Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 31 de enero de 2018

David González (I)



POLICÍAS Y LADRONES


Me prestaba por la vida, de rapacín, más que ninguna
otra cosa, jugar con la mía propia. Lo peor no es que te
quedes en el sitio me reñía mi madre Lo peor es que te
quedes baldado para siempre. En un extremo de mi calle,
la plazuela de la Soledad, en donde ahora hay escaleras y
mañana Dios sabe lo que habrá, se alzaba entonces un
portón de madera, de arco de medio punto, que separaba
a los niños de los adultos o lo que es lo mismo: a la
ficción de la realidad. Al portalón le guardaban las
espaldas dos bodegas que fedían a pescado podre y
tres chimeneas en decadencia, corroídas por la edad, el
óxido y el salitre de la mar. El mismo salitre que, desde
la puntera de mis botas de piel, en cuanto llegábamos
a casa, nada más entrar por la puerta, se chivaba a mi
madre: David ha estado debajo de la iglesia de San Pedro,
saltando por las rocas, rocas llenas de verdín, tratando de
llegar a la peña de Santa Ana primero que la marea. Daba,
aquél portón, a una fábrica de pescado abandonada que
para nosotros, los que formábamos parte de la banda
del Chino, era, más bien, un fuerte, el Álamo, pues
desde allí repelíamos a pedradas y a horquillazos los
ataques de los críos de otras calles. Dentro, a una
altura considerable del suelo, una viga de aire servía de
puente entre los tejados de las dos bodegas. Sobre
esa viga, el hijo de la imprenta, Marco, y yo, qué
éramos los únicos que no teníamos vértigo, imitábamos
a los artistas de la cuerda floja, pero sin balancín,
haciendo equilibrios con los brazos. Así tan pronto
caminábamos por la viga a la pata coja que de espaldas
o que de espaldas, a la pata coja y con una venda en
los ojos, todo a la vez. Lo peor no es que te caigas y te
mates o te veas en una silla de ruedas para tosa la vida
volvía a reñirme mi madre Lo peor es para los que luego
tengan que hacerse cargo de ti y cuidarte. Saltábamos de
las resbaladizas rocas de la Cantábrica a las almenas
de la Condesa Isabel y de ahí, para disgusto, sobre todo,
de las tejas de caballete, a los tejados de la casa de los
Tamargo y de el Mesón del Chino. El chino, que se
llamaba Wei Hsiao Niu, era un un verdadero maestro en
el arte de la confección de farolillos y adornos de
papel. Una tarde, mientras las tejas se escachaban a
nuestro trote y los gatos huían en desbandada, Wei Hsiao
se asomó a su buhardilla: Uno, do, te, cuato, cinco...
¡Mecedes, Mecedes, llama a la policía! ¡Llama a la policía,
Mecedes!... Como si con eso fuera a asustarnos. Pues
no. Al revés. Estábamos acostumbrados a jugar a
policías y ladrones y los que hacían de defensores de
la ley nunca nos cogían. Ahora que lo pienso: nadie
quería ser policía. Luego, con el paso marcial de los años,
todo lo contrario: nadie, excepto yo, quería ser ladrón.
La última vez que me dio por jugar a este juego, los
policías eran de verdad. Las balas también.

Y me cogieron.





      LO MIRES POR DONDE LO MIRES


      comunicas con tu familia
      dos veces a la semana
      los martes y los jueves
      en un locutorio
      con un cristal de por medio:
      apenas son unos minutos
      en cada comunicación
      unos veinte o por ahí
      pero puedes estar seguro
      de que nunca te vas a comunicar
      tanto
      con tus padres
      sobre todo con tu padre
      como en el transcurso
      de estas visitas:







      EL DEMONIO TE COMA LAS OREJAS
       


      estás hablando
      con el retrato
      de tu chorba:
      tienes que levantar
      mucho la voz
      para que ella
      pueda oírte:
      el chao
      acaba de abrirse las venas
      con una hoja de afeitar
y    está chillando
y    pegando coces
      en la puerta cerrada
      tu novia cierra los ojos:
      le gustaría también
      tener manos
      para taparse los oídos:






David González. "EL DEMONIO TE COMA LAS OREJAS. (Los que viven conmigo: 5)". 2017, Canalla Ediciones.




lunes, 29 de enero de 2018

Pedro Andreu





AQUEL VICIO DE FRASES



De noche me gustaba,
cuando mi chica se acostaba,
jugar a deshacer el mundo
con palabras, para acotar con calma
el contorno preciso de las cosas,
casi
como si nos quemaran al tocarlas,
como quien muerde una fruta muy ácida
y no sabe muy bien si aquello le disgusta
o se parece mucho a los pies diminutos
de la felicidad. Se parecía tanto.
Crear un nuevo software para la realidad:
encriptarla en un folio o en la pantalla
de un ordenador: simples símbolos
que devolvían luego, sin embargo,
el movimiento torpe de la vida,
trozos de la existencia perdurando,
una tristeza elástica, sensual,
como un gato de caza en los tejados.
Era una técnica tan simple: la escritura.
Bastaban un bolígrafo y un folio
al fin y al cabo. Lo que explico: pura magia.
Lo descubrí a los doce, en la casa de campo
donde vivíamos sin luz eléctrica tras un desahucio.
Y aquel vicio de frases ya no me abandonó.
De noche. Era siempre de noche. Y recuerdo
que aquello me gustaba. Se parecía a follar
con por ejemplo, Scarlett Johansson, o con mi chica,
que se quedaba siempre dormida con la tele
y a veces era igual que un cachorro de ángel
o escalar sin equipo el Everest o pelear a muerte
contra una manada de centauros salvajes.
Pero cansaba menos. Me gustaba sacar
las tripas del lenguaje, alimentarme
como un jaguar de su carne cruda.
Saber que existe el hambre. Y que nunca
ninguno de nosotros se saciará del todo.
Hasta que un día probé a escribir tu nombre
sintiendo el poderío desatado de toda su semántica,
el desnudo perfil de sus significados.
Y entonces la ciudad encendió las ventanas
de su belleza enferma, atravesaron las sirenas
con sus risas histéricas las largas avenidas,
los semáforos se me volvieron locos,
temblaron las antenas como
espantapájaros de aluminio muerto,
la aurora arqueó su espalda de edificios
y terminé el poema con estos mismos versos
en que quedé temblando y asustado
de que la vida pudiera ser algo tan nítido
y caliente al escribir tu nombre
cien veces en un folio, como una criatura
abandonada a la intemperie:
Laura, Laura, Laura, Laura...






DESCRIPCIÓN DE LA PATRIA


Mi patria es un poema de Mario Benedetti,
los pasos que fui dando y que daré,
los tres o cuatro nombres de mujer
que siempre me acompañan:
mi madre, mi pareja, mis hermanas.
Lo demás son lugares que apenas sí recuerdo,
como ciertos aeropuertos o estaciones
de autobuses, como algunos poemas
que escribí hace ya tiempo
y hoy me parecen otros.









Como la amplitud de una nevera americana
para un yogur a punto de caducar,
a cuatro grados de temperatura,
temblando solo, temiendo
que la puerta se cierre y todo quede a oscuras.
O aún peor, que se abra de par en par
y todo se termine a cucharadas.





La poesía no da para vivir.
Lo dicen todos: Orihuela, Oliveiro,
profesores, vecinos y mecánicos.
La poesía no da para vivir. Repiten.
Yo me río: tampoco da la vida
para muchos poemas, y sin embargo
aquí estamos. Ya lo ves.
Tan vivos. Tan en cueros.
Tan carne de poema.
Tan palabra en los huesos.






Pedro Andreu. "La Amplitud de una nevera americana". 2015, Frida ediciones.




miércoles, 24 de enero de 2018

Begoña Abad




CICATRICES


El tiempo de esperas siempre es largo.
La cita conmovedoramente íntima.
“Un día- me dijiste- nos enseñaremos las cicatrices”
y tú escribirás un poema, entonces, no antes.
Y comencé a dibujarme cicatrices
con forma de dunas cálidas donde acomodarte,
con formas sinuosas como las torrenteras
y como desfiladeros profundos,
otras como temblorosos gorriones.
Y fui imaginando las tuyas llenas de historias florecidas.
Me he hecho experta en cicatrices, he aprendido a leerlas,
ahora sólo espero que las tuyas y las mías se reconozcan
para poder empezarte un poema.








Begoña Abad. 2018, de su muro de Facebook.



Roberto Juarroz




Primera poesía vertical


1

Una red de mirada
mantiene unido al mundo,
no lo deja caerse.
Y aunque yo no sepa qué pasa con los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una espalda
que puede ser de dios.
Sin embargo,
ellos buscan otra red, otro hilo,
que anda cerrando ojos con un traje prestado
y descuelga una lluvia ya sin suelo ni cielo.
Mis ojos buscan eso
que nos hace sacarnos los zapatos
para ver si hay algo más sosteniéndonos debajo
o inventar un pájaro
para averiguar si existe el aire
o crear un mundo
para saber si hay dios
o ponernos el sombrero
para comprobar que existimos.


60

Llegará un día
en el cual no habrá que empujar los vidrios para que caigan,
ni martillar los clavos para que sostengan,
ni pisar las piedras para que se callen,
ni beber el rostro de las mujeres para que sonrían.

Empezará la gran unión.
Hasta Dios aprenderá a hablar
y el aire y la luz
entrarán en su cueva de miedosas eternidades.

Entonces ya no habrá diferencia entre tus ojos y tu vientre,
ni entre mis palabras y mi voz.
las piedras serán como tus senos
y yo haré mis versos con las manos,
para que nadie pueda ya confundirse.





Cuarta Poesía vertical


11

El poema respira por sus manos,
que no toman las cosas: las respiran
como pulmones de palabras,
como carne verbal ronca de mundo.

Debajo de esas manos
todo adquiere la forma
de un nudoso dios vivo,
de un encuentro de dioses ya maduros.

Las manos del poema
reconquistan las antigua reciedumbre
de tocar a las cosas con las cosas.





Quinta poesía vertical


10

Hay vidas que duran un instante:
su nacimiento.

Hay vidas que duran dos instantes:
su nacimiento y su muerte.

Hay vidas que duran tres instantes:
su nacimiento, su muerte y una flor.





Undécima poesía vertical


38

Toda luz es un fracaso:
ninguna puede sostenernos.
Nos aferramos a la luz
como un animal que se prendiera con sus garras
de una cornisa suelta en el vacío.

Pero la luz es un reflejo en el vacío
o tal vez un reflejo del vacío
y nada se sostiene de un reflejo,
menos aún de un reflejo de la nada
Ni siquiera otro reflejo.
Ni siquiera otro vacío.

Sin embargo,
¿qué sostiene a la luz?







Decimocuarta poesía vertical


FRAGMENTOS VERTICALES

<<Casi poesía>>

95

La noche se vuelve a veces de piedra y se cierra sobre el hom-
bre. Se convierte así en la tumba más perfecta.



<<Casi razón>>

35

La poesía tiende a lo imposible, pero nos hace posibles.






Roberto Juarroz. "Poesía Vertical". Edición de Diego Sánchez Aguilar. 2012, CATEDRA.



martes, 23 de enero de 2018

Juan Carlos Cantos




Nos hicimos expertos
en robarle tiempo
al tiempo. Pequeños hurtos
en los desayunos,
esperando para pagar
en una tienda,
haciéndonos artesanalmente
el amor.
Simulábamos, con aire
distraído, que apenas importaba.
Pero, pese a esta tierna cleptomanía
sabemos, acabaremos
por saber, que hasta con segundos
se puede tejer
una condena.







Juan Carlos Cantos. 2018, de su muro de Facebook.


lunes, 22 de enero de 2018

Luis Acebes




9

Atolondrado
cavas tu tumba cada día.
La inopia y sus mapas celestes
que recorres con un dedo.

Mientras respires
todo estará bien. Abdicarás llegado el caso:
corona herrumbrosa
y mastines en un rincón
calibrando tu valor.

¿Qué tuviste de especial?
¿Las paredes de tus órganos revestían pan de oro?
En el camino
ya ni el polvo te saludará.
Todo será nuevo para otros: las cremosas dudas
y las flores rápidas
que despliega la ignorancia.




16

La peluca de Bach
es el kilómetro cero.
De allí parte el dolor
y sus maletas
en lenta parsimonia
de arena movediza.
Un camino de clavos
y diamantes, una
consagración
de peces muertos
que el centro de la Tierra
escupe entusiasmado.
Desde hace años vivo
dentro de un laúd.
Por su tripa de barco
corro en círculos
huyendo.





42

Deambulo
por un edificio desierto
empujando mi carrito de lamentos.

Mi forma de silbar es ésta:
ni smokingni lunas llenas.
Es patético
que hasta las salidas del aire me intimiden
en lo hondo, allí
donde el silencio
habla con pose de rey rana y reniega del mundo.

Mi lucha no va más allá:
es épica de futbolín
(no doy más),
caldo industrial
que sueña que es Mahler
y posee furia navegable
en vez de sangre.

Y sin embargo
el vacío me escarba
con paciencia suiza
hasta que encuentra
los tenues pensamientos
que utilizo de gimnasio nocturno
en los que paso el tiempo
suspendido y deseando
que nada sea verdad.







59

El dolor es meticuloso. Te encierra
en una botella horizontal
y te observa. Practica
el coleccionismo de aullidos mientras al otro lado
sonríe
con mirada prusiana.

Te obliga a ridículos vestidos
en sus bailes de sociedad negra.
Te maquilla
con los ojos cerrados,
vomitando polillas
que van a parar muy dentro: a la sala de máquinas
del ascensor de tus pulmones.

Sus vacaciones
duran media hora,
lo justo
para que corras descalzo pero en círculos
por una pradera artificial.






Luis Acebes. “Corte a sección de mi vida con un cuchillo blanco de plástico”. 2015, Ediciones En Huida.



