Lázaro
Un
tal Lázaro Vélez se incorporó de su tumba, se despojó lentamente
de su sudario, abandonó el camposanto y empezó a caminar en
dirección a su casa. A medida que iba siendo reconocido, los vecinos
se acercaban a abrazarlo, le daban ropas para que cubriera su
desnudez, lo felicitaban, le palmeaban la espalda huesuda.
Sin
embargo, a medida que la vos se fue corriendo, la bienvenida ya no
fue tan cálida. Un hombre que había ocupado su vacante en la
sucursal de Correos, le increpó duramente: <<Tu regreso no me
alegra. Vas a reclamar tu puesto y quizá te lo den. O sea que yo me
quedaré en la calle. Recuerda que en mi casa tengo cinco bocas que
alimentar. Prefiero que te vayas.>>
La
viuda de Lázaro Vélez, que, pasado un tiempo prudencial, se había
vuelto a casar, le incriminó: <<¿Y ahora qué? ¿Acaso
pretendes que me condenen por bígama? Si quieres que sea feliz,
desaparece de mi vida , por favor.>>
Un
sobrino, que en su momento había heredado sus cuatro vacas y sus
seis ovejas, le reprochó airado: <<No pretenderás que te
devuelva lo que ahora es legalmente mío. Vete, viejo, y no molestes
más.>>
Lázaro
Vélez resolvió no seguir avanzando. Más bien comenzó a
retroceder, y a medida que desandaba el camino se iba despojando de
las ropas que al principio le habían brindado.
Por
fin, un viejo amigo que lo reconoció y no le reprochó nada (quizá
porque nada tenía) se acercó a preguntarle: <<Y ahora ¿a
dónde irás?>> Y Lázaro Vélez respondió: <<A
recuperar mi sudario.>>
***
Traducciones
Siempre
le pasaba lo mismo. Cuando alguien traducía uno de sus poemas a una
lengua extranjera (al menos, de las que él conocía), sus propios
versos le sonaban mejor que en el original. Por eso no le sorprendió
que la versión francesa de su poema <<El tiempo y la campana>>
le pareciera estupenda, grácil, sustanciosa.
Dos
años más tarde, un traductor italiano, que no sabia español,
tradujo aquella versión francesa y aunque él nunca había sido
partidario de las versiones indirectas (no olvidaba, sin embargo, que
muchos años atrás había conocido a través de ellas a Tolstoy,
Dostoievsky y también a Confucio), disfrutó grandemente de su poema
<<in italico modo>>.
Transcurrieron
otros tres años y un traductor inglés, que, como la mayoría de los
traductores ingleses, no sabía español, se basó en la versión
italiana, basada a su vez en la versión francesa. Pese a tan lejano
origen, fue la que mayor placer le produjo al primigenio autor
hispanoparlante. Sólo le asombró un poco (en realidad, lo atribuyó
a una errata de tantas) que esta nueva versión indirecta se titulara
<<Burnt Norton>> y que el nombre del presunto autor fuera
un tal T. S. Eliot. Sin embargo, le gustó tanto que decidió
encargarse personalmente de traducirla al español.
La
cercanía de la nada
Ahora
sé
que mi único destino
es
la certidumbre de la vejez
la
cercanía de la nada
y
su belleza aterradora
Fayad
Jamis
Cuando
se acercan a la nada
y
más aún cuando se enfrentan
al
pavoroso linde de tinieblas
los
poderosos no consiguen
pasar
de contrabando su poder
ni
la mochila azul de sus lingotes
ni
el chaleco antimuerte
ni
el triste semillero de sus fobias
pero
cuando los pobres de la tierra
se
acercan a la nada
los
aduaneros nada les confiscan
salvo
el hombre
o
la sed
o
el cuerpo en ruinas
los
pobres de la tierra
pasan
como si nada
pero
tampoco se hagan ilusiones
ya
que la nada es nada más que eso
y
esa belleza sobrecogedora
que
aterra a poderosos e indigentes
a
todos los ignora por igual.
Mario
Benedetti. “Despistes y Franquezas”. 1998, Editorial Alfaguara.
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