Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 2 de enero de 2018

Manuel Vilas



Fragmentos:



6 de julio

      Inexplicablemente, he acabado en Soria. Iba al Pirineo y de repente estoy en Soria. Estoy harta de los hoteles de carretera. No es que sean malos, suelen tener piscina. Me baño en toples. Así que me alojo en el Parador Nacional de Soria. Cae una tormenta monumental. Visito la tumba de Leonor, la mujer del gran poeta español Antonio Machado. No puedo evitar pensar en el sexo infantil de Leonor. En las embestidas de don Antonio. ¿Se la chuparía? ¿En qué pensar si no? Deja de llover y hace mucho calor. Veo las noticias españolas en la tele de plasma del Parador. Necesito oír hablar en inglés y pongo la CNN. He comprado algunas novelas españolas en una librería de Soria. Increíble: al lado de la librería había una sastrería con un anciano dentro. Parecía un animal prehistórico. Un rinoceronte. Es alucinante que aún existan sastrerías. En España aún quedan rinocerontes. Un rinoceronte en Soria, metido en una sastrería.








Minibar en Roma

      Tres días estuve en Roma y los tres días me los pasé bebiendo. Sabes que la cosa está mal cuando te despiertas por la mañana asustado y lleno de miedo, sin saber qué hora es ni dónde estás; bueno, todo esto es lo de menos. Lo verdaderamente preocupante es que no te apetece tomarte un café con leche y un cruasán, o unos huevos con beicon, ni ducharte, ni mirar por la ventana. Lo que sí te apetece es beberte alguna de las cervezas que esperan heladas en el minibar. Porque es eso lo único que quieres desayunar: una cerveza; pero no es una cerveza, es solo la salida.
      Claro que el alcohol nos mata, pero no a todos. Tiene sus misterios. Y no hay dos bebedores iguales. Claro que está muy mal visto, porque conduce a la persona a la ruina social, laboral, económica y moral. No obstante, esas ruinas son construcciones imaginarias. Si tuvieras un cáncer, la ruina sería la misma.
      El alcohólico que yo soy tiene su maldita gracia. Es tan bonito beber, al menos los instantes en que todo estalla en alegría, en concordia, en fraternidad. Es tan bonito no saber nada, renunciar a la vida convencional y convincente.
      Claro que todo esto es mentira.
      Me despierto por las mañanas y siempre llevo un golpe en la nariz, un enorme golpe en la nariz: son las puertas contra las que me doy; y luego está la amnesia.
      Me alojaron esta vez en un hotel de cinco estrellas de la Via Condotti de Roma. Ofrecían al recién llegado una copa de champán. Yo todo el rato estaba haciendo de recién llegado.
      Beber gratis, para los alcohólicos codiciosos y ahorradores, responsables y económicamente duros, es nuestra gran aspiración.
      En este contexto, hay demasiados malentendidos.
      El alcohólico que yo soy no paga casi nunca.
      El alcohólico que paga no es de fiar: suele estar demasiado alcoholizado, soporta mal el alcohol.
      Cuando me despierto, me topo con una mujer desnuda a mi lado, no sé quién es, no sé su nombre. Me duele la cabeza. Me duele la frente. Me duele la nariz, me duele mucho la nariz, otra vez me he golpeado, pero contra qué o quién. Miro su culo. Y miro un montón de condones esparcidos por las mesillas y por el suelo de la habitación.
      ―Joder, qué ruina digo.
      Ella se levanta y orina. Y se oye. Y vuelve a la cama. Nos damos unos besos. Ella no bebe. Las mujeres no beben, o beben muy poco.
      Entonces piensas en todo lo que has perdido; piensas en una mujer que sí te amo de verdad.
      Y piensas si la que ahora está, desnuda, a tu lado, te amaría alguna vez. Pero ya no hay tiempo para poder comprobarlo. Ella tiene treinta y dos años y tú, veinte más.
      Le haces el amor a las siete y media de la mañana.






Manuel Vilas. "Setecientos millones de rinocerontes". 2015, Alfaguara.


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