CAJAS.
(Fragmento)
La
gente, en verano, suele tomarse vacaciones. Mi madre se muda. Empezó
a mudarse años atrás, cuando mi padre se quedó sin trabajo. Cuando
lo despidieron y se vio en el paro, vendiendo la casa (como si fuera
lo que debiera hacerse en esos casos) y se mudaron a otras latitudes
que pensaron más propicias. Pero las cosas tampoco mejoraron en su
nuevo hogar. Así que volvieron a mudarse. Y siguieron mudándose una
y otra vez. Vivían en casas alquiladas, en apartamentos, en
roulottes, e incluso en moteles. Siempre de un sitio a otro, siempre
más ligeros de equipaje en cada mudanza. En un par de ocasiones
recalaron en la ciudad donde yo vivía. Se instalaron en mi casa,
vivieron con mi mujer y conmigo un tiempo y volvieron a partir. Eran
algo así como aves migratorias, sólo que sus desplazamientos no
seguían ninguna pauta definida. Viajaron de un lado a otro durante
años, y hubo veces en que salieron incluso del estado en busca de
pastos más verdes. Pero en general sus peregrinaciones se mantenían
dentro de los límites del norte de California. Al morir mi padre,
pensé que mi madre dejaría de ir de un lado para otro y se quedaría
en algún lugar durante un tiempo. Pero no fue así. Siguió
mudándose. Una vez le sugerí que fuera a ver a un psiquiatra. Me
ofrecí incluso a costeárselo. Pero ella no quiso ni oír hablar del
asunto. En lugar de hacerme caso, lo que hizo fue dejar la ciudad e
irse a vivir a otra parte. Debí de sentirme muy desesperado para que
se ocurriera hablarle de un psiquiatra .
Se
pasaba la vida haciendo o deshaciendo las maletas. A veces se mudaba
dos o
tres
veces al año. Hablaba con resentimiento del sitio que dejaba y con
optimismo del que acababa de elegir. Su correo quedaba siempre atrás,
la pensión le llegaba siempre a direcciones en las que ya no estaba,
y se pasaba horas y horas escribiendo cartas para arreglar las cosas.
Había veces en que se mudaba de una casa de apartamentos a otra
situada a unas manzanas más allá, para luego volver al mismo
edificio un mes después, sólo que a otro piso, a otra escalera. Así
que cuando se mudó aquí decidí alquilarle una casa que estuviera
amueblada a su gusto.
—Es
esa manía de mudarse lo que la mantiene viva —decía
Jill—.
Lo que la mantiene ocupada. Debe de producirle una especie de placer
morboso, imagino.
Acierte
o no en lo del placer, Jill piensa que mi madre empieza a chochear. Y
yo también lo pienso. Pero ¿cómo le dices a tu madre una cosa
semejante? ¿Cómo tratarla en tal caso? El hecho de empezar a
chochear no le impide planear y llevar a cabo su siguiente mudanza.
(…)
Raymond
Carver. “Tres rosas amarillas”. 1989, Edit. Anagrama.
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