Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 29 de abril de 2017

Sergi Pàmies




LA MÁQUINA DE HACER COSQUILLAS 



      La penúltima vez que el padre entró en la librería de la plaza de eso hace ya un año fue con su hija. Cada domingo, iban a comprar el periódico y, de paso, echaban un vistazo a la sección de libros infantiles. Hojeaban volúmenes ilustrados con cocodrilos rojos, conejos azules, jirafas verdes, y al padre le admiraba esa obsesión por cambiar el color de las cosas: naranjas amarillas, plátanos rosas, manzanas moradas. De vez en cuando, se llevaban uno. A la niña le hacía ilusión llevar el libro hasta el mostrador, dejarlo junto a la caja y esperar a que la dependienta siempre la misma lo metiera en una bolsa y le dijera cualquier cosa. Un día, la dependiente le regaló un huevo de chocolate envuelto en papel de plata. La niña lo llevó en la mano como un trofeo y no lo abrió hasta llegar a casa. De domingo en domingo, aquella ceremonia se fue convirtiendo en una tradición. Con una insistencia que incomodaba un poco al padre sobre todo cuando solo compraban el periódico, la niña se plantaba ante el mostrador esperando con el silencio de alguien que justo empieza a hablar y los ojos bien abiertos recibir el huevo que la dependiente la regalaba.
      Hasta que pasó lo que pasó.
       El padre no volvió a la librería. Durante meses, tuvo que recuperarse, medicarse, encontrar el norte. De vez en cuando, un vendaval de postración lo destruía todo y era necesario volver a empezar: bocanadas de pasado que, organizadas en emboscada, lo atacaban con imágenes de una insultante nitidez, como cuando recordaba el día que inventaron el juego de la máquina de hacer cosquillas. El padre la perseguía moviendo los dedos de las manos como si fuera las patas de una araña, se acercaba a la niña, la levantaba e, imitando la voz de un monstruo televisivo, decía: <<!Cuidado con la máquina de hacer cosquillas!>> Y ella pedía más y más, y se reía con unas carcajadas que el padre nunca más volverá a escuchar. De eso hace un año, aunque a él le parezca que hayan pasado treinta.
      Ayer, sin embargo, tuvo que volver a la librería. Se había comprometido a comprar un libro para un amigo que cumple años la vida continúa, no se cansan de repetírselo y, como lo había ido dejando hasta el último momento, no le quedó más remedio que acudir a uno de los pocos sitios abiertos en domingo. En el momento de entrar, deseó que, como mínimo, la dependienta no fuera la misma. También se prometió a sí mismo no acercarse a la sección de libros infantiles y poner en práctica todos los consejos de la gente que, de buena fe, ha intentado ayudarle. La dependienta era la misma. Lo saludó como si de verdad se alegrase de verlo y le preguntó por la niña,. Haciendo de tripas corazón, el padre mantuvo una sonrisa de circunstancias atascada en los labios hasta que, entre dientes, consiguió mentir:
      Se ha quedado en casa. Está un poco resfriada.
      Con una amabilidad que él no había previsto, la dependienta le ofreció un huevo de chocolate.
      —Toma. Dáselo de mi parte.
      Salió de la librería sin el libro que había ido a comprar. Entró en el coche. Miró el huevo. Antes de que los dedos le temblaran demasiado, lo desenvolvió procurando no romperlo y, lentamente, se lo fue comiendo. Sin apetito. Incapaz de guardarlo porque le habría recordado demasiado a la niña. Incapaz de tirarlo, porque le habría parecido una traición a su intensa, perdurable memoria.







Sergi Pàmies. “El último libro de Sergi Pàmies”. 2001, Anagrama.



jueves, 27 de abril de 2017

Alberto Masa



FRAGMENTOS:




Dios es un mendigo de la calle. Ayer lo vi al salir a por el pan. Finge tener siempre la misma cara, pero tiene más de una. Eché 1 € sobre su gastada bota, desde la que asomaban tres dedos. Le costó tanto inclinarse a recogerlo. Pude oír los agradecidos sonidos de su columna vertebral al volverse a posar sobre la farola. Le dije que hiciera porque Ella volviese, que sin Ella no soy nada. Después pasó a hacerse el dormido. No está tan mal de salud como la última vez que lo vi, pero volvió a hacerse el dormido, igual que la última vez que lo vi.