viernes, 19 de enero de 2018

Ovidio




Narciso



Fueron muchos los jóvenes y las muchachas que desearon
a Narciso. Pero tan dura soberbia residía en su tierna
belleza ningún joven, ninguna muchacha consiguió
conmover su corazón. Conducía él hacia las redes
a los trémulos ciervos, cuando vio la ninfa de la voz,
la que no ha aprendido a callar cuando se le habla
ni a hablar ella primero, Eco, la resonante. Un cuerpo
era todavía Eco, no una voz; y, sin embargo, la charlatana
no hacía otro uso de su boca que el que ahora hace:
poder repetir, de entre muchas, las últimas palabras.
Obra de Juno fue esto, porque, cuando a menudo
sorprendía a las ninfas yaciendo con su Júpiter en el monte,
aquélla, sagazmente, retenía a la diosa con sus largas
conversaciones hasta que las ninfas huían.
Después que la Saturnia se apercibió de esto, le dijo:
<<Sobre esa lengua con la que he sido engañada te daré
un poder limitado, y un más breve uso de tu voz.>>
Y con la realidad confirma las amenazas; la ninfa,
empero, duplica las voces al final de cada frase
y devuelve las palabras que ha oído. Así, pues,
cuando vio a Narciso, que vagaba por campos solitarios,
y se inflamó de amor, siguió furtivamente sus pasos;
y, cuanto más lo sigue, más cerca siente la llama
que la abrasa, no de otro modo que cuando, aplicado
al extremo de las antorchas, suscita el inflamable
azufre viva llama. ¡Oh, cuántas veces quiso acercársele
con tiernos ruegos y dirigirle delicadas palabras!
Su naturaleza se opone y no le permite empezar;
pero está preparada para aquello que sí le es permitido:
esperar sonidos a los que hacer volver sus palabras.
El muchacho, aislado por azar de su fiel grupo
de acompañantes, había dicho: <<¿Hay alguien aquí?>>,
y <<aquí>> había respondido Eco. Estupefacto queda él,
dirige su mirada en todas direcciones y grita
con potente voz: <<¡Ven!>>, y llama ella a quien la llama.
Se vuelve él y, al no venir nadie, dice:<<¿Huyes de mí?>>,
y recibe en respuesta las mismas palabras que ha dicho.
Persiste y, engañado por la imagen de otra voz,
dice: <<Aquí, reunámonos>>, y Eco, que nunca respondería
con más placer a otro sonido, repite: <<Reunámonos>>,
y, surgiendo del bosque para dar cumplimiento a sus pa-
         labras,
acude a echar los brazos al cuello deseado. Huye de él
y, huyendo, retira sus manos del abrazo; <<antes morir>>,
le dice, <<que darte mi belleza>>. Ella no repitió
más que <<darte mi belleza. Desdeñada, se oculta
en los bosques y, avergonzada, cubre su rostro con follaje
y desde entonces vive en cuevas solitarias.
Pero, a pesar de todo, el amor sigue clavado en ella,
y crece con el dolor del rechazo; desvelos e inquietudes
debilitan su cuerpo digno de lástima, la delgadez
arruga su piel y todo el jugo de su cuerpo se disuelve
en el aire. La voz sólo y los huesos sobreviven;
su voz perdura; los huesos dicen que tomaron
la forma de una piedra. Y, desde entonces, está oculta
en los bosques y no se la ve en ninguna montaña;
pero todos la oyen: un sonido es lo que vive en ella.
Así había él burlado a ésta, y así a otras ninfas
nacidas en las aguas o en los montes; así antes
a muchos hombres. Entonces, uno de los despechados,
levantando las manos al cielo, dijo: <<¡Ojalá ame él
de este modo y, de este modo, nunca llegue a poseer
al ser amado!>> Asintió la Ramnusia a tan justa súplica.
Había una fuente límpida, de aguas brillantes
como la plata, que no habían tocado los pastores,
ni las cabras que pastan en el monte, ni ningún otro
ganado, y que ningún pájaro, ni fiera, ni rama caída
de árbol había enturbiado. Y había alrededor un prado
al que la próxima humedad alimentaba, y un bosque
que nunca permitiría que el sol entibiase el paraje.
Allí el muchacho, fatigado por los afanes de la caza
y por el gran calor, se inclinó, seducido por la fuente
y por la hermosura del lugar. Y mientras anhela apagar
la sed, otra sed ha brotado; mientras bebe, cautivado
por la imagen de belleza que está viendo, ama
una esperanza sin cuerpo; cree que es cuerpo lo que es agua.
Se queda atónito antes sí mismo y permanece inmóvil
y con el rostro imperturbable, como una estatua modelada
en mármol de Paros. Contempla, puesto en tierra,
la estrella doble de sus ojos, y sus cabellos, dignos
de Baco y dignos de Apolo, sus mejillas imberbes,
su cuello de marfil, la gracia de su boca y el color
rosado que se mezcla con un blancor de nieve, y se admira
de todo aquello que lo hace admirable. Se desea a sí mismo
sin saberlo, y aprecia a aquel por quien es apreciado;
mientras solicita, es solicitado, y, al mismo tiempo
que enciende, arde. ¡Cuántas veces dio vanos besos
a la engañosa fuente! ¡Cuántas veces sumergió sus brazos
intentando asir aquel cuello visto en mitad del agua,
