Frente al silencio.

Frente al silencio.

domingo, 23 de octubre de 2016

Paul Auster



Fragmentos:



¡Quiero contarte tantas cosas! Comienzo por decir algo y, de repente, me doy cuenta de lo poco que comprendo. Me refiero a hechos concretos, información precisa sobre cómo vivimos en la ciudad. Ése iba a ser el trabajo de William; el periódico lo envió aquí para que investigara los hechos y escribiera un artículo por semana sobre los antecedentes históricos, cuestiones de interés general, cosas por el estilo. Pero no recibimos muchos, ¿verdad? Unos pocos informes breves y luego silencio. Si William no pudo lograrlo, no sé cómo espero hacerlo yo; no tengo idea de cómo la ciudad sigue funcionando e incluso si me pusiera a investigar sobre estas cuestiones, es probable que me llevara tanto tiempo, que la situación ya hubiera cambiado cuando descubriera algo. Dónde se cultiva la verdura, por ejemplo, y cómo la transportan a la ciudad. No puedo darte las respuestas y nunca conocí a nadie que las supiera. La gente habla de tierras lejanas hacia el oeste, pero eso no quiere decir que sea verdad; aquí la gente habla de cualquier cosa, sobre todo de aquellas de las que no sabe nada. Lo que realmente me asombra no es que todo se esté derrumbando, sino la gran cantidad de cosas que todavía siguen en pie. Se necesita un tiempo muy largo para que un mundo desaparezca, mucho más de lo que puedas imaginar. Continuamos viviendo nuestras vidas y cada uno de nosotros sigue siendo testigo de su propio y pequeño drama. Es cierto que ya no hay colegios, es cierto que la última película se exhibió hace más de cinco años, es cierto que el vino escasea tanto que sólo los ricos pueden permitirse el lujo de beberlo. Pero, ¿es eso a lo que llamamos vida? Dejemos que todo se derrumbe y, luego, veamos qué queda. Tal vez ésta sea la cuestión más interesante de todas: saber qué ocurriría si no quedara nada y si, aun así, sobreviviríamos.

***








      Aquel año la primavera llegó pronto y a mediados de marzo los azafranes florecían en el jardín del fondo, estigmas amarillos y flores purpúreas brotando de los canteros de hierba, el verde naciente mezclado con charcos de lodo que comenzaban a secarse. Incluso las noches eran templadas, y a veces Sam y yo dábamos un pequeño paseo por el jardín antes de irnos a dormir. Era hermoso estar allí fuera un rato, las ventanas de la Residencia oscuras detrás de nosotros y las estrellas reluciendo tímidamente sobre nuestras cabezas. Cada vez que tomábamos uno de aquellos breves paseos, yo sentía que me enamoraba de él otra vez, en medio de aquella oscuridad, cogida de su brazo, recordando cómo había sido todo al principio, en los días del invierno terrible, cuando vivíamos en la biblioteca y mirábamos cada noche a través de la enorme ventana en forma de abanico. Ya no mencionábamos el futuro, no hacíamos planes ni hablábamos de volver a casa. Ahora el presente nos ocupaba por completo, y con todo el trabajo que teníamos que hacer cada día, con todo el cansancio que le seguía, no había tiempo para pensar en nada más. Había un equilibrio fantasmal en esta vida, pero esto no lo hacía necesariamente mala, y por momentos casi me sentía feliz de vivirla, de seguir con las cosas tal cual estaban.







Paul Auster. “El país de las últimas cosas”. 1994, Anagrama.



No hay comentarios: