Pienso
que en este momento
tal
vez nadie en el universo piensa en mí,
que
sólo yo me pienso,
y
si ahora muriese,
nadie,
ni yo, me pensaría.
Y
aquí empieza el abismo,
Como
cuando me duermo.
Soy
mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo
a tapizar de ausencia todo.
Tal
vez sea por esto
que
pensar en un hombre
se
parece a salvarlo.
***
Tú
no tienes nombre.
Tal
vez nada lo tenga.
Pero
hay tanto humo repartido en el mundo,
tanta
lluvia inmóvil,
tanto
hombre que no puede nacer,
tanto
cementerio horizontal,
tanto
cementerio arrinconado,
tanta
ropa muerta
y
la soledad ocupa tanta gente,
que
el hombre que no tienes me acompaña,
y
el nombre que nada tiene crea un sitio
en
donde está demás la soledad.
***
Desde
alguna parte nuestra que no conocemos
nos
sube a veces una pasión suelta,
como
un cuadro que se despegara de la pared
para
ir a palpar el mundo,
como
un cuadro que olvidase lo que tenía pintado.
Una
pasión que no busca
el
nacimiento de ninguna mano.
Una
pasión vacante.
Tal
vez ella nos salve.
***
Sobramos.
Aquí
o no importa dónde:
en
alguna parte sobramos.
Somos
el excedente
de
alguna piedra transversal del destino.
La
música está hecha
de
las pisadas de un astuto animal
que
se aproxima y de pronto se esfuma.
Las
palabras son minúsculos espasmos
de
una hierba diminuta
que
se apresura demasiado a crecer
y
no consigue así su propio sol, su propia lluvia.
Los
amores o nadie,
o
nadie con amores,
son
huérfanos que maman
de
un seno agotado hace mucho.
Los
dioses que han caído,
los
dioses que no caen
porque
nunca estuvieron arriba,
la
selva invegetal de los dioses,
dialoga
únicamente
con
el filo-horizonte que nos cerca.
Las
manos que antes fueron,
y
las cosas que no fueron nunca
se
atan en este mundo
que
no aprisiona nada.
No,
no tan sólo nosotros:
todo
es algo que sobra.
Aquí
o en otra parte.
José
Alberto Santiago. “Antología de la poesía argentina”. 1973,
Editora Nacional.
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