Frente al silencio.

Frente al silencio.

jueves, 12 de mayo de 2016

Jon Krakauer (II)



Fragmentos:



      En lo que respecta a mi regreso a la civilización, no creo que se produzca pronto. Todavía no me he cansado de los espacios salvajes; al contrario, cada vez estoy más entusiasmado con su belleza y la vida vagabunda que llevo. Prefiero una silla de montar antes que un tranvía, el cielo estrellado antes que un techo, la senda oscura y difícil que conduce a lo desconocido antes que una carretera de asfalto, y la profunda paz de la naturaleza antes que el descontento que alimentan las ciudades. ¿Me culpas de que siga aquí, en el lugar al que siento que pertenezco y donde yo y el mundo que me rodea somos uno? Es cierto que añoro la compañía inteligente, pero hay tan pocas personas con quienes compartir las cosas que tanto significan para mí que he aprendido a contenerme. Me basta con estar rodeado de belleza […].
      Incluso por lo que deduzco de tus breves comentarios, sé que no podría soportar ni la rutina ni el ajetreo de la vida que estás obligado a llevar. Creo que nunca podré echar raíces. A estas alturas he buceado tanto en las profundidades de la vida, que preferiría cualquier cosa antes que tener que conformarme con una existencia sin emociones.

[Pasaje de la última carta que Everett Ruess envío a su hermano Waldo, fechada el 11 de noviembre de 1934.]
***








      La complejidad de la personalidad de McCandless era desconcertante. Por un lado, amaba la privacidad y la soledad; por otro, podía ser sociable y gregario hasta extremos insospechados. Pese a su aguda conciencia social, no era uno de esos individuos silenciosos y adustos que hacen siempre lo correcto y fruncen el entrecejo cuando alguien se divierte. Al contrario, le gustaba ir de copas de vez en cuando y era un comediante incorregible.
      Quizá la mayor paradoja se daba en relación con sus sentimientos contradictorios acerca del dinero. De jóvenes, Walt y Billies habían conocido la pobreza y, después de mucho luchar para abrirse camino en la vida, no veían nada malo en disfrutar de lo que tanto les había costado conseguir. <<Habíamos trabajado mucho, muchísimo subraya Billie. Cuando los niños todavía eran pequeños ahorrábamos todo lo que ganábamos como una inversión para el futuro.>> El futuro llegó por fin, y aunque no hicieron ostentación de su discreta fortuna, sí que compraron cosas como ropa de marca, joyas para Billie o un Cadillac. Al final , adquirieron también la casa unifamiliar frente a la bahía de Chesapeake y el velero. Llevaron a los chicos a Europa, hicieron un crucero por el Caribe e iban a esquiar a la estación de Breckenridge. Billie reconoce que Chris <<se sentía turbado con todos esos cambios>>.
      Su hijo, aquel adolescente de convicciones tolstoianas, creía que la riqueza era vergonzosa, corruptora y maligna por naturaleza; lo que no dejaba de ser irónico, porque al parecer Chris era un capitalista nato con un sexto sentido increíble para los negocios. <<Chris siempre actuaba como un empresario dice Billie entre risas. Siempre.>>

***



      Diez meses después de la muerte de Chris, Carine todavía llora a su hermano. <<Es como si no pudiera pasar ni un solo día sin echarme a llorar dice con perplejidad. Por alguna extraña razón, lo peor es cuando voy sola en coche. Ni una sola vez he conseguido hacer el trayecto de veinte minutos desde mi casa al taller sin acordarme de Chris y emocionarme hasta las lágrimas. Luego me siento un poco mejor, pero, cuando ocurre, lo paso muy mal.>>
      La tarde del 17 de septiembre de 1992 Carine estaba en el jardín bañando al rottweiler cuando vio que su marido llegaba a casa. La sorprendió que volviera tan temprano, ya que solía quedarse en el taller hasta bien entrada la noche.
      <<Actuaba de un modo raro y no hacía muy buena cara recuerda Carine. Entró en la casa, salió y empezó a ayudarme con el baño de Max. Entonces supe que algo iba mal, porque él nunca lava al perro.>>
      ―Tengo que hablar contigo le dijo Fish
     Carine lo siguió al interior de la casa, aclaró el collar de Max en el fregadero de la cocina y fue a la sala de estar.
<<Estaba sentado en el sofá, a oscuras y cabizbajo. Tenía cara de estar muy abatido. Intenté animarlo y bromear. Le pregunté qué le había ocurrido. Me imaginaba que alguno de sus amigos se habría reído de él, que quizá le hubiesen dicho que me habían visto con otro hombre, vete a saber. Me reí y le pregunté si los chicos le habían jugado alguna mala pasada, pero él ni siquiera sonrió. Cuando me miró, observé que tenía los ojos enrojecidos.>>
      ―Es tu hermano dijo Fish. Lo han encontrado. Está muerto.
Sam, el hijo mayor de Walt, había llamado a Fish al taller y le había dado la noticia. A Carine se le nubló la vista, y tuvo la sensación de que entraba en un túnel. De manera involuntaria, empezó a echar la cabeza hacia delante y hacia atrás una y otra vez.
      ―No lo corrigió. Chris no está muerto.
      Luego empezó a gemir. Su llanto era tan fuerte e insistente que su marido temió que los vecinos creyeran que le estaba haciendo daño y llamasen a la policía.
      Carine se acurrucó en el sofá en posición fetal, sollozando sin cesar. Cuando él intentó consolarla, lo empujó y le gritó que la dejase sola. Permaneció en ese estado histérico durante las cinco horas siguientes, pero hacia las once de la noche se había calmado un poco y fue capaz de poner algo de ropa en una bolsa, subir al coche y dejar que Fish la llevara a casa de Walt y Billie, en Chesapeake Beach, un viaje que duraba cuatro horas.
      Cuando ya habían salido, Carine le pidió a su marido que se detuviera en la iglesia a la que asistían todos los domingos. <<Entré y me senté frente al altar durante una hora más o menos, mientras él me esperaba en el coche recuerda Carine―. Quería que Dios me diera respuestas, pero no obtuve ninguna.>>





Jon Krakauer. “Hacia rutas salvajes”. 2015, Ediciones B






No hay comentarios: