Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 28 de marzo de 2015

Luis Antonio de Villena.




Fragmento




     Hay quien dice que el verano es, siempre, la época feliz de la vida. Lo que debe de significar que el verano es, sobre todo, la estación de la juventud. Por eso a mí, ahora, el verano me gusta poco. Cuando el mundo se derrumba y tú acaso con él el frío acompaña mejor. Te relaciona mejor con lo real. La pálida luz del frío. La estación de la inteligencia y de la crítica docta, el invierno. Pero en el verano (por qué no decirlo) estaba la felicidad, chirriando. Una felicidad hecha especialmente de cuerpos luminosos.
     
     Son muchas, en verano, las personas que presumen de irse de Madrid, pero muchas menos las que realmente lo hacen. La mayoría apenas se van una semana, como yo me iba una semana raramente más a Palencia. Mis amigos, al contrario, se quedaban en Madrid. Unos con leve protesta, la mayoría francamente a gusto. A veces, lo reconozco, pensaba en viajes lejanos, y volvía de inmediato a la realidad: no tenía dinero. ¿A qué decir otra cosa? Pero el verano caliente u ocioso de Madrid estaba poblado de sorpresas y de una perseverante voluntad erótica. Parecía que incluso quienes se iban a veraneos ilustres (lejanías prestigiosas o esos desiertos lugares de Almería como los entornos del Cabo de Gata) intentaban volver pronto. Madrid imantaba. Al contrario que hoy, en que tantos quisiéramos vivir fuera de la ciudad, castrada por un alcalde cutre, clerical y sevillano. Cuando pienso en aquel verano de Madrid recuerdo siempre una película de Almodovar (para mí la mejor) que se rodó un verano el del 84, creo― y que tiene como fondo (prescindiendo del tema) la seducción del verano, su música, su hedonismo, su descarado afán de transgresión y libertad, plasmado quizá más simbólicamente en la escena célebre en que los barrenderos que riegan por la noche echan un fortísimo chorro de agua a aquel transexual que interpretaba Carmen Maura, espléndida, que recibía la ducha, en el sabroso calor nocturno, como una eyaculación libertadora y jubilosa... El verano era exactamente así: terrazas brillantes por la Castellana (entre Colón y Cibeles, sobre todo) donde circulaba la cocaína, la extravagancia y el afán de amistad, por lo menos hasta la siguiente madrugada... Ése es el verano que se ve al fondo ―pero nítidamente― en La ley del deseo. (…)










Luis Antonio de Villena. “Madrid ha muerto”.1999, Planeta.




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