Retrato
de un hombre invisible
Fragmentos:
Descubrí
que no hay nada tan terrible como tener que enfrentarse a las
pertenencias de un hombre muerto. Los objetos son inertes y sólo
tienen significado en función de la vida que emplean. Cuando esa
vida se termina, las cosas cambian, aunque permanezcan iguales. Están
y no están allí, como fantasmas tangibles, condenados a sobrevivir
en un mundo al que ya no pertenecen. ¿Qué puede decirnos, por
ejemplo, un armario lleno de ropa que espera en silencio ser usada
otra vez por un hombre que no volverá a abrir la puerta? ¿Y los
paquetes de preservativos en cajones llenos de ropa interior y
calcetines? ¿Y la afeitadora eléctrica que está en el baño,
todavía llena de la pelusa del último afeitado? ¿O una docena de
frascos vacíos de tinte para el pelo escondidos en un maletín de
piel? De repente se revelan cosas que uno no quiere ver, no quiere
saber. Producen un efecto conmovedor, pero al mismo tiempo horrible.
Por sí mismas, las cosas no significan nada, como los utensilios de
cocina de una civilización antigua; pero sin embargo nos dicen algo,
siguen allí no como simples objetos, sino como vestigios de
pensamientos, de conciencia; emblemas de la soledad en que un hombre
toma las decisiones sobre su propia vida: teñirse el pelo, usar una
camisa u otra, vivir o morir. Y una vez que ha llegado la muerte,
todo es absolutamente inútil.
***
La
muerte despoja al hombre de su alma. En vida, un hombre y su cuerpo
son sinónimos; en la muerte, una cosa es el hombre y otra su cuerpo.
Decimos: <<Ése es el cuerpo de X>>, como si el cuerpo,
que una vez fue el hombre mismo y no algo que lo representaba o que
le pertenecía, sino el mismísimo hombre llamado X, de repente
careciera de importancia. Cuando un hombre entra en una habitación y
uno le estrecha la mano, no siente que es su mano lo que estrecha, o
que le estrecha la mano a su cuerpo, sino que le estrecha la mano a
él. La muerte lo cambia
todo. Decimos <<éste es el cuerpo de X>> y no <<éste
es X>>. La sintaxis es completamente diferente. Ahora hablamos
de dos cosas en lugar de una, dando por hecho que el hombre sigue
existiendo, pero sólo como idea, como un grupo de imágenes y
recuerdos en las mentes de otras personas; mientras que el cuerpo no
es más que carne y huesos, sólo un montoncillo de materia.
***
La
mayoría de esas fotografías no me decían nada, pero me ayudaron a
llenar lagunas, a confirmar impresiones, me ofrecían pruebas a las
que nunca había tenido acceso. Una serie de instantáneas de su
época de soltero, por ejemplo, probablemente tomadas en diferentes
años, reflejaban una síntesis exacta de ciertos aspectos de su
personalidad que habían pasado inadvertidos durante sus años de
matrimonio, una faceta de él que no descubrí hasta después de su
divorcio: mi padre como bromista, como hombre de mundo, como
juerguista. En esas fotografías está retratado con mujeres, por lo
general do o tres, todas ellas en poses cómicas, enlazadas por los
brazos, o dos de ellas sentadas sobre su falda, o dándose un beso
teatral para complacer al que sacaba la foto. Como fondo, una
montaña, una cancha de tenis, tal vez una piscina o una cabaña de
troncos. Eran recuerdos de excursiones de fin de semana a varios
puntos de Catskill en compañía de sus amigos solteros, donde
jugaban al tenis y pasaban un buen rato con las chicas. Siguió con
ese tren de vida hasta los treinta y cuatro años.
***
Hoy,
dando vueltas sin rumbo por la casa, deprimido y con la sensación de
haber perdido el hilo de lo que quiero decir, me encontré con estas
palabras en una carta de Van Gogh: << Como cualquier otra
persona, siento la necesidad de una familia, de amigos, de afecto y
de encuentros amistosos. No estoy hecho de hierro ni de piedra, como
una boca de riego o un poste de la luz>>.
Tal
vez eso sea lo que realmente cuenta: llegar a lo más profundo del
sentimiento humano, a pesar de las evidencias.
Paul
Auster. “La invención de la soledad”. Editorial Anagrama, 1994.
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