UN
HOMBRE MIRA A OTRO EN LA VENTANA
Un
hombre mira a otro en la ventana;
a
otro hombre sentado junto a otra
ventana
silenciosa,
su
mirada en la página y el aire
solemne
con que lee ahora una línea
buscando
un sol de invierno, unos caballos
galopando
en la nieve, una mujer
hermosa
e imposible y fugitiva,
la
caricia del viento y la costumbre
o
la detonación, el grito, el breve
latido
en que la sangre se demora
suspendida
y a punto,
y
ahora sí,
el
temblor de la piedra sumergida,
el
aliento que vibra y se desboca,
la
ciudad que aparece en la distancia.
Un
hombre mira a otro en la ventana.
Escribe
unas palabras. No sospecha
―más
allá de la sangre y los caballos
y
el viento y la mujer y aquel latido―
que
los trazos que araña en el papel
son
los versos que el otro lee ahora.
TENÍA
QUE ENCONTRARLE EN UN POEMA
Salió
de no sé dónde. Iba descalzo,
con
la cara tiznada como entonces,
el
aire de un pirata diminuto,
la
sonrisa torcida y en los ojos
intacta
malicia.
Pudo
reconocerme
a
pesar de las grietas en mi cara,
a
pesar de mi aspecto improcedente,
de
mi disfraz de adulto, mi voz grave.
<<¿Dónde
estabas? ―me
dijo―.
Este verano
te
echábamos de menos. Junto al río
he
encontrado los restos de un naufragio.
Ven
a cavar conmigo. En la otra orilla
nos
vigilan jinetes emboscados.>>
Tuve
que convencerle de que no,
que
sólo estaba allí por un azar.
―¿Cómo
iba a irme con él con esta facha,
con
este cuerpo enorme y perezoso?―.
Allí
nos despedimos, no sin antes
enviarle
recuerdos para todos.
Lo
dejé en su verano inagotable.
AL
FONDO DE LA ESCENA
He
cruzado el umbral. Estoy en casa.
Después
del frío, el viento y los veranos
he
venido. Saludo a los objetos
con
un suspiro grave y respetuoso.
La
sala decorada con flores que parecen
desplomarse
carnívoras sobre los comensales.
He
ocupado mi silla. Alguien comenta
el
precio escaso de la vida humana
en
un país remoto y las noticias
dejan
caer promesas de un futuro
que
merezca la pena. La mujer
me
sirve una sonrisa.
El
hombre habla con ella como quien acaricia
un
sueño que se hiciera cotidiano.
Bajo
el mantel los niños se pelean.
La
sal. El pan. La mesa como siempre:
cada
cual en su sitio, absorto en la tarea
de
ser el personaje que la trama
dispone.
Así,
ya ves, somos felices.
Ignoramos
que un día la ausencia de la madre,
esa
silla vacía, inconcebible,
hará
que el niño aquel ―al
fondo de la escena―
escriba
estas palabras.
Luis Antonio de Villena. “La lógica de Orfeo. (Antología)”. 2003, Visor.
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