88.
Spleen
Yo
soy como el monarca de un lluvioso país,
Rico,
mas impotente, joven, pero decrépito,
Que
despreciando halagos de sus educadores,
Se
aburre con sus perros y animales domésticos,
Nada
puede alegrarlo, ni batidas, ni halcones,
Ni
ese pueblo que muere al pie de su balcón,
La
grotesca balada del bufón favorito
Ya
no distrae la frente del enfermo cruel;
Su
blasonado lecho, en tumba se convierte,
Y
las damas, que a todo príncipe hallan hermoso,
No
aciertan a encontrar el impúdico adorno
Que
obtenga una sonrisa del joven esqueleto.
El
sabio que fabrica su oro, nunca pudo
Extirpar
el humor que corrompe su ser,
Y
los baños de sangre de la época romana,
Que
usan los poderosos en sus enfermedades,
No
han podido entibiar a ese torpe cadáver,
Por
cuyas venas corre verde agua del Leteo.
101.
Lo irremediable
II
¡Sombrío
diálogo de un alma
Convertida
en propio espejo!
Pozo
de Verdad, claro y negro
Donde
tiembla una lívida estrella,
Un
faro infernal e irónico,
Hachón
de gracias satánicas,
Lenitivo
o gloria únicos,
―¡Conciencia
en el mal sumida!
110.
Recogimiento
Sé
sabia, Pena mía y permanece en calma.
Reclamabas
la Noche; ya desciende, hela aquí:
Envuelve
a la ciudad una atmósfera oscura
A
unos la paz trayendo y a los más la zozobra.
Mientras
que la gran masa de los viles mortales,
Del
placer bajo el látigo, ese verdugo impávido,
Cosecha
sinsabores en la fiesta servil,
Ofréceme
tu mano, Pena mía, ven aquí
Lejos
de ellos. Mira balancearse los años transcurridos
Con
vestidos ridículos, sobre las balaustradas
Del
cielo; la nostalgia burlona ya emerge de las aguas;
Descansa
bajo un arco el moribundo sol
Y,
tal enorme sudario rezagado, hacia Oriente,
Oye,
querida, oye cómo avanza la Noche.
134.
Las dos buenas hermanas
Libertinaje
y Muerte, son dos buenas muchachas,
Pródigas
de sus besos y ricas en salud
Cuyo
virginal flanco, que los harapos cubren,
Bajo
la eterna siembra jamás fructificó.
Al
poeta siniestro, tara de familias,
Válido
del infierno, cortesano sin paga,
Entre
sus recovecos, muestran tumba y burdel,
Un
lecho que jamás la inquietud frecuentó
Y
la caja y la alcoba, en fecundas blasfemias,
Por
turno nos ofrecen, como buenas hermanas,
Placeres
espantosos y dulzuras horrendas.
Licencia
inmunda ¿cuándo por fin me enterrarás?
¿Cuándo
llegarás, Muerte, su émula fascinante,
Al
injertar tus cipreses en sus mirtos infectos?
VIII
¡Oh
Muerte, capitana, ya es tiempo! ¡Leva el ancla!
Nos
hastía este país, ¡Oh Muerte, aparejemos!
Si
negros como tinta son el cielo y el mar,
Ya
nuestros corazones están llenos de luz.
¡Derrama
tu veneno y que él nos reconforte!
Deseamos,
tanto puede la lumbre que nos quema,
Caer
en el abismo, Cielo, Infierno ¿qué importa?
Al
fondo de lo ignoto, para encontrar lo nuevo.
Charles
Baudelaire. "Las Flores del Mal". 1992, Alianza Editorial.
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