Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Percy B. Shelley



A... (<<DEMASIADO A MENUDO
UNA PALABRA...>>)


Demasiado a menudo una palabra
es profanada para que la profane yo,
un sentimiento es demasiado
menospreciado para que tú lo menosprecies;
una esperanza es demasiado como
una desesperanza
para que la prudencia la asfixie;
como la pena tuya es más querida
que la pena que viene de los otros.

Yo, no puedo dar eso que los hombres
llaman amor, mas ¿quieres rechazar
el culto que levanta el corazón
y el Cielo no rechaza,
el ansia del gusano por la estrella,
de la noche por la mañana,
la devoción a algo muy distante
de la esfera de nuestra pena?






ADONAIS


I


¡Oh! Por Adonais lloro. ¡Oh! ¡Está muerto!
Llorad por Adonais, aunque las lágrimas
no deshagan la escarcha que le cubre
tan querida cabeza.
Y tú, funesta hora,
elegida entre todos los momentos
para que por su pérdida suframos,
despierta a tus oscuras compañeras,
muéstrales tu dolor y di: <<Conmigo
murió Adonais y mientras el Futuro
a olvidar el Pasado no se atreva
su destino y su fama serán eco,
serán luz en la eternidad.






XIV

Todo lo que él había amado, todo
lo que su mente había modelado,
formas, tonos, olores, melodiosos sonidos
por Adonais gemían. La mañana buscó
su oriental atalaya, y su cabello suelto
estrellado de lágrimas que el suelo embellecían,
los aéreos ojos empañaba
ese día encendido;
lejano se quejaba el trueno melancólico,
el macilento Océano yacía
en agitado sueño
y los vientos indómitos soplaban
en torno, sollozando su congoja.






XXVI

¡Permanece un instante! Háblame una vez más.
Bésame tanto tiempo como un beso
pueda durar; y en mi cerebro ardiente
y aquí en mi pecho descorazonado
esas palabras, ese beso serán los únicos
que sobrevivirán
alimentados por las más tristes memorias,
ahora que estás muerto, como si fueran parte
de ti ¡mi Adonais! ¡Diera todo cuanto
soy por estar como tú ahora!
¡Pero al tiempo me encuentro encadenada
y no puedo marcharme de la vida!






XXXIV


Todos permanecían apartados
y a través de su llanto sonreían
ante el dolor parcial de él;
bien esa noble gente
sabía quién en la suerte del otro
lloraba su destino personal
cuando con el acento de un país desconocido
cantó su nueva pena. Triste Urania
escrutaba el semblante del Extraño
y murmuraba: <<¿Tú quién eres?>>
Él no contestó, pero con mano apresurada
desembozó su rostro marcado a fuego
y ensangrentado como el rostro de Caín
¡Oh, si así fuera! o el de Cristo.






XLVII


¿Quién por Adonais llora? ¡Oh, amante sin ventura!
Conócete a ti mismo y de verdad
conócelo a él. Con tu alma anhelante
abraza la oscilante tierra; y como desde un centro,
arroja la luz de tus espíritus
más allá de los mundos hasta
que su vasto poder sacie el vacío círculo:
Disminúyete luego hasta un único punto
dentro de nuestro día y nuestra noche;
y guarda tu ligero corazón
porque no se te hunda cuando alguna esperanza
encienda otra esperanza y te atraiga al abismo.






XLVIII


O marcha a Roma, el panteón,
ay, no de él sino de nuestro gozo.
Imperios, religiones, edades que allí yacen
enterrados en ruinas no son nada
pues, como quien prestar puede, no toman ellos
gloria prestada de lo que hicieron del mundo
su presa; y él está ya reunido
con los reyes del pensamiento
que emprendieron la lucha contra la decadencia
de su edad; del pasado son aquellos
que no pueden ir lejos.






LV


El soplo cuya fuerza he invocado
en este canto baja sobre mí;
la barca de mi espíritu es llevada
lejos de las riberas, lejos del tembloroso
tropel cuyas velas
jamás a la tormenta se entregaron.
¡Se quiebra la maciza tierra
y los cielos redondos!
Yo soy llevado oscuramente lejos,
temiblemente lejos,
entretanto que, encendida a través de los últimos
velos del firmamento
el alma de Adonais como una estrella
alumbra desde arriba, donde los Inmortales.







P. B. Shelley. “Adonais y otros poemas”. 1978, Editora Nacional.



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