AQUEL
VICIO DE FRASES
De
noche me gustaba,
cuando
mi chica se acostaba,
jugar
a deshacer el mundo
con
palabras, para acotar con calma
el
contorno preciso de las cosas,
casi
como
si nos quemaran al tocarlas,
como
quien muerde una fruta muy ácida
y
no sabe muy bien si aquello le disgusta
o
se parece mucho a los pies diminutos
de
la felicidad. Se parecía tanto.
Crear
un nuevo software para la realidad:
encriptarla
en un folio o en la pantalla
de
un ordenador: simples símbolos
que
devolvían luego, sin embargo,
el
movimiento torpe de la vida,
trozos
de la existencia perdurando,
una
tristeza elástica, sensual,
como
un gato de caza en los tejados.
Era
una técnica tan simple: la escritura.
Bastaban
un bolígrafo y un folio
al
fin y al cabo. Lo que explico: pura magia.
Lo
descubrí a los doce, en la casa de campo
donde
vivíamos sin luz eléctrica tras un desahucio.
Y
aquel vicio de frases ya no me abandonó.
De
noche. Era siempre de noche. Y recuerdo
que
aquello me gustaba. Se parecía a follar
con
por ejemplo, Scarlett Johansson, o con mi chica,
que
se quedaba siempre dormida con la tele
y
a veces era igual que un cachorro de ángel
o
escalar sin equipo el Everest o pelear a muerte
contra
una manada de centauros salvajes.
Pero
cansaba menos. Me gustaba sacar
las
tripas del lenguaje, alimentarme
como
un jaguar de su carne cruda.
Saber
que existe el hambre. Y que nunca
ninguno
de nosotros se saciará del todo.
Hasta
que un día probé a escribir tu nombre
sintiendo
el poderío desatado de toda su semántica,
el
desnudo perfil de sus significados.
Y
entonces la ciudad encendió las ventanas
de
su belleza enferma, atravesaron las sirenas
con
sus risas histéricas las largas avenidas,
los
semáforos se me volvieron locos,
temblaron
las antenas como
espantapájaros
de aluminio muerto,
la
aurora arqueó su espalda de edificios
y
terminé el poema con estos mismos versos
en
que quedé temblando y asustado
de
que la vida pudiera ser algo tan nítido
y
caliente al escribir tu nombre
cien
veces en un folio, como una criatura
abandonada
a la intemperie:
Laura,
Laura, Laura, Laura...
DESCRIPCIÓN
DE LA PATRIA
Mi
patria es un poema de Mario Benedetti,
los
pasos que fui dando y que daré,
los
tres o cuatro nombres de mujer
que
siempre me acompañan:
mi
madre, mi pareja, mis hermanas.
Lo
demás son lugares que apenas sí recuerdo,
como
ciertos aeropuertos o estaciones
de
autobuses, como algunos poemas
que
escribí hace ya tiempo
y
hoy me parecen otros.
Como
la amplitud de una nevera
americana
para
un yogur a punto de caducar,
a
cuatro grados de temperatura,
temblando
solo, temiendo
que
la puerta se cierre y todo quede a oscuras.
O
aún peor, que se abra de par en par
y
todo se termine a cucharadas.
La
poesía no da para vivir.
Lo
dicen todos: Orihuela, Oliveiro,
profesores,
vecinos y mecánicos.
La
poesía no da para vivir. Repiten.
Yo
me río: tampoco da la vida
para
muchos poemas, y sin embargo
aquí
estamos. Ya lo ves.
Tan
vivos. Tan en cueros.
Tan
carne de poema.
Tan
palabra en los huesos.
Pedro
Andreu. "La Amplitud de una nevera americana". 2015, Frida
ediciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario