Frente al silencio.

Frente al silencio.

lunes, 8 de enero de 2018

Henry Miller (II)



Fragmentos:



      Otra cosa en la que no creía en absoluto era el trabajo. El trabajo. Aun en el umbral de la vida, me parecía una actividad reservada para los estúpidos. Es lo opuesto mismo de la creación, que es un juego y precisamente por no tener otra raison d´être que sí misma es el supremo poder motivador en la vida. ¿Ha dicho alguien nunca que Dios creó el universo para proporcionarse trabajo a Sí mismo? Por una cadena de circunstancias que no tenían nada que ver con la razón ni con la inteligencia, me había vuelto como los demás: un esclavo del trabajo. Tenía la triste excusa de que con mis esfuerzos estaba manteniendo a una mujer y a una hija. Sabía que era una excusa débil, porque, si me cayera muerto, el día siguiente seguirían viviendo de un modo u otro. Suspenderlo todo y jugar a ser yo mismo: ¿por qué no? La parte de mi entrega al trabajo, la que permitía a mi mujer y a mi hija vivir del modo que irreflexivamente pedían, la que mantenía la rueda girando ¡idea completamente fatua y egocéntrica! era la menos propia de mí. Yo no daba nada al mundo desempeñando la función de sostén de la familia; el mundo me exigía su tributo y nada más. (...)

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      Se suele creer que el individuo creativo (al luchar con su medio) experimenta un gozo que equilibra, si es que no sobrepasa, el dolor y la angustia que acompañan al esfuerzo por expresarse. Según decimos, vive en su obra, pero ese tipo de vida excepcional varía extraordinariamente según el individuo. Sólo en la medida en que es consciente de más vida, de vida abundante, podemos decir que vive en su obra. Si no hay compresión, no hay objeto ni ventaja en substituir la vida puramente aventurera de la realidad por la vida imaginativa. Todo aquel que se alza por encima de las actividades de la rutina diaria lo hace no sólo con la esperanza de ensanchar su campo de experiencia, o incluso de enriquecerla, sino también de acelerarla. Sólo en ese sentido tiene significado, por poco que sea, la lucha. Si se acepta esa concepción, la distinción entre fracaso y éxito es nula y eso es lo que todos los grandes artistas acaban aprendiendo por el camino: que es el proceso, en que intervienen tiene que ver con otra dimensión de la vida, que al identificarse con ese proceso, aumentan la vida. En esa visión de las cosas se ven alejados y protegidos permanentemente de la insidiosa muerte que parece triunfar por todos lados a su alrededor. (...)

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      ¡Cuánto detestamos reconocer que nada nos gustaría tanto como ser el esclavo! ¡Esclavo y amo a un tiempo! Pues hasta en el amor el esclavo siempre es el amo encubierto. El hombre que ha de conquistar a la mujer, subyugarla, someterla a su voluntad, formarla de acuerdo con sus deseos... ¿acaso no es el esclavo de su esclava? ¡Qué fácil le resulta a la mujer, en esa relación, romper el equilibrio del poder! A la menor amenaza de independencia por parte de la mujer, el gallardo déspota es presa del vértigo, pero, si son capaces de lanzarse el uno sobre el otro al mismo tiempo y con audacia, sin ocultar nada, entregándolo todo, si se reconocen su interdependencia mutua, ¿acaso no gozan de una gran libertad insospechada? El hombre que reconoce ante sí mismo que es un cobarde ha dado un paso hacia la superación de su miedo, pero el hombre que lo reconoce con franqueza ante todo el mundo, que nos pide que lo reconozcamos en él y se lo discutimos al tratar con él, va camino de convertirse en un héroe. (...)

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      Los condenados siempre tienen una mesa en que sentarse, en la que apoyan los codos para sostener la plúmbea carga de sus sesos. Los condenados están siempre ciegos y miran el mundo con ojos en blanco. Los condenados están siempre petrificados y en el centro de su petrificación hay un vacío inconmensurable. Los condenados siempre tienen la misma excusa: la pérdida de la amada.
      Es de noche y estoy sentado en un sótano. Es nuestro hogar. La espero, noche tras noche, como un preso encadenado al suelo de su celda. Hay una mujer con ella a la que llama su amiga. Han conspirado para traicionarme y derrotarme. Me dejan sin comida, sin calor, sin luz. Me dicen que me divierta hasta que regresen.
      Al cabo de meses de vergüenza y humillación, he llegado a amar mi soledad. Ya no busco ayuda del mundo exterior. Ya no respondo, cuando llaman al timbre. Vivo solo, en el tumulto de mis propios temores. Cogido en la trampa de mis propios fantasmas, espero a que suba la marea y me ahogue. (...)





Henry Miller. "Sexus". 2012, edhasa.



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