Fragmentos:
Jonás
dejó lo que estaba haciendo, no había otra forma de escribir una
novela. Tecleó al azar unas pocas palabras; después enmudecieron
los dedos y tuvo ganas de levantarse.
Antes
se escribía en una máquina ruidosa con un flexo al lado. La luz
cercaba el espacio donde los ojos no podían traicionar a la
literatura y el tac tac de las teclas constataba la vida del
lenguaje. En los ordenadores la pantalla es blanca, por todas partes
la página se desborda y existen ventanas que permiten dejar de
escribir, hacer cualquier otra cosa más agradable. No se puede
escribir con la ventana abierta. Interrumpir el tormento que es mirar
al futuro y al pasado al mismo tiempo, buscar enloquecido algo que no
sea presente. Escribir: salir de la habitación estando dentro.
***
El
viento penetró en las cuevas. La montaña resonó como un órgano
que anunciaba un nuevo invierno.
Transitamos
las oficinas de la vida en busca de reconocimiento. El escritor y el
que escribe buscan el mismo reconocimiento, el amante y el marido, el
hijo y la madre, todo lo hacemos por la misma razón. Jonás
necesitaba, pensó, contento como si hubiera encontrado un billete
olvidado en el bolsillo de un abrigo, la aceptación que supone haber
tenido sexo con una mujer, pero sin tenerlo. Ésa era la explicación
convincente. Es lo que quería de Irene, y podía engañar al cuerpo
con quien fuera.
***
Tu
abuelo fue la peor persona de toda tu familia. Era un viejo enorme de
cara roja. Había sido minero y su piel estaba totalmente acostumbrar
a la piedra. Cuanto tú eras pequeño, tu abuelo odiaba ya
abiertamente a tus padres. Cuando te llevaban a su casa te pasabas
todo el tiempo escondido lejos de él. Le molestaba absolutamente
todo: no comer a la hora fijada, que variaba según su hambre,
escuchar la respiración de los niños mientras veía el telediario,
que el teléfono sonase y que las conversaciones fueran demasiado
largas. Te decían <<vamos a ver al abuelo>> y tú
sentías que te llevaban a una casa de campo con un peligroso pastor
alemán que te iba a mirar fijamente y ladraría si corrías.
Cuando
tu abuelo se murió tenías 15 años. Por alguna razón, toda la
familia se reunió para llorar su muerte, y lo más extraño es que
tú también lloraste. No tan extraño, pues había que llorar, que
se viera reflejado en las lágrimas. Si no, quizás se incorporase e
impondría de nuevo su orden. Incorporase, hablando de un muerto,
tiene algo más de cinco sílabas. Metido dentro de la caja, la cara
salvaje se había suavizado un poco, pero algo maligno seguía
ardiendo encima. Parecía una figura de cera, con su mandíbula
hundida y la nariz mucho más aguileña. Te pareció, recuerdas, que
si lo mirabas fijamente los ojos de tu abuelo se abrirían y dos
enormes arañas te observarían desde sus cuentas vacías.
***
Bar
de carretera, el autobús vomita a los pasajeros para que coman, me
siento en una silla de la que tengo que retirar un periódico húmedo,
aquí empieza la libertad, en este nexo entre un mundo y otro, el
limbo, las carreteras no son caminos, no son caminables, carretera:
circuito trazado por la histeria del irse y del llegar. Pido a la
vieja camarera un bocadillo y fumo, y cuando la vieja trae el
bocadillo el humo, mi humo, le da en la cara y sopla, resopla como
quien escucha algo ofensivo, lleva un delantal sucio de lamparones y
al bufar una gota de saliva ha salpicado el plato, junto al
bocadillo, una pompita de saliva, invisible como el veneno, como el
agua, agua invertida para matar, esta vieja se va y no voy a comer el
bocadillo, quizás así se venga de los viajeros la vieja que se
deforma en el bar de carretera, viajeros: sombras que dejan olor a
cigarrillos en su bar. ¿Dónde duerme la vieja? ¿Habrá un camastro
aquí? En la carretera no se puede soñar, se tienen sueños de
vértigo, sueños en el limbo bajo los fluorescentes, cuando los
coches tienen que seguir adelante, a las carreteras no les gusta
viajar. Aquí empieza la libertad, en una puerta de 600 kilómetros
de asfalto.
***
Un
día miraremos nuestra época y nuestras vidas y nos reiremos con
infinito desprecio. Flaubert dijo en 1850 que los tiempos venideros
iban a ser infinitamente, groseros, le preocupaba que la imbecilidad
tuviese un diámetro infinito, vivió en la desgracia de observar con
infinito desprecio el perímetro de la imbecilidad, las caras
sonrosadas. Llevo sin leer más de tres meses. Intento coger un libro
y no entiendo nada. Lo abro, leo unas frases incomprensibles, no soy
capaz de terminar el texto de contraportada, miro únicamente la
fecha de nacimiento del autor y el momento en que se publicó el
libro, es lo único que me interesa ahora que he llegado del tren,
cuánto me costará el billete cuando intente volver a subirme.
Además llevo días sin mirar el correo. Seguramnete que ya hayan
dejado de llegar nuevos mensajes porque ahora no existo y estoy
remontando el tiempo, dentro de pocos días seré incluso inocente,
no habré nacido, no habré tocado el mundo ni me habrá tocado. Si
vuelvo a Madrid algún día las puertas no escucharán mi llamada.
***
la
literatura española detesta las provincias, para triunfar hay que
escribir en Madrid o Barcelona y escribir sobre estas ciudades, o
irse a Nueva York como hacían Ray Loriga y los de su tiempo. Como
hiciste tú, dice ella un poco risueña, conservando el as en la
manga pero sugiriendo que lo tiene. Me sonrojo y no sé qué
responderle: Yo no triunfé, balbuceo. Pero te fuiste a Madrid porque
querías ser escritor, y yo he venido a tu pueblo y he acabado
leyendo tu novela. Intuye que me incomoda hablar de esto pero no sabe
por qué, así que debo ser amable y risueño, pero quizás ella
advierte mi pesadumbre o casi mi enojo, y añade: tu novela a mí me
pareció un triunfo, me gustó mucho. Yo bromeo: llevamos hablando
media hora y ya me dices que te gustó la novela, ¿no serás una
fan? Ella se ríe, pero no ha tenido mucha gracia. Ella es amable, no
se puede ser ironico con las personas amables, la amabilidad es de
cera y la ironía un alfiler al rojo, un metal agresivo, la espada en
una mano incómoda de ser mano frente a la mano tendida de la
amabilidad. Seguimos caminando en silencio, ella mira al suelo,
quizás la he molestado, quizás me ha molestado a mí, incómodo doy
un paso tras otro...
***
Nunca
más escribiré, pienso. Escribí mi novela para que la soledad no la
arrastrase ladera abajo, ella mismo lo había dicho, escribí una
novela sobre el mar para que el agua salada diluyese la nieve, en el
cielo estalla rota Siberia, baja en forma de lluvia tenue y helada a
pelearse con las luces de las farolas, avasalla la primavera
temprana, volverá, pienso, calentará, pienso y los cristales se han
helado de vapor, intuyo bajo las mantas su pecho respirando pegado al
mío, sin rastro de mi erección primera acaricio su huérfana
espalda, abre los ojos y sonríe, no se asusta, los cierra y es
posible que al poco tiempo esté casi soñando los días que vienen
detrás, los días que vienen a mostrarnos en sus manos el sol,
Barcelona reconstruyéndose en el filo del sueño, la calle amable
donde los demás me mirarán porque voy con ella. No quiero escribir
nunca más. Trabajaré, quizás trabajaremos juntos, las puertas del
encierro se han abierto...
Juan
Soto Ivars. “Siberia”. 2012, el olivo azul.
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