Fragmentos:
Lo
que no he podido escribir termina por perderse. Ahora nunca puedo
volver atrás. Sólo estoy interesada en el presente. El espíritu
del presente lo es todo para mí. El éxtasis del momento. El día a
día. La plenitud de cada día es asombrosa. Ayer, la mujer de la
tienda, que me prestó una faja porque mi único vestido de noche
está manchado por el deseo de Henry una noche. El acoso impaciente
de [William] Hoffman por la tarde. Las historias que le cuento. Lo
tiento. Bailar en Harlem. Mi carta a Hugh sobre su primera acuarela,
clavada en la pared delante de mí. Los rudimentarios mensajes
especiales de Huck. Fundidos y disueltos en amor, tartamudeando amor.
Richard, que cada vez me trae un paquete de cigarrillos. Henry
escribiendo a máquina cuando llego a casa, después de haberme
arrancado de la fiesta Hoffman, aborreciendo incluso Harlem porque
estoy con Hoffman y otros vicepresidentes ―guantes
blancos, mayordomos, casa privada en la Quinta Avenida―.
Flores especiales que me envían desde Savannah. Reparación de
medias, a veinticinco centavos la pieza. Carta a Padre: <<Por
favor, admírame. Eres el único que no está satisfecho conmigo. Sé,
por favor, un padre indulgente>>. La radio puesta. Cigarrillos
Old Gold. Tomar notas del psicoanálisis de la violinista. Me da el
dinero que ha ganado por primera vez en su vida. Algún día
escribiré largo y tendido sobre ella. Será una de mis amigas. Me
gustó desde el primer momento. Las sales de baño de Eduardo se han
terminado. Mis sandalias de París están gastadas. He tenido que
tirar los guantes de París. Leí a Hemingway y me gustó su
veracidad. Le dieron puñetazo en la cara por eso. La
casa del incesto va
adelante la mar de bien. Cada día se teje un nuevo plan, vuelve a
tejerse, se moldea y se le vuelve a dar forma. Pero contiene la clave
de todos los misterios. (…)
***
Henry
estaba dolido. Siento otra vez que, a causa de su pasividad, de su
falta de ganas de luchar, lo había herido. Me sentí culpable y
débil por haber tenido que intervenir. Aplastada y cansada.
Dispuesta a aceptar sus actos locos o necios para salvar nuestro
pobre amor.
Fraenkel
está molesto por su caricatura y Henry no ve por qué.
Así
que tengo que vivir para mí misma, lejos de Henry. Renunciar a lo
absoluto.
Lo
odié un día y una noche. Luego volví con él. Sus besos
apasionados y sus excusas. Nuestras caricias terriblemente
placenteras, quizá debidas al contraste con el sufrimiento, al
antagonismo y a la desesperación. Es todo lo que tengo. Es todo lo
que él me da. Lo tomo, deseando que se funda todo en el mismo
momento. Pero me siento frustrada por el sueño imposible. La
separación es necesaria y la pasión acabará por morir.
Con
esta desesperación, me arrojo a los sentidos, al placer, al
análisis, a la bebida, a los juegos con Feri. Iré sola a Londres.
Buscaré a otro Rank. Me siento muy cerca de Hugh, que es tan bueno
conmigo; lo amo con una profunda gratitud. Pero también me niego a
aceptar ninguna limitación con respecto a él. Me vuelvo, abandono
lo absoluto, giro a la izquierdo, a la derecha, ¿me disperso?
¡Henry!
¡Henry! ¡Oh, Henry mío! Todas tus mujeres han de ser infieles, han
de abandonarte, porque no eres un hombre, eres el niño que chupa los
pechos de una hasta que sangran.
Le
dije:<<Henry, me he estado alejando de ti. Me siento morir
participando en tus esfuerzos para que nuestra relación no sea
romántica. Ha sido muy grande. No quiero empequeñecerla. Hay algo
en ti que quizá no te haga incapaz de amar pero que hace que
destruyas todo cuanto amas. Lo sabía y creí que yo sería más
fuerte que eso, pero me has hecho daño. Sólo hace poco que he
empezado a vivir de nuevo, a recuperar mis fuerzas del amor que
recibo. He encontrado en la vida lo que me has negado, lo tuyo es
algo demasiado sutil para definirlo, la muerte que destilas amando
siempre aparte, en alguna otra parte, no siendo completo>>.
Incluso
mientras escribe sobre June no puede ser sincero con aquella pasión;
se extiende y se pierde en otras mujeres, en otros deseos, como un
río demasiado ancho. Nunca la amó realmente en la vida, en el
presente, en la realidad, sino sólo en su pérdida o mediante el
dolor. La verdad es así de sencilla, y todas las perversidades de
nuestro amor me asfixian, mis propios sufrimientos, mis concesiones,
compasión, fe, generosidad, y Henry negativo, pasivo, irreal, sólo
real en lo prosaico, y yo renuncio a la poesía, la busco en otra
parte, lamentando que él no la posea. Ninguna alma en Henry, por más
que dos mujeres le entregaron las suyas. No sé.
Sentados
en silencio, Henry dice: <<Sé que tengo algo muy malo, alguna
perversidad>>.
Somos
yo y June, prolongando la tumba que él hace del momento presente en
que exige pasión y ambas, June y yo, buscamos el amor en otra parte,
lloramos por un Henry no nacido, abortado, amante de la palabras,
poeta que sólo nos llora después de muertas. (…)
Anaïs
Nin. “Fuego”. 1996, Siruela.
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