Fragmento.
Más
vale no hacerse ilusiones, la gente nada tiene que decirse, sólo se
hablan de sus propias penas, está claro. Cada cual a lo suyo, la
tierra para todos. Intentan deshacerse de su pena y pasársela al
otro, en el momento del amor, pero no da resultado y, por mucho que
hagan, la conservan entera, su pena, y vuelven a empezar, intentan
otra vez endosársela a alguien. <<Es usted muy guapa,
señorita>>, van y dicen. Y reanudan la vida, hasta la próxima
vez, en que volverán a probar el mismo truquillo. <<¡Es usted
guapísima, señorita!...>>
Y
después venga a jactarte, entretanto, de haberte librado de tu pena,
pero todo el mundo sabe, verdad, que no es cierto y que te la has
guardado pura y simplemente para ti solito. Como te vuelves cada vez
más feo y repugnante con ese juego, al envejecer, ya ni siquiera
puedes disimularla, tu pena, tu fracaso, acabas con la cara cubierta
de esa fea mueca que tarda veinte, treinta años y más en subir, por
fin, del vientre al rostro. Para eso sirve, y para eso sólo, un
hombre, una mueca, que tarda toda una vida en fabricarse y ni
siquiera llega siempre a terminarla, de tan pesada y complicada que
es, la mueca que habría de poner para expresar toda su alma de
verdad sin perderse nada. (…)
Louis-Ferdinand
Céline. “Viaje al fin de la noche”. 1994, Edhasa.
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