Fragmentos:
Otra
cosa en la que no creía en absoluto era el trabajo. El
trabajo. Aun en el umbral de la vida, me parecía una actividad
reservada para los estúpidos. Es lo opuesto mismo de la creación,
que es un juego y precisamente por no tener otra raison d´être
que sí misma es el supremo poder motivador en la vida. ¿Ha dicho
alguien nunca que Dios creó el universo para proporcionarse trabajo a
Sí mismo? Por una cadena de circunstancias que no tenían nada que
ver con la razón ni con la inteligencia, me había vuelto como los
demás: un esclavo del trabajo. Tenía la triste excusa de que con
mis esfuerzos estaba manteniendo a una mujer y a una hija. Sabía que
era una excusa débil, porque, si me cayera muerto, el día siguiente
seguirían viviendo de un modo u otro. Suspenderlo todo y jugar a ser
yo mismo: ¿por qué no? La parte de mi entrega al trabajo, la que
permitía a mi mujer y a mi hija vivir del modo que irreflexivamente
pedían, la que mantenía la rueda girando ―¡idea
completamente fatua y egocéntrica!―
era la menos propia de mí. Yo no daba nada al mundo desempeñando la
función de sostén de la familia; el mundo me exigía su tributo y
nada más. (...)
***
Se
suele creer que el individuo creativo (al luchar con su medio)
experimenta un gozo que equilibra, si es que no sobrepasa, el dolor y
la angustia que acompañan al esfuerzo por expresarse. Según
decimos, vive en su obra, pero ese tipo de vida excepcional varía
extraordinariamente según el individuo. Sólo en la medida en que es
consciente de más vida, de vida abundante, podemos decir que vive en
su obra. Si no hay compresión, no hay objeto ni ventaja en
substituir la vida puramente aventurera de la realidad por la vida
imaginativa. Todo aquel que se alza por encima de las actividades de
la rutina diaria lo hace no sólo con la esperanza de ensanchar su
campo de experiencia, o incluso de enriquecerla, sino también de
acelerarla. Sólo en ese sentido tiene significado, por poco que sea,
la lucha. Si se acepta esa concepción, la distinción entre fracaso
y éxito es nula y eso es lo que todos los grandes artistas acaban
aprendiendo por el camino: que es el proceso, en que intervienen
tiene que ver con otra dimensión de la vida, que al identificarse
con ese proceso, aumentan la vida. En esa visión de las cosas
se ven alejados ―y
protegidos―
permanentemente de la insidiosa muerte que parece triunfar por todos
lados a su alrededor. (...)
***
¡Cuánto
detestamos reconocer que nada nos gustaría tanto como ser el
esclavo! ¡Esclavo y amo a un tiempo! Pues hasta en el amor el
esclavo siempre es el amo encubierto. El hombre que ha de conquistar
a la mujer, subyugarla, someterla a su voluntad, formarla de acuerdo
con sus deseos... ¿acaso no es el esclavo de su esclava? ¡Qué
fácil le resulta a la mujer, en esa relación, romper el equilibrio
del poder! A la menor amenaza de independencia por parte de la mujer,
el gallardo déspota es presa del vértigo, pero, si son capaces de
lanzarse el uno sobre el otro al mismo tiempo y con audacia, sin
ocultar nada, entregándolo todo, si se reconocen su interdependencia
mutua, ¿acaso no gozan de una gran libertad insospechada? El hombre
que reconoce ante sí mismo que es un cobarde ha dado un paso hacia
la superación de su miedo, pero el hombre que lo reconoce con
franqueza ante todo el mundo, que nos pide que lo reconozcamos en él
y se lo discutimos al tratar con él, va camino de convertirse en un
héroe. (...)
***
Los
condenados siempre tienen una mesa en que sentarse, en la que apoyan
los codos para sostener la plúmbea carga de sus sesos. Los
condenados están siempre ciegos y miran el mundo con ojos en blanco.
Los condenados están siempre petrificados y en el centro de su
petrificación hay un vacío inconmensurable. Los condenados siempre
tienen la misma excusa: la pérdida de la amada.
Es
de noche y estoy sentado en un sótano. Es nuestro hogar. La espero,
noche tras noche, como un preso encadenado al suelo de su celda. Hay
una mujer con ella a la que llama su amiga. Han conspirado para
traicionarme y derrotarme. Me dejan sin comida, sin calor, sin luz.
Me dicen que me divierta hasta que regresen.
Al
cabo de meses de vergüenza y humillación, he llegado a amar mi
soledad. Ya no busco ayuda del mundo exterior. Ya no respondo, cuando
llaman al timbre. Vivo solo, en el tumulto de mis propios temores.
Cogido en la trampa de mis propios fantasmas, espero a que suba la
marea y me ahogue. (...)
Henry
Miller. "Sexus". 2012, edhasa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario