Escuché las voces
y
me arrodillé.
Fue
ahí mismo,
entre
el Leroy Merlin
y
el McAuto.
Acerqué
el oído a la alcantarilla.
Aquellos
cánticos
desde
las entrañas de la Tierra,
hermosos
y trágicos,
desesperados,
brotando,
alzándose
como
flores de música
sedienta
y moribunda
hacia
la noche roja.
Voces
de niños,
voces
de niñas,
de
todas las razas,
de
todas las latitudes.
El
futuro.
Nuestro
futuro
enterrado
antes de tiempo,
que
luchaba por renacer.
―Ojalá,
ojalá, ojalá.
Luego
me puse en pie.
Y
seguí mi camino.
***
El
libro es un tocho de quinientas páginas en papel satinado y unos dos
kilos de peso titulado Todos los pájaros que puedas imaginar, un
manuela de ornitología para principiantes. Tercera edición, abril
1989. Una especie por página, con su correspondiente fotografía a
todo color. De vuelta a casa me dispongo a buscar el pájaro
jaspeado. Qué alegría. Lo reconozco en la primera ilustración de
la guía, página 11. Se trata del gorrión común, o passer
domesticus. Según la información de la ficha técnica, el tamaño y
la coloración del ave encajan con los de un macho. También el canto
que me dedicó mientras me observaba entre curioso y descarado es
propio de esta especie; el libro, sin reparar en gastos
onomatopéyicos, describe su gorjeo como un chipchip, lo cual, me
digo, justifica que allí en el parque, con el ruido del tráfico y
los domingueros, me pareciera que el gorrión me dirigía un
inquietante <<sí-sí>> perfectamente vocalizado al uso
humano. Con todo , pienso mientras el sol empieza su hundimiento al
otro lado de las fachadas de enfrente, bien puede ser que esté loco,
por supuesto. Bien puede ser también, quién sabe, que el pajarillo,
ciertamente, decidiera hablarme en castellano. Porque si el gorrión
es, como el libro asegura, el ave más extendida del planeta, se debe
en buena medida al estrechísimo vínculo que mantiene con el hábitat
humano, con la vida cotidiana de nuestra especie. El pequeño gorrión
necesita de nosotros para obtener cobijo y alimento. Hasta tal punto
es así que cuando un pueblo o ciudad queda despoblado por cualquier
motivo, pronto, muy pronto, los gorriones abandonan asimismo el lugar
en busca de nuevos asentamientos en los que establecer su hogar. Nada
dice el manual, sin embargo, respecto al hecho de que de pequeño mi
madre me llamara gorrión. ¿Sería por parlarchín, sería por
inquieto, por bullicioso? ¿Sería, quizá, por lo enclenque que era?
¿Sería porque sabía que necesitaba de ella igual que una estúpida
avecilla? ¿Sería porque pensaba que un día volaría
maravillosamente bien? No sé.
***
El
luto mundial por la muerte de Steve Jobs. Que llamen debate al mismo
toma y daca entre los dos candidatos de siempre.. La sonrisa
telefónica que finge desvivirse por mis problemas de conexión desde
un call-center situado en Ecuador. El policía que me mira fijamente
desde su coche patrulla cuando se detiene junto a mí en un semáforo.
El panel electrónico de la parada de autobús, 3,2,1 minuto,
brillantemente mentiroso. La exasperante lentitud de las escaleras de
los centros comerciales. El e-mail de 50 líneas de un amigo
contándome sus supuestos problemas y que solo dedica la mitad de la
última a preguntarme cortésmente cómo estoy. La cruel
inoportunidad de los sms´s de mi compañía telefónica. Los
cementerios. Los cementerios para mascotas. Los gimnasios junto a
soláriums junto a tiendas de complementos nutricionales o
herbolarios. El hombre-anuncio al borde de la calzada frente a un
Domino Pizza. El encargado que le dice al hombre-anuncio del Domino
Pizza que se ponga unos metros por delante de la tienda para que los
conductores tengan tiempo de detenerse. La devoción por el trabajo,
cualquier trabajo. Los perros con jersey. La llamada de la casera
molestándose en molestarme por un recibo de 15 euros. Los 40 canales
de la TDT. Mis canas. El deterioro no sólo físico de las mujeres a
las que alguna vez quise. La cuesta abajo, en general. Las ONG´s
creadas para salvar a sus miembros de sus propias vidas
convenciéndoles de que viajando a Somalia y sonriendo en una foto
junto a un niño han hecho mucho por el Cuerno de África. El
jubilado que escupe una flema verde justo cuando se va a cruzar
conmigo. Los tatuajes de caracteres japoneses en los brazos de
proletarios mediterráneos. El griterío de las fans tras las vallas
de los conciertos y los campos de fútbol. La repentina fiebre por
las bicicletas. La fascinación de ciertos sectores de la
intelligentsia por el cine camboyano. Cometer la temeridad de leer de
madrugada el relato ganador del último concurso al que me presenté.
Lo políticamente correcto. La razón absoluta de la mayoría. La
autosatisfacción por su domino del bricolage del marido de mi
hermana. El idioma en que de repente hablan amigos que parecían
eternos. La vital importancia del Ikea de Murcia para gran parte de
mis amigos y conocidos. Las catas de vino y los cursos de cocina
vegetariana. La equiparación a la baja. El todo vale. Los artistas
becados que van de élite a mi costa. Tener que hacer el esfuerzo
consciente de beber solo dos cervezas para no acabar bebiendo
bastantes más de tres. Yo. Y morirme de repente con la sensación de
no haber entendido nada. Supongo que por eso hoy he llamado
perplejidad a lo que me producen todas esas cosas. Otro día lo
llamaría asco. La mayoría simplemente pánico.
Iván
Rojo. “Ultraligero”. 2016, Rasmia Ediciones.
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