Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Agustín Fernández Mallo





Hay una historia real, además de muy significativa: un hombre regresa a la ciudad abandonada de Prípiat, en Chernóbil, tras haber huido 5 años atrás con el resto de la población, cuando ocurriera la explosión de la Central Nuclear, recorre las calles absolutamente vacías, los edificios en pie y en perfecto estado le van recordando la vida en esa ciudad, no en vano fue uno de los obreros que contribuyó, en la década de los 70, a su construcción, llega a su calle, busca las ventanas de su piso en el conjunto de bloques de edificios, observa las fachadas detenidamente un par de segundos, 7 segundos, 15 segundos, 1 minuto, y dice dirigiéndose a la cámara, No estoy seguro, no estoy seguro de que aquí estuviera mi casa, vuelve a detener la mirada en el bosque de ventanas e insiste, sin ya mirar a cámara, No lo sé, no lo sé, quizá sea ese, o aquel de allí, no lo sé, y este hombre ni llora ni muestra afectación alguna, ni siquiera perplejidad, esta es una historia importante en lo que se refiere a la existencia de parecidos entre cosas

***


Lo que une a las parejas no es el afecto mutuo que se den, ni los planes construidos a medias llevados a buen término, ni compartir una misma vivienda elegida y decorada a medias, ni parir hijos, ni nada de eso que sale en las novelas y películas. Lo que une a las parejas es el sentido del humor. Dos personas, por diferentes que sean, si tienen el mismo sentido del humor sobreviven como pareja.

***


Un día comenzó la monotonía a colarse por algún agujero del Lancia. Poco a poco fuimos dejando de hablar. No por nada, sino porque nada había que decirse, como si los dos fuéramos ya solo uno, uno que se conoce tan bien a sí mismo que el silencio es el estado natural de su relación con las cosas, de tal manera que la mayoría del tiempo lo pasas desapercibido de ti mismo. Coges el teléfono y no hay nadie al otro lado porque eres tú quien está al otro lado.
***



Hoy he pensado que hay dos tipos de objetos. Aquellos que están condenados a perder su contenido, por ejemplo, una lata de Coca-Cola, y aquellos otros en los que una perdida de esa clase supone un accidente, por ejemplo, el disco duro de un ordenador. En los primeros sus códigos de barras tienden a estar tristes. En los segundos, depende del temperamento intrínseco al sistema. Creo que todo este edificio ha perdido su contenido. El cadáver de Agustín, no sé. Miré bien su boca. Concluí que los dientes son su código de barras.
***


Revisando los papeles que dejó escritos Agustín, papeles que hablan de un viaje a Cerdeña con una mujer y de un colosal Proyecto, he hecho un sexto hallazgo, más bien una deducción: Agustín Fernández Mallo nunca ha existido, sin embargo muchos le han rendido culto. Puede que incluso bajo el pseudónimo Agustín Fernández Mallo se esconda un colectivo de autores frustrados, o puede que grandes obras de la literatura sean confeccionadas para, sencillamente, homenajearlo. Pero ¿homenajear a quién? ¿A una persona en concreto? ¿A ese colectivo secreto? ¿O ni a una cosa ni a otra sino a un arquetipo universal, del cual Agustín Fernández Mallo es un ficticio representante? He llegado a saber que muchos famosos libros son meras piezas confeccionadas “a la manera de” Agustín. En mi biblioteca hallé bastantes



Agustín Fernández Mallo. “Nocilla Lab”. 2009, Alfaguara.


miércoles, 11 de septiembre de 2019

Agustín Fernández Mallo




24.

Anochece. El encargado ya se ha ido. Ernesto, desde su cabina en lo alto de una grúa del puerto Downtown, en el bajo Manhattan, sumerge en el agua un contenedor de carga vacío y sin tapa, un contenedor de los del puerto que ha enganchado a la grúa con unas cintas. Espera unos minutos, mira el horizonte, que hoy está algo quebrado, después le da a la palanca que eleva el contenedor y este emerge lleno de aguas hasta el borde como una piscina sucia. Por las juntas y pequeños agujeros de ese cubo metálico comienzan a salir chorros de agua de la manera en que ocurre en un colador y, al final, en el fondo, quedan boyas pinchadas, trozos de madera, latas vacías, maromas rotas, otras clases de objetos, y los peces. Como en los contenedores de carga y descarga siempre quedan restos de mercancía, los peces acuden a ellos en masa; el trigo es lo que menos les gusta; la carne salada de vacuno, lo que más. Agarra unos cuantos que aún saltan, los mete en una bolsa de deporte Atlanta ´96, y el resto lo devuelve al mar. Cada 2 o 3 días repite esa operación. Ernesto es original de la isla de Kodiak, sur de Alaska. Sus familiares fueron, en 1957, los primeros puertorriqueños que emigraron a territorio alaskeño para trabajar, inicialmente, como pescadores, y más tarde montar un bar de comida puertorriqueña que no tardó en convertirse en una modesta pero rentable cadena circunscrita a ese territorio polar. Como a la edad de 7 años Ernesto ya mostraba gran interés por el dibujo técnico y las construcciones, se decidió que llegado el momento iría a la Universidad de Columbia, Nueva York, a estudiar Arquitectura. Así las cosas, con 17 años Ernesto se trasladó a Manhattan, donde hizo un par de cursos con resultados bastantes buenos, hasta que se cansó y comenzó a trabajar manejando esa grúa en el mismo puerto al que el 17de abril de 1912 llegaron los supervivientes del Titanic a bordo del buque Carpathia. Un trabajo muy bien pagado y considerado como privilegiado en los ambientes portuarios: Continúa apasionándole la arquitectura, pero no como obligación sino por puto entretenimiento. Se aloja en un modesto piso de Brooklyn, así que cada día tiene que cruzar el homónimo puente que conecta Manhattan al Continente. Siempre que lo cruza piensa en el estrecho de Bering. Y en los peces que en la bolsa Atlanta ´96 de vez en cuando avisan de su muerte con 2 o 3 coletazos.



