(EL
JARDINERO)
Aprendí
con mi abuelo a plantar árboles.
Los
sauces necesitan
beber
más agua, Andrés, que tú o yo,
y
sus raíces
no
deben, al principio, ser demasiado hondas;
en
ocasiones crecen muy deprisa
y
otras veces quisieran estancarse
en
la tierra, temerosos del aire.
Hoy
no existe ni abuelo ni país
ni
tampoco ese niño, pero queda
aquel
sauce encorvado al que ―me
digo―
Andrés,
hay que cuidar,
estas
raíces frágiles,
este
miedo a la altura de la vida.
(LOCUS
INCOMPLETUS)
De
existir, la quietud ha de ser esto:
un
ir y venir calmo, el agua fabricándose.
Bajo
una luna impresa
claramente
en la página del cielo
peces
de plata, eléctricos,
cruzan
la piel del mar.
Son
ya tantos los nombres y los siglos
de
idénticos escenas,
que
esta noche real, sin salvamento,
no
me siento con fuerzas de escribir además
que
estás aquí conmigo
para
darle sentido a esta belleza
que
no cabe en dos ojos solitarios.
(EL
CARTÓGRAFO)
Con
un golpe de ojales, se ha abierto la camisa:
en
su pecho adivino la escritura
del
mapa gris y blanco de los años,
los
viajes que han rendido al corazón.
Mi
padre me sonríe. Entre sus manos
sostiene
aún la copa
que
se permite a veces, travesura.
Nos
imagino juntos, en un barco extranjero,
brindando
y apacibles; nos movemos
hacia
el atardecer; mi padre va de espaldas,
la
rueca del invierno gira y gira...
Mi
padre se marchaba, leve, otro.
Mi
padre se me borra, yo lo he visto
y
he corrido a abrazarlo.
Él
no comprende
y
su sonrisa, de agua, ya casi no es del mundo.
Andrés
Neuman. “La
lógica de Orfeo (Antología) Luis Antonio de Villena”. 2003,
Visor.
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