Frente al silencio.

Frente al silencio.

viernes, 19 de enero de 2018

Ovidio




Narciso



Fueron muchos los jóvenes y las muchachas que desearon
a Narciso. Pero tan dura soberbia residía en su tierna
belleza ningún joven, ninguna muchacha consiguió
conmover su corazón. Conducía él hacia las redes
a los trémulos ciervos, cuando vio la ninfa de la voz,
la que no ha aprendido a callar cuando se le habla
ni a hablar ella primero, Eco, la resonante. Un cuerpo
era todavía Eco, no una voz; y, sin embargo, la charlatana
no hacía otro uso de su boca que el que ahora hace:
poder repetir, de entre muchas, las últimas palabras.
Obra de Juno fue esto, porque, cuando a menudo
sorprendía a las ninfas yaciendo con su Júpiter en el monte,
aquélla, sagazmente, retenía a la diosa con sus largas
conversaciones hasta que las ninfas huían.
Después que la Saturnia se apercibió de esto, le dijo:
<<Sobre esa lengua con la que he sido engañada te daré
un poder limitado, y un más breve uso de tu voz.>>
Y con la realidad confirma las amenazas; la ninfa,
empero, duplica las voces al final de cada frase
y devuelve las palabras que ha oído. Así, pues,
cuando vio a Narciso, que vagaba por campos solitarios,
y se inflamó de amor, siguió furtivamente sus pasos;
y, cuanto más lo sigue, más cerca siente la llama
que la abrasa, no de otro modo que cuando, aplicado
al extremo de las antorchas, suscita el inflamable
azufre viva llama. ¡Oh, cuántas veces quiso acercársele
con tiernos ruegos y dirigirle delicadas palabras!
Su naturaleza se opone y no le permite empezar;
pero está preparada para aquello que sí le es permitido:
esperar sonidos a los que hacer volver sus palabras.
El muchacho, aislado por azar de su fiel grupo
de acompañantes, había dicho: <<¿Hay alguien aquí?>>,
y <<aquí>> había respondido Eco. Estupefacto queda él,
dirige su mirada en todas direcciones y grita
con potente voz: <<¡Ven!>>, y llama ella a quien la llama.
Se vuelve él y, al no venir nadie, dice:<<¿Huyes de mí?>>,
y recibe en respuesta las mismas palabras que ha dicho.
Persiste y, engañado por la imagen de otra voz,
dice: <<Aquí, reunámonos>>, y Eco, que nunca respondería
con más placer a otro sonido, repite: <<Reunámonos>>,
y, surgiendo del bosque para dar cumplimiento a sus pa-
         labras,
acude a echar los brazos al cuello deseado. Huye de él
y, huyendo, retira sus manos del abrazo; <<antes morir>>,
le dice, <<que darte mi belleza>>. Ella no repitió
más que <<darte mi belleza. Desdeñada, se oculta
en los bosques y, avergonzada, cubre su rostro con follaje
y desde entonces vive en cuevas solitarias.
Pero, a pesar de todo, el amor sigue clavado en ella,
y crece con el dolor del rechazo; desvelos e inquietudes
debilitan su cuerpo digno de lástima, la delgadez
arruga su piel y todo el jugo de su cuerpo se disuelve
en el aire. La voz sólo y los huesos sobreviven;
su voz perdura; los huesos dicen que tomaron
la forma de una piedra. Y, desde entonces, está oculta
en los bosques y no se la ve en ninguna montaña;
pero todos la oyen: un sonido es lo que vive en ella.
Así había él burlado a ésta, y así a otras ninfas
nacidas en las aguas o en los montes; así antes
a muchos hombres. Entonces, uno de los despechados,
levantando las manos al cielo, dijo: <<¡Ojalá ame él
de este modo y, de este modo, nunca llegue a poseer
al ser amado!>> Asintió la Ramnusia a tan justa súplica.
Había una fuente límpida, de aguas brillantes
como la plata, que no habían tocado los pastores,
ni las cabras que pastan en el monte, ni ningún otro
ganado, y que ningún pájaro, ni fiera, ni rama caída
de árbol había enturbiado. Y había alrededor un prado
al que la próxima humedad alimentaba, y un bosque
que nunca permitiría que el sol entibiase el paraje.
Allí el muchacho, fatigado por los afanes de la caza
y por el gran calor, se inclinó, seducido por la fuente
y por la hermosura del lugar. Y mientras anhela apagar
la sed, otra sed ha brotado; mientras bebe, cautivado
por la imagen de belleza que está viendo, ama
una esperanza sin cuerpo; cree que es cuerpo lo que es agua.
Se queda atónito antes sí mismo y permanece inmóvil
y con el rostro imperturbable, como una estatua modelada
en mármol de Paros. Contempla, puesto en tierra,
la estrella doble de sus ojos, y sus cabellos, dignos
de Baco y dignos de Apolo, sus mejillas imberbes,
su cuello de marfil, la gracia de su boca y el color
rosado que se mezcla con un blancor de nieve, y se admira
de todo aquello que lo hace admirable. Se desea a sí mismo
sin saberlo, y aprecia a aquel por quien es apreciado;
mientras solicita, es solicitado, y, al mismo tiempo
que enciende, arde. ¡Cuántas veces dio vanos besos
a la engañosa fuente! ¡Cuántas veces sumergió sus brazos
intentando asir aquel cuello visto en mitad del agua,
y no logró cogerse en ellos! Qué es lo que ve, lo ignora,
pero lo abrasa lo que ve, y la misma ilusión
que engaña sus ojos, lo estimula. Crédulo,
¿por qué intentas en vano capturar fugaces apariencias?
Lo que buscas no existe en parte alguna; lo que amas,
márchate y lo perderás. Esa sombra que miras
es el reflejo de tu imagen. Nada es suyo; contigo
viene y se queda; contigo se alejará, si puedes
tú alejarte. Ni el cuidado de Ceres ni el del sueño
pueden arrancarlo de allí; tendido en la tupida
hierba, contempla con mirada insaciable la engañosa
figura, y se muere por propios ojos; alzándose
un poco y tendiendo los brazos a los bosques
que lo rodean, dice: <<¿Alguien, oh selvas, amó
más cruelmente? Porque vosotras lo sabéis y fuisteis
para muchos oportuno refugio. A lo largo de un tiempo
tan prolongado, cuando tantos siglos de vuestra vida
han transcurrido, ¿recordáis a alguien que se haya
consumido así? Me gusta y lo veo, pero lo que veo
y me gusta no lo consigo; tan grande es la ilusión
que se apodera del que ama. Y, para aumentar mi dolor,
no nos separa el inmenso mar, ni un camino,
ni una cordillera, ni muros con sus puertas cerradas.
¡Un poco de agua es el obstáculo! Él desea que yo lo abrace,
pues cuantas veces tiendo mis labios a las límpidas aguas,
otras tantas se esfuerza él en levantar su boca hacia la mía.
Dirías que lo puedes tocar: es mínimo el obstáculo
que se interpone entre los amantes. Quienquiera que seas,
¡sal aquí! ¿Por qué, muchacho, incomparable, me engañas?
¿Adónde vas cuando te busco? Ni mi figura ni mi edad
son como hacerte huir; las propias ninfas me han amado.
No sé qué esperanza me ofreces con tu rostro amistoso,
y, cuando tiendo hacia ti los brazos, también tú
me los tiendes; si río, ríes tú; si lloro, veo lágrimas
en tus ojos; tus señas de cabeza corresponden con las mías,
y, por lo que puedo conjeturar del movimiento de tu hermosa
boca, me respondes con palabras que llegan a mis oídos.
¡Ése soy yo! Me he dado cuenta, y ya no me engaña
mi imagen; me consumo en amor de mí mismo, y provoco
y padezco las llamas. ¿Qué haré? ¿Solicitar
o ser solicitado? ¿Y para qué solicitar? Lo que anhelo
está en mí; la abundancia me ha hecho indigente.
¡Ay, ojalá pudiera separarme de mi cuerpo!
Inaudito deseo en un amante, quisiera que lo que amo
estuviera ausente. Pero ya el dolor me quita las fuerzas
y el tiempo de mi vida toca a su fin. Me extingo
en mi primera edad. No es rigurosa la muerte conmigo,
pues con la muerte acabarán mis sufrimientos.
El que yo amo sí quisiera que fuese más duradero,
pero los dos tenemos que morir fundidos en un solo aliento.>>
Dice. Y en su locura se vuelve al mismo rostro,
y con sus lágrimas enturbia el agua, y al moverse
las ondas se oscurece la forma reflejada. Al verla
disiparse, grita: <<¿Adónde huyes? Quédate, cruel,
y no abandones al que te ama. Séame permitido mirar
lo que tocar no puedo, y alimentar así mi desdichada
locura.>> Mientras asi se duele, arranca su ropa
de arriba a abajo, y se golpea el pecho desnudo
con las marmóreas manos. Al ser golpeado, el pecho
adquiere un tono sonrosado, no de otro modo
que las manzana que, blancas por una parte,
enrojecen por otra, o como las uvas, no maduras
aún, que toman un color purpúreo en sus matizados
racimos. Cuando se vio en las aguas, transparentes
de nuevo, no pudo soportarlo más; sino que, como suele
derretirse la rubia cera a un fuego ligero,
o la escarcha de la mañana bajo un sol tibio,
así él se deshace, consumido por el amor,
y, poco a poco, el fuego oculto lo devora.
No tiene ya el color aquel en que el blancor
se mezclaba con lo rosado, ni su vigor, sus fuerzas
y todo lo que poco antes le gustaba ver, ni subsiste
el cuerpo que, otro tiempo, había amado Eco.
Cuando ésta lo vio, aunque irritada y rencorosa,
se dolió, y cuantas veces el desventurado muchacho
decía <<¡ay!>>, ella repetía<<¡ay!>> con voz resonante,
y cuando él se golpeaba los brazos con las manos,
ella devolvía el mismo sonido doliente de los golpes.
Sus últimas palabras, al mirarse en las aguas
habituales, fueron éstas: <<¡Ay, muchacho querido
en vano!>>, y otras tantas repitió el paraje;
y al decir adiós, <<¡adiós!>> dijo también Eco.
Reclinó él en la verde hierba la cabeza cansada,
y la muerte cerró aquellos ojos que admiraban
la hermosura de su dueño. Incluso entonces,
una vez recibido en la morada infernal,
se miraba en el agua estigia. Lo lloraron
las Náyades, sus hermanas, y se cortaron los cabellos
como ofrenda en honor del hermano muerto; lo lloraron
las Dríades. Responde Eco a todos sus sollozos.
Y ya preparaban la pira, y el blandir de antorchas,
y el féretro, cuando su cuerpo no aparecía
por ninguna parte; en lugar de su cuerpo encuentran
una flor amarilla con pétalos blancos rodeando su centro.



                                                                   (Metamorphoseon III)







ANTOLOGÍA DE LA POESÍA LATINA. 2004, Alianza Editorial.



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