Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 31 de marzo de 2015

Domingo Acosta Felipe.




Sabes que mienten.
Y tu poema, incluso la verdad,
no quiere estar en lo que dicen los periódicos.
Todo pasa o muere como un pájaro
aunque la primavera
sólo nos deje
esta pequeña hoja
de tu bosque
como una inmensa barricada en el otoño.

Bilbao, 23 de marzo de 2015
© Domingo Acosta Felipe


De su muro de Facebook.

lunes, 30 de marzo de 2015

Gioconda Belli




                                     
LUCIÉRNAGAS



A las cinco de la tarde
Cuando el resplandor se queda sin brillo
Y el jardín se sumerge en el último hervor dorado del día
Oigo el grupo bullicioso de niños
Que salen a cazar luciérnagas.

Corriendo sobre el pasto
Se dispersan entre los arbustos,
Gritan su excitación, palpan su deslumbre
Se arma un círculo alrededor de la pequeña
Que muestra la encendida cuenca de sus manos
Titilando.

Antiguo oficio humano
Este de querer atrapar la luz.

¿Te acordás de la última vez que creímos poder iluminar la
      noche?

El tiempo nos ha vaciado de fulgor.
Pero la oscuridad
Sigue poblada de luciérnagas.









CUANDO SALGA EL SOL



Cuando salga el sol
Y cese la interioridad de la noche
Desaparecerá el espacio inmóvil
En que me recupero del día.

Afuera canta un pájaro desconocido.
El sistema circulatorio de la casa borbotea en las cañerias.
Mi hija duerme.
A solas conmigo misma
me armo de nuevo
como un rompecabezas.











PREGUNTAS



Sufro una tristeza de hojas
que el viento bate contra la puerta cerrada.

Es el otoño y se hace remolinos la hojarasca.
Como si todos los días vacíos de la vida
se apilaran en el jardín crujiendo su desperdicio.

Recuerdo la pasión.
El tiempo cuando lo prohibido o lo imposible
me tentaba.
Cuando saltaba sin red
o entraba a las jaulas de las panteras
pensando en domar la vida
o darle un curso nuevo a la historia.

El tiempo del deseo no conoce recato
mucho menos la prudencia.

Ante mi ventana la brisa deja las ramas
avergonzadas en su desnudez.
¿Llega el momento en que uno acepta el despojo?
¿Salir al patio, barrer las hojas caídas
y prepararse para el invierno?
¿Cuántas estaciones alcanzan en una vida?
¿Cuántas hojas muertas?








LAMENTACIÓN INÚTIL



Hay un cuerpo queriendo nacer
bajo mi cuerpo,
El cuerpo inalcanzable, bello, enhiesto de la joven que fui,
que sigo siendo cuando cierro los ojos
y rehuso mirarme en el espejo.








Gioconda Belli. “Mi íntima multitud”. 2003, Visor.




sábado, 28 de marzo de 2015

Luis Antonio de Villena.




Fragmento




     Hay quien dice que el verano es, siempre, la época feliz de la vida. Lo que debe de significar que el verano es, sobre todo, la estación de la juventud. Por eso a mí, ahora, el verano me gusta poco. Cuando el mundo se derrumba y tú acaso con él el frío acompaña mejor. Te relaciona mejor con lo real. La pálida luz del frío. La estación de la inteligencia y de la crítica docta, el invierno. Pero en el verano (por qué no decirlo) estaba la felicidad, chirriando. Una felicidad hecha especialmente de cuerpos luminosos.
     
     Son muchas, en verano, las personas que presumen de irse de Madrid, pero muchas menos las que realmente lo hacen. La mayoría apenas se van una semana, como yo me iba una semana raramente más a Palencia. Mis amigos, al contrario, se quedaban en Madrid. Unos con leve protesta, la mayoría francamente a gusto. A veces, lo reconozco, pensaba en viajes lejanos, y volvía de inmediato a la realidad: no tenía dinero. ¿A qué decir otra cosa? Pero el verano caliente u ocioso de Madrid estaba poblado de sorpresas y de una perseverante voluntad erótica. Parecía que incluso quienes se iban a veraneos ilustres (lejanías prestigiosas o esos desiertos lugares de Almería como los entornos del Cabo de Gata) intentaban volver pronto. Madrid imantaba. Al contrario que hoy, en que tantos quisiéramos vivir fuera de la ciudad, castrada por un alcalde cutre, clerical y sevillano. Cuando pienso en aquel verano de Madrid recuerdo siempre una película de Almodovar (para mí la mejor) que se rodó un verano el del 84, creo― y que tiene como fondo (prescindiendo del tema) la seducción del verano, su música, su hedonismo, su descarado afán de transgresión y libertad, plasmado quizá más simbólicamente en la escena célebre en que los barrenderos que riegan por la noche echan un fortísimo chorro de agua a aquel transexual que interpretaba Carmen Maura, espléndida, que recibía la ducha, en el sabroso calor nocturno, como una eyaculación libertadora y jubilosa... El verano era exactamente así: terrazas brillantes por la Castellana (entre Colón y Cibeles, sobre todo) donde circulaba la cocaína, la extravagancia y el afán de amistad, por lo menos hasta la siguiente madrugada... Ése es el verano que se ve al fondo ―pero nítidamente― en La ley del deseo. (…)










Luis Antonio de Villena. “Madrid ha muerto”.1999, Planeta.




viernes, 27 de marzo de 2015

Ray Loriga.




Fragmentos



    Leí en el periódico que una señora se había muerto por llevar un pollo congelado en la cabeza. Resulta que la señora robaba y robaba y lo escondía todo debajo del sombrero. Tenía ya bastante práctica con esto pero nunca lo había intentado con los congelados. Por eso se murió, porque el pollo le congeló el cerebro. En algunas películas se muere la gente y en otras no. A mí me gustan las que tienen muertos y gente odiándose a conciencia los unos a los otros. (…)


***



    Por mucho que te abrigue tu madre, el sudor de los niños no es como el de los hombres, es más como agua tibia. Las cosas en general van siendo peores según creces, por eso resulta especialmente cruel que te amarguen la vida de pequeño, cuando aún tienes posibilidades. Los hombres se vuelven repugnantes con la edad, van empeorando año tras año hasta convertirse en viejos babosos. Mi tío Manolo era un viejo limpio y guapo, creo que mi padre también va a ser uno de ésos. (…)


***








    Pasé una semana trabajando en una tienda de juguetes, era un trabajo estupendo, podía probar todos los juguetes y luego hablaba con los niños y les explicaba cuáles eran los mejores. Se me daba bien. Vendía más juguetes que ningún otro vendedor porque a mí me gustaban, no trataba simplemente de colocárselos a los padres, intentaba que los niños se entusiasmaran con ellos, con los mejores y no sólo con los más caros. Pensé que estaría allí mucho tiempo, pero una tarde se me cayó una caja del almacén encima y me puso un ojo morado. El encargado me dijo que no podía tener un vendedor que andaba todo el día pegándose con la gente. Yo no me había pegado con nadie, sólo había puesto mi ojo debajo de la caja del tanque teledirigido, pero el encargado son el culo de los jefes, con ellos hacen siempre las labores más desagradables y sobre ellos se sientan para estar más cómodos y más altos. Un encargado tiene la capacidad de análisis de un pato de goma, así que no merece la pena cansarse explicándoles las cosas. A mí me gustaba el trabajo en la tienda de juguetes, era el mejor de todos los trabajos de mierda que he tenido. (…)



***




     En la tienda de hamburguesas somos catorce, siete en el turno de mañana y siete en el de la tarde. Yo estoy en el de mañana, pero a veces me pasan al de la tarde, si alguien se ha puesto enfermo o tiene el día libre. Mi día libre es el martes, aunque como salgo a las cuatro puedo hacer lo que quiera durante toda la tarde. Normalmente me voy a casa y veo la televisión. A mí me encanta la televisión. Lo que más me gusta es el boxeo, luego el fútbol y luego las películas. Lo que menos me gusta son los concursos. Cuando ponen un concurso cambio el canal o apago, según me da. (…)


***




     El 25 de enero parecía un día agradable con sol y buenas temperaturas.
Me he esmerado con las patatas fritas y los aros de cebolla porque tal y como están las cosas tengo bastantes posibilidades de colgar mi foto en el comedor central antes de que termine el mes.








Ray Loriga. “Lo peor de todo”. 1993, Editorial Debate.



jueves, 26 de marzo de 2015

Teresa Torres.




COMO UN BATIR DE ALAS

Como un batir de alas
enlazas tus manos suaves para calmarme.
Permanezco muda, tranquila, aliviada
porque cada vez que las ciñes a mi pelo
me pueblas en silencio
de cálidos te quiero,
sintiéndome en estos días salobres
acunada por el céfiro delicado de tus gestos.


                      


AZUL

Hoy he recordado
todos los hombres que te habitan,
cuando vagando por mis costas
violaban mis equilibrios,
y yo, entregada, ciega,
insensata,
desnuda como una ola,
en todas sus manos
balanceaba -cerrando los ojos-
lenta y azul, mi conciencia.





COLOR BURDEOS

He coleccionado tanta ropa interior
color burdeos
-como el mejor vino francés
que tanto te gusta-
para que oliéndola, degustándola,
saboreándola entre mis ingles,
…allí me recitaras poemas,
que ahora que ya no estás
no sé qué hacer con ella,
he pensado que desnuda
-que es como mejor me conoces-
posiblemente lo que haga...
sea coger una borrachera.









ALMIZCLE Y SÁNDALO

Sucede que podría llegar muy lejos,
ser ejecutora a piel abierta
sobre el tálamo y en tus labios.
Clavar en tu memoria
-mientras estalla-
el aroma del almizcle y el sándalo.

Pero nunca tuve la esperanza tan perdida
ni estas ganas inmensas
de suicidar y ver como expira
-de una puta vez-
este amor de dudas y desalojos.





VULNERABLE

Repaso mi cuerpo
esparcido en silencio
vulnerable hasta en su sombra,
imperios perdidos gritan sobre mí
y un pájaro sobrevuela mi boca,
mientras mis dedos cruzan con sigilo
fulminantes campos de amapolas,
recordándome a cada paso
que este es mi último octubre.





OBVIEDADES


Respirar lentamente la indefectible evidencia.
Hallar refugio en la consciencia
de que este amor se alzará
en la intemperie.
Oler la verdad suspendidos...
allí,
donde los vientos.






Teresa Torres. De su poemario: “Vaivén infinito”. Inédito.




miércoles, 25 de marzo de 2015

Ana Soler Rodríguez.




UN MANICOMIO. 

  



     Hay un manicomio en un pueblo de costa. Tiene una piscinita, una pequeña biblioteca y unas vistas hermosas del mar. A los piripi que están estables y no son agresivos los dejan salir de sus habitaciones, pero a los otros los dejan en ellas. La única diversión de estos últimos son las drogas legales que les dan. Creo que sería feliz en ese sitio.

     Estaría en una habitación con las paredes blancas, habría una cama cutre con cabecero de barrotes y en la esquina opuesta una mecedora de madera blanca. La cama estaría vestida con unas sábanas verde hospital, odiaría ese color al principio pero me acabaría acostumbrando. La única iluminación del cuarto sería una lámpara de pie colocada cerca de la mecedora. Y el único sonido que inundaría la estancia seria el mar, pues la ventana de detrás de la cama daría a una playita cerca del edificio.

     Me tendrían siempre en mi cuarto, pues a los piripi no les sentaría bien escuchar a una joven hablar mucho y muy rápido sobre extrañas hipótesis. Vería a dos personas, que estarían obligadas a ello ya que eran los pobres desgraciados que tenían que trabajar rodeados de locos. Un chico joven me traería una bandeja de metal con un plato de comida y un vaso con pastillas. ¿Qué pensaría aquel chico de la gente de ese lugar? ¿Se preguntaría que me habría pasado para acabar en aquel sitio? Tendría la sensación que se haría ese tipo de preguntas, pero nunca las formularía. Sería alguien silencioso, solo una sonrisa por educación y un hola y adiós. La otra persona que vería sería a una muchachita delgada que cambiaría las sabanas una vez cada tres días. Se la vería triste, y a veces se le notaria que había llorado. Acabaría dejando de trabajar allí cuando se supo que lloraba porque su marido le pegaba. Y esas serían todas mis interacciones humanas, porque no tendría visitas, ya sabes, a la gente no le gustan los locos.

     Las pastillas que me darían me harían sentir rara al principio y acabarían por hacerme dormir. Me provocarían sueños de mi pasado, y siempre me despertaría o gritando o llorando, al fin y al cabo yo también estaría piripi.
Mi único entretenimiento sería leer, y después de unas pruebas y muchos ruegos, escribir. Escribiría sobre historias bajo la lluvia y la vida que nunca tendría. Para esto me darían un lápiz y una libreta barata. Viviría dentro de los libros, bueno, eso lo he hecho siempre.

     Y más pastillas, más sueños, más gritos…

     La chica de las sabanas sería sustituida por una anciana menuda, aparentemente agradable y cordial, pero debajo de esa mascara sería una borde mandona, de esas a las que todo el mundo odia. Esta no te dedicaría ni una leve sonrisa al entrar y no mostraría un ápice de alegría por estar en ese sitio. Notaría con el tiempo que el chico de la bandeja también se daría cuenta de esa hostilidad y la miraría de reojo con asco. Al lado de esa pequeña amargada, el chico sería como estar bajo el sol tres veces al día.

     La comida estaría malísima, como todas las de un hospital sea del tipo de que sea. La comería por obligación porque habría oído que las pastillas para anoréxicos eran más duras que las otras. El menú sería de un lomo mal cocinado, una pequeña ensalada, una sopa demasiado salada y un vaso de agua. Pero claro, me darían esta comida por haber aprobado una serie de test y exámenes psicológicos que me haría un médico de bata blanca y pelo negro. La puntuación de esos exámenes sería extrañamente normal, si no fuese por mi depresión crónica y las cosas extrañas que escribiría me echarían de allí en dos minutos. Por suerte, eso no pasaría.

     Pasado un tiempo de mí estancia allí, empezaría también a dibujar como cuando era niña. Haría otra vez aquellos ojos manga tan expresivos, y a veces coordinaría su forma y sentimiento con lo que escribiría en ese momento. Los libros me inspirarían extrañas y enrevesadas historias sobre diferentes y exóticos personajes, que vivirían una clase de sucesos y aventuras casi inimaginables para alguien cuerdo. Después de comer no podría leer en la mecedora blanca, pues me quedaría dormida, así que lo haría sobre el colchón fino e incómodo que compondría una parte de la cama.

     Y más pastillas, más sueños, más gritos…

     El tema de la higiene sería distinto para los piripis estables y los que no. Nos dejarían en unos mini cuartos equipados con un pie de ducha, un váter y un pequeño lavabo demasiado bajo para una persona de estatura media. La única discordancia entre los estables y los que no en este tema sería los objetos que dejarían entrar. Cada mes nos darían una bolsita que consistiría en un cepillo de púas redondas, una toalla de mano, pasta de dientes y su respectivo cepillo, un gel, un champú y un espejo, la diferencia sería que su espejo sería de cristal y el nuestro de un plástico casi flexible. El tiempo de baño sería media hora por la mañana, diez minutos después de comer y una hora por la noche. Después de comer sería todo un deporte de riesgo ir al baño, pues irías más colocado que un cani en una discoteca, pero claro, esas drogas serían legales.

     Como en todo buen manicomio, habría un par de psiquiatras y un psicólogo. A mi me vería el psicólogo, un hombre mayor, con el pelo gris y una tranquilizadora sonrisa. Sería muy simpático, una de esas personas a las que les podrías contar todo y te escucharía el tiempo que fuese necesario, bueno, ese sería su trabajo al fin y al cabo. Se dedicaría a intentar que le contase cosas de mi pasado e inocentemente creería que le abro mi mente al completo, pero como no me conocería no sabría que yo nunca hago tal estupidez. Tras varios meses de sesiones llegaría a la conclusión de que tiendo a encerrarme en historias que no son ciertas porque no me gusta el mundo real.

     Y más pastillas, más sueños, más gritos…






Ana Soler Rodríguez. Relato inédito, 2015.




lunes, 23 de marzo de 2015

Mayte Albores.






Eres la playa que me deshoja la piel muerta.
El beso único,
el de no respiro y vivo más.
El tema pendiente si hay mañana.

Eres la bala
que aún apuntando de espaldas
podría atravesar los dientes
hacerme polvo
dejarme en nada
y devolverme, de un tiro,
al punto cero donde todo lo que queda
es una mujer llena de taras.





**





Eres así, un
bajarme la cremallera de la entrepierna
y pellizcarme
y partirme las ingles en la espera
y recitar como un niño las tablas de multiplicar
como si entendiera los motivos
de tanto número y más problemas.

No sé si loca y descerebrada
o como caída de otro planeta
no era tan complicado jugar en el patio
con la única meta de pasarlo bien,
y ahora me pregunto si es cuestión de años
por lo que cambiamos todas las reglas;
que si tiramos, hacia arriba, arena,
ya no imaginamos que llueve
sino que nos hacen la guerra.

