1.
El ángel de la catedral
Como
una visión pura de tristeza estaba allí y yo la miraba, aquella
manta sobre sus cansadas piernas, morena, ojos azules, bajo las
arcadas góticas de la catedral. Momentos mágicos, reveladores, que
quizá son religión: imágenes de luz que son poesía, bajando,
subiendo y regresando de nuevo al mismo sitio.
Un
tren fantasma y tú en el flujo de mis pensamientos. Mirando por la
ventana y viendo sólo mi reflejo. Lleno de pena y rabia por tu
ausencia e intentándote explicar que he renacido, que he dejado de
beber, que vuelvo a ser el mismo...Pero recordando también aquella
carta, su advertencia, tus labios rojos estampados sobre sus
palabras: Debemos una vez más concentrarnos, recuperar el Norte y
con él la armonía...No quiero seguir huyendo...Y yo observando
a aquella chica para redimirme a mi extraño modo en su tristeza, una
catarsis, porque mi adicción era más fuerte o mi voluntad mucho más
débil, qué más da: no todos tenemos la misma fuerza.
Lo
que ahora está pasando corrobora mi anterior postura: dolor físico
auténtico por la distancia. Pero corren tiempos duros y nubes que no
escampan. Me alejé de ti para encontrarte, no para perderte, y para
buscar también otros caminos... Lo lineal, lo legible, lo
inteligible... Intentaba ser yo mismo, no plagiar de la experiencia,
pero el filón se estaba acabando. ¿Que quería, qué buscaba, qué
esperaba? Tal vez sólo te buscaba a ti, que compartiste por un
tiempo mi vida... Juegos de prestidigitador, perversiones,
confidencias: mantras obsesivos de desolación.
Aprendí
poco del tiempo mientras tú allanabas el futuro. Pero ese pasado hoy
ya no existe. Sólo quiero que te asomes a mí y me des de nuevo a
oler tu piel... Tengo otra historia que contar: el resplandor de
aquellos ojos, su desolación. Cómo descubrí su santidad y cómo su
rostro demacrado hizo mi luz.
Fue
como un milagro verla allí, entre los mendigos con la mano
extendida, silenciosa y agostada junto a los muros de la catedral. La
observé en silencio unos minutos y renací luego en sus cenizas para
volver maduro a ti.
He
dejado de beber, no te preocupes. He llegado al centro neurálgico de
las sensaciones para dejar a un lado la botella. He viajado al fin
del tiempo sin tener que cubrir grandes distancias.
Nada
hay que no esté al fondo de nuestro corazón.
Vicente
Muñoz Álvarez. “Mi vida en la penumbra”, Editorial Eclipsados 2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario