Fragmentos:
Sin
embargo, sus palabras me produjeron un efecto inesperado. En lugar de
salir precipitadamente de casa nada más cenar, como solía hacer,
aquella noche me tumbé en el sofá a obscuras y me sumí en un
profundo ensueño. <<¿Por qué no pruebas a escribir?>>
Esa frase se me había quedado grabada en el coco todo el día, se
repetía insistentemente, hasta cuando estaba dando las gracias a mi
amigo MacGregor por los diez dólares que le había sacado después
de dedicarle las lisonjas y los halagos más humillantes.
En
la obscuridad empecé a abrirme camino de regreso al centro. Empecé
a pensar en los felicísimos días de mi infancia, los largos días
estivales en que mi madre me cogía de la mano y me llevaba al campo
a ver a mis amiguitos: Joey y Tony. De niño era imposible comprender
la alegría debida a una sensación de superioridad. Ese sexto
sentido, que te permite participar y al mismo tiempo observar tu
participación, me parecía patrimonio normal de todo el mundo. No
sabía que disfrutaba con todo más que los otros chicos de mi edad
hasta que me hice mayor, no cobré conciencia de la disparidad entre
los otros y yo.
Escribir
―medité―
debe de ser un acto desprovisto de voluntad. La palabra, como la
corriente profunda del océano, debe emerger por su propio impulso.
Un niño no necesita escribir, es inocente. Un hombre escribe para
expulsar todo el veneno que ha acumulado a causa de su forma de vida
falsa. Trata de recuperar su inocencia, y, sin embargo, lo único que
consigue (escribiendo) es inocular el mundo con el virus de su
desilusión. Ningún hombre pondría palabra alguna por escrito, si
tuviera el valor de vivir lo que cree. Su inspiración se desvía en
el origen. Si lo que desea crear es un mundo de verdad, belleza y
magia, ¿por qué coloca millones de palabras entre la realidad de
ese mundo y él? ¿Por qué aplaza la acción... a no ser que, como
otros hombres, lo que desee en realidad sea poder, fama, éxito?
<<Los libros son acciones humanas en la muerte>>, dijo
Balzac y, sin embargo, pese a haber discernido la verdad, entregó el
ángel al demonio que lo poseía.
Un
escritor corteja a su público tan ignominiosamente como un político
o cualquier otro charlatán; le gusta sentir el gran pulso, recetar
como un médico, lograr un puesto propio, que lo reconozcan como una
fuerza, recibir la copa rebosante de adulación, aunque tenga que
esperar mil años. No desea un mundo nuevo que se pueda crear de
inmediato, porque sabe que nunca lo satisfaría. Desea un mundo
imposible en que él sea el gobernante títere y sin corona dominado
por fuerzas que lo superen por completo. Se contenta con gobernar
insidiosamente ―en
el mundo ficticio de los símbolos―,
porque la mera idea del contacto con realidades crudas y brutales lo
espanta. Es cierto que ahonda en la realidad más que otros hombres,
pero no hace esfuerzo alguno para imponer esa realidad superior al
mundo por la fuerza del ejemplo. Se conforma sólo con predicar, con
arrastrarse tras el desastre y las catástrofes: un profeta agorero
de la muerte, siempre sin honor, siempre lapidado, siempre esquivado
por quienes, por ineptos que sean para sus tareas, están dispuestos
a asumir la responsabilidad por los asuntos del mundo. El auténtico
gran escritor no quiere escribir: quiere que el mundo sea un lugar en
que pueda vivir la vida de la imaginación. (...)
***
<<Me
gustaría decir otra cosa más. Ahora ya sé a qué venía eso. Es lo
siguiente: compadezco al tipo que haya nacido escritor. Por eso tomo
tanto el pelo a este andoba; intento desanimarlo, porque sé lo que
le espera. Si de verdad vale algo, está apañado. Un pintor puede
producir media docena de cuadros en un año... según me han dicho.
Pero un escritor... pero, bueno, si a veces tarda diez años en
escribir un libro y, como digo, si es bueno, tarda otros diez años
en encontrar editor y después tienen que pasar por lo menos de
quince a veinte años antes de que sea reconocido por el público. Es
casi una vida... para un libro, tú fíjate. ¿Cómo va a vivir
mientras tanto? Bueno, suele vivir como un perro. A su lado un medigo
lleva vida de príncipe. Nadie emprendería esa carrera, si supiese
lo que le espera. Para mí, es un disparate de pies a cabeza. Te digo
rotundamente que no vale la pena. El arte nunca ha sido algo que deba
producirse así. Lo que pasa es que en la actualidad el arte es un
lujo. Yo podría salir adelante sin leer nunca un libro ni mirar un
cuadro. Tenemos demasidas cosas más: no necesitamos libros ni
cuadros. La música, sí... la música siempre la necesitaremos. No
necesariamente buena música... pero música. En cualquier caso, ya
nadie escribe buena música... Tal como yo lo veo, el mundo se está
echando a perder. No se necesita demasiada inteligencia para salir
adelante, tal como están las cosas.. De hecho, cuanto menos
inteligente eres, mejor posición tienes. Ahora todo estás
organizado de tal modo, que te sirven las cosas en bandeja. Lo único
que necesitas es saber hacer una sola cosa medianamente bien; te
afilias a un sindicato, haces el menor trabajo posible y, cuando te
jubilas, ta pasan una pensión. Si tuvieras alguna inclinación
estética, no podrías pasar por la estúpida rutina año tras año.
El arte te vuelve inquieto, insatisfecho. (...)
***
Cuando
cesa el dolor, la vida parece espléndida, aun sin dinero ni amigos
ni ambiciones elevadas. Simplemente respirar con facilidad, caminar
sin un espasmo o una punzada repentinos. Entonces los cisnes son muy
bellos; los árboles también. Hasta los automóviles. La vida se
desliza sobre patines de ruedas; la tierra está grávida y produce
constantemente nuevos campos de espacio magnético. ¡Ved cómo
inclina el viento las menudas briznas de hierba! Cada brizna es
sensible; todo responde. Si la propia Tierra sintiera dolor, no
podríamos hacer nada para remediarlo. Los planetas nunca tienen
dolor de oídos; son inmunes, si bien llevan dentro dolor y
sufrimiento indecibles. (...)
Henry
Miller. "Sexus". 2012, edhasa.
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