Fragmentos:
No
tengo demasiado motivos de cariño para la rubia Albión, que
contiene en sí misma cuanto hubiera sido necesario para ser la más
noble de las naciones; pero, aunque sólo sea porque la debo mi
nacimiento, experimento una mezcla de pesar y de respeto ante su
moribunda gloria y sus antiguas virtudes en decadencia. Una ausencia
de siete años ―término
ordinario de una deportación―
destruye todos los posibles resentimientos de un ciudadano honesto,
cuando su patria está dada a los diablos... ¡Ay, si supiera ella
cuánto desean todos los otros pueblos vengarse de su falsa amistad,
cómo esperan el instante de hundir en su pecho el acero de la
venganza, porque les prometió la libertad del género humano, ella,
la misma que ahora quiere encadenar a todos los hombres, incluyendo
sus almas...! Si pudiera saberlo, ¿se mostraría ella tan altiva y
se vanagloria de ser libre, siendo la primera de las esclavas? Los
pueblos ¿están aprisionados ellos solos, o con ellos lo están
también su carcelero? El miserable privilegio de tener encadenado al
cautivo, ¿puede considerarse como libertad? No, porque privados del
goce de ella están tanto el que lleva la cadena como el que tiene la
fatal obligación constante de vigilarla...
***
Yo
ni amo ni odio con exceso, aunque bien es verdad que siempre no me ha
sucedido lo mismo. Pero confieso que sería muy feliz si pudiera
enderezar entuertos y que preferiría prevenir el crimen a tener que
castigarlo, aunque Cervantes, en su demasiada verídica historia del
Quijote, haya demostrado lo inútil de semejante designio. Por cierto
que ninguna novela es más triste que ésta, tanto más triste cuanto
que hace reír. El héroe es en ella un hombre honrado que anda
buscando el bien sin fatiga y que corre constantemente tras el mal
para combatirlo... La risa de Cervantes concluyó con la caballería
española, resultando de ello que su chanza privó a España de su
brazo derecho. Desde entonces han sido allí muy raros los héroes.
En los días en que las novelas de caballería encontraban a aquel
pueblo, el Universo abría ancho campo a sus brillantes falanges,
pero tanto ha sido mal producido por la genial burla del poeta, que
toda la gloria, como ingente creación literaria, ha venido a
resultar pagada muy cara con la ruina de España.
***
>>El
sol se levantó y los vapores que rodeaban el vasto desierto se
desvanecieron con su presencia. Mas, ¡ay! ¿Qué me importaba
entonces atravesar llanura, río o bosque? Ninguna huella de hombre o
de animales se hallaba impresa sobre aquella salvaje tierra. Ni el
aire se dejaba sentir. No oí zumbar ningún insecto, ningún pájaro
madrugador saludar la vuelta del día al abrigo de la enramada. El
corcel, jadeante y cual si fuera a expirar, recorre aún un corto
trecho, reinando por todas partes la soledad y el silencio.
>>Por
fin creí oír un relincho que salía de un pequeño bosque de negros
abetos. ¿No es el viento que muge en las ramas de los árboles? No,
pues veo correr una manada de caballos que avanzan. Quise gritar,
pero mis labios estaban mudos. Los caballos galopaban hacia nosotros
con toda fiereza. Pero ¿cuáles son las manos que guían sus
riendas? He ahí mil caballos y ni un solo jinete. Su cola flota a
merced de los vientos; ninguna mano ha tocado su soberbia crin; jamás
sus largas narices han sentido la brida; jamás el bocado ha
ensangrentado su boca; jamás sus cascos conocieron el hierro; jamás
la espuela ni el látigo han herido su cuerpo. Son mil caballos
libres y salvajes como las olas que cruzan el océano; la tierra
retumba bajo sus pisadas como el eco del trueno. Vienen a nuestro
encuentro. Su aproximación da alguna agilidad al que me conduce;
parece pronto a brincar de alegría; les responde con un débil
relincho y cae. Palpita todavía algunos instantes, pero su pupila
está empapada y fría; sus humeantes miembros quedan inmóviles; su
primera carrera es también la última.
***
>>No
deja de sorprender que los hijos del placer, aquellos que han gozado
con exceso de los deleites de la mesa, del vino y de todas las
ventajas que da la riqueza, den el adiós a la vida con calma y sin
disgusto, con más tranquilidad muchas veces que aquel que por
patrimonio sólo tuvo la miseria. El mortal favorecido por la
fortuna, que ha gustado cuanto la tierra ofrece de más bello y
delicioso, no tiene nada que esperar ni nada por qué disgustarse; el
porvenir podrá sólo inquietarle; pero no es la conciencia culpable
o pura la que no la hace temer o mirar con calma; es la debilidad o
fuerza de nuestros nervios. El desgraciado espera todavía que sus
males puedan tener término, y la muerte, que él debería recibir
como una amiga, no es a sus ojos sino un enemigo envidioso que viene
a impedir coger los frutos del nuevo paraíso que esperaba allí
abajo. Quizá el día de mañana era el designado para endulzar sus
dolores y librarle de su abyección; hubiese sido acaso el primero
que no hubiese maldecido, y el principio de nueve años, cuyo
resplandor hubiese brillado en medio de sus lágrimas como
compensación de sus pasadas penas; el día de mañana le hubiese
dado el poder de gobernar, deslumbrar, castigar o perdonar a sus
enemigos. ¡Menester es que ese día de mañana ilumine sólo sus
funerales!
***
Lord
Byron. “Don Juan”. 1970, Editorial Pueyo.
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