Fragmentos:
LA
NOCHE
Salón
gótico, pequeño y abovedado. Fausto, algo inquieto y sentado en un
sillón junto a su pupitre
FAUSTO.
―¡Ay
de mí! Con laborioso ardor he estudiado la filosofía, la
jurisprudencia, la medicina y también la teología, e, ¡insensato
de mí!, al presente soy tan ignorante como si nada hubiese
aprendido. Bien es verdad que me titulo maestro, doctor, y que hace
unos diez años enseño a mis discípulos muy distintas materias.
¡Convencido estoy de que nada podemos saber...! ¡Esto consume mi
corazón! En realidad, sé un poco más que los necios, los doctores,
los maestros, los clérigos y los monjes; ni un escrúpulo ni duda de
clase alguna me mortifica; ni el diablo ni el infierno me amedrentan:
pero gracias a esto, tampoco disfruto de placer alguno; conozco que
nada sé de bueno; comprendo que mis doctrinas no son bastante
sólidas para hacer mejores y para convertir a los hombres; carezco
de bienes, de dinero, de dicha y crédito en el mundo; un perro, de
fijo, que a este precio no quisiera la vida. ¿Para venir a parar a
este desenlace triste, me habré entregado por completo a la magia?
¡Ojalá pudiese lograr con la fuerza del talento y de la palabra que
me fuesen revelados ciertos misterios! ¡Ojalá no me viese obligado
a sudar sangre y agua para confesar, en último resultado, mi
ignorancia! ¡Ojalá me fuese posible saber lo que contiene el mundo
en sus entrañas, asistir y presenciar el desarrollo de toda clase de
fuerzas activas, poseer el secreto de la fecundación y abandonar
para siempre este tráfico de palabras misteriosas que nos obliga a
usar nuestra ignorancia!
***
EL
ESPÍRITU. ―Tú
te asimilas con el espíritu que te forjas en la mente; conmigo de
ninguna manera. (Desaparece.)
FAUSTO.
―
(Aterrado.) ¿Contigo no, y por qué razón? ¿Por qué siendo yo
imagen de la Divinidad como tú lo eres, no puedo compararme contigo?
¡Oh muerte! Ahora lo adivino... (Llaman.) Es mi criado... ¡he aquí
desvanecida mi ilusión!... ¡Maldito sea ese torpe que viene a
interrumpir tan soberbias apariciones! (Entra Wagner con bata, gorro
de dormir y una lámpara en la mano; Fausto se vuelve hacia él con
mal humor.)
WAGNER.
―
Dispensad, os he oído declamar. ¿Leeríais tal vez una tragedia
griega? No me sabría mal iniciarme algún poco en ese arte; hoy día
puede servir de mucho. Suele decirse que un cómico podría dar
lecciones hasta a un predicador.
FAUSTO.
―Sí,
siempre y cuando el predicador fuese un cómico, lo cual no deja de
entrar en los límites de lo posible.
WAGNER.
―¡Oh!,
viviendo de continuo en un gabinete y viendo el mundo tan sólo
durante los días festivos, de lejos, y aun a través de un vidrio,
¿cómo queréis que se aprenda el modo de guiarle persuadiéndole?
FAUSTO.
―Jamás
lograréis adquirir este privilegio si no estáis dispuesto ya
naturalmente para ello y si no entresacáis con entusiasmo, del fondo
de vuestro corazón, los elementos necesarios para conmover
profundamente a todos los que os escuchen. ¡Vivid continuamente
aislado, endilgad frase tras frase, compones un potaje con los restos
de los festines de otros y haced brotar, a fuerza de grandes soplos,
una miserable llama de vuestro montón de cenizas! Con esto lograréis
haceros admirar de los monos y de los niños, si tal deseáis; pero
si vuestra elocuencia no es hija del corazón, jamás influiréis en
el ánimo de los demás hombres.
WAGNER.
―Es
la facilidad de hablar lo que labra la fortuna del orador; me he
convencido de ello: lejos estoy de tenerla.
***
GABINETE
DE ESTUDIO
FAUSTO.
―Llaman.
¡Entrad! ¿Quien es el que viene a importunarme de nuevo?
MEFISTÓFELES.
―Yo.
FAUSTO.
―Entra.
MEFISTÓFELES.
―Debéis aún decirlo por tercera vez.
FAUSTO.
―Pues entra.
MEFISTÓFELES.
―Creo que nos entenderemos. Para desvanecer nuestro mal humor me
presento disfrazado de joven hidalgo, con traje de color escarlata
bordado de oro, con capa corta de seda en las espaldas, con pluma de
gallo en el sombrero, y con larga y afilada espada pendiente del
cinto. Ahora os suplico que adoptéis el mismo traje a fin de que,
libre y sin traba alguna, podáis venir a conocer de cerca qué cosa
es la vida.
FAUSTO.
― ¡Vista el traje que quiera, siempre seré víctima de las
miserias terrestres! Soy demasiado viejo para anhelar diversiones, y
sobrado joven para no sentir deseo. ¿Qué puede darme el mundo?
<<Preciso es que renuncies a él; ¡renuncia!>> He aquí
el precepto que continuamente resuena en nuestro oído y que cada
hora repite con ronca y acompasada voz. Por la mañana me despierto
sobresaltado, y con razón podría llorar amargamente al ver que el
nuevo día sigue con rapidez su camino sin dejar satisfecho ninguno
de mis deseos, al ver que con su curso ahoga toda esperanza de
felicidad, y que, con la ayuda de los ridículos y cómicos actos de
la vida, hace desaparecer cuantas agradables creaciones buscan
albergue en mi mente. Después, al llegar la noche, me acuesto con
desasosiego, y ni aun allí puedo descansar y aun allí me llenan de
espanto pesados y horrorosos sueños. El espíritu que reina en mi
interior puede conmover profundamente mi ser; no obstante, a pesar de
que tiene imperio sobre todas mis fuerzas, no puede hacerlas obrar en
el exterior: por esto me he convencido de que vivir es una pesada
carga, por esto deseo la muerte y aborrezco la vida.
MEFISTÓFELES.
― Mas preciso es confesar que la muerte no siempre encuentra una
acogida favorable.
FAUSTO.
―¡Feliz aquel a quien corona con sangrientos laureles en el campo
de la victoria! ¡Feliz el que por ella es sorprendido al salir de un
rápido y exaltado baile, en brazos de una hermosa joven! ¡Ojalá me
encontrase la muerte postrado con virtuoso asombro ante el Espíritu
Sublime!
MEFISTÓFELES.
― Y, con todo, durante la noche última no falta quien ha preparado
un negro brebaje que no ha sido bebido.
FAUSTO.
― A lo que veo, ¿no te disgusta hacer de espía?
MEFISTÓFELES.
―No poseo la omnisciencia, pero no obstante, sé mucho.
***
Goethe.
“FAUSTO”. 1979, Espasa-Calpe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario