9
Atolondrado
cavas
tu tumba cada día.
La
inopia y sus mapas celestes
que
recorres con un dedo.
Mientras
respires
todo
estará bien. Abdicarás llegado el caso:
corona
herrumbrosa
y
mastines en un rincón
calibrando
tu valor.
¿Qué
tuviste de especial?
¿Las
paredes de tus órganos revestían pan de oro?
En
el camino
ya
ni el polvo te saludará.
Todo
será nuevo para otros: las cremosas dudas
y
las flores rápidas
que
despliega la ignorancia.
16
La
peluca de Bach
es
el kilómetro cero.
De
allí parte el dolor
y
sus maletas
en
lenta parsimonia
de
arena movediza.
Un
camino de clavos
y
diamantes, una
consagración
de
peces muertos
que
el centro de la Tierra
escupe
entusiasmado.
Desde
hace años vivo
dentro
de un laúd.
Por
su tripa de barco
corro
en círculos
huyendo.
42
Deambulo
por
un edificio desierto
empujando
mi carrito de lamentos.
Mi
forma de silbar es ésta:
ni
smokingni lunas llenas.
Es
patético
que
hasta las salidas del aire me intimiden
en
lo hondo, allí
donde
el silencio
habla
con pose de rey rana y reniega del mundo.
Mi
lucha no va más allá:
es
épica de futbolín
(no
doy más),
caldo
industrial
que
sueña que es Mahler
y
posee furia navegable
en
vez de sangre.
Y
sin embargo
el
vacío me escarba
con
paciencia suiza
hasta
que encuentra
los
tenues pensamientos
que
utilizo de gimnasio nocturno
en
los que paso el tiempo
suspendido
y deseando
que
nada sea verdad.
59
El
dolor es meticuloso. Te encierra
en
una botella horizontal
y
te observa. Practica
el
coleccionismo de aullidos mientras al otro lado
sonríe
con
mirada prusiana.
Te
obliga a ridículos vestidos
en
sus bailes de sociedad negra.
Te
maquilla
con
los ojos cerrados,
vomitando
polillas
que
van a parar muy dentro: a la sala de máquinas
del
ascensor de tus pulmones.
Sus
vacaciones
duran
media hora,
lo
justo
para
que corras descalzo pero en círculos
por
una pradera artificial.
Luis
Acebes. “Corte a sección de mi vida con un cuchillo blanco de
plástico”. 2015, Ediciones En Huida.
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