Frente al silencio.

Frente al silencio.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Montero Glez.



1



El Charolito sólo se fiaba de su polla. Era lo único en el mundo que jamás le daría por culo. Con arreglo a esto, es posible imaginarle la noche de autos, adentrándose en la residencial: lleva el culo prieto, el ojo avizor y la pestaña alerta. Su andar, burlón de gracia y chiste, tiene eso que llaman guapura y que tantos suspiros obliga. Los zapatos van lustrados y arrojan un soniquete que preña de ecos lo oscuro, que nos anuncia su salvaje cercanía. También su turbio origen.

Se trata de un hijo de la otra orilla, digamos que de la parte baja del tobogán de la vida; crianza de negra cuna y linaje confuso; pellejo delator y un paso endiablado, el suyo, que repiquetea en las calles aún calientes por culpa del último sol de la tarde. A todo esto, y según su reloj de pulsera, pasan diez minutos de la medianoche. El perfil de la luna asoma ya entre dos casas y, a lo lejos, unos ladridos le informan sobre su condición de extraño. Sin embargo, mediante esa familiar indiferencia que se gastan los solitarios, el Charolito sigue cu camino por limpias aceras. Lo hace con inequívoco garbo de torero suburbial y repeinado, curtido en la alta noche a punta de capote, directo a probar suerte.

Cree poner el pie sobre el mármol, nácar y cristal de Venecia; todo ello bañado con la cremosa luz de los dineros. Avanza por avenidas que emanan un frondoso perfume a jazmín, a monopolio, a robo consentido. Tuerce, dobla y quiebra las esquinas. Enfila sus pasos hasta una glorieta trazada al fondo de la calle, y allí se detiene un ratito, plantándose a los medios. Con el talle juncal, la estampa distinguida y la cara de pocos amigos, hace un paréntesis en el tiempo y ojea en torno con desprecio. Le parece que tiene algo de plaza de cortijo sevillano, no sé, de capea nocturna para señoritos, finas copas de oloroso y gomina de boutique, la glorieta. Aunque su corazón abrigue cierta atracción de contrarios, su mirada no puede evitar la antipatía. Y enmascarado de rencor, gira en redondo y dobla a la izquierda, donde se topa con una calle cortada al tráfico. Con ese pisar de nervio, sangre y codicia, cruza furtivo la peatonal. Y se pierde por laberintos dulces y lejanos; calzadas que nunca merecieron, ni merecerán jamás, un paso como aquel: de una pureza que no se vende.

Es posible imaginarle, la noche de autos, caminar bajo los sauces recién peinados de la residencial, las manos en los bolsillos y una poesía de sangre en la boca; es posible imaginar cómo su mirada de rufián le brilla de alegre aventura, en cuanto descubre, aparcado frente a una de las casas, un berda descapotable. Un flamante deportivo Ferrari, en rojo carmín, seis marchas y toda la pinta de entrar en las curvas sin un mal gesto. <<Está aguardándole, compadre>>, le dice, para sí, esa voz interior tan oportuna. (…)







Montero Glez. “Sed de Champán”. 1999, Edhasa. 




miércoles, 24 de diciembre de 2014

Louis-Ferdinand Céline



Fragmento.



Más vale no hacerse ilusiones, la gente nada tiene que decirse, sólo se hablan de sus propias penas, está claro. Cada cual a lo suyo, la tierra para todos. Intentan deshacerse de su pena y pasársela al otro, en el momento del amor, pero no da resultado y, por mucho que hagan, la conservan entera, su pena, y vuelven a empezar, intentan otra vez endosársela a alguien. <<Es usted muy guapa, señorita>>, van y dicen. Y reanudan la vida, hasta la próxima vez, en que volverán a probar el mismo truquillo. <<¡Es usted guapísima, señorita!...>>

Y después venga a jactarte, entretanto, de haberte librado de tu pena, pero todo el mundo sabe, verdad, que no es cierto y que te la has guardado pura y simplemente para ti solito. Como te vuelves cada vez más feo y repugnante con ese juego, al envejecer, ya ni siquiera puedes disimularla, tu pena, tu fracaso, acabas con la cara cubierta de esa fea mueca que tarda veinte, treinta años y más en subir, por fin, del vientre al rostro. Para eso sirve, y para eso sólo, un hombre, una mueca, que tarda toda una vida en fabricarse y ni siquiera llega siempre a terminarla, de tan pesada y complicada que es, la mueca que habría de poner para expresar toda su alma de verdad sin perderse nada. (…)






Louis-Ferdinand Céline. “Viaje al fin de la noche”. 1994, Edhasa.





lunes, 22 de diciembre de 2014

Mariano Crespo.



TE INTENTARÍA UN NOMBRE CON ALAS


Debes de estar dormida.
Estoy releyendo a Cortázar.
Suena "lonely woman" de Ornette Coleman.
Llegan malas noticias del frente a la trinchera.
La loba ya no tiene cinco lobitos.
Y Caperucita ya no es tan roja.
Sabes, si no estuviera encerrado,
saldría a decapitarte flores silvestres
recién besadas de lluvia
con veinte poemas de amor
y veinte pablos nerudas.
Si yo fuera Robinson
te buscaría un nombre cotidiano
pero como soy un naufrago anónimo
te intentaría un nombre con alas.
Debes de estar dormida
como para una foto robada
que me sirva de marcapáginas
en el capítulo 7 de Rayuela.
Suena "Lonely woman"
Estoy releyendo tu cara
Suena Ornette Coleman
y está ebria
la farola que ilumina la ventana
de un saxo que ve doble
el lamento que proclama.

Cortázar está julio y la noche marciana.




Mariano Crespo. "BAILANDO CON CHARLIE PARKER y otros secretos voluntarios". 2012, S.L. EXLIBRIS EDICIONES.



martes, 16 de diciembre de 2014

Jack Kerouac.



TERCERA PARTE.

IX


En muy poco tiempo estábamos de nuevo en la autopista y esa noche vi desplegarse ante mis ojos todo el estado de Nebraska. Íbamos a ciento setenta y cinco por hora por rectas interminables, cruzábamos pueblos dormidos, no había tráfico y el expreso de la Unión Pacific quedaba detrás de nosotros bajo la luz de la luna. No sentí miedo en toda la noche; era perfectamente legítimo ir a ciento setenta y cinco y hablar y ver aparecer y desaparecer como en sueños todas las localidades de Nebraska: Ogallala, Gothenburg, Kearney, Grand Island, Columbus...Era un coche magnífico; corría por la carretera como un barco por el agua. Tomábamos las curvas con toda soltura.

¡Ah, tío, qué coche tan maravilloso! suspiraba Dean. Piensa lo que podríamos hacer tú y yo si tuviéramos un coche como éste. ¿Sabes que hay una carretera que baja hasta México y luego sigue hasta Panamá...?, y quizá continúe hasta el final de Ámerica del Sur donde los indios miden más de dos metros y mascan coca en las montañas. ¡Sí! Tú y yo, Sal, recorreríamos el mundo entero en un coche como éste porque, tío, en definitiva la carretera tiene que dar la vuelta al mundo entero. ¿Adónde va a ir si no? ¿No es así? Pero, en fin, nos pasearemos por el viejo Chicago con este coche. Fíjate, Sal, nunca he estado en Chicago.

En este Cadillac pareceremos gángsters.
¡Eso es! ¿Y las chicas? Podremos ligarnos un montón de chicas. Sal, he decidido mantener una velocidad extra y así tendremos una noche entera para andar por allí con el coche. Ahora sólo tienes que descansar y yo conduciré todo el rato.
De acuerdo, ¿a qué velocidad vamos ahora?
Nos mantenemos más o menos a ciento ochenta...y ni siquiera se nota. Cruzaremos Iowa entero durante el día y luego recorreremos Illinois en muy poco tiempo. Los chicos se habían dormido y hablamos y hablamos toda la noche.

Era notable hasta qué punto Dean podía volverse loco y a continuación sondear su alma (que a mi juicio está arropada por un coche rápido, una costa a la que llegar y una mujer al final de la carretera), tranquila y sensatamente como si no hubiera pasado nada.




Jack Kerouac. “En el camino”. 2013 Anagrama.




domingo, 14 de diciembre de 2014

Roger Wolfe




LA PERIFERIA VA POR DENTRO



Vive en Madrid
y le agobia
el tráfico
la gente
los alquileres
la delincuencia
la polución sonora
y ambiental,
su trabajo en el
periódico,
la poca paga,
el jefe
de sección.
<<¿Se puede ver el mar
desde tu terraza?>>,
me pregunta.
<<Exactamente
no. Pero lo huelo.>>
<<Qué suerte tienes,
cabronazo. Vives
mejor que yo.>>
Ya. Bueno. La vida
es como cuando vas
a un restaurante.
El plato del de al lado
siempre te parece
mucho más apetitoso
que el que acabas
de pedir.





Roger Wolfe. “Arde Babilonia”. 1994, Colección Visor de Poesía.






viernes, 12 de diciembre de 2014

Teresa Torres.





Todo lo atravesé para lanzarme al vacío,
dejé huellas en la nieve
me quemé con su frío
sollocé ante las piedras
tapé mis ojos con signos,
amé tanto lo imposible que aullé
-sin luna llena-
condenando mis propios oídos
no supe parar porque iba ciega
entregándome al viento y su camino
pero no se extendieron mis alas
-sabes...pajarillo...no se abrieron y...-
y llegó la meta:
El fondo oscuro del abismo...