***




Hoy soñado que íbamos al bautizo de Marco, que nos habían elegido como padrinos de esa brevedad que aún se alimenta exclusivamente de leche materna. Tu llevabas un sombrero de ala ancha y no podía reconocerte de tanto maquillaje como te habías puesto. Escarbé en busca de tu verdadera cara pero, cuando me di cuenta, esta se había marchado junto con el maquillaje. Ayer un pájaro murió en mis manos y llevo cuatro días sin saber de ti, salvo en este sueño que olvidaré despacio, ayudado por mi té de siempre, por mi tabaco de siempre, y por mi enjaulado loro de siempre. Hoy parece poco charlatán, como poco espabilado. Probablemente haya soñado contigo en el momento en que tu mano le tiende un manojo de pipas. Aquí está la foto. Estoy tan aturdido que no sé quién eres tú y quién el pájaro enjaulado, si yo o quizá la propia jaula en la que, desde una mesa, observo moverse, lo hace muy despacio, a mi querido pájaro enjaulado.

***




Uno de mis numerosos vecinos es Jesucristo, el hijo de Dios. Es un tipo discreto que nunca se ha acercado a mi casa a pedir aceite o huevos. Hoy hemos coincidido en la cola del estanco y me ha dicho que le va tirando, que está de mecánico, que yo qué hago. Le he dicho que le rezo mucho. Acto seguido ha soltado una tímida carcajada. Dice que siempre hace lo que puede por quienes le rezan, pero que su mente está en mejorar embragues. Hay que vivir, ha matizado. Ya con el tendero atendiéndole le he preguntado si podía besar su mano santa. Ha accedido. Perdona los tiritones, me ha dicho, estoy tratándome la artritis.

***




Mis diarios no son nada. Tan sólo el espacio donde me permito abrir un poco la cortina y verla desnuda. Un día no muy lejano a este probé el fruto de una mujer fácil. Ahí no había que descorrer un poco la cortina. Ahí entraba ese desnudo opaco a horcajadas mientras yo, inconsciente perdido, pedía más. Yo quería que fuese Ella, pero era sólo una droga que últimamente me aturde. A punto estuve de soltárselo todo al teléfono. Si lo llega a coger quizá no hubiese existido más la primavera.

***






La enajenación de un dragón diurno calienta los restos de su fuego mi desayuno en vísperas de una resaca menor. Demasiadas cervezas. Hace tiempo dejé de beber. En el bar de Marcial siempre me espera un café y el periódico local de hace dos días. El dragón da un coletazo, se aventura a hacer cosas inhabituales en él como nadar en una bañera vacía. Un aura de calor espera sentada en mi lugar de la cocina. El loro emula su voz sin conciencia de voz. Me meto en el microondas junto al vaso de agua sobre el que he colocado dos bolsas de té. Salimos a los dos minutos, cuando suena clinck. Me siento. Procuro actualidad mientras el té se hace. El dragón, enajenado, gime de gozo ante la posibilidad de una muerte dulce. He de dársela yo, en la noche, mientras sueño.

