CATULO
Tu
fama de majara, tu fama de cura, tu fama de egocéntrico,
tu
fama de que no te quiere nadie, tu fama de escritor de pueblo,
tu
fama de perdedor, tu fama, tus vicios, tus poemas
donde
dijiste que la culpa es de los otros, y dijeron que no,
que
la culpa era sólo tuya. Y qué, si yo marcho a Nueva York
mañana,
si me he cambiado el corte de pelo, llevo gafas,
he
perdido siete kilos, me voy con una puta de cien billetes,
hermosa,
dura, grande, envidia de quienes atacan mi impudicia,
y
cuando regrese, ya veré cómo resuelvo el asunto de mi fama.
DE
AMICITIA, I
Ya
no tengo amigos, los perdí, o les engañé o me engañaron.
Y
los eché de mis días que quedaron vacíos como estrellas en el
cielo;
y
poco me apena estar solo en las barras de los bares leyendo
los
periódicos y mirando esos corros de adultos que hablan y ríen.
Fundamentalmente
era falsa la amistad en cuanto a los altos cometidos
que
se le suponen. Frente al amor, que éste sí lo tengo, la amistad
es
cosa de hipócritas, de ociosos, de gente vulgar que ama la retórica
y
las histriónicas emociones, la gravedad fatua y el alarde febril.
Si
no me crees, pon a prueba a tus amigos, que den la vida por ti,
dala
tú por ellos sin pensarlo un instante, sin que asome en tus ojos
la
mínima duda de que todo no sea una farsa y que tu amigo
es,
finalmente, la cosa más odiosa de la creación.
La
amistad es asunto de las clases medias, de obreros, de destinos
fáciles,
de
opiniones comunadas por el miedo, también de escritores
y
artistas, y del engañoso arte de pasar por el mundo
ayudado
del codo ajeno cerrando los ojos a nuestra privada naturaleza.
El
amor, en cambio, el sucio amor de los cómplices que se besan
y
desnudos sufren en la cama, ése es de naturaleza divina y ése sí
lo
tengo.
TREINTA
Y SEIS AÑOS
Me
fatigan las escaleras, me cuesta escribir, me cuesta dormir,
aquello
que me inspiró en otra época ahora me parece una tontería,
me
gusta el dinero, viajar en Navidades, las fiestas, la nieve, el sol,
poco
me separa del buen Trajano, los dos hemos madurado
al
mismo tiempo, y la esencia espiritual de la vida del hombre
la
he visto arrastrarse como una vieja coja calle abajo
del
barrio chino de la ilusión; me iré convirtiendo
en
un animal sin ídolos, sin dioses, sin iglesia, sin hermanos,
como
Trajano, que cada día que pasa es más feliz y más perro.
La
vida entera se presenta en una mañana de finales de julio.
Estoy
leyendo un libro y ya tengo a mi lado una copa
de
vino blanco, un periódico de ayer sobre la mesa,
y
escucho a Lou Reed que canta algo parecido
a
lo que yo escribo. Me duelen las articulaciones,
será
ese maldito colchón que se hace viejo y que habrá
que
cambiar, dios mío, ¿cuánto valdrá un colchón nuevo?
Me
duele la espalda, los ojos, el pie izquierdo;
cuando
le digo a mi madre que soy un viejo amargado se asusta,
cuando
le digo a algún amigo de los que me invento,
como
ese tal Florencio de mis páginas en prosa,
que
soy un momias, me dice que no, que estoy de los nervios,
que
son imaginaciones mías, duras represalias de mi pensamiento
sobre
mi cuerpo. Qué discreta es la edad mediana, qué mendaz
mesura
nos da el tiempo, qué vana es la sangre mortal.
Qué
hipócrita soy yo que ni siquiera soy viejo.
Me
ducharé ahora mismo, me afeitaré, me peinaré,
saldré
a la calle limpio y mudado, estrenaré pantalón,
zapatos
y camisa, trataré de ser feliz toda la noche
yendo
de bar en bar, charlando con fulanos y fulanas,
―yo
también soy un fulano negro, un chino, un gitano seco―,
rezaré
y beberé a un tiempo, y al alba, si no he encontrado
alguna
putísima filipina que me quiera, volveré a mi casa,
lleno
de fama y de muerte, lleno de luz.
