ELOGIOS
DEL PEZ-LUNA
(por P.F.)
Ese
vértigo-abajo de los días peores
al
fin no es más terrible
que
ese vértigo-arriba de la infancia
mientras
alguien se inclina hacia nosotros
desde
torres monstruosas y nos deja
un
pellizco de susto en la mejilla.
Acaso
tu problema fue quedarte
en
aquellas regiones tanto tiempo
y
no haber asumido esta estatura;
ser
siempre el niño atónito
al
que cambian sustos y juguetes
por
miradas de pasmo y unas gracias.
Apostaría
a que fuiste un niño silencioso.
De
las mañanas tontas de cafés y sin clase
(hace
no muchos años) me han quedado
unas
cuantas imágenes sucesivas de ti:
Pelayo
en blanco y negro, muy de acuerdo
con
lo que ha dicho alguien y está claro.
Pelayo
un disparate de voces, consiguiendo
que
nos echen. Pelayo
con
la mirada fría y en silencio. Por fin,
Pelayo
desolado frente al vértigo
de
sus peores días, ya inconexo y terrible,
lejos
de todos, roto.
Lo
confieso:
Casi
te aborrecí por habernos dejado
solos,
por asumir
ese
papel confuso, desgraciado, que hacía
de
nosotros inútiles testigos
de
tu dolor, figurones sin frase;
y
porque nos pusiste
frente
a frente con algo que se parece al miedo.
Eras
un ser extraño: un pez de charco,
un
comedor de tierra, un joker triste
perdido
no sé dónde entre los naipes,
y
me acuerdo de días
en
que te despedí ya para siempre
y
sin sentir nada.
Vienen
luego
las
escenas cruentas: Un cristal
que
se rompe. Gritos en la escalera.
Alguien
que pide un taxi. Una bufanda
empapada
en sangre. La negrura
del
lobo en una cándida cama del hospital.
No
fueron buenos tiempos, quién lo duda.
Pero
hoy que, ya de vuelta de esos años,
sano
y salvo, te sientas junto a mí,
pido
café y charlamos tan a gusto,
e
incluso nos reímos al pensar
en
los viejos errores, yo quisiera
saber
más, comprenderlo.
Preguntarte
(quizá porque es preciso
saber
que hubo una justificación
para
tanto dolor) qué te tentaba
del
lado oscuro, si valió la pena
y
si aprendiste algo. O si fue sólo
una
forma egoísta de salvarte,
o
un ajuste de cuentas con la vida
y
el ensayo de otra vida imposible.
O
simplemente eras como un niño
rompiendo
en mil pedazos el espejo,
dando
cuerda al reloj de tal manera
que
aún le dicen dormido,
sin
escuela, y se ríen.
PALABRAS
DE CAÍN ADOLESCENTE
Yavé se
complació en Abel y su ofrenda,
mientras
que le desagradó Caín y la suya.
Caín
entonces se encolerizó y su rostro
se
descompuso. Yavé le dijo: ¿Por qué te
encolerizas
y te muestras malhumorado?
Gén 4, 4-6
Me
he pasado la vida malgastando favores en personas que
nunca
me quisieron.
Yo
sólo deseaba ser del grupo.
Tratado
como un corruptor de sueños,
mantenido
a distancia de niños y mascotas, como a quien
por
extraño no se recibe en casa,
he
tenido que oír ya demasiadas veces que soy un
impostor.
Tarde
para los besos, para estrechar las manos,
tarde
para las lágrimas y el arrepentimiento,
tarde
para cualquier palabra.
Tarde:
por
lo visto yo siempre llego tarde.
Y
de noche, en la casa en donde todos duermen,
mientras
fumo asomado a la ventana,
o
en la mañana sórdida de cafés y cristales empañados, a
solas
con el mundo
o
en la blancura estéril de una página,
he
comprendido ―tarde―
que es inútil querer ser otra
cosa
que el fantasma embustero que habéis hecho de mí,
u
no-muerto cortado a la medida de todo lo que nunca
quise
ser,
alguien
a quien sin duda me parezco, como un hombre a
su
máscara:
el
hipócrita, el sucio y el que no es de fiar,
a
un paso del ridículo (el cantante de moda o el bachiller
con
granos),
a
un paso del horror (el buen chico que sale en los sucesos).
Soy
el que traicionó tus confidencias.
El
que maltrató al tonto de la clase.
El
que lo enredó todo cuando los dos amigos disputaban la
misma
chica idiota.
El
que habló mal de ti cuando no estabas y trató de poner
en
contra tuya al grupo.
El
que usó del chantaje
sentimental
(es fácil entre amigos)
para
ahuyentar del grupo a los extraños,
vuestros
otros amigos, que eran más ocurrentes, más
experimentados
y, qué pena,
más
incautos.
El
que juró y juró, <<podéis creerme...>> y <<no
sabía...>>, y sí
sabía
y consiguió que le creyeran.
Soy
el que habló al oído de una chica asustada y ―aún
me
acuerdo―
le
imaginó un futuro más honorable, una salida digna,
<<hazlo,
mujer>>,
y
durante un momento era todo posible, matar con una
frase,
aquel horror...
