Frente al silencio.

Frente al silencio.

martes, 1 de septiembre de 2015

Iván Rojo.




EL ÚLTIMO VUELO DEL COLUMBIA


Iba a ser el último vuelo del Columbia. La mañana brillaba. El cielo era azul por todas partes. La gente se protegía con gorras y viseras y gafas de sol. En el aire flotaba el olor de las barbacoas que algunos de los presentes hacían a las puertas de sus autocaravanas. Un loco disfrazado de E.T. se nos acercó y nos entregó un folleto con un ovni en la portada. Se puso a explicarnos algo acerca del inminente advenimiento del verdadero mesías intergaláctico. Por suerte dejó de prestarnos atención cuando el sistema de megafonía inició la retransmisión de la cuenta atrás. Una voz fría, casi robótica que contrastó brutalmente con el Oh largo y profundo que se alzó sobre las cabezas cuando la ignición empezó a elevar el transbordador. El horizonte se llenó de un humo blanco y denso como el de las explosiones piroclásticas y el de los hongos atómicos. Y la nave cada vez más y más alto en el cielo. Y el Oh que no terminaba nunca, casi como una oración, como el eco de un millón de voces que adoraran a algún dios antiguo. Tú también exclamaste de admiración. Te tenía al lado y distinguí tu voz con claridad entre el coro de frustrados aspirantes a astronauta y el estruendo de toneladas y toneladas de combustible ardiendo cada segundo. Y decidí apartar la vista del Columbia y posarla en tu perfil iluminado por el fuego del sol y del queroseno. Supongo que de algún modo ya lo sabía, pero solo entonces comprendí sin la menor duda que llevabas alejándote de mí más tiempo del que me habría gustado admitir. A toda velocidad. Como una nave espacial que desafía a la gravedad para despegar hacia planetas aún por explorar. Quise odiarte. Pero no pude. Al contrario, deseé que cuando por fin abandonaras mi órbita lo hicieras para acabar aterrizando en el mejor de los mundos. Así que, levantando la vista hacia la estela roja que rasgaba el cielo, tuve que conformarme con concentrar mi rabia en el cohete. Y no sentí la menor culpa cuando se convirtió en una gigantesca bola de fuego. Iba a ser el último vuelo del Columbia, y joder si lo fue. Igual que el nuestro. Porque mientras conducíamos de vuelta a casa, con el parabrisas cubierto de aquella lluvia de fosfatina tóxica que el viento nos echaba encima, microchips fundidos, gasolina volatilizada, corazones en llamas, me dijiste que lo que había pasado debía de ser una especie de señal. Que tenías que decirme algo. Yo te escuché con atención. Y cuando acabaste fingí que tus palabras me habían sorprendido un poco.



Iván Rojo. 2015, de su muro de Facebook.



1 comentario:

tsb dijo...

Estoy de acuerdo. Saludos, Jose.