Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 27 de abril de 2017

Alberto Masa



FRAGMENTOS:




Dios es un mendigo de la calle. Ayer lo vi al salir a por el pan. Finge tener siempre la misma cara, pero tiene más de una. Eché 1 € sobre su gastada bota, desde la que asomaban tres dedos. Le costó tanto inclinarse a recogerlo. Pude oír los agradecidos sonidos de su columna vertebral al volverse a posar sobre la farola. Le dije que hiciera porque Ella volviese, que sin Ella no soy nada. Después pasó a hacerse el dormido. No está tan mal de salud como la última vez que lo vi, pero volvió a hacerse el dormido, igual que la última vez que lo vi.

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Hoy soñado que íbamos al bautizo de Marco, que nos habían elegido como padrinos de esa brevedad que aún se alimenta exclusivamente de leche materna. Tu llevabas un sombrero de ala ancha y no podía reconocerte de tanto maquillaje como te habías puesto. Escarbé en busca de tu verdadera cara pero, cuando me di cuenta, esta se había marchado junto con el maquillaje. Ayer un pájaro murió en mis manos y llevo cuatro días sin saber de ti, salvo en este sueño que olvidaré despacio, ayudado por mi té de siempre, por mi tabaco de siempre, y por mi enjaulado loro de siempre. Hoy parece poco charlatán, como poco espabilado. Probablemente haya soñado contigo en el momento en que tu mano le tiende un manojo de pipas. Aquí está la foto. Estoy tan aturdido que no sé quién eres tú y quién el pájaro enjaulado, si yo o quizá la propia jaula en la que, desde una mesa, observo moverse, lo hace muy despacio, a mi querido pájaro enjaulado.

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Uno de mis numerosos vecinos es Jesucristo, el hijo de Dios. Es un tipo discreto que nunca se ha acercado a mi casa a pedir aceite o huevos. Hoy hemos coincidido en la cola del estanco y me ha dicho que le va tirando, que está de mecánico, que yo qué hago. Le he dicho que le rezo mucho. Acto seguido ha soltado una tímida carcajada. Dice que siempre hace lo que puede por quienes le rezan, pero que su mente está en mejorar embragues. Hay que vivir, ha matizado. Ya con el tendero atendiéndole le he preguntado si podía besar su mano santa. Ha accedido. Perdona los tiritones, me ha dicho, estoy tratándome la artritis.

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Mis diarios no son nada. Tan sólo el espacio donde me permito abrir un poco la cortina y verla desnuda. Un día no muy lejano a este probé el fruto de una mujer fácil. Ahí no había que descorrer un poco la cortina. Ahí entraba ese desnudo opaco a horcajadas mientras yo, inconsciente perdido, pedía más. Yo quería que fuese Ella, pero era sólo una droga que últimamente me aturde. A punto estuve de soltárselo todo al teléfono. Si lo llega a coger quizá no hubiese existido más la primavera.

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La enajenación de un dragón diurno calienta los restos de su fuego mi desayuno en vísperas de una resaca menor. Demasiadas cervezas. Hace tiempo dejé de beber. En el bar de Marcial siempre me espera un café y el periódico local de hace dos días. El dragón da un coletazo, se aventura a hacer cosas inhabituales en él como nadar en una bañera vacía. Un aura de calor espera sentada en mi lugar de la cocina. El loro emula su voz sin conciencia de voz. Me meto en el microondas junto al vaso de agua sobre el que he colocado dos bolsas de té. Salimos a los dos minutos, cuando suena clinck. Me siento. Procuro actualidad mientras el té se hace. El dragón, enajenado, gime de gozo ante la posibilidad de una muerte dulce. He de dársela yo, en la noche, mientras sueño.

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He imaginado un poema de amor, es pobre, tiene frío. He imaginado un poema de amor a punto de tirarse por la ventana de su pieza. Al final, el pobre poema de amor se ha tapado con una manta. Nadie puede verlo. Los insectos que se encargan de devorarlo están ocupados con el pan que destila. He imaginado un poema de amor. Me pregunto si a estas horas estará ya muerto. Aun así se lo cuento a la proyección de una imagen tuya sentada enfrente de mí, mientras bebo café. Vive, quizás, en París. Está a tu lado y un buen día eyaculó en los muslos de una chica de pueblo, seguro que sabe quién te digo, la Rosa esa. Tengo ganas de contarte que, sin ti, todos los poemas de amor, rotos o no, muertos o no, vienen a beber té a mi lado. Amanece por entre las persianas. El sol que entra llama a mi pereza. Deseo quedarme largas horas en la cama. Por el bajo de la puerta entran hombrecitos dispuestos a subirse por entre los recovecos de mi cuerpo. Apenas noto cómo empiezan a morder me doy la vuelta. No puedo verlos, son demasiado diminutos. Cuando me rasco logro dar con el acabado de unos cuantos, pero se reproducen, como por mitosis. Finalmente bajo a la cocina, donde saludo a mi pajarraco, proveo de pipas su comedero y me preparo un té. No sé si es un día nuevo o un día viejo. Sé que no quiero estar ahí y que he de empezar por algún lado al mismo tiempo.

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Alberto Masa. “CONFESIONES DE UN HOMBRE RAQUÍTICO”. 2016, EOLAS Ediciones.


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