GRÁVIDO
DE VIDA, AHORA...
GRÁVIDO
de vida, ahora, compacto, visible,
yo
a los cuarenta años de mi vida y a los ochenta y tres
de
estos Estados,
me
dirijo a alguien que vivirá dentro de un siglo o en
cualquier
siglo futuro,
a
ti, que aún no has nacido, buscándote.
Cuando
leas esto, yo que ahora soy visible me habré
hecho
invisible,
y
tú, compacto y visible, comprendiendo mis poemas, me
buscarás,
imaginándote
cuán feliz serías si yo pudiera encontrar-
me
a tu lado y convertirme en compañero tuyo.
Que
sea, pues, como si yo estuviera a tu lado. (No creas
demasiado
que no estoy ahora a tu lado.)
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¿HA
supuesto alguien que es una suerte haber nacido?
Me
apresuro a informarle, a él o a ella, que es también
una
suerte morir. Lo sé.
Agonizo con los moribundos y nazco con el niño recién
lavado;
soy algo más que lo que se yergue entre mis
zapatos
y mi sombrero.
Escudriño
los más variados objetos: no existen dos igua-
les
y cada uno es bueno.
Buena
es la tierra y buenas son las estrellas, y buenos
son
todos sus aditamentos.
Yo
no soy una tierra ni el aditamentos de una tierra.
Soy
el igual, el compañero del pueblo, que es tan inmor-
tal
e insondable como yo.
(El
pueblo ignora que es inmortal, pero yo lo sé).
Cada
especie para sí y para los suyos, para mí los ma-
chos
y las hembras,
para
mí los que han sido muchachos y aman a las mu-
jeres,
para
mí el hombre orgulloso que sabe lo que hiere ser
despreciado,
para
mí la novia y la solterona, para mí las madres y las
madres
de las madres,
para
mí los labios que han sonreído y los ojos que han
derramado
lágrimas,
para
mí los niños y los que engendran niños.
¡Desnudaos!
Para mí no sois culpables, ni marchitos,
ni
desechados.
Veo
si lo sois o no a través de los vestidos de paño o
de
tela.
Estoy
cerca, tenaz, dispuesto a adquirir, incansable, y no
se
me puede echar.
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YO
soy Walt Whitman, un cosmos, el hijo de Manhat-
tan,
turbulento,
carnal, sensual, que come, bebe y engendra.
No
soy sentimental, no creo hallarme por encima de los
hombres
y mujeres o apartados de ellos,
no
soy humilde o orgulloso.
¡Destornillad
los cerrojos de las puertas!
¡Destornillad
de sus goznes las puertas mismas!
Quien
envilece a otro, me envilece a mí.
Y
nada se hace o dice sin que al fin revierta a mí...
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EL
pasado y el presente se marchitan. Yo los he lle-
nado
y los he vaciado,
y
sigo llenando mi redil del futuro.
¡Levantaos,
escuchadores! ¿Qué tenéis que confiarme?
Miradme
a la cara mientras respiro el perfume de la
tarde
acostada.
(Hablad
sinceramente, nadie más os escucha y sólo es-
taré
aquí un instante más.)
¿Me
contradigo?
¡Está
bien! Sí, me contradigo.
(Soy
vasto, contengo multitudes.)
Me
dirijo hacia los que están cerca, espero en el um-
bral
de la puerta.
¿Quién
ha terminado su día de trabajo? ¿Quién ter-
minará
antes su cena?
¿Quién
quiere pasear conmigo?
¿Hablaréis
antes de que me vaya? ¿Lo haréis cuando
sea
demasiado tarde?
LA
ÚLTIMA INVOCACIÓN
AL
fin, suavemente,
dejad
que huya de los espesos muros de mi fortificado
hogar,
de
los corridos cerrojos, de la custodia de las bien cerra-
das
puertas.
Dejadme
salir sigilosamente.
Con
una leve llave, abre las puertas ―con
un suspiro,
abre
las puertas, ¡oh alma!
Tiernamente,
sin impaciencia...
(¡Cómo
te aferras, oh carne mortal!
¡Cómo
te aferras, oh amor!)
Agustí
Bartra. “Antología de la poesía norteamericana”. 1974, Plaza &
Janes.
2 comentarios:
De Whitman viene todo. Probablemente. Un abrazo
Al menos lo que conocemos como lírica moderna.
Un abrazo y feliz día, José Luis.
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