***




He imaginado un poema de amor, es pobre, tiene frío. He imaginado un poema de amor a punto de tirarse por la ventana de su pieza. Al final, el pobre poema de amor se ha tapado con una manta. Nadie puede verlo. Los insectos que se encargan de devorarlo están ocupados con el pan que destila. He imaginado un poema de amor. Me pregunto si a estas horas estará ya muerto. Aun así se lo cuento a la proyección de una imagen tuya sentada enfrente de mí, mientras bebo café. Vive, quizás, en París. Está a tu lado y un buen día eyaculó en los muslos de una chica de pueblo, seguro que sabe quién te digo, la Rosa esa. Tengo ganas de contarte que, sin ti, todos los poemas de amor, rotos o no, muertos o no, vienen a beber té a mi lado. Amanece por entre las persianas. El sol que entra llama a mi pereza. Deseo quedarme largas horas en la cama. Por el bajo de la puerta entran hombrecitos dispuestos a subirse por entre los recovecos de mi cuerpo. Apenas noto cómo empiezan a morder me doy la vuelta. No puedo verlos, son demasiado diminutos. Cuando me rasco logro dar con el acabado de unos cuantos, pero se reproducen, como por mitosis. Finalmente bajo a la cocina, donde saludo a mi pajarraco, proveo de pipas su comedero y me preparo un té. No sé si es un día nuevo o un día viejo. Sé que no quiero estar ahí y que he de empezar por algún lado al mismo tiempo.

***






Alberto Masa. “CONFESIONES DE UN HOMBRE RAQUÍTICO”. 2016, EOLAS Ediciones.


lunes, 24 de abril de 2017

Javier Ruiz Taboada




NOCHES DE SOL


EN las noches de sol acaloradas
cuando medio planeta está dormido,
me gusta recorrer el otro medio
buscando una señal de alcohol y humo.

Me pierdo en mi interior palpando a ciegas
una buena razón para quedarme
desnudo en el sofá, imaginando,
que puede que haya alguien desarmado.

En las noches de luna con goteras
despliego ese paraguas de tristeza
que, inexplicablemente, me conforta

y me cierro por dentro con la llave
que guardo en el bolsillo de mi miedo,
para que mires por la cerradura.





DESASTRE DE SASTRE


ME prestaste tu piel por unas horas
y solo supe usarte como abrigo.
Con el calor que hacías.







PORQUE NO


NO me gustan los ruidos.
El olor a pasado.
La gente que te odia
por falta de interés.
Los malos entendidos.
Las estatuas de cera.
No soporto los gritos,
ni a los que te consuelan
sin darte la razón.
La luz con cuentagotas.
La obediencia debida.
No me gusta el destino
ni por casualidad.
Lo malo conocido
ni la razón de estado.
Las mentiras sin duelo.
No me gusta el dolor.
Los que van de sinceros.
Los genios compulsivos.
El Dios al que la duda
no supo consolar.
No me gustan los santos
de inocencia debida.
Que anochezca temprano.
Que amanezca deprisa.
Y, claro, no gustar.





DESPECHO


AHORA sé que tus palabras de amor
eran los descartes de un poemario.

Siempre me gustó coleccionar fracasos.
Lamentablemente
tu fuiste uno de ellos.

Hay días que me atrapa la tristeza
y otro es ese <<tu otro yo>> quien la desata.

Esos días me gusta desnudarme de ti
y darme la espalda.

Y dejo de acampar en tu mirada,
de susurrar silencios y deseos,
de abrir de par en par tus obsesiones.

Huyo de hacerme daño,
de esconderme en tu ombligo
y adornar sus paredes
con confeti y guirnaldas de colores.

Días de tabla rasa
entre el quiero y no puedo,
entre el puedo y no sé.

Noches de desempolvar besos,
que creía perdidos,
y quedarme dormido
arropando un se fue.





Javier Ruiz Taboada. "Entre tu espalda y mi pared". 2016, Renacimiento.



Jesús Arribas Navarro



      Miriam arrugó en sus manos el garabato ilegible que había dibujado.
      ―¿Qué llevas ahí, Miriam? ―dijo la maestra mirando por encima de sus gafas.
      ―Nada.
      ―El que nada no se ahoga. Venga, enseña a la clase qué llevas ahí.
      Miriam desplegó el dibujo a la vez que sus mejillas se iban sonrojando.
      ―¡Es un culo! ―dijo Pedrito el <<mellao>> desde el final de la clase.
      Todos empezaron a reír y a burlarse de ella, incluso Miguel. Que ignorante de él, no sabía que aquel culo era un corazón dibujado en su honor.




Jesús Arribas Navarro. "Relatos en cadena". 2008, Alfaguara



sábado, 22 de abril de 2017

Jesús María Cormán




GRANDES ÉXITOS



He logrado un completo éxito
fracasando.

Una vía muerta
sigue atravesando esta vida muerta,
a pesar del paso de los años.
Cada nuevo día la recorro
arriba y abajo,
y no desisto
hasta cobrarme un nuevo triunfo.

He tenido un éxito total
en la ardua empresa de no vivir.

Hoy puedo decir
que soy un hombre muy afortunado.










Jesús María Cormán. 2017, de su muro de Facebook.



lunes, 17 de abril de 2017

Manuel Vilas (IV)



MEMPHIS



Manuel Vilas llegó a la ciudad española de Santander
conduciendo su Audi 100, ventanillas bajadas, pelo
     alborotado,
alma venenosa, alma muy gastada, alma tóxica, como su coche,
tenía reservada una habitación en el Hotel Silken Coliseum.

Entró en la habitación, la 301, y sintió algo especial.

Inspeccionó la habitación. Todo estaba en orden.

Había muchas cosas en el cuarto de baño,
eso pone de buen humor siempre,
hasta los muertos se regocijan con los regalos:
Kit de afeitado, cepillo de dientes, aguja e hilo.
Había un calzador y una esponja abrillantadora para los
     zapatos.
Había un boli pequeño, de bolsillo, con el anagrama
de Hoteles Silken.

Puso una foto de su padre en la mesilla.
Puso una canción de Johnny Cash en el ordenador portátil.
Vilas hace esas dos cosas siempre en los hoteles.

Revisó los poemas que iba a leer esa tarde,
en Santander.

Se cansó de los poemas.
Son solo poemas,palabras.
No son personas, no son seres humanos,
no besan, no hacen el amor.
Me casé con las palabras, pensó.
Me casé con mujeres muertas.

Oh, desesperación, protégeme de las bestias
de la tristeza, conviérteme
en el gran mendigo del amor, dijo.

Se duchó. Estuvo un rato bajo el agua,
maldiciendo su soledad inacabable,
más grande que la soledad de Dios,
no oía a Johnny Cash desde la ducha,
y eso le pareció una tragedia.
Tenía que elegir entre la canción y el agua caliente.
Siempre había que elegir.

I went up to Memphis, oyó.

Con la toalla en la cintura, abrió el minibar,
consultó los precios, y volvió a cerrarlo
con un portazo fuerte, sonoro, absurdo,
goma de la puerta contra la goma de la nevera
en un choque anónimo,
innecesariamente cruel.

Bueno, se dijo, volvió a abrirlo,
y sacó una botellita de whisky.
Al rato otra más. Al rato comenzó con e vodka
porque el whisky se había acabado.

Pensó en su poema El alcohólico.

Miró la habitación: qué blancas las almohadas,
qué bonito el teléfono,
qué sensación de limpieza en el cuerpo.

Sonaron unos golpes secos y fuertes
en la puerta de la 301,
golpes fantasmales y a la vez esperados,
y Vilas abrió.

Era el mismísimo Johnny Cash, con camisa negra,
con botas y con levita y con el pelo alborotado.

Cash entró en la habitación, se sentó en la cama
y dijo <<Vilas, cariño, camarada, amar a los seres humanos
no es suficiente si quieres amarlos de verdad,
estás desesperado, y no te curarás nunca,
no hay cura para esto, hermano, siempre estarás así,
violento, insatisfecho, radiante, destruido,
hermano mío, mi hijo casi>>.

Vilas pensó que Johnny le había leído el pensamiento
porque Vilas ama a todos los seres humanos
que ha conocido en esta vida.
A todos los ama hasta la extenuación, hasta la cruz;
aunque solo haya hablado dos minutos con un hombre o una
    mujer,
Vilas lo ama.

Dios hace lo mismo.
Dios y su mismísimo hijo el Gran Jesucristo hacen lo mismo.

Más allá del beso, más allá de la fornicación.
Más allá del erotismo radiante.
Más allá de la posesión y del placer inimaginable.
Más allá de la amistad.
Más allá del matrimonio.
Más allá de la admiración, la lealtad y la fraternidad.
Más allá de todas las falacias del amor,
los fuertes comemos seres humanos,
dijo Johnny.

