¡La fiebre!
¡La fiebre me viene pisando
los talones!
AQUÍ
ES la montaña,
la sucesión de estepas
abisinias.
Importamos sedas y algodones.
Exportamos café, perfumes y
marfil.
Vivimos sin esperanza
de convertirnos pronto en
millonarios.
Esta es una existencia
miserable.
Sin familia. Sin ocupación
intelectual.
Perdido entre negros
cuya suerte quisiera uno
mejorar.
Obligado a hablar sus
jeringonzas.
A comer sus comistrajos.
A padecer mil engorros
ocasionados por su pereza, por
su traición.
Aquí es la montaña,
la sucesión de estepas
abisinias.
Estamos ahora en la estación de
las lluvias.
Es bastante triste.
Pero lo más triste no es sólo
esto.
Es el aburrimiento.
Me aburro.
Me aburro mucho. Siempre.
No he conocido a nadie
que se aburra tanto como yo.
Aquí es la montaña,
la sucesión de estepas
abisinias.
CÓMPRAME
una media
para varices
para una pierna larga
y enjuta (calzo un 41).
La media tiene que subir
por encima de la rodilla porque
tengo una variz
por encima de la corva.
Cómprame una media.
Hace hoy quince noches
que no he cerrado el ojo ni un
minuto
debido a esos dolores en la
maldita pierna.
Cómprame una media.
Esta invalidez me la han
provocado
las grandes palizas a caballo
y también las agotadoras
caminatas.
Cómprame una media.
Por si fuera poco,
tengo un dolor reumático
en esta maldita rodilla derecha
que me tritura
y que sólo me da por las
noches.
Cómprame una media.
La mala alimentación,
el alojamiento malsano,
las ropas demasiado ligeras,
las preocupaciones de todo tipo,
el aburrimiento,
la rabia continua,
todo eso actúa muy
profundamente en la moral
y en la salud.
Cómprame una media.
Un año aquí equivale a cinco
en otra parte.
Se envejece muy deprisa.
Cómprame una media.
Como cada día se me hinchaba
más la rodilla
y me dolía más la
articulación,
al no encontrar ni remedio ni
consejo,
me decidí a bajar.
Cómprame una media.
Llevaba veinte días acostado,
sin poder hacer un solo
movimiento,
padeciendo dolores atroces
y sin dormir
nunca.
Cómprame una media.
Alquilé dieciséis porteadores
negros,
mandé construir una camilla
cubierta por una tela,
ahí es donde acabo de hacer,
en doce días,
trescientos
kilómetros
de desierto.
No he podido dar un paso fuera
de la camilla,
la rodilla se hinchaba a ojos
vistas
el dolor aumentaba
considerablemente.
Cómprame una media.
Entré en el hospital europeo.
El doctor inglés, en cuanto le
enseñé la rodilla,
exclamó que una sinovitis
que había llegado a un extremo
muy peligroso
debido a la falta de cuidados
al cansancio.
Cómprame una media.
Empezó a hablar enseguida de
amputar la pierna.
Estoy tendido, con la pierna
vendada atada encadenada
para que no pueda moverme.
Me he convertido en un
esqueleto.
Doy miedo.
Cómprame una media.
Tengo la espalda en carne viva
por culpa de la cama.
No duermo ni un minuto.
La comida del hospital es muy
cara.
En cuanto a las medias,
las venderé en cualquier parte.
Son
inútiles.
DESPUÉS
DE padecimientos terribles,
como no me podían curar en
Adén,
tomé el barco para regresar a
Francia.
He llegado ayer,
tras trece días de dolores.
Como me encontraba muy débil al
llegar,
y muerto de frío,
tuve que ingresar en el hospital
de la Concepción,
donde pago diez francos al día,
doctor incluido.
Me encuentro muy mal.
Me encuentro muy mal, muy mal.
Estoy reducido al estado de
esqueleto por esta enfermedad.
Es una sinovitis.
Una hidrartosis.
Una enfermedad de la
articulación y los huesos.
Esto durará mucho tiempo,
a no ser que se complique y me
corten la pier
na.
En cualquier casi, me quedaré
inválido.
¡Qué hacer!
¡Qué vida tan triste!
¡Qué desgraciado soy!
¡Qué desgraciado me he vuelto!
La vida se me ha hecho
imposible.
¿No podríais ayudarme?
SÓLO
VEO junto a mí estas malditas muletas.
Es un auténtico suplicio.
Sin estos palos no podría dar
ni un paso.
A menos de realizar unos
ejercicios gimnásticos
atroces, ni siquiera me puedo
vestir.
Tampoco puedo subir ni bajar
escaleras.
Y como el terreno sea algo
accidentado,
el desnivel entre un hombro y
otro me agota.
Siento un dolor neurálgico muy
intenso
en el brazo y en el hombro
derecho
y para colmo, la muleta me
destroza el sobaco.
Además, una neuralgia en la
pierna izquierda.
Si alguien en parecida situación
me consultase, le diría:
¡No se deje nunca amputar!
¡Que hagan con usted una
carnicería!
¡Que le destrocen!
¡Le hagan pedazos!
¡PERO!
¡NO SE DEJE NUNCA AMPUTAR!
Es un auténtico suplicio.
Me gustaría hacer esto
y lo otro. Ir aquí
y allá.
Ver.
Vivir.
Viajar.
Es un auténtico suplicio.
Sólo veo junto a mí estas
malditas muletas.
ME
levanto,
doy un centenar de brincos con
mis muletas
y me vuelvo a sentar.
No puedo llevar nada en las
manos
y al caminar,
no puedo dejar de mirar mi único
pie.
Tengo la cabeza y los hombros
echados hacia delante.
Parezco un jorobado.
Tiemblo al ver la gente
y los objetos me rodean,
por miedo a que me tiren
y me rompan la otra pata
sana.
Cuando vuelvo a sentarme,
Cuando vuelvo a sentarme,
tengo las manos temblorosas
y la axila en carne viva.
Me vuelvo a despertar y me quedo
ahí:
sentado como un inválido total,
lloriqueando,
esperando a que llegue la noche
con su insomnio perpetuo,
y la mañana,
más triste que la víspera.
Me levanto
y doy un centenar de brincos con
mis muletas.
La gente se ríe de mí al verme
brincar.
La gente se ríe de mí.
La gente se ríe.
David González. “El
hombre de las suelas de viento. Poemas africanos de Arthur R.”
Nueva edición ilustrada, por: Ariadna Pedemonte. Editorial Arma Poética, 2015.
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