78.

¿Qué es lo más importante que has hecho con tu música?: Lo más importante es lo que dejas en la gente. La gente escribe cartas personales donde explican su relación con la música o con las canciones, cartas donde hablan de un período de su vida, de lo que hacían, de lo que les pasaba; y en ese tiempo salió tal disco, y todas sus vivencias y recuerdos están relacionados con ese disco. Se vuelven como grabaciones caseras de vídeo para la gente, algo que escuchan y que se llevan a la tumba. Eso es sin duda lo más importante, absolutamente, porque es lo que yo también obtuve de la música. La primera vez que escuchas un disco que te impresiona es una sensación que guardas toda la vida, es la experiencia más profunda que hasta tenido nunca.

Entrevista a Thom Yorke, líder y cantante
de Radiohead, el pop después del fin del pop,
Pablo Gil, Ediciones Rockdelux, 2004




El camino del samurái se encuentra en la muerte. Se debe meditar sobre la muerte inevitable, cada día, con el cuerpo y la mente en paz. Se debe pensar en ser despedazado por flechas, lanzas y espadas, en ser arrastrado a rugientes olas, en ser arrojado al corazón del fuego, en ser fulminado por un rayo. Y cada día, sin excepción, uno debe considerarse muerto. El samurái nace para morir. La muerte, pues, no es una maldición a evitar, sino el fin natural de toda vida. Es esta, y no otra, la esencia del camino del samurái.

***


Es bueno ver el mundo como si fuera un sueño. Si tienes una pesadilla, te despiertas y te dices que solo ha sido un sueño. Dicen que el mundo en el que vivimos no es muy distinto a esto.



Agustín Fernández Mallo. “Nocilla Experience”. 2008, Alfaguara.


sábado, 7 de septiembre de 2019

Víctor Peña Dacosta



Reseña:


El amor es un estado de Facebook”. “Abro y cierro la vida en ventanas”. “...esperas la tragedia / para inmortalizar el momento”. “Llegó a donde no se regresa / y volvió porque no tenían piscina / comunitaria”. “Trae de vuelta / la dictadura del proletariado / o el III Reich”. “nadie te va a querer hasta que aprendas / a quererte solo”. “ya nadie consigue decir / camarada sin que le dé la risa”. “Lo fácil que es levantar el puño un rato”. “La vida, al fin y al cabo, no es más que un plato / que, a veces, por suerte, está lleno”. “Quiéreme un poco, España”. “lo que antes / hacía por amor hoy lo hago / por pereza, dinero o costumbre”. “Tal vez el futuro sea yo”.


      Todo esto y más se puede leer en Obsolescencia programada, el reciente poemario de Víctor Peña Dacosta, un extremeño de Plasencia afincado desde hace unos pocos años en Águilas.

      Ironía, confesión, soledad, desgarro, denuncia, paranoia, nihilismo... Hay de todo a lo largo de las cuatro partes en la que se divide esta Obsolescencia programada. Con un lenguaje directo, sencillo, coloquial, mundano, de la calle, huyendo de todo artificio y sobreactuación nos coloca el autor delante de un espejo en el que alcanzamos a ver el mundo que nos rodea, del que formamos parte activa. Mas no se conforma con eso, y nos hace también responsables, compañeros de viaje en la debacle, en este dejarse llevar sin convencimiento, pero sin ganas de oponernos a prácticamente nada. Dame pan y dime guapo, medio parafraseando el dicho popular, me atrevo a decir.
      Porque, quién lo duda, esto somos también.
      Es este un libro que ahonda en la búsqueda de la salvación, y lo hace describiendo al individuo en sociedad. Nos retrata tal y como somos, con nuestra maravilla e idiosincrasia particular como país, así como la decadencia que largamente arrastramos (no solo España). Europa, Occidente, la civilización heredada de griegos y romanos está en descomposición. Una vez más y ya van tres mil años, de caída y al parecer sin ánimo de enmendar la tendencia.
      ¿Tan alta, tan enorme se levantó la Torre de Babel?
      Y cuánto está costando el derribarla del todo.
      No es que hayan muerto los valores, las ideologías, es que la hemeroteca es poderosa, nos la recuerdan casi a diario, la tenemos tan a mano.
      Y es que no hay perfil humano, líder al que confiarse.




      Poema tras poema, Víctor nos cuenta y hace partícipes de la vida, aventuras, peripecias y penas de un protagonista que perfectamente podríamos ser muchos de nosotros, un españolito de la ya casi extinta (o al menos tan en peligro como el lince ibérico, y al parecer sin planes de conservación por parte de las autoridades (in)competentes) clase media.
      Y así estamos, reeditando otro siglo de oro de las letras españolas, aun a costa de que al parecer lo mucho y bueno en el mundo de las artes suele tener como inevitable compañero de viaje unos tiempos de profundas crisis sociales y morales.
      Por suerte nos quedan lo poetas para recordarnos quiénes somos y de dónde venimos, para dejar constancia de todo esto a través de sus obras. Y he aquí un libro que se lee fácil, prácticamente en una sentada, invita a la relectura y deja su poso. Un libro presente y se sospecha que sin cercana fecha de caducidad. Un libro generacional, podría decirse.
      Disfrutemos pues, de él, de esta Obsolescencia programada.


Víctor Peña Dacosta. “Obsolescencia programada”. 2019, RIL editores.