Frente al silencio.

Frente al silencio.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Iván Rojo (I)




Escuché las voces
y me arrodillé.
Fue ahí mismo,
entre el Leroy Merlin
y el McAuto.
Acerqué el oído a la alcantarilla.
Aquellos cánticos
desde las entrañas de la Tierra,
hermosos y trágicos,
desesperados,
brotando, alzándose
como flores de música
sedienta y moribunda
hacia la noche roja.
Voces de niños,
voces de niñas,
de todas las razas,
de todas las latitudes.
El futuro.
Nuestro futuro
enterrado antes de tiempo,
que luchaba por renacer.
Ojalá, ojalá, ojalá.
Luego me puse en pie.
Y seguí mi camino.




***



El libro es un tocho de quinientas páginas en papel satinado y unos dos kilos de peso titulado Todos los pájaros que puedas imaginar, un manuela de ornitología para principiantes. Tercera edición, abril 1989. Una especie por página, con su correspondiente fotografía a todo color. De vuelta a casa me dispongo a buscar el pájaro jaspeado. Qué alegría. Lo reconozco en la primera ilustración de la guía, página 11. Se trata del gorrión común, o passer domesticus. Según la información de la ficha técnica, el tamaño y la coloración del ave encajan con los de un macho. También el canto que me dedicó mientras me observaba entre curioso y descarado es propio de esta especie; el libro, sin reparar en gastos onomatopéyicos, describe su gorjeo como un chipchip, lo cual, me digo, justifica que allí en el parque, con el ruido del tráfico y los domingueros, me pareciera que el gorrión me dirigía un inquietante <<sí-sí>> perfectamente vocalizado al uso humano. Con todo , pienso mientras el sol empieza su hundimiento al otro lado de las fachadas de enfrente, bien puede ser que esté loco, por supuesto. Bien puede ser también, quién sabe, que el pajarillo, ciertamente, decidiera hablarme en castellano. Porque si el gorrión es, como el libro asegura, el ave más extendida del planeta, se debe en buena medida al estrechísimo vínculo que mantiene con el hábitat humano, con la vida cotidiana de nuestra especie. El pequeño gorrión necesita de nosotros para obtener cobijo y alimento. Hasta tal punto es así que cuando un pueblo o ciudad queda despoblado por cualquier motivo, pronto, muy pronto, los gorriones abandonan asimismo el lugar en busca de nuevos asentamientos en los que establecer su hogar. Nada dice el manual, sin embargo, respecto al hecho de que de pequeño mi madre me llamara gorrión. ¿Sería por parlarchín, sería por inquieto, por bullicioso? ¿Sería, quizá, por lo enclenque que era? ¿Sería porque sabía que necesitaba de ella igual que una estúpida avecilla? ¿Sería porque pensaba que un día volaría maravillosamente bien? No sé.

***










El luto mundial por la muerte de Steve Jobs. Que llamen debate al mismo toma y daca entre los dos candidatos de siempre.. La sonrisa telefónica que finge desvivirse por mis problemas de conexión desde un call-center situado en Ecuador. El policía que me mira fijamente desde su coche patrulla cuando se detiene junto a mí en un semáforo. El panel electrónico de la parada de autobús, 3,2,1 minuto, brillantemente mentiroso. La exasperante lentitud de las escaleras de los centros comerciales. El e-mail de 50 líneas de un amigo contándome sus supuestos problemas y que solo dedica la mitad de la última a preguntarme cortésmente cómo estoy. La cruel inoportunidad de los sms´s de mi compañía telefónica. Los cementerios. Los cementerios para mascotas. Los gimnasios junto a soláriums junto a tiendas de complementos nutricionales o herbolarios. El hombre-anuncio al borde de la calzada frente a un Domino Pizza. El encargado que le dice al hombre-anuncio del Domino Pizza que se ponga unos metros por delante de la tienda para que los conductores tengan tiempo de detenerse. La devoción por el trabajo, cualquier trabajo. Los perros con jersey. La llamada de la casera molestándose en molestarme por un recibo de 15 euros. Los 40 canales de la TDT. Mis canas. El deterioro no sólo físico de las mujeres a las que alguna vez quise. La cuesta abajo, en general. Las ONG´s creadas para salvar a sus miembros de sus propias vidas convenciéndoles de que viajando a Somalia y sonriendo en una foto junto a un niño han hecho mucho por el Cuerno de África. El jubilado que escupe una flema verde justo cuando se va a cruzar conmigo. Los tatuajes de caracteres japoneses en los brazos de proletarios mediterráneos. El griterío de las fans tras las vallas de los conciertos y los campos de fútbol. La repentina fiebre por las bicicletas. La fascinación de ciertos sectores de la intelligentsia por el cine camboyano. Cometer la temeridad de leer de madrugada el relato ganador del último concurso al que me presenté. Lo políticamente correcto. La razón absoluta de la mayoría. La autosatisfacción por su domino del bricolage del marido de mi hermana. El idioma en que de repente hablan amigos que parecían eternos. La vital importancia del Ikea de Murcia para gran parte de mis amigos y conocidos. Las catas de vino y los cursos de cocina vegetariana. La equiparación a la baja. El todo vale. Los artistas becados que van de élite a mi costa. Tener que hacer el esfuerzo consciente de beber solo dos cervezas para no acabar bebiendo bastantes más de tres. Yo. Y morirme de repente con la sensación de no haber entendido nada. Supongo que por eso hoy he llamado perplejidad a lo que me producen todas esas cosas. Otro día lo llamaría asco. La mayoría simplemente pánico.






Iván Rojo. “Ultraligero”. 2016, Rasmia Ediciones.




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