Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 31 de marzo de 2016

Emily Dickinson




HAY LUZ EN EL SESGO...


    HAY en la luz cierto sesgo,
en las tardes invernales,
que sentimos como el peso
de la música
que suena en las catedrales.

    Suscita un dolor celeste;
no encontramos cicatriz,
pero en la hondura del ser
algo es distinto.

    Nada pueden enseñarle:
en el sello, es el dolor,
una aflicción imperial
que la altura nos mandó.

    Cuando llega, el paisaje escucha
y la sombra no alienta.
Al irse, es como una distancia
en la mirada de la muerte.









PUES NO HAY VIDA COMPLETA...


    PUES no hay vida completa, excepto las pequeñas,
que como esferas ruedan y se pierden.
Lentas crecen las grandes, las que, maduras, cuelgan.
¡Largos son los estíos de las Hespérides!







PRESENTIMIENTO ES ESA SOMBRA LARGA...


    PRESENTIMIENTO es esa sombra larga
en el césped que anuncia
que los soles se hunden,
el aviso a la hierba
asustada
de que la noche llega...






SER, POR FIN, IDENTIFICADA...


    ¡SER, por fin, identificada!
Por fin ya están a tu lado las lámparas
y el porvenir es nuestro.
¡Pasó ya medianoche! ¡Brilló el astro del alba!
¡Y surgió el sol! ¡Pero qué gran distancia
hay entre nuestros pies y el día!






Agustí Bartra. “Antología de la poesía norteamericana”. 1974, Plaza & Janes.



miércoles, 30 de marzo de 2016

Juan Soto Ivars.



Fragmentos:



      Jonás dejó lo que estaba haciendo, no había otra forma de escribir una novela. Tecleó al azar unas pocas palabras; después enmudecieron los dedos y tuvo ganas de levantarse.
      Antes se escribía en una máquina ruidosa con un flexo al lado. La luz cercaba el espacio donde los ojos no podían traicionar a la literatura y el tac tac de las teclas constataba la vida del lenguaje. En los ordenadores la pantalla es blanca, por todas partes la página se desborda y existen ventanas que permiten dejar de escribir, hacer cualquier otra cosa más agradable. No se puede escribir con la ventana abierta. Interrumpir el tormento que es mirar al futuro y al pasado al mismo tiempo, buscar enloquecido algo que no sea presente. Escribir: salir de la habitación estando dentro.

***




      El viento penetró en las cuevas. La montaña resonó como un órgano que anunciaba un nuevo invierno.
      Transitamos las oficinas de la vida en busca de reconocimiento. El escritor y el que escribe buscan el mismo reconocimiento, el amante y el marido, el hijo y la madre, todo lo hacemos por la misma razón. Jonás necesitaba, pensó, contento como si hubiera encontrado un billete olvidado en el bolsillo de un abrigo, la aceptación que supone haber tenido sexo con una mujer, pero sin tenerlo. Ésa era la explicación convincente. Es lo que quería de Irene, y podía engañar al cuerpo con quien fuera.

***





      Tu abuelo fue la peor persona de toda tu familia. Era un viejo enorme de cara roja. Había sido minero y su piel estaba totalmente acostumbrar a la piedra. Cuanto tú eras pequeño, tu abuelo odiaba ya abiertamente a tus padres. Cuando te llevaban a su casa te pasabas todo el tiempo escondido lejos de él. Le molestaba absolutamente todo: no comer a la hora fijada, que variaba según su hambre, escuchar la respiración de los niños mientras veía el telediario, que el teléfono sonase y que las conversaciones fueran demasiado largas. Te decían <<vamos a ver al abuelo>> y tú sentías que te llevaban a una casa de campo con un peligroso pastor alemán que te iba a mirar fijamente y ladraría si corrías.
      Cuando tu abuelo se murió tenías 15 años. Por alguna razón, toda la familia se reunió para llorar su muerte, y lo más extraño es que tú también lloraste. No tan extraño, pues había que llorar, que se viera reflejado en las lágrimas. Si no, quizás se incorporase e impondría de nuevo su orden. Incorporase, hablando de un muerto, tiene algo más de cinco sílabas. Metido dentro de la caja, la cara salvaje se había suavizado un poco, pero algo maligno seguía ardiendo encima. Parecía una figura de cera, con su mandíbula hundida y la nariz mucho más aguileña. Te pareció, recuerdas, que si lo mirabas fijamente los ojos de tu abuelo se abrirían y dos enormes arañas te observarían desde sus cuentas vacías.

***





Bar de carretera, el autobús vomita a los pasajeros para que coman, me siento en una silla de la que tengo que retirar un periódico húmedo, aquí empieza la libertad, en este nexo entre un mundo y otro, el limbo, las carreteras no son caminos, no son caminables, carretera: circuito trazado por la histeria del irse y del llegar. Pido a la vieja camarera un bocadillo y fumo, y cuando la vieja trae el bocadillo el humo, mi humo, le da en la cara y sopla, resopla como quien escucha algo ofensivo, lleva un delantal sucio de lamparones y al bufar una gota de saliva ha salpicado el plato, junto al bocadillo, una pompita de saliva, invisible como el veneno, como el agua, agua invertida para matar, esta vieja se va y no voy a comer el bocadillo, quizás así se venga de los viajeros la vieja que se deforma en el bar de carretera, viajeros: sombras que dejan olor a cigarrillos en su bar. ¿Dónde duerme la vieja? ¿Habrá un camastro aquí? En la carretera no se puede soñar, se tienen sueños de vértigo, sueños en el limbo bajo los fluorescentes, cuando los coches tienen que seguir adelante, a las carreteras no les gusta viajar. Aquí empieza la libertad, en una puerta de 600 kilómetros de asfalto.

***









      Un día miraremos nuestra época y nuestras vidas y nos reiremos con infinito desprecio. Flaubert dijo en 1850 que los tiempos venideros iban a ser infinitamente, groseros, le preocupaba que la imbecilidad tuviese un diámetro infinito, vivió en la desgracia de observar con infinito desprecio el perímetro de la imbecilidad, las caras sonrosadas. Llevo sin leer más de tres meses. Intento coger un libro y no entiendo nada. Lo abro, leo unas frases incomprensibles, no soy capaz de terminar el texto de contraportada, miro únicamente la fecha de nacimiento del autor y el momento en que se publicó el libro, es lo único que me interesa ahora que he llegado del tren, cuánto me costará el billete cuando intente volver a subirme. Además llevo días sin mirar el correo. Seguramnete que ya hayan dejado de llegar nuevos mensajes porque ahora no existo y estoy remontando el tiempo, dentro de pocos días seré incluso inocente, no habré nacido, no habré tocado el mundo ni me habrá tocado. Si vuelvo a Madrid algún día las puertas no escucharán mi llamada.

***





la literatura española detesta las provincias, para triunfar hay que escribir en Madrid o Barcelona y escribir sobre estas ciudades, o irse a Nueva York como hacían Ray Loriga y los de su tiempo. Como hiciste tú, dice ella un poco risueña, conservando el as en la manga pero sugiriendo que lo tiene. Me sonrojo y no sé qué responderle: Yo no triunfé, balbuceo. Pero te fuiste a Madrid porque querías ser escritor, y yo he venido a tu pueblo y he acabado leyendo tu novela. Intuye que me incomoda hablar de esto pero no sabe por qué, así que debo ser amable y risueño, pero quizás ella advierte mi pesadumbre o casi mi enojo, y añade: tu novela a mí me pareció un triunfo, me gustó mucho. Yo bromeo: llevamos hablando media hora y ya me dices que te gustó la novela, ¿no serás una fan? Ella se ríe, pero no ha tenido mucha gracia. Ella es amable, no se puede ser ironico con las personas amables, la amabilidad es de cera y la ironía un alfiler al rojo, un metal agresivo, la espada en una mano incómoda de ser mano frente a la mano tendida de la amabilidad. Seguimos caminando en silencio, ella mira al suelo, quizás la he molestado, quizás me ha molestado a mí, incómodo doy un paso tras otro...

***





      Nunca más escribiré, pienso. Escribí mi novela para que la soledad no la arrastrase ladera abajo, ella mismo lo había dicho, escribí una novela sobre el mar para que el agua salada diluyese la nieve, en el cielo estalla rota Siberia, baja en forma de lluvia tenue y helada a pelearse con las luces de las farolas, avasalla la primavera temprana, volverá, pienso, calentará, pienso y los cristales se han helado de vapor, intuyo bajo las mantas su pecho respirando pegado al mío, sin rastro de mi erección primera acaricio su huérfana espalda, abre los ojos y sonríe, no se asusta, los cierra y es posible que al poco tiempo esté casi soñando los días que vienen detrás, los días que vienen a mostrarnos en sus manos el sol, Barcelona reconstruyéndose en el filo del sueño, la calle amable donde los demás me mirarán porque voy con ella. No quiero escribir nunca más. Trabajaré, quizás trabajaremos juntos, las puertas del encierro se han abierto...






Juan Soto Ivars. “Siberia”. 2012, el olivo azul.



lunes, 28 de marzo de 2016

Luis Acebes.




Había un manojo de algas podridas que parecían cintas de casete que alguien hubiese destruido para proteger las grabaciones que contenían. Al final de la cala dos chicas tumbadas. La del pelo más largo acariciaba la espalda de la otra muy despacio. Tenían un perro negro atado a una de las bicis. Diría que estaba celoso de no estar bajo esa mano. Tú caminabas delante y yo te seguía con la vista fija en las huellas del número treinta y seis que ibas dejando, onduladas por delante y más profundas hacia el talón. Un padre enseñaba a pescar a su hijo junto a las rocas, fabricando un recuerdo que un día llegará borroso y desnutrido, a destiempo como todos y sin posibilidad de justicia retrospectiva. Otra pareja paseaba por la orilla hablando en francés. Ella con esa forma universalmente femenina de llevar unas sandalias en la mano. Él con la tranquilidad de saber que todo es eterno durante un rato. Luego vimos algas verdes en una poza. Brillaban con furia porque aún nadie las había utilizado para recordar ninguna voz.




2016. De su muro de Facebook.


sábado, 19 de marzo de 2016

Eduardo García




UN HOMBRE MIRA A OTRO EN LA VENTANA



Un hombre mira a otro en la ventana;
a otro hombre sentado junto a otra
ventana silenciosa,
su mirada en la página y el aire
solemne con que lee ahora una línea
buscando un sol de invierno, unos caballos
galopando en la nieve, una mujer
hermosa e imposible y fugitiva,
la caricia del viento y la costumbre
o la detonación, el grito, el breve
latido en que la sangre se demora
suspendida y a punto,
y ahora sí,
el temblor de la piedra sumergida,
el aliento que vibra y se desboca,
la ciudad que aparece en la distancia.

Un hombre mira a otro en la ventana.
Escribe unas palabras. No sospecha
más allá de la sangre y los caballos
y el viento y la mujer y aquel latido
que los trazos que araña en el papel
son los versos que el otro lee ahora.






TENÍA QUE ENCONTRARLE EN UN POEMA



Salió de no sé dónde. Iba descalzo,
con la cara tiznada como entonces,
el aire de un pirata diminuto,
la sonrisa torcida y en los ojos
intacta malicia.
                         Pudo reconocerme
a pesar de las grietas en mi cara,
a pesar de mi aspecto improcedente,
de mi disfraz de adulto, mi voz grave.
<<¿Dónde estabas? me dijo. Este verano
te echábamos de menos. Junto al río
he encontrado los restos de un naufragio.
Ven a cavar conmigo. En la otra orilla
nos vigilan jinetes emboscados.>>
Tuve que convencerle de que no,
que sólo estaba allí por un azar.
¿Cómo iba a irme con él con esta facha,
con este cuerpo enorme y perezoso?.
Allí nos despedimos, no sin antes
enviarle recuerdos para todos.
Lo dejé en su verano inagotable.









