Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 29 de octubre de 2016

Felipe Benítez Reyes (II)



Fragmentos:



      Pensé en lo que yo era y no me gustó lo que pensé, de modo que volví a pensarlo, pero tampoco hubo suerte: el agónico ahogado en su lago carnavalesco, en la mojiganga de su destino, etc. En aquel momento, hubiese dado lo que me quedaba de vida por ser durante un solo día un poeta célebre que tuviese una novia pelirroja, así lo fuera de tinte; por sentir en la mente la presión magnífica de un poema inmortal, por ver cómo mi mano iba escribiendo ese poema sobre un papel hasta entonces en blanco, por lanzarlo de inmediato a la humanidad como un mensaje imperecedero de melancolía y de plenitud y saber que el mundo sería un poco distinto a como lo era antes de escribir yo estos versos, y ya luego irme a follar a lo grande durante toda la noche con la falsa pelirroja, y a la mañana siguiente desaparecer, y que me hicieran una estatua, como a Castelar, así me cagasen encima los pájaros.

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A falta de obligaciones, a eso del mediodía solía echarme a la calle para recorrer las tabernas del barrio y pegar la hebra con esos desconocidos habituales que se pasaban la vida sosteniendo la barra con el codo como si fuesen los vigilantes del fuego dionisíaco, los evangelistas del libro sagrado de los borrachitos, y que disimulaban la grandeza de su misión con chácharas sobre futbolistas, con maldiciones a los políticos y a las madres de los políticos y arreglando los problemas mundiales en un santiamén mediante la formulación de remedios elocuentes y tan expeditivos como el conjuro de un mago.
      Y así pasaron poco más de dos meses, que es algo que se dice en ocho palabras, pero que contiene sesenta y tantos días de ansiedades y zozobras y sesenta y tantas noches de torbellinos y ofuscaciones. Porque, cuando tu mundo se abre en dos mitades y ves el fondo de ese abismo un mar de lava al que tienes la tentación de arrojarte para que se acabe todo de una vez, tendemos a convertirnos en filósofos presocráticos de segunda o de tercera fila, mareando chaladuras y tinieblas, razonando menos con la mente que con el mismísimo culo, sin llegar a ninguna conclusión.

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      Aparte de todo eso, me di cuenta de que a las relaciones de pareja les conviene más basarse en la inmovilidad que en la evolución: si alguien se enamora de ti cuando eres un gusano, mantente en gusano; si alguien se enamora de ti cuando estás en fase de crisálida, no se te ocurra ni loco salir de la crisálida, ni por supuesto volver al gusano o ascender a polilla; si alguien se enamora de ti cuando eres una polilla, ya sabes: a pasarte la vida agitando las alas, aunque lo que te pida el cuerpo sea la temeridad de reconvertirte en gusano. La subsistencia del amor sólo es posible a través de la inmutabilidad, y como no sepas eso me temo que estás perdido. En el amor, los cambios aunque sean para mejor sólo traen catástrofes y jaleos. De modo que en gusano me mantuve, sin presumir ante Inma de ser nada más, aunque tejiese en secreto mi crisálida, mi espacio de opacidades.

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Felipe Benítez Reyes. “El azar y viceversa”. 2016, Ediciones Destino.




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