Fragmentos:
Los
pensadores expresan de ordinario su locura en sus obras y reservan su
sensatez para sus relaciones con los demás; serán siempre más
inmoderados y despiadados cuando combaten una teoría que cuando se
dirijan a un amigo o un conocido. El diálogo a solas con la idea
incita al desvarío, anula el juicio y produce la ilusión de la
omnipotencia. En realidad, el enfrentamiento con una idea
desequilibra, priva al espíritu de su seguridad y al orgullo de su
calma. Nuestros trastornos y aberraciones proceden de la lucha que
libramos contra irrealidades y abstracciones, de nuestra voluntad de
triunfar sobre lo que no existe; de ahí el lado impuro, titánico,
divagador de las obras filosóficas, como por otra parte de toda
obra.
***
Cada
época tiende a pensar que es, de alguna manera, la última, que con
ella se cierra un ciclo o todos los ciclos. Hoy, como ayer,
concebimos más fácilmente el infierno que la edad de oro, el
apocalipsis que la utopía, y la idea de una catástrofe cósmica nos
es tan familiar como lo fue para los budistas, los presocráticos o
los estoicos. La intensidad de nuestros terrores nos mantiene en un
equilibrio inestable, propicio a la eclosión del don profético.
Ello es particularmente cierto en los períodos posteriores a las
grandes convulsiones. La pasión por profetizar se apodera entonces
de todo el mundo y tanto los escépticos, entregándose de común
acuerdo a la voluptuosidad de haberlo previsto y proclamado. Pero son
sobre todo los teóricos de la Reacción quienes exultan,
trágicamente sin duda, ante la realidad o la inminencia de lo peor
―de
lo peor que constituye su razón de ser.
***
La
clase media, al afirmarse, debía necesariamente ser impermeable a la
elegancia, al refinamiento, al escepticismo de calidad, a las maneras
y al estilo que definían el Antiguo Régimen. Todo progreso implica
un retroceso, toda ascensión una caída; pero, si se cae avanzando,
la caída se limita a un sector circunscrito. La llegada de la
burguesía liberó las energías que había acumulado durante su
alejamiento forzoso de la vida política; desde ese punto de vista,
el cambio provocado por la Revolución representa indiscutiblemente
un paso adelante. Lo mismo sucedió con la aparición sobre la escena
política del proletariado, destinado a su vez a sustituir a una
clase estéril y anquilosada; pero, incluso en este caso, el
principio de retrogradación deberá intervenir, puesto que los
recién llegados no podrán salvaguardar una parte de los valores que
compensan los vicios de la época liberal: horror hacia la
uniformidad, sentido de la aventura y del riesgo, pasión por la
libertad en materia intelectual, apetito imperialista del individuo
más aún que de la colectividad.
Una
ley inexorable marca el ritmo y gobierna sociedades y civilizaciones.
Cuando, por falta de vitalidad, el pasado zozobra, no sirve de nada
aferrarse a él. Y sin embargo esa adhesión a formas caídas en
desuso, a causas perdidas o equivocadas, lo que hace patéticos los
anatemas de un Maistre o un Bonald. ―Todo
parece admirable y todo es falso en la visión utópica; todo es
execrable y todo parece verdadero en las constataciones de los
reaccionarios.
***
Desde
que conozco a Beckett, me he preguntado con frecuencia (interrogación
obsesiva y bastante estúpida, lo reconozco) qué relación puede
manteber con sus personajes. ¿Qué tienen en común? ¿Es imaginable
una disparidad más radical? ¿Debemos admitir que no sólo su
existencia sino también la de su propio autor flota en esa <<luz
de plomo>> de la que se habla en Malone
muere? Más de una de
sus páginas me parece un monólogo de después del final de algún período cósmico. Sensación de penetrar en un universo póstumo, en
alguna geografía soñada por un demonio liberado de todo, hasta de
su desgracia.
Seres
que ignoran si aún están vivos, víctimas de una inmensa fatiga,
una fatiga que no es de este mundo (por utilizar ese lenguaje bíblico
que tanto detesta Beckett), concebidos todos ellos por un hombre al
que adivinamos vulnerable y que lleva por pudor la máscara de la
invulnerabilidad ―no
hace mucho tiempo tuve súbitamente la visión de los lazos que les
unían a su autor, a su cómplice... Lo que en ese momento vi, lo
sentí más bien, no podría traducirlo a una fórmula inteligible.
Sin embargo, desde entonces, cualquier palabra de sus personajes me
recuerda las inflexiones de una voz... Pero añado enseguida que una
revelación puede ser tan frágil y tan falsa como una teoría.
***
Su
suicidio dejó a todo el mundo perplejo. ¿Cómo explicarlo? Lo
extraordinario no necesita comentario. Se puede sin embargo emitir
una hipótesis que sólo será una respuesta para quienes se han
enfrentado al abismo de las noches de insomnio. De Stäel conocía
ese abismo como un iniciado, como un especialista del vértigo.
Lamentaré siempre haber ignorado la dimensión de sus tormentos. De
haberla adivinado hubiéramos sin duda sido amigos, dada la
complicidad que existe entre los insomnes, esos malditos castigados
por crimen de lucidez. Velar es ser consciente más allá de lo
soportable, es no poder olvidar, es experimentar la continuidad de lo
intolerable. Mientras los que duermen comienzan cada mañana un nuevo
día, para el insomne apenas es posible el olvido, puesto que noche y
día arrostra sin interrupción el mismo infierno.
E.
M. Cioran. “Ejercicios de admiración y otros textos”. 1992,
Tusquets Editores.
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