AL FONDO DE LA ESCENA



He cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después del frío, el viento y los veranos
he venido. Saludo a los objetos
con un suspiro grave y respetuoso.
La sala decorada con flores que parecen
desplomarse carnívoras sobre los comensales.
He ocupado mi silla. Alguien comenta
el precio escaso de la vida humana
en un país remoto y las noticias
dejan caer promesas de un futuro
que merezca la pena. La mujer
me sirve una sonrisa.
El hombre habla con ella como quien acaricia
un sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo el mantel los niños se pelean.
La sal. El pan. La mesa como siempre:
cada cual en su sitio, absorto en la tarea
de ser el personaje que la trama
dispone.
             Así, ya ves, somos felices.
Ignoramos que un día la ausencia de la madre,
esa silla vacía, inconcebible,
hará que el niño aquel al fondo de la escena
escriba estas palabras.




Luis Antonio de Villena. “La lógica de Orfeo. (Antología)”. 2003, Visor.





miércoles, 16 de marzo de 2016

Karmelo C. Iribarren





EL OJO DEL OBSERVADOR




Ese gorrión
posado
en el cable del tendido eléctrico
no puede estar
mirándome a mí.
Es imposible.
Aunque ahora mismo
sólo esté yo
aquí abajo.
En fin, qué cosas.
Y nadie me asegura
que esta noche
no recuerde este momento
como lo mejor del día.







37º A LA SOMBRA

                                                                              Para Ana L



Ahora mismo
me gustaría estar
en alguna gélida ciudad del norte,

                              concretamente,
en uno de esos bares
que suele haber siempre
en las plazas
de esas ciudades,
viendo ir y venir a la gente
aterida bajo los paraguas,

contigo, haciendo planes
para irnos en verano a algún lugar
al sol.







NO HE DEJADO DE BUSCAR

                                                                                    Para Javier Das



Me eché
a andar
por la vía.

Un hombre
me llamó la atención.

Le dije
que buscaba a mi padre
(se había muerto,
pero a mí
me daba igual).

Hace cincuenta años de aquello.

No he dejado de buscar.











ESTAMPA OTOÑAL




Junto a los días cortos,
los catarros
y las hojas muertas por las aceras,
un puesto de castañas
es sin duda la imagen
de que el otoño ha llegado a la ciudad.
Un día vas andando por la calle
y, de repente, notas
ese picorcillo familiar en los ojos.
Miras a un lado y a otro
y allí está, echando ese humazo gordo
de locomotora atascada.
A mí me agrada
encontrarme cada octubre
con este vestigio de mi niñez.
Es como si, de alguna forma
por más precaria que esta sea,
me recordase
que mi mundo no se ha muerto del todo,
que aún resiste, y yo con él.








ESTA MAÑANA




No había nadie
en el paseo marítimo
esta mañana.
                       Solos
el mar y yo, cara a cara, mirándonos
y manteniendo, en silencio, una conversación
la misma, la de siempre,
la que nunca nos lleva a ningún sitio,
encastillados ambos
en nuestras tercas
e inmutables posiciones....

                                             <<Nos vemos, le he dicho,
tras un rato sin respuestas
por su parte.
Él no me ha dicho nada. Para qué.
Sabe que será así.






Karmelo C. Iribarren. “Haciendo Planes”. 2016, Renacimiento.



lunes, 14 de marzo de 2016

Luis Alberto de Cuenca.




EL VESTIDO NUEVO



Y tu vestido nuevo, el que te hiciste
para pasar la prueba del hastío
y apoderarte de los corazones
que se te resistían, aquel traje
que inauguraba el mundo, que fundía
los metales pesados, que te daba
las llaves de un imperio donde el morbo
era rey, aquel mínimo vestido
que nunca te pusiste para mí...







LA INFANCIA COMO ANTORCHA
EN EL SUBTERRÁNEO



Lo mató la vida muy pronto.
Se apagó el fuego que alumbraba
las pupilas del niño triste
cuando mordía una manzana,
acariciaba a su mascota
o leía cuentos de hadas.
Pero su fuego sigue ardiendo
en mis victoriosas mañanas,
tantos años después, y alumbra
la noche oscura de mi alma.







BASURA GENÉTICA



Durante tres milenios los tipos más valiosos,
más fuertes y más listos de la especie
la flor y nata de la juventud
se fueron a la guerra
y murieron sin gloria
en los remotos campos de batalla,
mientras que los enfermos y los débiles,
los corruptos y los cobardes
se quedaban en casa y se reproducían.
De ahí venimos todos nosotros.
Llevamos tres milenios perdiendo a los mejores
para que los inútiles
salven la vida y sigan engendrando.
Por eso somos todos,
treinta siglos después,
lo peor de cada tribu:
desperdicios, basura irreciclable.