y no logró cogerse en ellos! Qué es lo que ve, lo ignora,
pero lo abrasa lo que ve, y la misma ilusión
que engaña sus ojos, lo estimula. Crédulo,
¿por qué intentas en vano capturar fugaces apariencias?
Lo que buscas no existe en parte alguna; lo que amas,
márchate y lo perderás. Esa sombra que miras
es el reflejo de tu imagen. Nada es suyo; contigo
viene y se queda; contigo se alejará, si puedes
tú alejarte. Ni el cuidado de Ceres ni el del sueño
pueden arrancarlo de allí; tendido en la tupida
hierba, contempla con mirada insaciable la engañosa
figura, y se muere por propios ojos; alzándose
un poco y tendiendo los brazos a los bosques
que lo rodean, dice: <<¿Alguien, oh selvas, amó
más cruelmente? Porque vosotras lo sabéis y fuisteis
para muchos oportuno refugio. A lo largo de un tiempo
tan prolongado, cuando tantos siglos de vuestra vida
han transcurrido, ¿recordáis a alguien que se haya
consumido así? Me gusta y lo veo, pero lo que veo
y me gusta no lo consigo; tan grande es la ilusión
que se apodera del que ama. Y, para aumentar mi dolor,
no nos separa el inmenso mar, ni un camino,
ni una cordillera, ni muros con sus puertas cerradas.
¡Un poco de agua es el obstáculo! Él desea que yo lo abrace,
pues cuantas veces tiendo mis labios a las límpidas aguas,
otras tantas se esfuerza él en levantar su boca hacia la mía.
Dirías que lo puedes tocar: es mínimo el obstáculo
que se interpone entre los amantes. Quienquiera que seas,
¡sal aquí! ¿Por qué, muchacho, incomparable, me engañas?
¿Adónde vas cuando te busco? Ni mi figura ni mi edad
son como hacerte huir; las propias ninfas me han amado.
No sé qué esperanza me ofreces con tu rostro amistoso,
y, cuando tiendo hacia ti los brazos, también tú
me los tiendes; si río, ríes tú; si lloro, veo lágrimas
en tus ojos; tus señas de cabeza corresponden con las mías,
y, por lo que puedo conjeturar del movimiento de tu hermosa
boca, me respondes con palabras que llegan a mis oídos.
¡Ése soy yo! Me he dado cuenta, y ya no me engaña
mi imagen; me consumo en amor de mí mismo, y provoco
y padezco las llamas. ¿Qué haré? ¿Solicitar
o ser solicitado? ¿Y para qué solicitar? Lo que anhelo
está en mí; la abundancia me ha hecho indigente.
¡Ay, ojalá pudiera separarme de mi cuerpo!
Inaudito deseo en un amante, quisiera que lo que amo
estuviera ausente. Pero ya el dolor me quita las fuerzas
y el tiempo de mi vida toca a su fin. Me extingo
en mi primera edad. No es rigurosa la muerte conmigo,
pues con la muerte acabarán mis sufrimientos.
El que yo amo sí quisiera que fuese más duradero,
pero los dos tenemos que morir fundidos en un solo aliento.>>
Dice. Y en su locura se vuelve al mismo rostro,
y con sus lágrimas enturbia el agua, y al moverse
las ondas se oscurece la forma reflejada. Al verla
disiparse, grita: <<¿Adónde huyes? Quédate, cruel,
y no abandones al que te ama. Séame permitido mirar
lo que tocar no puedo, y alimentar así mi desdichada
locura.>> Mientras asi se duele, arranca su ropa
de arriba a abajo, y se golpea el pecho desnudo
con las marmóreas manos. Al ser golpeado, el pecho
adquiere un tono sonrosado, no de otro modo
que las manzana que, blancas por una parte,
enrojecen por otra, o como las uvas, no maduras
aún, que toman un color purpúreo en sus matizados
racimos. Cuando se vio en las aguas, transparentes
de nuevo, no pudo soportarlo más; sino que, como suele
derretirse la rubia cera a un fuego ligero,
o la escarcha de la mañana bajo un sol tibio,
así él se deshace, consumido por el amor,
y, poco a poco, el fuego oculto lo devora.
No tiene ya el color aquel en que el blancor
se mezclaba con lo rosado, ni su vigor, sus fuerzas
y todo lo que poco antes le gustaba ver, ni subsiste
el cuerpo que, otro tiempo, había amado Eco.
Cuando ésta lo vio, aunque irritada y rencorosa,
se dolió, y cuantas veces el desventurado muchacho
decía <<¡ay!>>, ella repetía<<¡ay!>> con voz resonante,
y cuando él se golpeaba los brazos con las manos,
ella devolvía el mismo sonido doliente de los golpes.
Sus últimas palabras, al mirarse en las aguas
habituales, fueron éstas: <<¡Ay, muchacho querido
en vano!>>, y otras tantas repitió el paraje;
y al decir adiós, <<¡adiós!>> dijo también Eco.
Reclinó él en la verde hierba la cabeza cansada,
y la muerte cerró aquellos ojos que admiraban
la hermosura de su dueño. Incluso entonces,
una vez recibido en la morada infernal,
se miraba en el agua estigia. Lo lloraron
las Náyades, sus hermanas, y se cortaron los cabellos
como ofrenda en honor del hermano muerto; lo lloraron
las Dríades. Responde Eco a todos sus sollozos.
Y ya preparaban la pira, y el blandir de antorchas,
y el féretro, cuando su cuerpo no aparecía
por ninguna parte; en lugar de su cuerpo encuentran
una flor amarilla con pétalos blancos rodeando su centro.



