Fragmentos:
Pensé
en lo que yo era y no me gustó lo que pensé, de modo que volví a
pensarlo, pero tampoco hubo suerte: el agónico ahogado en su lago
carnavalesco, en la mojiganga de su destino, etc. En aquel momento,
hubiese dado lo que me quedaba de vida por ser durante un solo día
un poeta célebre que tuviese una novia pelirroja, así lo fuera de
tinte; por sentir en la mente la presión magnífica de un poema
inmortal, por ver cómo mi mano iba escribiendo ese poema sobre un
papel hasta entonces en blanco, por lanzarlo de inmediato a la
humanidad como un mensaje imperecedero de melancolía y de plenitud y
saber que el mundo sería un poco distinto a como lo era antes de
escribir yo estos versos, y ya luego irme a follar a lo grande
durante toda la noche con la falsa pelirroja, y a la mañana
siguiente desaparecer, y que me hicieran una estatua, como a
Castelar, así me cagasen encima los pájaros.
***
A
falta de obligaciones, a eso del mediodía solía echarme a la calle
para recorrer las tabernas del barrio y pegar la hebra con esos
desconocidos habituales que se pasaban la vida sosteniendo la barra
con el codo como si fuesen los vigilantes del fuego dionisíaco, los
evangelistas del libro sagrado de los borrachitos, y que disimulaban
la grandeza de su misión con chácharas sobre futbolistas, con
maldiciones a los políticos y a las madres de los políticos y
arreglando los problemas mundiales en un santiamén mediante la
formulación de remedios elocuentes y tan expeditivos como el conjuro
de un mago.
Y
así pasaron poco más de dos meses, que es algo que se dice en ocho
palabras, pero que contiene sesenta y tantos días de ansiedades y
zozobras y sesenta y tantas noches de torbellinos y ofuscaciones.
Porque, cuando tu mundo se abre en dos mitades y ves el fondo de ese
abismo un mar de lava al que tienes la tentación de arrojarte para
que se acabe todo de una vez, tendemos a convertirnos en filósofos
presocráticos de segunda o de tercera fila, mareando chaladuras y
tinieblas, razonando menos con la mente que con el mismísimo culo,
sin llegar a ninguna conclusión.
***
Aparte
de todo eso, me di cuenta de que a las relaciones de pareja les
conviene más basarse en la inmovilidad que en la evolución: si
alguien se enamora de ti cuando eres un gusano, mantente en gusano;
si alguien se enamora de ti cuando estás en fase de crisálida, no
se te ocurra ―ni
loco―
salir de la crisálida, ni por supuesto volver al gusano o ascender a
polilla; si alguien se enamora de ti cuando eres una polilla, ya
sabes: a pasarte la vida agitando las alas, aunque lo que te pida el
cuerpo sea la temeridad de reconvertirte en gusano. La subsistencia
del amor sólo es posible a través de la inmutabilidad, y como no
sepas eso me temo que estás perdido. En el amor, los cambios ―aunque
sean para mejor―
sólo traen catástrofes y jaleos. De modo que en gusano me mantuve,
sin presumir ante Inma de ser nada más, aunque tejiese en secreto mi
crisálida, mi espacio de opacidades.
***
Felipe
Benítez Reyes. “El azar y viceversa”. 2016, Ediciones Destino.
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