ANTE EL ESPEJO



Ofreces un aspecto deplorable
ante el espejo, con la piel barrosa
y surcada de arrugas, con los ojos
febriles y agotados. Cada vez
que un adulto se mira en el espejo
a partir de una cierta edad, la impía
y vil Naturaleza lo reclama
al mundo del olvido, donde reina
la noche. Eso te pasa a ti ahora mismo.







SU CUERPO



Permaneció de pie junto a la puerta,
vestida solo con una toalla
ceñida al cuerpo. Me miraba como
si quisiera que yo la devorase,
y eso acabó con mi resaca: el día
no podía empezar mejor. Me dijo:
<<Me gustas mucho>>. <<¿Hasta qué punto?>>, dije.
<<Hasta este punto>>, dijo, y la toalla
cayó al suelo. Y la charla terminó.







Luis Alberto de Cuenca. “Cuaderno de vacaciones”. 2015, Círculo de Lectores.



viernes, 11 de marzo de 2016

Vicente Muñoz Álvarez (II)



1. El ángel de la catedral




      Como una visión pura de tristeza estaba allí y yo la miraba, aquella manta sobre sus cansadas piernas, morena, ojos azules, bajo las arcadas góticas de la catedral. Momentos mágicos, reveladores, que quizá son religión: imágenes de luz que son poesía, bajando, subiendo y regresando de nuevo al mismo sitio.

      Un tren fantasma y tú en el flujo de mis pensamientos. Mirando por la ventana y viendo sólo mi reflejo. Lleno de pena y rabia por tu ausencia e intentándote explicar que he renacido, que he dejado de beber, que vuelvo a ser el mismo...Pero recordando también aquella carta, su advertencia, tus labios rojos estampados sobre sus palabras: Debemos una vez más concentrarnos, recuperar el Norte y con él la armonía...No quiero seguir huyendo...Y yo observando a aquella chica para redimirme a mi extraño modo en su tristeza, una catarsis, porque mi adicción era más fuerte o mi voluntad mucho más débil, qué más da: no todos tenemos la misma fuerza.

      Lo que ahora está pasando corrobora mi anterior postura: dolor físico auténtico por la distancia. Pero corren tiempos duros y nubes que no escampan. Me alejé de ti para encontrarte, no para perderte, y para buscar también otros caminos... Lo lineal, lo legible, lo inteligible... Intentaba ser yo mismo, no plagiar de la experiencia, pero el filón se estaba acabando. ¿Que quería, qué buscaba, qué esperaba? Tal vez sólo te buscaba a ti, que compartiste por un tiempo mi vida... Juegos de prestidigitador, perversiones, confidencias: mantras obsesivos de desolación.

      Aprendí poco del tiempo mientras tú allanabas el futuro. Pero ese pasado hoy ya no existe. Sólo quiero que te asomes a mí y me des de nuevo a oler tu piel... Tengo otra historia que contar: el resplandor de aquellos ojos, su desolación. Cómo descubrí su santidad y cómo su rostro demacrado hizo mi luz.

Fue como un milagro verla allí, entre los mendigos con la mano extendida, silenciosa y agostada junto a los muros de la catedral. La observé en silencio unos minutos y renací luego en sus cenizas para volver maduro a ti.

      He dejado de beber, no te preocupes. He llegado al centro neurálgico de las sensaciones para dejar a un lado la botella. He viajado al fin del tiempo sin tener que cubrir grandes distancias.

      Nada hay que no esté al fondo de nuestro corazón.










Vicente Muñoz Álvarez. “Mi vida en la penumbra”, Editorial Eclipsados 2008



miércoles, 9 de marzo de 2016

Magda Robles.




DECLARACIÓN DE INTENCIONES




      He necesitado
      tan solo
      trece mil latidos
      y un instante
      para nombrarte.

      Eres.
      Sed.
      Y calma.

      Quede este cuerpo
      como ofrenda
      viva e inmutable.

      Sea esta voz semilla tuya.
      Perpetua.
      Esparcida al viento.








CAERÁN LOS NOMBRES


¿Y las rosas? Pestañas
cerradas:horizonte
final. ¿Acaso nada?
Pero quedan los nombres.”
Jorge Guillén

      Pretendes cubrirme de luz,
      a mí que habito la penumbra.

      Fugaz. Vencido.
      Como un relámpago que rasga la tiniebla
      para hacer aún mayor la sombra
      cuando su trazo muere.

      Mañana tú y yo seremos tan solo sueño.
      Recuerdo silencioso de esta piel
      que se desprende cada día.
      Huellas sin pisadas,
      camino abierto.
      Horas detenidas
      en la muerte inadvertida de un reloj.

      Entonces caerán los nombres,
      y solo quedarán los labios
      y su lenguaje nuevo.

      Incierto.
      Desesperado.

      Y escribirán sobre la piel
      un nuevo invierno.










LETEO



Beber tus aguas
es reincidir
en la desnudez del vértigo.

Implica
volver a la superficie
con un puñado de algas
enredadas en las manos.

Y verterlas lentamente
sobre palabras hambrientas
que ofrecen restos de sal
y de penumbra.

Sumergirse en tu leteo
no es ir
donde el olvido.

Es ser naufragio
apenas perceptible
en que hundir la voz
y mi silencio.










AMOR Y TIEMPO



Escribir por tu piel
el mejor de los poemas.”
TSB acróbata

Escribo en tu piel
con un lenguaje sin formas.

¿Acaso has olvidado
que una vez llegaste a amar
aquel baile de sombras
que surgía de entre mi carne?

Recuerdo un tiempo
de árboles soñados.
De inmolado aliento
entre sábanas hambrientas
cuando el día agonizaba.

Ahora apenas rozo tu nombre,
y de repente tu nombre
ya no es tu nombre.
Es un desgarro que aletea
y atraviesa todos mis muros.

Ángel vencido.
Espina acariciada
que busco ansiosa
y encuentro en mi latido.

Mar que mi mar calma.

Hoy,
amor,
es otro amor el que nos halla.






Magda Robles León. “En piel del Ángel Caído”. 2016, Entornográfico Ediciones.





domingo, 6 de marzo de 2016

George Orwell (II)



Fragmentos:



      Winston se apoyó en el alféizar de la ventana. Era inútil proseguir. Iba a pedir más cerveza cuando el viejo se levantó de pronto y se dirigió renqueando hacia el urinario apestosos que estaba al fondo del local. Winston siguió unos minutos sentado contemplando su vaso vació y, casi sin darse cuenta se encontró otra vez en la calle. Dentro de veinte años, a lo más pensó, la inmensa y sencilla pregunta <<¿Era la vida antes de la Revolución mejor que ahora?>> dejaría de tener sentido por completo. Pero ya ahora era imposible contestarla, puesto que los escasos supervivientes del mundo antiguo eran incapaces de comparar una época con otra. Recordaban un millón de cosas insignificantes, una pelea con un compañero de trabajo, la búsqueda de una bomba de bicicleta que habían perdido, la expresión habitual de una hermana fallecida hacía muchos años, los torbellinos de polvo que se formaron en una mañana tormentosa hace setenta años...pero todos los hechos transcendentales quedaban fuera del radio de su atención. Eran como las hormigas que pueden ver los objetos pequeños, pero no los grandes. Y cuando la memoria fallaba y los testimonios escritos era falsificados, las pretensiones del Partido de haber mejorado las condiciones de la vida humana tenían que ser aceptadas necesariamente porque no existía ni volvería nunca a existir un nivel de vida con el cual pudieran ser comparadas.

***



      En cierto modo, Julia era menos susceptible que Winston a la propaganda del Partido. Una vez se refirió él a la guerra contra Eurasia y se quedó asombrado cuando ella, sin concederle importancia a la cosa, dio por cierto que no había tal guerra. Casi con toda seguridad, las bombas cohete que caían diariamente sobre Londres eran lanzadas por el mismo Gobierno de Oceanía sólo para que la gente estuviera siempre asustada. A Winston nunca se le había ocurrido esto. También despertó en él Julia una especie de envidia al confesarle que durante los dos Minutos de Odio lo peor para ella era contenerse y no romper a reír a carcajadas: Pero Julia nunca discutía las enseñanzas del Partido a no ser que afectaran a su propia vida: Estaba dispuesta a aceptar loa mitología oficial, porque no le parecía importante la diferencia entre verdad y falsedad.

***




      ―Habréis oído rumores sobre la existencia de la Hermandad. Supongo que la habréis imaginado a vuestra manera. Seguramente creeréis que se trata de un mundo subterráneo de conspiradores que se reúnen en sótanos, que escriben mensajes sobre los muros y se reconocen unos a otros por señales secretas, palabras misteriosas o movimientos especiales de las manos. Nada de eso. Los miembros de la Hermandad no tienen modo alguno de reconocerse entre ellos y es imposible que ninguno de los miembros llegue a individualizar sino a muy contados de sus afiliados. El propio Goldstein, si cayera en manos de la Policía del Pensamiento, no podría dar una lista completa de los afiliados ni información alguna que les sirviera para hacer el servicio. El realidad no hay tal lista. La Hermandad no puede ser barrida porque no es una organización en el sentido corriente de la palabra. Nada mantiene su cohesión a no ser la idea de que es in destructible.

***




      Pero también resultó claro que un aumento de bienestar tan extraordinario amenazaba con la destrucción era ya, en sí mismo, la destrucción de una sociedad jerárquica. En un mundo en que todos trabajaran pocas horas, tuvieran bastante para comer, vivieran en casa cómodas e higiénicas, con cuarto de baño, calefacción y refrigeración, y poseyera cada uno un auto o quizás un aeroplano, había desaparecido la forma más obvia e hiriente de desigualdad. Si la riqueza llegaba a generalizarse, no serviría para distinguir a nadie. Sin duda, era posible imaginarse una sociedad en que la riqueza, en el sentido de posesiones y lujos personales, fuera equitativamente distribuida mientras el poder siguiera en manos de una minoría, de una pequeña casta privilegiada. Pero, en la práctica, semejante sociedad no podría conservarse estable, porque si todos disfrutasen por igual del lujo y del ocio, la gran masa de seres humanos, a quienes la pobreza suele imbecilizar, aprenderían muchas cosas y empezarían a pensar por sí mismos; y si empezaran a reflexionar, se darían cuenta más pronto o más tarde que la minoría privilegiada no tenía derecho alguno a imponerse a los demás y acabarían barriéndoles. A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia.

***









      ―Hay tres etapas en tu integración dijo O´Brien; primero aprender, luego comprender y, por último, aceptar. Ahora tienes que entrar en la segunda etapa.
      Como siempre, Winston estaba tendido de espaldas, pero ya no le ataban tan fuerte. Aunque seguía sujeto al lecho, podía mover las rodillas un poco y volver la cabeza de uno a otro lado y levantar los antebrazos. Además, ya no le causaba tanta tortura la palanca. Podía evitarse el dolor con un poco de habilidad, porque ahora sólo lo castigaba O´Brien por faltas de inteligencia. A veces pasaba una sesión entera sin que se moviera la aguja del disco. No recordaba cuántas sesiones habían sido. Todo el proceso se extendía por un tiempo largo, indefinido quizá varías semanas, y los intervalos entre las sesiones quizá fueran de varios días y otra veces sólo de una o dos horas.
      ―Mientras te hallas ahí tumbado ―le dijo O´Brien―, te has preguntado con frecuencia, e incluso me lo has preguntado a mí, por qué el Ministerio del Amor emplea tanto tiempo y trabajo en tu persona. Y cuando estabas en libertad tre preocupabas por lo mismo. Podrías comprender el mecanismo de la sociedad en que vivís, pero no los motivos subterráneos. ¿Recuerdas haber escrito en tu Diario: <<Comprendo el cómo; no comprendo el porqué?>> Cuando pensabas en el porqué es cuando dudabas de tu propia cordura. Has leído el libro de Goldstein, o partes de él al menos. ¿Te enseñó algo que ya no supieras?
      ―¿Lo has leído tú? ―dijo Winston.
      ―Lo escribí. Es decir, colaboré en su redacción. Ya sabes que ningún libro se escribe individualmente.
      ―¿Es cierto lo que dice?
      ―Como descripción, sí. Pero el programa que presenta es una tontería. La acumulación secreta de conocimientos, la extensión paulatina de ilustración y, por último, la rebelión proletaria y el aniquilamiento del Partido. Ya te figurabas que esto es lo que encontrarías en el libro. Pura tontería. Los proletarios no se sublevarán ni dentro de mil años ni de mil millones de años. No pueden. Es inútil que te explique razón por la que no pueden rebelarse; ya la conoces. Si alguna vez te has permitido soñar en violentas sublevaciones, debes renunciar a ello. El Partido no puede ser derribado por ningún procedimiento. Las normas del Partido, su dominio es para siempre. Debes partir de ese punto en todos tus pensamientos.
      O´Brien se acercó más al lecho.
       ―¡Para siempre! ―repitió―. Y ahora volvamos a la cuestión del cómo y el porqué. Entiendes perfectamente cómo se mantiene en el poder el Partido. Ahora dime, ¿por qué nos aferramos al poder? Habla ―añadió al ver que Winston no le respondía.
      Sin embargo, Winston siguió callado unos instantes. Sentíase aplanado por una enorme sensación de cansancio. El rostro de O´Brien había vuelto a animarse con su fanático entusiasmo. Sabía Winston de antemano lo que iba a decirle O´Brien: que el Partido no buscaba poder por el poder mismo, sino sólo para el bienestar de la mayoría. Que le interesaba tener en las manos las riendas porque los hombres de la masa eran criaturas débiles y cobardes que no podían soportar la libertad ni encararse con la verdad y debían ser dominados y engañados sistemáticamente por otros hombres más fuerte s que ellos. Que la Humanidad sólo podía escoger entre la libertad y la felicidad, y para la gran masa de la Humanidad era preferible la felicidad. Que el Partido era el eterno guardián de los débiles, una secta dedicada a hacer el mal para lograr el bien sacrificando su propia felicidad a la de los demás. Lo terrible, pensó Winston, lo verdaderamente terrible era que cuando O´Brien le dijera esto, se lo estaría creyendo. No había más que verle la cara. O´Brien lo sabía todo. Sabía mil veces mejor que Winston cómo era en realidad el mundo, en qué degradación vivía la masa human y por medio de qué mentiras y atrocidades la dominaba el Partido. Lo había entendido y pesado todo y, sin embargo, no importaba: todo lo justificaba él por los fines. ¿Qué va uno a hacer, pensó Winston, contra un loco que es más inteligente que uno, que le oye a uno pacientemente y que sin embargo persiste en su locura?
      ―Nos gobernáis por nuestro propio bien ―dijo débilmente―. Creéis que los seres humanos no están capacitados para gobernarse, y en vista de ello...
      Estuvo a punto de gritar. Una punzada de dolor se le había clavado en el cuerpo. O´Brien había presionado la palanca y la aguja de la esfera marcaba treinta y cinco.
      ―Eso fue una estupidez, Winston; has dicho una tontería. Debías tener un poco más de sensatez.
Volvió a soltar la palanca y prosiguió:

      ―Ahora te diré la respuesta a mi pregunta. Se trata de esto: el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder. No la riqueza ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; sólo el poder, el poder puro. Somos diferentes de todas las oligarquías del pasado porque sabemos lo que estamos haciendo. Todos los demás, incluso los que se parecían a nosotros, eran cobardes o hipócritas. Los nazis alemanes y los comunistas rusos se acercaban mucho a nosotros por sus métodos, pero nunca tuvieron el valor de reconocer sus propios motivos. Pretendían, y quizá, lo creían sinceramente, que se habían apoderado de los mandos contra su voluntad y para un tiempo limitado y que a la vuelta de la esquina, como quien dice, había un paraíso donde todos los seres humanos serían libres e iguales. Nosotros no somos así. Sabemos que nadie se apodera del mando con la intención de dejarlo: El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para estableces un dictadura. El objeto de la persecución no es más que la persecución misma. La tortura sólo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del poder no es más que el poder. ¿Empiezas a entenderme?

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George Orwell. “1984”. 1991, duodécima edición en Destinolibro.