FRAGMENTOS:
Dios
es un mendigo de la calle. Ayer lo vi al salir a por el pan. Finge
tener siempre la misma cara, pero tiene más de una. Eché
1 €
sobre su gastada bota, desde la que asomaban tres dedos. Le costó
tanto inclinarse a recogerlo. Pude oír los agradecidos sonidos de su
columna vertebral al volverse a posar sobre la farola. Le dije que
hiciera porque Ella volviese, que sin Ella no soy nada. Después pasó
a hacerse el dormido. No está tan mal de salud como la última vez
que lo vi, pero volvió a hacerse el dormido, igual que la última
vez que lo vi.
***
Hoy
soñado que íbamos al bautizo de Marco, que nos habían elegido como
padrinos de esa brevedad que aún se alimenta exclusivamente de leche
materna. Tu llevabas un sombrero de ala ancha y no podía reconocerte
de tanto maquillaje como te habías puesto. Escarbé en busca de tu
verdadera cara pero, cuando me di cuenta, esta se había marchado
junto con el maquillaje. Ayer un pájaro murió en mis manos y llevo
cuatro días sin saber de ti, salvo en este sueño que olvidaré
despacio, ayudado por mi té de siempre, por mi tabaco de siempre, y
por mi enjaulado loro de siempre. Hoy parece poco charlatán, como
poco espabilado. Probablemente haya soñado contigo en el momento en
que tu mano le tiende un manojo de pipas. Aquí está la foto. Estoy
tan aturdido que no sé quién eres tú y quién el pájaro
enjaulado, si yo o quizá la propia jaula en la que, desde una mesa,
observo moverse, lo hace muy despacio, a mi querido pájaro
enjaulado.
***
Uno
de mis numerosos vecinos es Jesucristo, el hijo de Dios. Es un tipo
discreto que nunca se ha acercado a mi casa a pedir aceite o huevos.
Hoy hemos coincidido en la cola del estanco y me ha dicho que le va
tirando, que está de mecánico, que yo qué hago. Le he dicho que le
rezo mucho. Acto seguido ha soltado una tímida carcajada. Dice que
siempre hace lo que puede por quienes le rezan, pero que su mente
está en mejorar embragues. Hay que vivir, ha matizado. Ya con el
tendero atendiéndole le he preguntado si podía besar su mano santa.
Ha accedido. Perdona los tiritones, me ha dicho, estoy tratándome la
artritis.
***
Mis
diarios no son nada. Tan sólo el espacio donde me permito abrir un
poco la cortina y verla desnuda. Un día no muy lejano a este probé
el fruto de una mujer fácil. Ahí no había que descorrer un poco la
cortina. Ahí entraba ese desnudo opaco a horcajadas mientras yo,
inconsciente perdido, pedía más. Yo quería que fuese Ella, pero
era sólo una droga que últimamente me aturde. A punto estuve de
soltárselo todo al teléfono. Si lo llega a coger quizá no hubiese
existido más la primavera.
***
La
enajenación de un dragón diurno calienta los restos de su fuego mi
desayuno en vísperas de una resaca menor. Demasiadas cervezas. Hace
tiempo dejé de beber. En el bar de Marcial siempre me espera un café
y el periódico local de hace dos días. El dragón da un coletazo,
se aventura a hacer cosas inhabituales en él como nadar en una
bañera vacía. Un aura de calor espera sentada en mi lugar de la
cocina. El loro emula su voz sin conciencia de voz. Me meto en el
microondas junto al vaso de agua sobre el que he colocado dos bolsas
de té. Salimos a los dos minutos, cuando suena clinck. Me siento.
Procuro actualidad mientras el té se hace. El dragón, enajenado,
gime de gozo ante la posibilidad de una muerte dulce. He de dársela
yo, en la noche, mientras sueño.
***
He
imaginado un poema de amor, es pobre, tiene frío. He imaginado un
poema de amor a punto de tirarse por la ventana de su pieza. Al
final, el pobre poema de amor se ha tapado con una manta. Nadie puede
verlo. Los insectos que se encargan de devorarlo están ocupados con
el pan que destila. He imaginado un poema de amor. Me pregunto si a
estas horas estará ya muerto. Aun así se lo cuento a la proyección
de una imagen tuya sentada enfrente de mí, mientras bebo café.
Vive, quizás, en París. Está a tu lado y un buen día eyaculó en
los muslos de una chica de pueblo, seguro que sabe quién te digo, la
Rosa esa. Tengo ganas de contarte que, sin ti, todos los poemas de
amor, rotos o no, muertos o no, vienen a beber té a mi lado. Amanece
por entre las persianas. El sol que entra llama a mi pereza. Deseo
quedarme largas horas en la cama. Por el bajo de la puerta entran
hombrecitos dispuestos a subirse por entre los recovecos de mi
cuerpo. Apenas noto cómo empiezan a morder me doy la vuelta. No
puedo verlos, son demasiado diminutos. Cuando me rasco logro dar con
el acabado de unos cuantos, pero se reproducen, como por mitosis.
Finalmente bajo a la cocina, donde saludo a mi pajarraco, proveo de
pipas su comedero y me preparo un té. No sé si es un día nuevo o
un día viejo. Sé que no quiero estar ahí y que he de empezar por
algún lado al mismo tiempo.
***
Alberto
Masa. “CONFESIONES DE UN HOMBRE RAQUÍTICO”. 2016, EOLAS
Ediciones.
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