOR DE CATULO


leía sus poemas
se los leía a los hombres que la esperaban en la cama
luego los rompía
entre risas
y se tumbaba en la cama
abierta de piernas ante la polla
que tuviera más a mano.

pero Catulo siguió escribiéndole
poemas de amor
y ella se follaba esclavos en
callejones, y
cuando estaban juntos
le robaba mientras estaba
borracho, se reía de sus versos y su
amor,
se meaba en su
suelo.

Catulo, quien,
por lo demás,
escribía poemas
maravillosos
cayó bajo el hechizo de
esa zorra
que,
según se dice,
cuando empezó a envejecer
huyó de su lado
y comenzó una nueva vida en una isla lejana
donde acabó
suicidándose.

Catulo era como
la mayoría de los poetas:
entiendo
y perdono a medida que
lo releo:
era consciente,
ante la proximidad de la muerte,
de que es
mejor empezar con una
ramera que acabar
con ella.










POR UN OÍDO ME ENTRABA
Y POR EL OTRO ME SALÍA


mi padre se había aprendido de memoria cantidad de dichos que le
gustaba
repetir una y otra vez:
<<¡si no consigues triunfar, a cagar!>>
<<¡a tuertas o a derechas, yo siempre con mi país!>>
<<¡a quien madruga,
Dios le ayuda!>>

mi madre se limitaba a sonreír mientras él pronunciaba
semejantes perlas de sabiduría.
¿yo?
yo pensaba: este tipo es idiota.

<<¡el que no trabaja es porque no quiere!>> era uno
de sus preferidos durante los años de la Gran Depresión.

prácticamente todo lo que salía de su boca era una estupidez.
llamaba a mi madre <<mamá>>.
¡mamá, tenemos que irnos de este barrio!
¿por qué, papá?
¡porque he visto uno, mamá!
¿un qué, papá?
un negrata...

otro de sus preferidos era:
<<¡pito, pito, gorgorito, trinca a un negro por el
pito, si pone el grito en el cielo, que cargue con
el mochuelo!>>

nunca pronunciaba estos aforismos sentado
sino que lo hacía deambulando a paso vivo por la
casa.
<<¡ayúdate bien y ayudarte ha Dios!>>

escucha a tu padre, Henry ―me solía decir
mi madre.
la pobre mujer, lo decía de corazón.

¡no sigas mi ejemplo ―decía él a voz en cuello―, sigue mi
consejo!
no seguí lo uno ni lo otro.

y el día que lo vi en su
ataúd
casi esperaba que dijera algo,
pero no lo hizo, así que hablé por
él:
los muertos ya no cuentan más cuentos.

luego
cerraron el féretro y mi tío Jack y
yo fuimos a comer una hamburguesa con patatas fritas.

nos quedamos sentados con la comida delante.
tu padre era un hombre bueno ―dijo el tío
Jack.

Jack ―contesté―, ¿bueno para qué?





LA GRAN FARRA


sentado en un porche del primer piso a las 1:30 de la madrugada
mientras
contemplo la ciudad.
podría ser peor.

no hace falta que alcancemos grandes logros, sólo
nos hace falta llevar a cabo las cosillas que nos hacen sentir
mejor o
no tan mal.

como es natural, a veces el detino no
nos lo
permite.

entonces, debemos burlas el destino.

tenemos que ser pacientes con los dioses.
les gusta divertirse,
les gusta jugar con nosotros.
les gusta ponernos a prueba.
les gusta decirnos que somos débiles
y estúpidos, que estamos
acabados.

los dioses necesitan diversión.
somos sus juguetes.
mientras estoy sentado en el porche un pájaro empieza a
darme la serenata desde un árbol cercano en
la oscuridad.

es un ruiseñor.
me encantan los ruiseñores.

lanzo algo parecido a trino.
él aguarda.
luego los repite.

es tan bueno que me echo a reír.

con qué poco nos contentamos,
todos nosotros, las cosas vivas.

ahora empieza a caer una fina
llovizna.
me caen gotitas frescas sobre la
piel caliente.

estoy medio dormido.
estoy sentado en una silla plegable con los
pien en la barandilla
mientras el ruiseñor empieza
a repetir cada gorjeo
que ha oído
hoy.

eso es lo que hacemos los viejo
para divertirnos
los sábados
por la noche:
nos reímos de los dioses,
ajustamos viejas cuentas pendientes con
ellos,
rejuvenecemos
mientras las luces de la ciudad
parpadean a nuestros pies,
mientras el árbol oscuro
que da cobijo al ruiseñor
vela por nosotros,
y mientras el mundo,
desde aquí,
tiene mejor aspecto
que nunca.




Charles Bukowski. “Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta”. 2005, Visor.