El
enemigo
Mi
juventud no fue sino un gran temporal
Atravesado,
a rachas, por soles cegadores;
Hicieron
tal destrozo los vientos y aguaceros
Que
apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.
He
alcanzado el otoño total del pensamiento,
Y
es necesario ahora usar pala y rastrillo
Para
poner a flote las anegadas tierras
Donde
se abrieron huecos, inmensos como tumbas.
¿Quién
sabe si los nuevos brotes en los que sueño,
Hallarán
en suelo, yermo como una playa,
El
místico alimento que les daría vigor?
―¡Oh
dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo,
Y
el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
Crece
y se fortifica con nuestra propia sangre.
El
Leteo
Ven
a mi pecho, alma sorda y cruel,
Tigre
adorado, monstruo de aire indolente;
Quiero
enterrar mis temblorosos dedos
En
la espesura de tu abundosa crin;
Sepultar
mi cabeza dolorida
En
tu falda colmada de perfume
Y
respirar, como una ajada flor,
El
relente de mi amor extinguido.
¡Quiero
dormir! ¡Dormir más que vivir!
En
un sueño, como la muerte, dulce,
Estamparé
mis besos sin descanso
Por
tu cuerpo pulido como el cobre.
Para
ahogar mis sollozos apagados,
Sólo
preciso tu profundo lecho;
El
poderoso olvido habita entre tus labios
Y
fluye de tus besos al Leteo.
Mi
destino, desde ahora mi delicia,
Como
un predestinado seguiré;
Condenado
inocente mártir dócil
Cuyo
fervor se acrece en el suplicio.
Para
ahogar mi rencor, apuraré
El
nepentes y la cicuta amada,
Del
pezón delicioso que corona este seno
El
cual nunca contuvo un corazón.
El
veneno
Revestir
sabe el vino los más sórdidos antros
De
un milagroso lujo,
Y
hace surgir más de un pórtico fabuloso
Entre
el oro de su rojo vapor,
Como
el sol que se pone en un cielo nublado.
Agranda
el opio aquello que no tolera límites,
Lo
ilimitado alarga,
El
tiempo profundiza, los deleites ahonda,
Y
de placer triste y oscuro,
Anega
y colma al alma rebasada.
Mas
todo eso no vale el veneno que fluye
De
tus ojos, de tus verdes ojos,
Lagos
donde mi alma tiembla y se ve invertida...
Llegan
mis sueños en tropel
Para
abrevar en esos dos abismos amargos.
Mas
todo eso no vale el prodigio terrible
De
tu mordiente saliva,
Que
sume en el olvido a mi alma impenitente
Y,
el vértigo arrastrando,
La
trae desfallecida a orillas de la muerte.
El
muerto jubiloso
En
una tierra grasa, de babosas repleta,
cavar
yo mismo quiero una fosa profunda,
Donde
a gusto mis viejos huesos pueda instalar,
Y
dormir olvidado como escualo en las olas.
Odio
los testamentos como las tumbas odio;
Antes
que mendigar una lágrima al mundo,
Mejor
quisiera yo invitar a los cuervos
A
mondar hasta el fin mis despreciables huesos.
¡Ciegos,
sordos gusanos, oscuros compañeros!
Un
muerto alegre y libre, hacia vosotros marcha;
Filósofos
procaces, hijos de la carroña,
Id
sin remordimiento a través de mi ruina,
Y
decidme si existe una tortura aún
Para
un cuerpo vacío y muerto entre los muertos.
Charles Baudelaire. "Las Flores del Mal". 1992, Alianza Editorial.
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