Que
Dios me acoja entre los santos, acabo de cumplir
los
treinta y seis, me gustan las películas de tiros y marcianos,
me
gustan los billetes de diez mil, me gusta no hacer nada,
me
gusta rezar por la vida que he llevado
y
por lo días que vendrán, nocheviejas, cumpleaños,
vacaciones
en el mar y la jubilación y una lápida barata,
me
gustan los coches muy caros, la artesanía del pueblo
de
Pedro Páramo, me gustan las mujeres, negras y blancas,
me
gustan los árboles, las aceitunas, los viajes a Cuba,
los
restaurantes célebres, las botas altas, rechinantes,
las
navajas afiladas, las montañas, los tristes océanos y la luna.
Alguien
que ya ha nacido y ya anda por ahí,
como
en una buena película, me dirá <<jódete, hispano>>,
y
me meterá con impecable pulso una bala en la nuca.
EL
ENAMORADO
Toda
la noche soñando contigo, me he pasado la noche entera
soñando
que te besaba en el patio de una iglesia junto al mar.
Qué
enamorado estuve de ti, y no te lo dije nunca.
¿Lo
adivinaste? ¿Lo deseaste? ¿Lo suplicaste?
Tenías
seis años más que yo, estabas más hecha a la vida,
no
te ibas de la cabeza como yo, sino que eras moderada y
prudente
aunque
llena de amor por dentro, amor hacia mí,
hacia
mí, que era un tipo de lo más perdido, y eso sí
se
notaba a la primera, y cómo me acuerdo de tus manos
y
de tu sonrisa, todos los amantes se acuerdan de lo mismo,
sólo
que yo no me metí nunca en tu cama, años llevo imaginando
cómo
se debía de estar en tu cama, un día me lo enseñaste,
pero
nada más. Y ahora me despierto y he soñado que te besaba,
y
son las diez de la mañana de un verano monumental
y
ya estoy bebiendo una ginebra, así, en ayunas, y salgo
a
la terraza de mi habitación y veo a las turistas tumbarse
sobre
la arena, y pienso que tú podrías estar aquí conmigo,
qué
enamorado estuve de ti y cómo lo estuviste tú también,
y
qué mal hicimos en no habernos revolcado mil veces
por
mil camas, o qué bien hicimos, porque, conociéndome
igual
te hubiera pedido en matrimonio y tú hubieras aceptado,
y
borracho como estoy todo el día, cuando me hubiera cansado
de
joder todas las noches, a lo mejor me daba por darte un
puñetazo
o
tirarte a un río, o a ti por pegarme un tiro,
o
envenenarme o pegármela con otro.
Cómo
puedo decir todo esto de ti, que eras un ángel
y
lo sigues siendo, y de mí, que te quise con inocencia.
Será
mejor que siga bebiendo hasta que te borres de mi memoria,
y
esto sí que me hace llorar, y soy un tipo que está llorando
a
las diez y media de la mañana, sentado en la terraza de una
habitación
para
turistas, con una ginebra caliente en la mano ―son
los restos
de
la noche―,
llorando porque si te echo de mi memoria,
verdaderamente
entonces sí que ya no me quedará nada.
7
GINTONICS
Era
un domingo por la noche y pensé: <<no me van a subir
el
sueldo nunca jamás; si pudieran, aún me lo bajarían; es
malo
madrugar para hacer según qué cosas>>. También pensé
que
las autovías no las hicieron el estado, la política y el
gobierno,
sino unos negros desgraciados bajo el sol, tipos con
tatuajes
en los brazos, en la espalda, culebras, cruces, rosas y
cosas
así. Adivina quién hizo los hospitales, los colegios y los
despachos
de nobles materiales donde se decide tu futuro. Ya
nadie
tiene futuro. Fíjate cómo está el planeta, es imparable
la
sífilis que han agarrado los océanos, los árboles, los ríos, el
cielo,
las nubes, las ranas, los conejos, las sardinas, los tristes
elefantes.
Lo mejor que puedo hacer es seguir viendo la tele.
Pero
aunque no te suban el sueldo, tú sigue amando la vida,
el
vino blanco, la carne, y la nada. Ama la vida, no su sentido.
Luego
salió en la tele el mapa de Aragón con la previsión del
tiempo.
Y fútbol, mucho fútbol. Sonó el teléfono, pero no lo
cogí.
Se me apareció el mismísimo Jesucristo en mitad de mi
sala
de estar, mientras veía la tele, pero no hice mucho caso.
Así
que como era un domingo por la noche y me estaba
entristeciendo
demasiado, salí a la calle, monté en el Ford
Fiesta
del 79, y me fui a los bares más oscuros de Zaragoza,
y
por fin allí, rodeado de golfas y de vampiros, gente que en
su
vida ha metido un voto en una urna, me tomé siete
gintonics
seguidos y la cosa se puso un poco mejor.
Manuel Vilas. "Poesía Completa (1980-2015)". 2016, Visor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario