Fragmentos:
Winston
se apoyó en el alféizar de la ventana. Era inútil proseguir. Iba a
pedir más cerveza cuando el viejo se levantó de pronto y se dirigió
renqueando hacia el urinario apestosos que estaba al fondo del local.
Winston siguió unos minutos sentado contemplando su vaso vació y,
casi sin darse cuenta se encontró otra vez en la calle. Dentro de
veinte años, a lo más ―pensó―,
la inmensa y sencilla pregunta <<¿Era la vida antes de la
Revolución mejor que ahora?>> dejaría de tener sentido por
completo. Pero ya ahora era imposible contestarla, puesto que los
escasos supervivientes del mundo antiguo eran incapaces de comparar
una época con otra. Recordaban un millón de cosas insignificantes,
una pelea con un compañero de trabajo, la búsqueda de una bomba de
bicicleta que habían perdido, la expresión habitual de una hermana
fallecida hacía muchos años, los torbellinos de polvo que se
formaron en una mañana tormentosa hace setenta años...pero todos
los hechos transcendentales quedaban fuera del radio de su atención.
Eran como las hormigas que pueden ver los objetos pequeños, pero no
los grandes. Y cuando la memoria fallaba y los testimonios escritos
era falsificados, las pretensiones del Partido de haber mejorado las
condiciones de la vida humana tenían que ser aceptadas
necesariamente porque no existía ni volvería nunca a existir un
nivel de vida con el cual pudieran ser comparadas.
***
En
cierto modo, Julia era menos susceptible que Winston a la propaganda
del Partido. Una vez se refirió él a la guerra contra Eurasia y se
quedó asombrado cuando ella, sin concederle importancia a la cosa,
dio por cierto que no había tal guerra. Casi con toda seguridad, las
bombas cohete que caían diariamente sobre Londres eran lanzadas por
el mismo Gobierno de Oceanía sólo para que la gente estuviera
siempre asustada. A Winston nunca se le había ocurrido esto. También
despertó en él Julia una especie de envidia al confesarle que
durante los dos Minutos de Odio lo peor para ella era contenerse y no
romper a reír a carcajadas: Pero Julia nunca discutía las
enseñanzas del Partido a no ser que afectaran a su propia vida:
Estaba dispuesta a aceptar loa mitología oficial, porque no le
parecía importante la diferencia entre verdad y falsedad.
***
―Habréis
oído rumores sobre la existencia de la Hermandad. Supongo que la
habréis imaginado a vuestra manera. Seguramente creeréis que se
trata de un mundo subterráneo de conspiradores que se reúnen en
sótanos, que escriben mensajes sobre los muros y se reconocen unos a
otros por señales secretas, palabras misteriosas o movimientos
especiales de las manos. Nada de eso. Los miembros de la Hermandad no
tienen modo alguno de reconocerse entre ellos y es imposible que
ninguno de los miembros llegue a individualizar sino a muy contados
de sus afiliados. El propio Goldstein, si cayera en manos de la
Policía del Pensamiento, no podría dar una lista completa de los
afiliados ni información alguna que les sirviera para hacer el
servicio. El realidad no hay tal lista. La Hermandad no puede ser
barrida porque no es una organización en el sentido corriente de la
palabra. Nada mantiene su cohesión a no ser la idea de que es in
destructible.
***
Pero
también resultó claro que un aumento de bienestar tan
extraordinario amenazaba con la destrucción ―era
ya, en sí mismo, la destrucción―
de una sociedad jerárquica. En un mundo en que todos trabajaran
pocas horas, tuvieran bastante para comer, vivieran en casa cómodas
e higiénicas, con cuarto de baño, calefacción y refrigeración, y
poseyera cada uno un auto o quizás un aeroplano, había desaparecido
la forma más obvia e hiriente de desigualdad. Si la riqueza llegaba
a generalizarse, no serviría para distinguir a nadie. Sin duda, era
posible imaginarse una sociedad en que la riqueza, en el sentido de
posesiones y lujos personales, fuera equitativamente distribuida
mientras el poder siguiera en manos de una minoría, de una pequeña
casta privilegiada. Pero, en la práctica, semejante sociedad no
podría conservarse estable, porque si todos disfrutasen por igual
del lujo y del ocio, la gran masa de seres humanos, a quienes la
pobreza suele imbecilizar, aprenderían muchas cosas y empezarían a
pensar por sí mismos; y si empezaran a reflexionar, se darían
cuenta más pronto o más tarde que la minoría privilegiada no tenía
derecho alguno a imponerse a los demás y acabarían barriéndoles. A
la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en
la pobreza y en la ignorancia.
***
―Hay
tres etapas en tu integración ―dijo
O´Brien―;
primero aprender, luego comprender y, por último, aceptar. Ahora
tienes que entrar en la segunda etapa.
Como
siempre, Winston estaba tendido de espaldas, pero ya no le ataban tan
fuerte. Aunque seguía sujeto al lecho, podía mover las rodillas un
poco y volver la cabeza de uno a otro lado y levantar los antebrazos.
Además, ya no le causaba tanta tortura la palanca. Podía evitarse
el dolor con un poco de habilidad, porque ahora sólo lo castigaba
O´Brien por faltas de inteligencia. A veces pasaba una sesión
entera sin que se moviera la aguja del disco. No recordaba cuántas
sesiones habían sido. Todo el proceso se extendía por un tiempo
largo, indefinido ―quizá
varías semanas―,
y los intervalos entre las sesiones quizá fueran de varios días y
otra veces sólo de una o dos horas.
―Mientras
te hallas ahí tumbado ―le
dijo O´Brien―, te has preguntado con frecuencia, e incluso me lo
has preguntado a mí, por qué el Ministerio del Amor emplea tanto
tiempo y trabajo en tu persona. Y cuando estabas en libertad tre
preocupabas por lo mismo. Podrías comprender el mecanismo de la
sociedad en que vivís, pero no los motivos subterráneos. ¿Recuerdas
haber escrito en tu Diario: <<Comprendo el cómo;
no comprendo el porqué?>>
Cuando pensabas en el porqué es cuando dudabas de tu propia cordura.
Has leído el libro de Goldstein, o partes de él al menos. ¿Te
enseñó algo que ya no supieras?
―¿Lo
has leído tú? ―dijo Winston.
―Lo
escribí. Es decir, colaboré en su redacción. Ya sabes que ningún
libro se escribe individualmente.
―¿Es
cierto lo que dice?
―Como
descripción, sí. Pero el programa que presenta es una tontería. La
acumulación secreta de conocimientos, la extensión paulatina de
ilustración y, por último, la rebelión proletaria y el
aniquilamiento del Partido. Ya te figurabas que esto es lo que
encontrarías en el libro.
Pura tontería. Los proletarios no se sublevarán ni dentro de mil
años ni de mil millones de años. No pueden. Es inútil que te
explique razón por la que no pueden rebelarse; ya la conoces. Si
alguna vez te has permitido soñar en violentas sublevaciones, debes
renunciar a ello. El Partido no puede ser derribado por ningún
procedimiento. Las normas del Partido, su dominio es para siempre.
Debes partir de ese punto en todos tus pensamientos.
O´Brien
se acercó más al lecho.
―¡Para
siempre! ―repitió―. Y ahora volvamos a la cuestión del cómo y
el porqué. Entiendes perfectamente cómo se mantiene en el poder el
Partido. Ahora dime, ¿por qué nos aferramos al poder? Habla ―añadió
al ver que Winston no le respondía.
Sin
embargo, Winston siguió callado unos instantes. Sentíase aplanado
por una enorme sensación de cansancio. El rostro de O´Brien había
vuelto a animarse con su fanático entusiasmo. Sabía Winston de
antemano lo que iba a decirle O´Brien: que el Partido no buscaba
poder por el poder mismo, sino sólo para el bienestar de la mayoría.
Que le interesaba tener en las manos las riendas porque los hombres
de la masa eran criaturas débiles y cobardes que no podían soportar
la libertad ni encararse con la verdad y debían ser dominados y
engañados sistemáticamente por otros hombres más fuerte s que
ellos. Que la Humanidad sólo podía escoger entre la libertad y la
felicidad, y para la gran masa de la Humanidad era preferible la
felicidad. Que el Partido era el eterno guardián de los débiles,
una secta dedicada a hacer el mal para lograr el bien sacrificando su
propia felicidad a la de los demás. Lo terrible, pensó Winston, lo
verdaderamente terrible era que cuando O´Brien le dijera esto, se lo
estaría creyendo. No había más que verle la cara. O´Brien lo
sabía todo. Sabía mil veces mejor que Winston cómo era en realidad
el mundo, en qué degradación vivía la masa human y por medio de
qué mentiras y atrocidades la dominaba el Partido. Lo había
entendido y pesado todo y, sin embargo, no importaba: todo lo
justificaba él por los fines. ¿Qué va uno a hacer, pensó Winston,
contra un loco que es más inteligente que uno, que le oye a uno
pacientemente y que sin embargo persiste en su locura?
―Nos
gobernáis por nuestro propio bien ―dijo débilmente―. Creéis
que los seres humanos no están capacitados para gobernarse, y en
vista de ello...
Estuvo
a punto de gritar. Una punzada de dolor se le había clavado en el
cuerpo. O´Brien había presionado la palanca y la aguja de la esfera
marcaba treinta y cinco.
―Eso fue una estupidez, Winston; has dicho una tontería. Debías tener un
poco más de sensatez.
Volvió
a soltar la palanca y prosiguió:
―Ahora
te diré la respuesta a mi pregunta. Se trata de esto: el Partido
quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el
bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder. No la riqueza
ni el lujo, ni la longevidad ni la felicidad; sólo el poder, el
poder puro. Somos diferentes de todas las oligarquías del pasado
porque sabemos lo que estamos haciendo. Todos los demás, incluso los
que se parecían a nosotros, eran cobardes o hipócritas. Los nazis
alemanes y los comunistas rusos se acercaban mucho a nosotros por sus
métodos, pero nunca tuvieron el valor de reconocer sus propios
motivos. Pretendían, y quizá, lo creían sinceramente, que se
habían apoderado de los mandos contra su voluntad y para un tiempo
limitado y que a la vuelta de la esquina, como quien dice, había un
paraíso donde todos los seres humanos serían libres e iguales.
Nosotros no somos así. Sabemos que nadie se apodera del mando con la
intención de dejarlo: El poder no es un medio, sino un fin en sí
mismo. No se establece una dictadura para salvaguardar una
revolución; se hace la revolución para estableces un dictadura. El
objeto de la persecución no es más que la persecución misma. La
tortura sólo tiene como finalidad la misma tortura. Y el objeto del
poder no es más que el poder. ¿Empiezas a entenderme?
***
George
Orwell. “1984”. 1991, duodécima edición en Destinolibro.
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