Eres otro niño perdido. Uno más.
Y yo, un arañazo en tu ciudad. Uno más.
Dos perdidos que se pierden. Dos más.




**




Mayte Albores. Dos poemas inéditos. 2015.






domingo, 22 de marzo de 2015

David González.





         Guerra y paz



         puede prestarse a chiste
         pero se trata de un poema:

         empezaba a contarlo
         mi sufrida madre:
         Berta, de Libertad:

         lo que este necesitaba
         era una guerra
         como la que pasaron
         nuestros padres:

y       seguía el mío:
         el hombre
         de la cicatriz en el ojo:

o        crecer en la miseria
          de una posguerra
          como la que nos tocó
          vivir a nosotros:

          yo solo era un niño
          en los últimos años ya
          de una dictadura militar

y        lo que necesitaba
          lo único que necesitaba
y        te lo digo en serio
          que me dejasen:

          en paz:




          mi edad era otra:
          serguei esenin:








          Arte poética



           como poeta
           actúo
           de abogado
           del diablo:

           como hombre
           en ocasiones
           soy ese mismo
           diablo:

           escribo
           para limpiarme
           por dentro:

           para que se me vaya
           el diablo
           al cielo:




y         a mí no me gustan las ficciones:
           helene hanf:











           El equilibrista


           no me parece
           lógico
           ni coherente
           vivir toda la vida
           hasta la fecha
           a una altura
           de cinco o más pisos
y         toda la vida también
           hasta la fecha
           tocando fondo:




           no te preocupes por la vida, no saldrás vivo de ella:
           truman capote:









            Mensajero



            muy a pesar
            del invierno
y          de otras malas hierbas
            que se multiplican
            en su tierra
                     tierra de maceta

            el geranio
            en la ventana

            se esfuerza
            por entregarme a tiempo
            el mensaje,
            las dos flores rojas
            que Manuela
            le dio
            para mí:

            tú eres mi primavera:




            una mujer concede genio al hombre al que ama:
            anais nin:








David González. “Campanas de Etiopía. Los que viven conmigo. Cuaderno I”. 2015, Origami.



sábado, 21 de marzo de 2015

J.M. Fonollosa.



II




        BROADWAY


Basta un paso en la calle o en el Subway
o en una alta azotea. Un simple paso.
O bien una presión en una lama
afilada de acero. O un gatillo.

    Es una solución sencilla y rápida.

    A veces el ganar parece pérdida.
También la oscuridad huye del sol
pues más le dañaría hacerle frente.
Un paso. Una presión. Todo resuelto.







        SPRING STREET


No me vengan con cuentos. Que la vida
es algo espiritual y, por lo tanto,
superiores los bienes del espíritu.

   Que el ser útil, cuidar a los enfermos,
el teatro, la pintura, libros, música,
los deportes, el cine, el gran dinero...
el ánimo lo colman de delicias.

    No me expliquen historias infantiles.

    El deleite supremo es el orgasmo.
Lo demás son tan sólo leves signo,
pobres insinuaciones del placer
que uno obtiene acostándose con chicas

    y eyaculando en ellas como un dios.
Para otros esos gustos secundarios.
Para mí el goce intenso: la mujer.








        BROOME STREET


El adjetivo <<bueno>> se utiliza
para calificar a las personas
y cosas que en principio me disgutan.

    El adjetivo <<malo>> se utiliza
para calificar a las personas
y cosas que en principio a mí me gustan.















        WEST 35th STREET


¿Por qué sigo empeñado en encontrar
la mujer que imagina uno en su mente?
Y, además, ¿es que existe esa mujer?

    Muchos ya descubrieron al principio
que esa mujer no existe. Al darse cuenta
buscaron al azar una cercana.

    Renunciaron al sueño y se adaptaron
a una pequeña dicha y su tristeza.
La vida no da más, seguramente.







        WEST 42nd STREET


Las mujeres, comida, porros, coches
y honores se consiguen con dinero.
El dinero es, por tanto, lo importante.
Lo que hay que conseguir de inmediato. Ahora

    No voy a ser como esos que recogen
pedacitos de dicha poco a poco
y al cabo de los años han reunido
un mísero caudal. Yo lo quiero ahora.

    De una vez. Mi ración entera, aprisa,
para ya consumirla y disfrutarla.
Mariscos, coches rápidos, botellas
de whisky y bellas chicas para mí. Ahora.

    El porvenir mañana es la esperanza
del fracasado de hoy- Yo triunfaré ahora.
No me preguntéis cómo. No me importa
el cómo sino el cuándo. Y cuándo es ahora.







        ENVÍO


No te conoceré. No sabré nunca
del color de tu piel ni tu estatura.
Pero te siento cerca, pese al largo
trecho que me separa de tu siglo.

   Tú eres como fui, pero más perfecto.
Y tienes el acceso a todo cuanto
hondamente deseé sin conseguirlo.
Pero se te da a ti. Deja que diga:
<<A mí también>>. Contigo. A través tuyo.

    Piensa que no estás solo, ya que tienes,
en tus manos están, tus mis ideas
y compruebas que yo ambos sentimos
urgencia en aplicar lo necesario.
Y está la solución a tu a mi alcance.

    No habrá reproches luego, ni tampoco
elogios. Es mejor de esta manera.
Muchos no entenderían las razones.
Incluso, de preverlo, lo impidieran.
Y es amor lo que impulsa tu mi gesto.

    Y alguien tiene que hacerlo ¿Por qué no
yo? ¿Ves? Vamos juntos. No estás solo.
Yo te estaba esperando aquí en tu tiempo.
Puedes imaginar cuánto he soñado,
por tanto, en nuestro encuentro. En este instante.

    Porque ha llegado el día en que es posible
realizar lo imposible en mi momento.
No vaciles. Actúa. Sé valiente
y generoso. Sé no me interpretes
mal, sé cual Dios, aquel mi Dios antiguo.

    Seguramente el vuestro es diferente.
Y crea tú la nada al descrear,
hasta su última esencia, esa materia
donde anida el dolor: el Universo.








J.M. Fonollosa. “Ciudad del Hombre: New York”. 1995, SIRMIO, Quaderns Crema.



viernes, 20 de marzo de 2015

J.M. Fonollosa.



I





         NASSAU STREET



Alguien desaparece cada día.

    Abandona el hogar o los amigos
y parte a otros lugares donde ser
de él y de los demás desconocido.

    Debiera yo también hacer lo mismo.








         PELL STREET



No ha valido la pena ser un niño
tanteando en la penumbra hacía la luz.

    No ha valido la pena ser un joven
desnudando de sombras la luz.

    No ha valido la pena ser adulto
buscando, hasta en mí mismo, algo de luz.

    No ha valido la pena haber vivido
si nunca alcanzaría a ver la luz.









       CRYSTIE STREET



El camino está lleno de ciudades
cuyo nombre he perdido. Como el tuyo.

    Te he cubierto del sol cada mañana
y era grato ocultarse con mi cuerpo.
Eso debe bastarte. A mí me basta.

    Es inútil que llores en la puerta:
mis zapatos me llevan al camino.
Si puedes, tira a un pozo mi recuerdo

    o aprende las canciones de tu infancia.
Mis zapatos me llevan al camino.











         MADISON AVENUE




Hay que huir de la gente. Los amigos
tienen palabras, gestos y miradas
con una piedra dentro que hace daño.

    Hay que huir de la gente. La familia
es la mano que aguanta la cabeza
para que permanezca bajo el agua.

    Y el amor es tan sólo una palabra
que una mujer nos pone entre los brazos.
Al irse la mujer duele su nombre.

    Estar aislado es grato para el alma.
Estar aislado es grato para el cuerpo.
Morir es sólo aislarse un poco más.







          TIMES SQUARE



No me reconocéis. Y sin embargo
soy uno de vosotros. Ese mismo.









         EAST 47th STREET



Nunca acaba esta noche. Nunca acaba.
Ya pasa poca gente por la calle.

    Todos duermen, malditos, y descansan.
Las ventanas, los párpados cerrados,
reposan a su vez en las paredes.

    Sólo yo voy sin rumbo por la calle
seguido por el ruido de mis pasos.

   Todo parece estar en paz, tranquilo,
con la preocupación diaria arrojada
a un rincón, como ropa que se ha usado.

   Y no acaba esta noche. Debería
llegar en este instante el fin del mundo.







J. M. Fonollosa. “Ciudad del Hombre: New York”. 1995, SIRMIO, Quaderns Crema.






martes, 17 de marzo de 2015

John Fante.



Fragmentos




     Sí: Arturo estaba convencido de que jamás iría derecho al cielo. Por más que esta perspectiva le asustase, sabía que la temporada en el purgatorio sería larga. Aunque ¿no se podía hacer nada para reducir la prueba de fuego del purgatorio? La solución de este problema la encontró en el catecismo.
     Decía el catecismo que para reducir el espantoso período purgativo había que hacer buenas obras, rezar, practicar la abstinencia y el ayuno y acumular indulgencias. De las buenas obras no había ni que hablar, por lo menos en su caso. Jamás había visitado a los enfermos porque no conocía a esta clase de personas. Jamás había vestido a los desnudos porque nunca había visto desnudo a nadie. Jamás había enterrado a los muertos porque para eso estaban los enterradores. Jamás había dado limosna a los pobres porque no tenía nada para dar; por otra parte, la palabra <<limosna>> le sonaba a rebanada de pan, ¿y de dónde podía él sacar las rebanadas de pan? Jamás había dado posada al peregrino porque...bueno, no lo sabía; le parecía más bien propio de quienes vivían en los pueblos costeros y alquilaban habitaciones a los marineros de paso. Jamás había enseñado al que no sabía porque a fin de cuentas también él era un ignorante, de lo contrario no se le obligaría a ir a aquella escuela de mierda. Jamás había redimido al cautivo porque nunca había entendido este galimatías. Jamás había sufrido con paciencia los defectos del prójimo porque le parecía peligroso y además porque no conocía personalmente a ningún individuo defectuoso: en la puerta de casi todas las casas donde había sujetos con viruela y sarampión podía verse la señal de la cuarentena.
      En cuanto a los diez mandamientos, los había quebrado prácticamente todos, aunque estaba seguro de que no todas las infracciones eran pecado mortal. A veces llevaba consigo una pata de conejo, que era superstición, y por tanto un pecado contra el primer mandamiento. Pero ¿era mortal? Siempre le preocupaba. Un pecado mortal era una ofensa grave. Un pecado venial era una ofensa leve. A veces, cuando jugaba al béisbol, cruzaba el bate con algún compañero de equipo: al parecer aumentaba las posibilidades de conseguir doble base. Y sin embargo sabía que era superstición. ¿Era pecado? ¿Y era pecado mortal o pecado venial? Un domingo había faltado a misa adrede para escuchar por radio la transmisión de la final de la liga y en particular para ver cómo jugaba su ídolo, Jimmy Foxx, del Athletics. Al volver a casa después del partido se le ocurrió de pronto que había desobedecido al tercer mandamiento: santificar las fiestas. Bueno, al no ir a misa había cometido un pecado mortal, pero ¿era también pecado mortal pospones a Dios Todopoderoso y preferir a Jimmy Foxx durante la final de la liga? Había ido a confesarse y entonces se habían complicado las cosas. El padre Andrew le había dicho: << si tú crees que es pecado mortal, hijo mío, entonces es pecado mortal.>> Joder. Al principio había pensado que sólo era pecado venial, pero tenía que admitir que, después de haber meditado la ofensa durante tres días, antes de confesarse, se había convertido ciertamente en pecado mortal. (…)












     A mediodía volvió al campo de béisbol. El sol seguía irritado. El terraplén que rodeaba el rombo se había secado y casi toda la nieve se había derretido. En un oscuro rincón pegado a la valla del campo derecho el viento había amontonado la nieve y bordado encima un encaje de porquería. Pero por lo demás estaba bastante seco, y hacía un tiempo ideal para entrenarse. Pasó el resto del descanso del mediodía consultando con los miembros del equipo. ¿Qué os parece si entrenamos esta noche? El terreno está perfecto. Le escucharon con cara de extrañeza, hasta Rodríguez, el catcher, el único de todo el colegio a quien el béisbol le entusiasmaba tanto como a él. Espera, le dijeron. Espera a la primavera, Bandini. Discutió con ellos por aquella cuestión. Ganó la disputa. Pero al acabar las clases, tras permanecer sentado y solo durante una hora al pie de los álamos que flanqueaban el campo, supo que los demás no acudirían y se fue a casa despacio, pasando ante la casa de Rosa, por el mismo lado de la calle, pegado al borde del césped de la entrada. La hierba estaba tan verde y hermosa que sentía su sabor en la boca. Una mujer salió de la casa de al lado, cogió el periódico, repasó los titulares y se le quedó mirando con suspicacia. No hago nada: es que pasaba por aquí. Se puso a silbar un himno y siguió andando por la calle. (...)







John Fante. “Espera a la primavera, Bandini”. 2001, Anagrama.