Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 15 de enero de 2017

Charles Bukowski (II)



CASAS Y CALLES OSCURAS



una de mis mayores debilidades es perderme.
siempre me estoy perdiendo, sueño con que
me pierdo, y de ahí el temor que tengo a ir
a otros países: la posibilidad
de perderme y no saber el idioma.
una vez estuve perdido en las montañas de Utah
durante nueve horas pero también me pierdo en calles y autopistas.
se me suele ver entrando a una gasolinera para peguntar:
ponga diez litros de gasolina y
¿puede decirme dóne estoy?

encuentro la autopista correcta pero la cojo en
sentido contrario, conduzco temeroso
un montón de kilómetros junto con cientos de personas que
saben exactamente adónde van. Luego
pruebo a ir en la otra dirección, me doy por vencido,
salgo de la autopista y
vuelvo a perderme en una carretera oscura sin farolas bordeada
de casas silenciosas y sombrías:
cantidad de casas oscuras y una calle oscura
y nadie a la vista que pueda ayudarme.
pongo la radio del coche, permanezco sentado y
escucho las voces amigables y la música
suave, pero eso no hace más que agravar la locura y el miedo.

no hay mujer con la que haya vivido
que no recibiera esta llamada:
escucha, cariño, me he perdido, ¡estoy en una
cabina y no sé dónde estoy!
sal me dicen y busca el
letrero de la calle.
unos minutos después regreso con la información y
me dicen tranquilamente qué hacer.
no entiendo las indicaciones.
siempre hay gritos por uno y otro lado.
¡es sencillo! gritan.
¡NO PUEDO HACERLO! contesto a gritos.

una vez, después de dar vueltas durante horas me
detuve y me alojé en un motel.
por suerte, había una bodega justo
en frente.
compré dos quintos de vodka y me tumbe a ver
la tele
fingiendo que la vida era estupenda, que yo era
del todo normal y tenía la situación controlada.
al cabo, conseguí dormirme poco después de
abrir la segunda botella de vodka.

por la mañana, al devolver la llave, le
pregunté a la señora: por cierto, ¿podría decirme
hacia dónde queda Los Ángeles?

ya está en Los Ángeles contestó.

una tarde, al salir del hipódromo de
Santa Anita
me metí por una carretera secundaria para evitar
el tráfico y la carretera secundaria empezó a trazar una curva,
cosa que me preocupó, así que me metí por otra carretera secundaria
y no sé cuándo ocurrió, pero la calle asfaltada
desapareció y de pronto iba por un
caminillo polvoriento y luego el camino empezó a
subir a medida que la tarde dejaba paso a la noche oscura, y
seguí adelante, con la sensación de ser idiota por completo y
estar derrotado.
intenté salir del camino empinado pero cada giro
me llevaba a un camino más estrecho que subía cada vez más, y
pensé, si vuelvo a ver a mi mujer alguna vez le
voy a decir que sou un auténtico subnormal,
que hay que restringirme los movimientos, obligarme a que me
      quede en la cama o
encerrarme en un psquiátrico.

el camino seguía subiendo hacia las colimas y
entonces me vi en la cima de dondequiera que estuviese y era un
      pueblecillo
encantador intensamente iluminado con luces de neón y todos
los carteles estaban en chino, y entonces entendí que
me había perdido y estaba loco,
no tenía ni idea de qué significaba todo aquello, así que seguí adelante
y entonces, al bajar la mirada, vi la autopista de Pasadena
unos trescientos metros más abajo: lo único que tenía que hacer era
        encontrar
la manera de bajar hasta allí.
y fue otra pesadilla intentar
abrirme paso hasta esas empinadas calles bordeadas de
casas sombrías y caras.
los pobres nunca sabrán cuántos chinos ricos se ocultan
sigilosos en esas colinas.
al cabo, llegué a la autopista unos 45
minutos después y, como es natural, la cogí en la
otra dirección.

no me gustan los psiquiatras pero más de una vez he pensado
en preguntar a alguno al respecto.
aunque igual ya tengo la respuesta.

todas las mujeres con las que he vivido me han dicho lo mismo:
no eres más que un idiota me dicen.






LOS POEMAS DE AMOR DE CATULO


leía sus poemas
se los leía a los hombres que la esperaban en la cama
luego los rompía
entre risas
y se tumbaba en la cama
abierta de piernas ante la polla
que tuviera más a mano.

pero Catulo siguió escribiéndole
poemas de amor
y ella se follaba esclavos en
callejones, y
cuando estaban juntos
le robaba mientras estaba
borracho, se reía de sus versos y su
amor,
se meaba en su
suelo.

Catulo, quien,
por lo demás,
escribía poemas
maravillosos
cayó bajo el hechizo de
esa zorra
que,
según se dice,
cuando empezó a envejecer
huyó de su lado
y comenzó una nueva vida en una isla lejana
donde acabó
suicidándose.

Catulo era como
la mayoría de los poetas:
entiendo
y perdono a medida que
lo releo:
era consciente,
ante la proximidad de la muerte,
de que es
mejor empezar con una
ramera que acabar
con ella.










POR UN OÍDO ME ENTRABA
Y POR EL OTRO ME SALÍA


mi padre se había aprendido de memoria cantidad de dichos que le
gustaba
repetir una y otra vez:
<<¡si no consigues triunfar, a cagar!>>
<<¡a tuertas o a derechas, yo siempre con mi país!>>
<<¡a quien madruga,
Dios le ayuda!>>

mi madre se limitaba a sonreír mientras él pronunciaba
semejantes perlas de sabiduría.
¿yo?
yo pensaba: este tipo es idiota.

<<¡el que no trabaja es porque no quiere!>> era uno
de sus preferidos durante los años de la Gran Depresión.

prácticamente todo lo que salía de su boca era una estupidez.
llamaba a mi madre <<mamá>>.
¡mamá, tenemos que irnos de este barrio!
¿por qué, papá?
¡porque he visto uno, mamá!
¿un qué, papá?
un negrata...

otro de sus preferidos era:
<<¡pito, pito, gorgorito, trinca a un negro por el
pito, si pone el grito en el cielo, que cargue con
el mochuelo!>>

nunca pronunciaba estos aforismos sentado
sino que lo hacía deambulando a paso vivo por la
casa.
<<¡ayúdate bien y ayudarte ha Dios!>>

escucha a tu padre, Henry ―me solía decir
mi madre.
la pobre mujer, lo decía de corazón.

¡no sigas mi ejemplo ―decía él a voz en cuello―, sigue mi
consejo!
no seguí lo uno ni lo otro.

y el día que lo vi en su
ataúd
casi esperaba que dijera algo,
pero no lo hizo, así que hablé por
él:
los muertos ya no cuentan más cuentos.

luego
cerraron el féretro y mi tío Jack y
yo fuimos a comer una hamburguesa con patatas fritas.

nos quedamos sentados con la comida delante.
tu padre era un hombre bueno ―dijo el tío
Jack.

Jack ―contesté―, ¿bueno para qué?





LA GRAN FARRA


sentado en un porche del primer piso a las 1:30 de la madrugada
mientras
contemplo la ciudad.
podría ser peor.

no hace falta que alcancemos grandes logros, sólo
nos hace falta llevar a cabo las cosillas que nos hacen sentir
mejor o
no tan mal.

como es natural, a veces el detino no
nos lo
permite.

entonces, debemos burlas el destino.

tenemos que ser pacientes con los dioses.
les gusta divertirse,
les gusta jugar con nosotros.
les gusta ponernos a prueba.
les gusta decirnos que somos débiles
y estúpidos, que estamos
acabados.

los dioses necesitan diversión.
somos sus juguetes.
mientras estoy sentado en el porche un pájaro empieza a
darme la serenata desde un árbol cercano en
la oscuridad.

es un ruiseñor.
me encantan los ruiseñores.

lanzo algo parecido a trino.
él aguarda.
luego los repite.

es tan bueno que me echo a reír.

con qué poco nos contentamos,
todos nosotros, las cosas vivas.

ahora empieza a caer una fina
llovizna.
me caen gotitas frescas sobre la
piel caliente.

estoy medio dormido.
estoy sentado en una silla plegable con los
pien en la barandilla
mientras el ruiseñor empieza
a repetir cada gorjeo
que ha oído
hoy.

eso es lo que hacemos los viejo
para divertirnos
los sábados
por la noche:
nos reímos de los dioses,
ajustamos viejas cuentas pendientes con
ellos,
rejuvenecemos
mientras las luces de la ciudad
parpadean a nuestros pies,
mientras el árbol oscuro
que da cobijo al ruiseñor
vela por nosotros,
y mientras el mundo,
desde aquí,
tiene mejor aspecto
que nunca.




Charles Bukowski. “Escrutaba la locura en busca de la palabra, el verso, la ruta”. 2005, Visor.





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