Vilas estaba solo en mitad de la habitación.

Debería pegarme un tiro ahora mismo,
dijo Vilas, mientras miraba la foto de su padre
encima de la mesilla, con su portátil marco de plata,
y Cash cantaba desde el ordenador
I went up to Memphis.






LOS NADADORES NOCTURNOS
Voy a nadar al gimnasio, sí, prácticamente todos los días. Bajo el agua parece que el fracaso no existe. Miro a los otros nadadores de las otras calles de la gran piscina. Nos miramos vagamente; las gafas de bucear impiden ver el color de los ojos, ver los rostros torturados. Nadamos y nadamos como fantasmas hasta las once de la noche, cuando cierra el gimnasio. Es obvio que no tenemos dónde ir. Luego nos vemos en las duchas, desnudos. Somos cinco o seis. El encargado nos conoce. Somos siempre los mismos, a veces falla alguno. No nos hablamos. Si falla alguno, pensamos con alegría que se ha atrevido, que al fin alguno de nosotros lo ha hecho, que se ha levantado la tapa de los sesos, hasta que al día siguiente reaparece. Nos hace ilusión pensar que ya quedamos menos. Sabemos perfectamente por qué nadamos por la noche. Hay un bar de copas al lado del gimnasio. Ninguno de los nadadores nocturnos quiere llegar a casa a las once y media. No hay gimnasio con piscina que abra hasta las seis de la madrugada. En el bar nos encontramos, no nos hablamos. Conocemos nuestros rostros, el color de nuestros bañadores, el modelo de gafas, buenas y caras gafas siempre, Adidas de competición rojas o azules, la fuerza en la brazada, el estilo del crol de cada uno de nosotros, los nadadores nocturnos. Bebemos en ese bar, regentado por chinos casi muertos, después de haber nadado hasta el agotamiento. Bebemos y nadamos, esa es nuestra vida, pero jamás, nunca jamás nos dirigimos la palabra, es un pacto, un raro pacto entre samuráis hundidos. Si alguno de nosotros necesita algo, solo le prestaremos el estilete más afilado de España. La muerte nos gusta, por eso nadamos y nadamos hasta que el gimnasio cierra y nos echan, con los brazos convertidos en acero, músculos tan atormentados, tan desesperados como los planetas sin nombre, dando tumbos en la estúpida oscuridad del universo. Siempre estamos esperando que alguno no venga nunca más, pero resistimos como hijos de perra, todo un misterio de los nadadores nocturnos.





THINK IT OVER


Piénsalo, a nuestra edad ya no saldría bien.
Cada uno viviendo en su casa es mucho mejor, habrá más
    deseo.
Para qué quieres hacerme el desayuno, eso da igual.
Yo creo que eso no ha funcionado nunca, pero la gente
cumple años, y se dejan llevar, porque enseguida
te mueres, y si cumples los sesenta, qué más da.

Cenamos los viernes.
Nos llamamos entre semana, jugamos.
Nos mandamos fotos eróticas por el guasap.
Cómo me iba a ir con una de treinta
si son todas tontas, ambiciosas y sin talento.

Cómo te ibas a ir tú con uno de treinta
si son todos tontos, grandilocuentes y calvos.

Piénsalo, piénsatelo mientras te vistes.







974310439


Quien me trajo al mundo se ha ido hoy del mundo.
Ella, que me llamaba a todas horas, para saber de mí.

Lo mal que la traté y lo mal que nos tratamos,
aun queriéndonos tanto; y lo poco que supiste de mi vida
en los últimos tiempos, ocultándote lo mal que me iba
en mi matrimonio y en todas partes
y tú sabiéndolo, porque, al fin, todo lo sabías,
me veías beber esos licores fuertes,
me veías esa sed tan rara, esa sed tan desconocida para ti,
que tanto te asustaba y tanto temías.

