Fragmentos:
¡Lluvia
benéfica que reanimas nuestros sentidos, pocas cosas son superiores
a ti, vino maravilloso! Que se predique todo lo que se quiera, puesto
que se predica últimamente. Honremos a Baco, al amor y a la alegría,
y mañana iremos al sermón y a la casa del señor boticario. Puesto
que el hombre es razonable, necesario resulta que se embriague, ya
que los momentos de la embiraguez son los mejores de la vida. La
gloria, el vino, el amor al dinero: he aquí los gozos en los que se
congregan las esperanzas de todos los hombres y de todos los pueblos.
Mirad el jugo del árbol de la vida; sin él, sus ramas, tan fértiles
algunas veces, aparecerían pocas y marchitas. Pero, os lo repito,
bebed hasta embriagaros, que, si luego despertáis con dolor de
cabeza, fácil es saber lo que debéis hacer... Tirad de la
campanilla, decid a vuestro ayuda de cámara que vaya a buscar vino
del Rhin y agua de soda. Experimentaréis un placer digno de Jerjes,
aquel gran rey. Ni el sorbete exquisito, ni la espuma del vino de los
postres, ni el vino de Borgoña, con su chorro purpúreo, tras las
fatigas de un viaje, la breve angustia del fastidio, el cansancio del
amor, pueden compararse a la bebida del vino del Rhin y el agua de
soda...
***
Un
niño que admira la luz o que toma el pecho de su madre; un fanático
a la vista de un enemigo vencido; un árabe ofreciendo hospitalidad a
un extranjero; un navegante pirata apoderándose de una rica presa;
un avaro llenando su arca, experimentan alegría, pero nada hay
comparable a la dicha de aquellos que contemplan el plácido sueño
de la persona que aman. La soledad, la noche, el mar, el estrellado
cielo transido de luna, el amor, llenaban el alma de Haida de un
sentimiento que no puede explicarse. Allí, en medio de la arenosa
playa, junto a las áridas rocas oscuras, se sentía dichosa de haber
creado por sí misma en unión de su amante, un verdadero Edén, en
el que nada podía venir a turbar su ternura y cuyos solos testigos
eran las estrellas del alto firmamento... He aquí la noble y bella
historia: una gruta fue su cama nupcial, el dios de la soledad
consagró su encuentro, el mar fue su testigo y fueron esposos;
¡dichosos sin duda, ya que cada uno era el ángel del otro y aquella
playa su Paraíso!
***
¡Ay!,
el amor es para las mujeres una cosa delicada y temible al mismo
tiempo, porque juegan a este dado engañoso todo lo que tienen, y, si
se vuelve contra ellas, la vida ya no tiene que ofrecerles sino la
memoria cruel de su pasado... Pero su venganza, entonces, es como la
del tigre; pronta, mortal y sin remedio. Hábiles en el disimulo, sus
corazones desolados, tras echar de menos al ídolo querido, buscan un
rico voluptuoso que las compre a título de esposas, y así resulta
que su vida acaba transformándose en todo lo que sigue; un amante
infiel, un marido nada grato, otro amante sólo elegido para el
placer de la venganza; la distracción de los adornos, la calidad de
madre, acaso, la devoción cuando ya son viejas y..., todo queda
concluido... Esta toma nuevo amante, aquélla prefiere una botella,
la de más allá corre tras disipaciones del gran mundo. Y hasta las
hay que se van con un nuevo seductor, con lo que no hacen sino
cambiar de penas y perder todas las ventajas de la virtud disimulada.
***
¡Oh,
amor! ¿Por qué en este desgraciado mundo cambias tan duramente el
dulce don de ser amado? ¡Ah! ¿Por qué has introducido en el jardín
amable de tus delicias las hojas del ciprés? ¿Por qué te vales de
un suspiro como el mejor intérprete de tus sensaciones? Semejantes a
aquellos que, para gozar el perfume de las flores, las cortan y ponen
sobre su seno, sin pensar que en él habrán de marchitarse, así
colocamos en nuestro corazón los frágiles corazones que adoramos,
para verlos luego perecer.
***
En
realidad, el aplauso público me es indiferente. Los grandes nombres
no son más que nombres, y el amor de la existencia de troya. Las
edades venideras discutirán si hubo una vez o no hubo una ciudad
llamada Roma. Las generaciones de los muertos quedarán borradas. Las
tumbas son las herederas de las tumbas, pero un día la memoria de
los siglos se acaba y desaparece bajo las ruinas de los que los
siguen. ¿Dónde están aquellos epitafios que leían nuestro padres?
Apenas quedan unos pocos salvados de la inmensa noche sepulcral, en
la que millares y millares de muertos han perdido su nombre en la
universal muerte. Todas las tardes gusto de pasear a caballo junto al
sitio donde pereció, en medio de su gloria, aquel héroe que vivió
demasiado para los héroes y demasiado poco para la vanidad humana,
el joven Gastón de Foix. Una corona, esculpida con arte, pero
cruelmente abandonada a la mano destructora del tiempo, cuenta la
carnicería de Ravena, y la base de esa corona está cubierta de
espinas e inmundicias. Todos los días paso junto al mausoleo del
Dante: una pequeña cúpula, más sencilla que majestuosa, protege
sus cenizas, y si bien, de vez en cuando, la tumba del poeta luce
unas flores, recibiendo con ello un homenaje rehusado a la del
guerrero, no obstante llegará un tiempo en que, igualmente olvidado
el trofeo del capitán y el libro del poeta, tendrán la misma suerte
que los versos y las hazañas que precedieron a la muerte del hijo de
Peleo y al nacimiento del divino Homero... Con
todo, siempre habrá poetas; aunque la gloria no sea más que humo,
porque ese humo es incienso para el hombre. El sentimiento inquieto
que inventó los primeros versos buscará siempre lo que buscaba
antaño. Así como las olas se convierten en espuma sobre las playas,
las pasiones, alcanzando sus últimos límites, se hacen poesía. La
poesía no es más que la pasión o, por lo menos, tal vez fue hasta
que llegó a convertirse en una moda...
***
Lord
Byron. “Don Juan”. 1970, Editorial Pueyo.
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