Teresa Torres. De su muro de Facebook. 2014



miércoles, 10 de diciembre de 2014

Lidia Li.



LYRICA


Juro por las musas del parnaso
que hay que estar bastante idiota
porque sería tan fácil
mandarlo todo al carajo
y pensar sólo en mí misma,

salir a quemar la noche,
embriagarme de química
y música extática
y encontrar el narcótico
del sexo sin ataduras

pero en lugar de eso aquí estoy,
envuelta en soledad y silencio,
ebria de letras y melancolía
con la vista clavada en el muro
esperando respuestas
que no llegan nunca.

Y qué le voy a hacer,
si soy adicta al zumo de estrellas
y a la música sorda de los astros
y -sobre todo- a esos ojos
que buscan entre mis versos
lo que mi boca arisca les niega.

Maldita poesía.
Par délicatesse j'ai perdu ma vie.

Calíope, vete al infierno
y llévate contigo la lira.


Lidia Li. 2014.



lunes, 8 de diciembre de 2014

Idea Vilariño.




Y SEGUIRÁ SIN MÍ



Y seguirá sin mí este mundo mago
este mundo podrido.
Tanto árbol que planté
y versos que escribí en la madrugada
y andarán por ahí como basura
como restos de un alma
de alguien que estuvo aquí
y ya no más
no más.
Lo triste lo peor fue haber vivido
como si eso importara
vivido como un pobre adolescente
que tropezó y cayó y no supo
y lloró y se quejó
y todo lo demás
y creyó que importaba.


                                         (Las Toscas, 1979)








Idea Vilariño. “Poesía Completa”. 2008, Lumen.






martes, 2 de diciembre de 2014

Raymond Carver.



CAJAS. (Fragmento)



La gente, en verano, suele tomarse vacaciones. Mi madre se muda. Empezó a mudarse años atrás, cuando mi padre se quedó sin trabajo. Cuando lo despidieron y se vio en el paro, vendiendo la casa (como si fuera lo que debiera hacerse en esos casos) y se mudaron a otras latitudes que pensaron más propicias. Pero las cosas tampoco mejoraron en su nuevo hogar. Así que volvieron a mudarse. Y siguieron mudándose una y otra vez. Vivían en casas alquiladas, en apartamentos, en roulottes, e incluso en moteles. Siempre de un sitio a otro, siempre más ligeros de equipaje en cada mudanza. En un par de ocasiones recalaron en la ciudad donde yo vivía. Se instalaron en mi casa, vivieron con mi mujer y conmigo un tiempo y volvieron a partir. Eran algo así como aves migratorias, sólo que sus desplazamientos no seguían ninguna pauta definida. Viajaron de un lado a otro durante años, y hubo veces en que salieron incluso del estado en busca de pastos más verdes. Pero en general sus peregrinaciones se mantenían dentro de los límites del norte de California. Al morir mi padre, pensé que mi madre dejaría de ir de un lado para otro y se quedaría en algún lugar durante un tiempo. Pero no fue así. Siguió mudándose. Una vez le sugerí que fuera a ver a un psiquiatra. Me ofrecí incluso a costeárselo. Pero ella no quiso ni oír hablar del asunto. En lugar de hacerme caso, lo que hizo fue dejar la ciudad e irse a vivir a otra parte. Debí de sentirme muy desesperado para que se ocurriera hablarle de un psiquiatra .

Se pasaba la vida haciendo o deshaciendo las maletas. A veces se mudaba dos o
tres veces al año. Hablaba con resentimiento del sitio que dejaba y con optimismo del que acababa de elegir. Su correo quedaba siempre atrás, la pensión le llegaba siempre a direcciones en las que ya no estaba, y se pasaba horas y horas escribiendo cartas para arreglar las cosas. Había veces en que se mudaba de una casa de apartamentos a otra situada a unas manzanas más allá, para luego volver al mismo edificio un mes después, sólo que a otro piso, a otra escalera. Así que cuando se mudó aquí decidí alquilarle una casa que estuviera amueblada a su gusto.

—Es esa manía de mudarse lo que la mantiene viva —decía Jill—. Lo que la mantiene ocupada. Debe de producirle una especie de placer morboso, imagino.

Acierte o no en lo del placer, Jill piensa que mi madre empieza a chochear. Y yo también lo pienso. Pero ¿cómo le dices a tu madre una cosa semejante? ¿Cómo tratarla en tal caso? El hecho de empezar a chochear no le impide planear y llevar a cabo su siguiente mudanza. (…)







Raymond Carver. “Tres rosas amarillas”. 1989, Edit. Anagrama.