Frente al silencio.

Frente al silencio.

sábado, 1 de octubre de 2016

Ana Merino




CURIOSIDAD


Curiosidad desnuda,
palabras que se abren
para romper hechizos.
En esta imperfección de los afectos
habita la mirada más pura,
como el agua transparente
de los bautizos.

Contempla
la plenitud del pensamiento
que aprende a descifrar
el orden sigiloso
de todas las rutinas,
esa domesticidad
que a veces nos aburre
con su aliento mecánico
de corazón de arena.

Curiosidad que acechas
en los ojos de un gato,
que restriega su cuerpo
y se disfraza
de gesto cariñoso.

Estás en las caricias
y el miedo repentino a equivocarnos,
en el tallo perfecto
de la vida que brota
y florece en nosotros
aunque apenas nos quede
la ilusión de la infancia.






LA DOBLE VIDA


Nadie te pidió que entraras
con ese gesto turbio de angustia febril
a hacer de la tristeza un bordado de lágrimas.

Has llegado segura en tu misterio
como el idioma nuevo de los abismos
que se descifra en un solo grito.

La vida que nos une
comenzó en el regazo de mis sueños
y fue enhebrando en ti el hilo de una pena
parecida al amor desesperado,
a ese dolor abierto de una herida invisible
que no puedo sangrar pero nos duele,
y en su escozor mortal
se viste de promesa, de salvación extraña
endulzada en nosotros
como una enfermedad inexistente.










LAMENTO


En mi diario de adicciones secretas
está la poesía de John Donne,
un salto al siglo XVII,
un idioma que se apelmaza en mi boca al pronunciarlo.
La cadencia de un ritmo ajeno
se desliza por los pliegues elegiacos del amor
que ya se hizo tiempo de luz
y solo deja palabras anudadas al desconsuelo
de los amantes que saben
que la distancia dibuja geografías imposibles
cuando se suman los siglos
y en la ecuación el eco del deseo
se parece a un poema que busca desnudarnos.
Debería volver al chocolate,
cambiar esta triste adicción lectora
por la dulzura amarga del cacao más puro
y olvidar a este poeta
que me ha llenado de pulgas el corazón.






IOWA HOUSE HOTEL


Me sentía tentada
de salir a la calle
y bajar al río a intentar caminar
sobre su capa de hielo.
Dejar mis pisadas en la nieve,
un rastro de marcas dispersas
sobre esos copos finos
que se habían depositado
encima de la escarcha.

La piel del río parecía
un abrazo de abismos gélidos.
Yo era idéntica
a ese río helado;
se había detenido
lo que quedaba de mí
a contemplar el invierno.

El agua era la solidez
de un estado inmóvil
como mi pensamiento
tratando de entender
la lógica del amor
en los días más fríos de la vida.






Ana Merino. “Los buenos propósitos”. 2015, Visor.



No hay comentarios: