CURIOSIDAD
Curiosidad
desnuda,
palabras
que se abren
para
romper hechizos.
En
esta imperfección de los afectos
habita
la mirada más pura,
como
el agua transparente
de
los bautizos.
Contempla
la
plenitud del pensamiento
que
aprende a descifrar
el
orden sigiloso
de
todas las rutinas,
esa
domesticidad
que
a veces nos aburre
con
su aliento mecánico
de
corazón de arena.
Curiosidad
que acechas
en
los ojos de un gato,
que
restriega su cuerpo
y
se disfraza
de
gesto cariñoso.
Estás
en las caricias
y
el miedo repentino a equivocarnos,
en
el tallo perfecto
de
la vida que brota
y
florece en nosotros
aunque
apenas nos quede
la
ilusión de la infancia.
LA
DOBLE VIDA
Nadie
te pidió que entraras
con
ese gesto turbio de angustia febril
a
hacer de la tristeza un bordado de lágrimas.
Has
llegado segura en tu misterio
como
el idioma nuevo de los abismos
que
se descifra en un solo grito.
La
vida que nos une
comenzó
en el regazo de mis sueños
y
fue enhebrando en ti el hilo de una pena
parecida
al amor desesperado,
a
ese dolor abierto de una herida invisible
que
no puedo sangrar pero nos duele,
y
en su escozor mortal
se
viste de promesa, de salvación extraña
endulzada
en nosotros
como
una enfermedad inexistente.
LAMENTO
En
mi diario de adicciones secretas
está
la poesía de John Donne,
un
salto al siglo XVII,
un
idioma que se apelmaza en mi boca al pronunciarlo.
La
cadencia de un ritmo ajeno
se
desliza por los pliegues elegiacos del amor
que
ya se hizo tiempo de luz
y
solo deja palabras anudadas al desconsuelo
de
los amantes que saben
que
la distancia dibuja geografías imposibles
cuando
se suman los siglos
y
en la ecuación el eco del deseo
se
parece a un poema que busca desnudarnos.
Debería
volver al chocolate,
cambiar
esta triste adicción lectora
por
la dulzura amarga del cacao más puro
y
olvidar a este poeta
que
me ha llenado de pulgas el corazón.
IOWA
HOUSE HOTEL
Me
sentía tentada
de
salir a la calle
y
bajar al río a intentar caminar
sobre
su capa de hielo.
Dejar
mis pisadas en la nieve,
un
rastro de marcas dispersas
sobre
esos copos finos
que
se habían depositado
encima
de la escarcha.
La
piel del río parecía
un
abrazo de abismos gélidos.
Yo
era idéntica
a
ese río helado;
se
había detenido
lo
que quedaba de mí
a
contemplar el invierno.
El
agua era la solidez
de
un estado inmóvil
como
mi pensamiento
tratando
de entender
la
lógica del amor
en
los días más fríos de la vida.
Ana
Merino. “Los buenos propósitos”. 2015, Visor.
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