Mi
máscara lo ha dicho, que soy ese:
agazapado,
sórdido,
al
que puedes tumbar con un buen puñetazo y zumba en
torno
tuyo,
pero
nadie es al fin tan peligroso ―piensas―
cuando
puedes
tumbarlo con un buen puñetazo,
y
luego es tarde, mira, ya te tengo.
Todos
llegamos tarde alguna vez.
¿Y
nada más? ¿Acaso os preguntásteis un instante qué
oculta
la máscara de un monstruo?
Me
acuerdo de esa infancia interminable,
a
caballo en la rama más valiente del árbol de los juegos.
Eso
era algo; no
el
paraíso exactamente, pero
―ternura
pronta, cándido heroísmo y la avidez legítima
del
cachorro intocado―
allí
existía el orden. Y es curioso
que
a la luz de una infancia ideal los enemigos sean menos
enemigos.
También
ellos tuvieron ese miedo indefenso que redime
y
una conmovedora propensión al llanto.
¿Sabéis
quién soy a solas? El que escucha
canciones
tristes.
He
soñado a menudo redimir mi egoísmo con un gesto,
dar
mi vida
a
cambio de otra vida,
ser
el súbito héroe que muere en el incendio.
Pensad
en mí lejano, la cabeza inclinada.
Toda
esa gente afuera, tanto frío, las calles se bifurcan y el
camino
que lleva a la casa segura no se termina nunca.
Yo
he pensado en la muerte y a menudo he ensayado una
muerte
inofensiva, de poca sangre y mucho, mucho
miedo,
sólo
para ahuyentar de mí todo el ridículo y el asco de mí
mismo,
cuchilla
en las muñecas, quemadura en los brazos para
seguir
viviendo,
porque
al final el dolor es la consciencia, es el ruido del
mundo
que a tu alrededor chilla y te agita los hombros.
Te
aferras a esa vida con desesperación y, sin embargo,
eres
adolescente: nunca sabes qué hacer ni qué decir, dónde
poner
las manos y los ojos.
Tu
cuerpo ya es grotesco y esas chicas se ríen. No te gusta
tu
cara.
Estás
enamorado. Más allá de las fórmulas, los libros te
insinúan
una vida más fácil en cualquier otra parte.
Los
libros te consuelan en todo lo esencial.
Y
tú en tu jaula estéril te revuelves, inútil, sudoroso, como
en
la noche insomne cuando el calor te ahoga.
Dando
palos de ciego. La novia de tu amigo. Matarías con
gusto
cualquier signo de amor.
Usa
ese poder, usa los libros,
porque
luego el perdón de Dios es una fórmula
y
tú eres el no-muerto que debe defenderse, el hipócrita, el
sucio
y el corruptor de sueños.
Dolorosa
esa edad en que siempre estás solo
y
a tu alrededor nace
la
flor limpia de un mundo que nunca es para ti.
LO
QUE DIJO JUDAS ESA NOCHE
Los
discípulos se miraban unos a otros, pues
no
sabían de quién hablaba.
Jn
13, 22
Largamente
adiestrados en la sospecha, y hartos
de
mentirnos los unos a los otros,
canallas
que sonríen
mientras
sorben sus whiskys.
Tiempo
de contricción: nos hemos hecho daño.
Y
hoy, si intento mirarnos como quien desde fuera
alcanza
a ver el centro de las cosas,
veo
monstruos perfectos: moscas contra un cristal.
Y
sin embargo,
hubo
un tiempo de rosas salvajes en el mundo
que
habitamos a solas como amantes plurales,
y
era buena esa mano distraída en un hombro,
beber
del mismo vaso en lentas ceremonias de saliva,
desnudos
de verdad
contra
el cielo borracho de una noche inventada.
La
noche es el salón que llenamos de humo casi a oscuras.
Tengo
miedo a la noche que nos quita lo poco que aún nos
queda:
esas
rosas, las manos sobre el hombro.
Amigos
tantas veces traicionados:
después
de las mentiras, perdonémonos
aún,
mientras hay tiempo.
En
el fondo seguimos siendo aquellos amantes.
Luego,
si la verdad sólo nos hace daño,
volvamos
a mentirnos, pero esta vez en serio, como
entonces.
Refugiémonos
juntos en una gran mentira redentora:
la
cascada salvaje donde nadar desnudos,
las
copas de cristal,
cabezas
reposando sobre pechos tranquilos.
Ah,
no quiero, no quiero
que
muera lo que acaso dura un día,
su
huella inolvidable frente al humo disperso de este bar.
Porque
la noche, el humo, nos asfixian;
somos
agua de hielo sin sabor,
bultos
entre la niebla. Nos estamos muriendo
y
qué poco os importa.
Se
hace tarde. Pensad en esa música
silbada
entre dos luces, cuando sonríe el agua
y
los cuerpos están en paz consigo.
Juguetes
de calor, islas agradecidas.
¿Preferís
la verdad de un destino automático?
Adiós,
mis traicionados amigos. Mucho tiempo
amé
vuestras facciones que ya otra luz afea y enrarece.
Va
a amanecer el día sobre las flores secas.
Clausuremos
el mundo con un beso.
Luis
Antonio de Villena. “La lógica de Orfeo. (Antología)”. 2003,
Visor.
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