Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Agustín Fernández Mallo




24.

Anochece. El encargado ya se ha ido. Ernesto, desde su cabina en lo alto de una grúa del puerto Downtown, en el bajo Manhattan, sumerge en el agua un contenedor de carga vacío y sin tapa, un contenedor de los del puerto que ha enganchado a la grúa con unas cintas. Espera unos minutos, mira el horizonte, que hoy está algo quebrado, después le da a la palanca que eleva el contenedor y este emerge lleno de aguas hasta el borde como una piscina sucia. Por las juntas y pequeños agujeros de ese cubo metálico comienzan a salir chorros de agua de la manera en que ocurre en un colador y, al final, en el fondo, quedan boyas pinchadas, trozos de madera, latas vacías, maromas rotas, otras clases de objetos, y los peces. Como en los contenedores de carga y descarga siempre quedan restos de mercancía, los peces acuden a ellos en masa; el trigo es lo que menos les gusta; la carne salada de vacuno, lo que más. Agarra unos cuantos que aún saltan, los mete en una bolsa de deporte Atlanta ´96, y el resto lo devuelve al mar. Cada 2 o 3 días repite esa operación. Ernesto es original de la isla de Kodiak, sur de Alaska. Sus familiares fueron, en 1957, los primeros puertorriqueños que emigraron a territorio alaskeño para trabajar, inicialmente, como pescadores, y más tarde montar un bar de comida puertorriqueña que no tardó en convertirse en una modesta pero rentable cadena circunscrita a ese territorio polar. Como a la edad de 7 años Ernesto ya mostraba gran interés por el dibujo técnico y las construcciones, se decidió que llegado el momento iría a la Universidad de Columbia, Nueva York, a estudiar Arquitectura. Así las cosas, con 17 años Ernesto se trasladó a Manhattan, donde hizo un par de cursos con resultados bastantes buenos, hasta que se cansó y comenzó a trabajar manejando esa grúa en el mismo puerto al que el 17de abril de 1912 llegaron los supervivientes del Titanic a bordo del buque Carpathia. Un trabajo muy bien pagado y considerado como privilegiado en los ambientes portuarios: Continúa apasionándole la arquitectura, pero no como obligación sino por puto entretenimiento. Se aloja en un modesto piso de Brooklyn, así que cada día tiene que cruzar el homónimo puente que conecta Manhattan al Continente. Siempre que lo cruza piensa en el estrecho de Bering. Y en los peces que en la bolsa Atlanta ´96 de vez en cuando avisan de su muerte con 2 o 3 coletazos.



78.

¿Qué es lo más importante que has hecho con tu música?: Lo más importante es lo que dejas en la gente. La gente escribe cartas personales donde explican su relación con la música o con las canciones, cartas donde hablan de un período de su vida, de lo que hacían, de lo que les pasaba; y en ese tiempo salió tal disco, y todas sus vivencias y recuerdos están relacionados con ese disco. Se vuelven como grabaciones caseras de vídeo para la gente, algo que escuchan y que se llevan a la tumba. Eso es sin duda lo más importante, absolutamente, porque es lo que yo también obtuve de la música. La primera vez que escuchas un disco que te impresiona es una sensación que guardas toda la vida, es la experiencia más profunda que hasta tenido nunca.

Entrevista a Thom Yorke, líder y cantante
de Radiohead, el pop después del fin del pop,
Pablo Gil, Ediciones Rockdelux, 2004




El camino del samurái se encuentra en la muerte. Se debe meditar sobre la muerte inevitable, cada día, con el cuerpo y la mente en paz. Se debe pensar en ser despedazado por flechas, lanzas y espadas, en ser arrastrado a rugientes olas, en ser arrojado al corazón del fuego, en ser fulminado por un rayo. Y cada día, sin excepción, uno debe considerarse muerto. El samurái nace para morir. La muerte, pues, no es una maldición a evitar, sino el fin natural de toda vida. Es esta, y no otra, la esencia del camino del samurái.

***


Es bueno ver el mundo como si fuera un sueño. Si tienes una pesadilla, te despiertas y te dices que solo ha sido un sueño. Dicen que el mundo en el que vivimos no es muy distinto a esto.



Agustín Fernández Mallo. “Nocilla Experience”. 2008, Alfaguara.


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