A...
(<<DEMASIADO A MENUDO
UNA
PALABRA...>>)
Demasiado
a menudo una palabra
es
profanada para que la profane yo,
un
sentimiento es demasiado
menospreciado
para que tú lo menosprecies;
una
esperanza es demasiado como
una
desesperanza
para
que la prudencia la asfixie;
como
la pena tuya es más querida
que
la pena que viene de los otros.
Yo,
no puedo dar eso que los hombres
llaman
amor, mas ¿quieres rechazar
el
culto que levanta el corazón
y
el Cielo no rechaza,
el
ansia del gusano por la estrella,
de
la noche por la mañana,
la
devoción a algo muy distante
de
la esfera de nuestra pena?
ADONAIS
I
¡Oh!
Por Adonais lloro. ¡Oh! ¡Está muerto!
Llorad
por Adonais, aunque las lágrimas
no
deshagan la escarcha que le cubre
tan
querida cabeza.
Y
tú, funesta hora,
elegida
entre todos los momentos
para
que por su pérdida suframos,
despierta
a tus oscuras compañeras,
muéstrales
tu dolor y di: <<Conmigo
murió
Adonais y mientras el Futuro
a
olvidar el Pasado no se atreva
su
destino y su fama serán eco,
serán
luz en la eternidad.
XIV
Todo
lo que él había amado, todo
lo
que su mente había modelado,
formas,
tonos, olores, melodiosos sonidos
por
Adonais gemían. La mañana buscó
su
oriental atalaya, y su cabello suelto
estrellado
de lágrimas que el suelo embellecían,
los
aéreos ojos empañaba
ese
día encendido;
lejano
se quejaba el trueno melancólico,
el
macilento Océano yacía
en
agitado sueño
y
los vientos indómitos soplaban
en
torno, sollozando su congoja.
XXVI
¡Permanece
un instante! Háblame una vez más.
Bésame
tanto tiempo como un beso
pueda
durar; y en mi cerebro ardiente
y
aquí en mi pecho descorazonado
esas
palabras, ese beso serán los únicos
que
sobrevivirán
alimentados
por las más tristes memorias,
ahora
que estás muerto, como si fueran parte
de
ti ¡mi Adonais! ¡Diera todo cuanto
soy
por estar como tú ahora!
¡Pero
al tiempo me encuentro encadenada
y
no puedo marcharme de la vida!
XXXIV
Todos
permanecían apartados
y
a través de su llanto sonreían
ante
el dolor parcial de él;
bien
esa noble gente
sabía
quién en la suerte del otro
lloraba
su destino personal
cuando
con el acento de un país desconocido
cantó
su nueva pena. Triste Urania
escrutaba
el semblante del Extraño
y
murmuraba: <<¿Tú quién eres?>>
Él
no contestó, pero con mano apresurada
desembozó
su rostro marcado a fuego
y
ensangrentado como el rostro de Caín
―¡Oh,
si así fuera!―
o el de Cristo.
XLVII
¿Quién
por Adonais llora? ¡Oh, amante sin ventura!
Conócete
a ti mismo y de verdad
conócelo
a él. Con tu alma anhelante
abraza
la oscilante tierra; y como desde un centro,
arroja
la luz de tus espíritus
más
allá de los mundos hasta
que
su vasto poder sacie el vacío círculo:
Disminúyete
luego hasta un único punto
dentro
de nuestro día y nuestra noche;
y
guarda tu ligero corazón
porque
no se te hunda cuando alguna esperanza
encienda
otra esperanza y te atraiga al abismo.
XLVIII
O
marcha a Roma, el panteón,
ay,
no de él sino de nuestro gozo.
Imperios,
religiones, edades que allí yacen
enterrados
en ruinas no son nada
pues,
como quien prestar puede, no toman ellos
gloria
prestada de lo que hicieron del mundo
su
presa; y él está ya reunido
con
los reyes del pensamiento
que
emprendieron la lucha contra la decadencia
de
su edad; del pasado son aquellos
que
no pueden ir lejos.
LV
El
soplo cuya fuerza he invocado
en
este canto baja sobre mí;
la
barca de mi espíritu es llevada
lejos
de las riberas, lejos del tembloroso
tropel
cuyas velas
jamás
a la tormenta se entregaron.
¡Se
quiebra la maciza tierra
y
los cielos redondos!
Yo
soy llevado oscuramente lejos,
temiblemente
lejos,
entretanto
que, encendida a través de los últimos
velos
del firmamento
el
alma de Adonais como una estrella
alumbra
desde arriba, donde los Inmortales.
P.
B. Shelley. “Adonais y otros poemas”. 1978, Editora Nacional.
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