Había
un manojo de algas podridas que parecían cintas de casete que
alguien hubiese destruido para proteger las grabaciones que
contenían. Al final de la cala dos chicas tumbadas. La del pelo más
largo acariciaba la espalda de la otra muy despacio. Tenían un perro
negro atado a una de las bicis. Diría que estaba celoso de no estar
bajo esa mano. Tú caminabas delante y yo te seguía con la vista
fija en las huellas del número treinta y seis que ibas dejando,
onduladas por delante y más profundas hacia el talón. Un padre
enseñaba a pescar a su hijo junto a las rocas, fabricando un
recuerdo que un día llegará borroso y desnutrido, a destiempo como
todos y sin posibilidad de justicia retrospectiva. Otra pareja
paseaba por la orilla hablando en francés. Ella con esa forma
universalmente femenina de llevar unas sandalias en la mano. Él con
la tranquilidad de saber que todo es eterno durante un rato. Luego
vimos algas verdes en una poza. Brillaban con furia porque aún nadie
las había utilizado para recordar ninguna voz.
2016.
De su muro de Facebook.
2 comentarios:
Bello texto. Bs.
Sí.
Beso de vuelta, Amapola.
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