DÍA
DE PESCA
Yo
tenía nueve años y le pregunté si me quería.
Quiero
una caña de pescar, respondió sin mirarme.
Él
quería una caña de pescar, espiga de colores.
Ahorré
durante mucho tiempo para comprarle su caña de
pescar.
Me
quedé sin trucos para ponerme burbuja,
incluso
sin muñeca de trapo para jugar en el recreo.
Después
de todo esto me ensucié el vestido de ir a misa
y
no me apetecía ver los Caballeros del Zodíaco.
Él
quería un caña de pesca y yo se la regalé por Navidad.
Entonces,
orgulloso de mí, abrazó el mundo con sus dientes.
Me
la prestaba tras el colegio, después de todo también era mía.
Fui
varias tardes al río. Primero solo miraba a las truchas
bajar
con frenesí.
A
la decimotercera tarde, preparé el hilo y esperé. Nada.
Unos
zapatos sucios flotaban en el espejo.
Escupí
y mi nariz se hizo círculos concéntricos.
Me
preguntaba qué hacía allí con una caña de pescar,
mi
lindo vestido sucio, perdiéndome los Caballeros del
Zodíaco.
Cuando
le devolví la caña, insistió en que me la quedase.
él,
pensé, ya no quería una caña de pescar.
¿Para
qué quiero yo una caña de pescar?, le dije.
Y
él respondió que tampoco lo sabía.
Dime,
sollocé, ¿verdad que mi cuerpo es un estercolero?
Él
respondió
tranquila,
tus labios tienen forma de cometa.
Satisfecha,
me quedé dormida, desnuda, abrazando la caña
de
pescar.
Un
hilo de baba me rondaba la nuez.
Han
pasado algunos años.
Ya
no quiero pompas de jabón ni cuadros escoceses;
se
derrama la melena femenina y plateada de Andrómeda.
Pero
ahora
me
he acordado de la historia de la caña de pescar,
no
sé por qué,
creo
que porque ahora
logro
convertirme en tu anzuelo.
Al
fin picas.
RAGAZZA
<<Discúlpeme>>
―sueño
que le interrumpo en plena calle―:
<<lleva
usted mi corazón
pegado
a la suela del zapato>>.
Y,
entonces
descubro
que también me envuelve
el
violeta dulce y calmo de sus ojos.
CINCO
DE ENERO
para
Jose
Creo
en ti
como
los niños creen en las ventanas,
cuando
son pequeños
y
es Noche de Reyes.
OFICIO
DE POETA
Si
yo fuera, de verdad, poeta, susurraría que el imperio de los zares
es mi patria, y lo haría con tres horas de sueño y cuarenta de
trabajo a mis espaldas. Mangas allá donde los muslos empiezan a
definir mi edad y mis aficiones. Puños de encaje. Mis zapatos sobre
mi vestido, tan hermoso (los hermanos Rossetti vuelven a estar de
moda). El poder. Hablaría de árboles, gritaría oh, mi señor con
los ojos en blanco, tocaría mi cabeza con un sombrero, un rayo de
colores me cruzaría la frente: mi vida consagrada a la Creación.
Todo
eso ocurriría si yo fuera, de verdad, poeta.
Pero
no distingo entre lágrima y jazmín. Extremo mis precauciones al
tratar con el entorno de la conjugación adversativa. Jamás falto a
mis revisiones médicas. Adoro las burbujas y el azúcar. Aspiro al
matrimonio. Descanso los festivos; me gusta tocar el cabecero de la
cama con la punta de los dedos.
En
más de una ocasión me pregunto qué hago aquí.
CHATTERTON
Mentí
durante diecisiete años. Mentí después
en
todos mis poemas. He mentido durante los diz
años
siguientes. Acércate, soy
como
tú. Escucha cómo late mi corazón
perverso:
mudanzas en platitos
de
papilla de mamá. Aliméntame,
compréndeme,
yo vestía unas ropas que nunca fueron mías,
yo
escribía en un idioma ajeno, pequeña, tonta,
qué
mal memoricé: con mis poemas levanté un imperio.
Pero
todo acabó. ¿Quién soy ahora?
Engañaste
durante dieciocho años; antes de los míos
comencé
yo a mentir. Un abanico con telas del Oriente
para
mi hermana. Para mi madre araña compraré moldes de
costura.
Tabaco
que recubra los pulmones de mi padre. ¿Quién soy
realmente
ahora?
He soñado contigo algunas noches.
Te
prometo que si salgo visitaré tu tumba. Ahora sí que
no
miento. Ahora sí que no.
Elena
Medel. “Un día negro en una casa de mentira (1998-2014)”. 2015,
Visor.