Ya nadie me llamará, tan obsesivamente, para saber
si estoy vivo y a quién le importará si estoy vivo o muerto;
yo te lo diré: a nadie.

De modo que el gran secreto era éste:
ya estoy completamente desamparado,
arrodillado
para la decapitación,
para el anhelado adiós de este cuerpo,
de esta existencia meramente social y vecinal que lleva mi
     nombre,
nuestro nombre.

No volveré a ver nunca
tu número de teléfono en la pantalla
de mi teléfono móvil; tú, que te quejabas de que no tenías
     uno,
de que yo no te regalara uno,
te juro que no hubieras sabido hacerlo funcionar,
lo habrías tirado por la ventana,
como yo haré con el mío esta noche del supremo delirio.

Porque eras un número de teléfono, cincuenta años
en ese número encerrados: nueve siete cuatro, treinta y uno,
cero, cuatro, tres, nueve.
Márcalo ahora,
márcalo si tienes valor y te contestarán
todos los misterios inconmensurables: el tiempo y la nada,
la ira roja
de los peores huracanes celestiales,
la árida y blanca nada convertida
en una mano negra.

Daba igual dónde estuviera: podía estar en América o en
    Oriente,
tú llamabas, tú llamabas a tu hijo siempre
porque yo era Dios para ti, un Dios fuera de la ley,
poderoso y sagrado, lo único real y suficiente,
siempre tu hijo fuera de todo orden, siempre reinando,
porque todo cuanto yo hacía e hice recibió tu larga
     aprobación,
cuya moralidad no es de este mundo.

Sabedlo.
Tú, que me amabas hasta la desesperación.
Tú, que derramaste sangre por mí y por mi discutible y
    oscura vida,
llena de liturgias cuyo sentido tú desconocías,
y hacías bien, pues nada había que conocer, como finalmente
he acabado sabiendo,
igualado en ese conocimiento
al más sabio de los hombres.

Y ahora, otra vez camino del Crematorio,
como ya escribí en un poema con ese título,
en el que hablaba de tu marido, mi padre,
a quien también quemamos,
unos mil grados alcanzan esos hornos.
Mi gran padre, del que tú te enamoraste —vete a saber por
     qué—
en mil novecientos cincuenta y nueve,
y a quién demonios le importa ya sino a mí,
el que siempre os quiso tanto y os querrá hasta el último
    minuto del mundo.

Te di un beso en la santa frente helada
un domingo
por la mañana
de un veinticuatro de mayo del año dos mil catorce,
lloviendo,
en una primavera inesperadamente fría,
mientras una máquina sofisticada introducía tu caja barata
—mira que somos pobres— en el fuego final,
al que mi hermano y yo
te condujimos.

Sentí tu frente antigua y acabada en mis labios
antiguos y acabados,
pero aún conscientes los míos;
los tuyos,
venturosamente, no.

Nunca pensé que el sentimiento final fuera este:
la envidia que me diste, la codicia de tu muerte,
codiciando tu muerte,
porque me dejabas aquí,
completamente solo
por primera vez
un nuestra larga historia de amor,
y solo para siempre.

Y recuerdo ahora a todas aquellas mujeres
que querían acostarse conmigo,
hacer el amor conmigo,
y eso acabó siendo mi vida,
cuando yo solo quería
estar contigo para siempre.

Vaya, mamá, no sabía que te quería tanto.
Tú sí que lo sabías, porque siempre lo supiste todo.

Qué bien que todo haya acabado,
en una culpable tarde de primavera
en donde comienza el mundo,
en donde para ti acaba el mundo,
en donde para mí ni acaba ni comienza
sino que persiste involuntariamente.

Qué bien este silencio omnipotente, aquí, en Barbastro,
donde fuimos madre e hijo, por los siglos de los siglos.

Aquí, en Barbastro, en ese sitio tan nuestro,
tan escuetamente nuestro: todo ocurrió aquí, en estas calles.

Todo lo recuerdo, y todo lo recordaré.

Te amo, finalmente.

Como no he amado a nadie: todas fueron tu réplica.

Ah, se me olvidaba: podías haber dejado algo
para pagar tu entierro,
no sabes lo mal que me va y lo pobre que soy,
mira que fuiste manirrota y derrochadora,
y lo que vale
el ataúd más económica,
como dicen ellos, los caballeros dulces de la funeraria.

Mira que fuimos pobres y desgraciados tú y yo,ma mère, en esta España de granes hijosdeputa enriquecidos
hasta la abominación.
Y aun así, pobres como ratas tú y yo,
mantuvimos el tipo,
como dos enamorados.

Qué bien. Qué hermoso. Cuánto te quiero
o te quise, ya no sé, y a quién le importa,
desde luego no a la Historia de España,
nuestro país, si es que sabías cómo se llamaba
la solemne nada histórica en que vivimos papá, tú y yo.





REDENCIÓN


Dime una palabra amable antes de que termine el día.

Me dijiste <<cariño, tienes que ser fuerte, no puedes
depender de esa gente, estás muy cansado,
olvídalos, ayúdame a recoger el lavavajillas>>,
y yo miraba la noche de octubre con sus estrellas
entrar en nuestra casa, iluminar nuestros cuerpos,
vaciar nuestras almas, y tú dijiste “cena algo,
hay un poco de arroz en el horno, cena algo, cariño,
come algo, y olvídate de todas esas ideas absurdas
sobre el odio y el fracaso, ese arroz está divino”.

Dime una palabra amable antes de que termine el día.




Manuel Vilas. "Poesía Completa (1980-2015)". 2106, Visor.




domingo, 16 de abril de 2017

Manuel Vilas (III)





NO FUMADOR



   Amo la salud, el orden claro de mis pulmones, la fuerza
militar de mi hígado, el huracán preciso de mi tráquea. Esos
órganos son Vilas. Vienen de mis padres y proceden también
de la humillación de la Historia.
   Amo mis pulmones, su sangre violentamente roja
recorriendo la lengua, la laringe, el esófago.
   Amo mis pulmones, mataré por ellos, por su supremacía,
por su rigor, por su perfectísimo funcionamiento, por su
continuidad en el tiempo, porque son mi herencia tras siglos
de pobreza, esclavitud y miseria.
   Sé quiénes eran mis padres y los padres de estos, aún se
oyen sus gritos. La salud es la única dote de los desesperados
y de los maltratados y de los perseguidos.
   La salud es revolucionaria.
   <<Te dimos un cuerpo sano, no pudimos darte más, no
teníamos nada, no teníamos nada, solo sangre>>.
   Amo mi cuerpo.
   La salud es revolucionaria.
   No quiero morir, quiero seguir amando. Me da igual el
qué, pero seguir amando, seguir amando las inocentes
estaciones de servicio de las autopistas españolas y sus
surtidores electrónicos, los barcos deportivos de la Costa del
Sol y los hospitales privados, el viento y la radiactividad, la
sangre y el sida, los planetas y las naves espaciales, los anillos
de diseño en los dedos de la mano de una mujer, las
transferencias bancarias internacionales a paraísos fiscales
inextricables, las ruedas misteriosas de los autobuses, las
bombillas de los pasillos de los pisos de protección oficial,
cualquier cosa me basta, cualquier cosa que me recuerde a
la vida será suficiente.
   Amo la salud, el arma de los pobres.






MI NOVIA


   Vilas, dicen por ahí que tuviste padre y madre, pero yo no
me lo creo. A ti, Vilas, te engendraron las ballenas, la selva,
los mandriles y el vientre de la luna.

   Vilas, dicen por ahí que fuiste al colegio y a la universidad
y que te hiciste un hombre de bien, que aprendiste a leer y a
escribir, a sumar y a multiplicar. Pero eso sí que es imposible,
solo hay que verte ahora, más pobre que los chinos y los
negros y las ratas. Además yo sí sé de dónde vienes tú, Vilas.

   Vilas, dicen por ahí que te casaste dos veces y tuviste solo
dos hijos, pero yo no me lo creo. Sabemos que te casaste
cientos de veces y que tuviste millones de hijos y de hijas.

   Vilas, dicen por ahí que te hiciste escritor, que escribías
libros, y eso tiene gracia, eso si es muy, pero que muy
gracioso.

   Vilas, dicen por ahí que eras español, bah, tío, yo no me
lo creo. Eso sí que no puede creérselo nadie. A ti, Vilas, te
echaron de todos los países serios, como echan a las
cucarachas de las casas, pero con honor, gigantesco honor, te
expulsaban con honores de estado.

   Tú eras hijo de las montañas de Huesca, eso sí es verdad.

   De los ibones, de los barrancos y de las praderas, del Valle
de Benasque, de Monte Perdido y Panticosa, de Ordesa y
Añisclo, sí, de allí sí eras tú, como lo fue tu padre, si es que
tuviste padre.

   Vilas, dicen por ahí que naciste en el siglo XX. Pero eso si
que es un decir bien tonto, pues los virus como tú
contribuyeron a la creación de los huesos y de la carne y
estaban aquí antes de que el sol hiciera brillar las heladas olas
del mar y las azules crestas de las montañas.

   Vilas, dicen por ahí que amas a hombres y mujeres, vivos
y muertos, a millones de mujeres y a unas docenas de
hombres buenos, y eso sí que yo me lo creo.

   Eso, tío, eso es verdad. Vilas, eso sí.

   Vilas, eres perfecto. El Ser, eso eres tú, y no la Nada, Gran 
Vilas.

   Un ciego plenario.
   El ciego que puso pleitos y demandas voraces a la exigua
luz del mundo.

   Dame un beso, hijodeputa.

   Esa lengua, Vilas, quiero sentirla.

   Soy yo, la tonta de tu novia, la única que te ha querido.








LAS PALIZAS


Los libros que escribí saquearon mi cuerpo.
Me dieron puñetazos en la cara.

Muchos eligieron el cerebro.

Alguno se llevó el hígado, todos robaron.

Agotado, envejecido, deteriorado,
poco saludable,
así me dejaron las palabras bajo mi nombre.

El aparato digestivo, el sueño, los mareos,
la tráquea, las arritmias, el asma,
los huesos torcidos, la neumonía.

Mis poemas, mis novelas saquearon mi cuerpo.

Cada libro escrito era una paliza.

Daban fuerte.

Me dieron palizas de muerte, tío,
esos libros míos, esos hijosdeputa
que finalmente no valieron la pena.

Mis libros no cambiaron el mundo,
solo me cambiaron a mí.

El glaucoma, la sed, el alcoholismo,
las lumbalgias, las taquicardias,
el pánico, la bulimia,
las palizas,
ellos saqueaban,
se lo llevaban todo.

Mis libros,
mis asesinos.

Pero me gusta que me peguen.
Las palizas del amor.

Ponte una tirita en la ceja,
aún te queda un pulmón sano,
respira, pues,
deja de beber,
y adelgaza.





ORACIÓN


Gran Vilas de los MacDonald´s
acuérdate de nosotros.

Gran Vilas de los lavabos de los bares y de las gasolineras
y de los aeropuertos y de los hoteles baratos,
ten piedad de nosotros.

Gran Vilas de la industria automovilística occidental,
perdona nuestros pecados.

Gran Vilas de los hipermercados florecientes,
escucha nuestros ávidos corazones.

Gran Vilas del Amor Internacional,
ámanos como solo tú puedes hacerlo.

Gran vilas de los niños,
protégelos con tus rayos solares.

Gran Vilas del amor al padre que murió,
te querremos siempre.

Gran Vilas de la santa oscuridad,
impide que nos hieran como a ti te hirieron.

Gran Vilas de los humillador y de los empobrecidos,
tu beso será suficiente.

Gran Vilas del amor a todos los seres humanos,
regálanos tu don.

Gran Vilas de las crucifixiones,
acuérdate de nosotros.

Gran Vilas de los MacDonald´s,
acuérdate de nosotros.







Manuel Vilas. "Poesía Completa (1980-2015)". 2106, Visor.