                                                                   (Metamorphoseon III)







ANTOLOGÍA DE LA POESÍA LATINA. 2004, Alianza Editorial.



jueves, 18 de enero de 2018

Roberto R. Antúnez




Tarde Dadá. La araña visita mi cabaret


A tu pezón le sigue la galerna.
Van quedando atrás
los besos aproximativos
que se amotinan
en tu vientre. Cuando te amo
leones marinos
me lamen los pies.
Sales sosegada del cráter
del volcán. Te quito
ceniza y lava de la mejilla.
Humo y ginebra en la sesión de hipnosis
de un tugurio de Madrid.
Una puerta forzada / los dedos azules del mar.


(Escribo poemas, esperando que Tristán Tzara me bese en los la-
bios como forma de beneplácito. En cada beso una araña, en cada 
palabra un antílope haciéndose jirones y ceniza).
***



El tiempo, manía persecutoria de vivir, siempre recontando los
altercados que traen las rosas peligrosas de la memoria.
             Esa costumbre de medir la vejez por los campeonatos
del mundo de fútbol.
***



(Escuchando a los Rolling Stones).

El Rock and Roll y la poesía
dicen que no se llevan bien.
Yo prefiero darle una última oportunidad
al baile delicado de las hienas.
Siempre fuego, centelleando
en medio del sudor y la furia.
Corrían años de esplendor y
la portada del primer disco que me compré
eran unas letras negras
sobre una pared de ladrillos infinitos,
el graffiti hecho por
la mano desamparada de un poeta loco.
Había mucho ruido y mucha magia.
Maquillados para una noche interminable
salíamos a ser los mejores
sin ni siquiera habernos confesado
en el umbral de lo inconcedible.
El día que Jagger se pintó el pelo de azul,
todos nos juramos amor eterno
entre las tetas de Sor Juana Inés.

***





Nota de despedida

Querida araña. Dos puntos.
No sé como decirte esto (...)
Y
ese jodido vídeo musical que vuelve del pasado,
Robert Smith se repite
en la secuencia deshabitada
de los días,
pintándote versos
en la comisura negra de tus ojos,
sin ganas de salir de la cama
si no es para refundar
la poesía occidental.

***



Roberto R. Antúnez. "La habitación trashumante". 2013, éride ediciones.